25🌊 El Ace de las chicas.
—¿No vas a quedarte? —gritó Jason, mientras me alejaba por la acera—. Ya sabes, para cerciorarte de que no haga nada malo.
—Como si alguien en este mundo pudiera hacerlo cuando se te mete algo en la cabeza —me mofé de él, a la par que alzaba una mano para despedirme—. Asegúrate de preguntarle por su edad al menos, antes de ponerle las manos sobre su trasero.
Ni siquiera me molesté en mirar hacia atrás por última vez. Mis zancadas fueron firmes mientras me adentraba más al pueblo. Si Jason quería pasar el resto de sus días, sin pizzas ni hamburguesas con doble queso, en una estrecha cárcel de Texas; todo porque no supo ponerle límites a su insaciable y vicioso pene de Frankenstein metalizado, bien podría lograrlo él solo.
¿Intentar detenerlo? Sería como tratar de detener una maldita tormenta. Y en definitiva, si le mostraba incluso el más mínimo índice de contradecirlo, sólo lo enfurecería aún más y lo provocaría a cometer una estupidez más grande de la que estaba a punto de hacer. Por ello era mejor dejarlo ser. Jason, en verdad, tenía este tipo de trauma grave a causa de haber tenido unos padres extremadamente conservadores, que siempre lo habían controlado en todo. Desde la forma de vestir, los lugares a donde ir, hasta la forma de hablar.
Siendo sincero, me sorprendía que Jason no hubiera acabado más sociópata de lo que ya era. Sucedía con frecuencia. Padres estrictos creaban monstruos insaciables, hambrientos por devorar el mundo y romper todas sus reglas.
También hubo una época en la que sus padres le habían insistido en que se alejara de mí. ¿La causa? Algo sobre que era una mala influencia o algo así. Lo que resultaba completamente irónico, ya que más de la mitad de los problemas en los que nos habíamos metido habían sido por culpa de él. Supongo que podría haberle dicho no. Supongo que era otra de las razones por la que Jason me había mantenido a su lado. Mientras sus padres lo ataban de pies y manos. Conmigo encontraba libertad, rayando al libertinaje.
Yo, nunca, le decía no. Incluso cuando había querido experimentar conmigo, y no me sentía del todo cómodo con ello. Jamás le pude decir no.
Caminaba con pasos lánguidos, dejando vagar mis ojos por los escaparates de todas las tiendas que dejaba atrás, cuando de improviso, algunos acontecimientos de mi adolescencia decidieron inundar repentinamente mi mente. Recordé una habitación elegante. Luces ligeramente apagadas. El sonido de la tele de fondo. Y la suave colonia de Jason mientras él me besaba, de forma tentativa y exploratoria, como si estuviera en el proceso de estudiar detenidamente cada roce de nuestras lenguas.
Los labios de Jason se sentían suaves contra los míos, húmedos y cálidos, y con un leve sabor a vino. Dulce y agrio a la vez. Peligroso y amable como el mismo dueño de ellos.
Estaba sentado sobre mis muslos, sus rodillas a cada lado de mis caderas, de vez en cuando se apretaban un poco, al mismo tiempo, sus manos sujetaban mis mejillas con firmeza, como si temiera que me hiciera para atrás en cualquier momento. Las mías descansaban sobre su cintura, con un desganado agarre que no denotaba ningún tipo de pasión. Sin embargo, recibía y devolvía el beso, haciendo el intento por él, buscando en mi interior, un chispazo de ese algo que solo sentía cuando estaba con chicas.
Luego de un tiempo, fue Jason quien rompió el beso.
—¿Y bien? —preguntó, mirándome fijamente con curiosidad—. ¿Se sintió bien?
—Fue un excelente beso —respondí. Y no mentía. Jason realmente sabía besar. Besaba como tocaba la mayoría de sus instrumentos, con seriedad y empeño, apasionado y entregado.
Jason me dio una larga mirada azulada, antes de señalar, con voz pesarosa:
—Trágico —sus dedos acariciaron el contorno de mis labios—. No luces para nada afectado. Incluso después de que prácticamente haya violado tu lengua.
Un sentimiento de culpa me inundó. Y bajé la mirada. El violín de Jason descansaba a los pies de la cama, olvidado, luego de sus clases de orquesta a las que estaba obligado a ir por sus padres.
—Quizás si... —carraspeé, incómodo— seguimos probando...
—Mírame —ordenó Jason, e instintivamente alcé la mirada—. ¿Sientes algo por mí en este momento? ¿Al menos un poquito?
Recordé haberme quedado contemplándolo, tratando de ver más allá de mi mejor amigo. Jason era guapísimo. De eso no cabía duda. Usando un pantalón gris de vestir y una camisa blanca que se ajustaba perfectamente a la anchura de sus hombros y sus bíceps, no se veía nada más que pulcro y sofisticado. Su pelo rubio perfectamente peinado, lo hacía parecer uno de esos modelos de revistas de la clase alta, o un miembro de la familia real, lo cual, considerando que sus padres eran ridículamente ricos, tal vez no estaba muy lejos de la realidad.
Hacía un contraste perfecto conmigo, que mayormente usaba playeras de rock y jeans rotos. Y mis brazos, al contrario de los blancos y limpios de Jason, estaban repletos de tatuajes "paganos" como había dicho la mamá de Jason la primera vez que me conoció. Sabía el aspecto que debíamos tener ahora mismo: Jason, como algún tipo de señorito bien portado, de sociedad y rico; y yo, el vago, pobre y sin futuro que a sus padres les daría un infarto si nos vieran juntos. (Creo que esa era otra razón por la que le gustaba a Jason).
Éramos como la versión gay de la Dama y el vagabundo.
Pensarían que estaba intentando corromper a su hijito bueno y educado. ¿Cómo les explicaría? Que era Jason el que estaba intentando meterse en mis pantalones.
Yo, de verdad podía identificar su atractivo. Todo ese aire recto y solemne que expulsaba de sus poros, esos rasgos fríamente afilados que parecían jamás inquietarse. Podía entender que despertaría en uno, el deseo de "arruinarlo". De "destruir" aquel rostro majestuoso y tenerlo rogando. Cualquier chico se volvería loco de lujuria al tenerlo así. En su regazo. Su perfecta camisa algo arrugada. Sus labios hinchados y húmedos.
Pero yo...
—No te atormentes tanto, Perce —dijo, formando una sonrisa burlona—. Es fácil. Sólo di que sí o no.
Los nervios empezaron a hacer estragos en mí. Yo no quería mentirle y traicionarme a mí mismo diciéndole que me había gustado. Pero tampoco quería herir sus sentimientos. Jason era demasiado importante para mí, lo más cercano a un hermano que tenía. Era el único amigo con el que me había sentido realmente yo mismo, y con el cual sentía una verdadera conexión.
Tenía miedo de que se enojara conmigo y me alejara para siempre de su vida, así que, mentí:
—Yo... sentí algo, sí...
Pude observar en los ojos de Jason que no me había creído en lo absoluto. Soltó un suspiro de resignación.
—Te lo dije, Perce, solo quería experimentar. No tienes por qué tomártelo todo en serio —Jason empezó a bajarse de mi regazo. Intentó no hacer contacto visual conmigo. Pero de igual modo, alcancé a atisbar un rastro de dolor en sus ojos azules—. Anda, comamos algo —luego agregó, más amable—: Sabes que no tienes por que complacerme siempre, ¿verdad?
No lo estaba escuchando. Jason estaba dolido. Y había sido mi culpa. No podía soportarlo. No quería lastimarlo.
Jason estaba a punto de poner los pies sobre el suelo, sus manos pasando distraídamente por su pelo. Pero en eso, mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca como tenazas. Él apenas tuvo tiempo de darme una mirada confundida, antes de ser bruscamente lanzado contra la cama, e inmediatamente, ser aplastado bajo mi cuerpo. Jason abrió muchos los ojos cuando me colé en medio de sus piernas, y apreté su entrepierna con la mía.
Mi otra mano se apresuró a jalar su camisa del interior de la pretina de sus pantalones, para dejar expuesta una gran cantidad de piel clara, y acariciarla con mi palma abierta. Un temblor recorrió el cuerpo de Jason al instante. Sus labios se entreabrieron, a medida que iba acortando la distancia entre nuestros rostros. Llegué a estar tan cerca de él como nunca antes, tan cerca que su aliento hizo cosquillas sobre mis labios y los mechones de mi pelo crespo acariciaron su frente.
Y, por otro lado, me pregunté si así es como se sentían los actores de cine cuando simulaban este tipo de escenas. Por fuera todo parecía ser romántico y apasionante, pero por dentro, era como estar atrapado detrás de un vidrio, sin llegar a notar o distinguir algo en lo absoluto. O como si fueses un espectador más, mirando desde afuera, y sorprendiéndote de ti mismo por tu actuación.
Me obligué a alejar esos pensamientos de mi cabeza, me forcé a no ser solo un peso muerto para Jason. Abrí mis labios, y mordisqueé su labio inferior, con mi lengua acariciándolo detrás de mis dientes.
—No... —dijo Jason, pero su voz salió sin fuerza— no es necesario...
—Pero yo quiero hacerlo —articulé, mirándolo directamente, decidido.
Jason soltó una temblorosa inhalación. Sus ojos volvieron a adquirir ese brillo rebelde y retador, que con el tiempo, se volvería bastante familiar y chispearía con mayor fuerza cual cables de tensión sobrecargadas.
—Ven, prueba todo lo que quieras, entonces —dijo, y esta vez, cuando Jason me besó, lo hizo como tocaba su guitarra eléctrica; con desenfreno, con delirio, con alegría y devoción en cada roce contra mis labios, como si fueran las cuerdas de su instrumento que buscaba provocar los más maravillosos y ruidosos sonidos.
Y aún así, por más que intentó, por más que intenté; mi corazón siguió obstinadamente silencioso.
Volví a la realidad abruptamente, cuando estuve a punto de chocar contra dos señoritas que acababan de salir de una tienda de helados. Ambas dieron un brinco de alarma, cuando notaron que un gigantesco hombre de más de uno coma noventa había estado a punto de arrollarlas. Luego se quedaron enganchadas a mi rostro, y parecieron repentinamente desilusionadas de que no lo hubiera hecho.
Una de ellas, con el pelo recogido en trenzas y sombrero vaquero, tartamudeó:
—Oh... Oh... ¡Oh! Eres... ese famoso... Oh... tan guapo...
—¡Kayla! Contrólate. ¡Rayos, me avergüenzas! —siseó la segunda, quien no se veía mejor que la primera, pero lo ocultaba mejor. Sus mejillas estaban sonrosadas. Carraspeó suavemente y sonrió en mi dirección—: ¡Hola! ¡Qué bueno encontrarnos! Me llamo Silena, y mi amiga a punto de tener un colapso es Kayla. Es tu fan. Tiene un montón de muñequitos nendo de ti en su habitación.
—¡Silenaaaa! —exclamó Kayla, mirándola como si quisiera ahorcarla y luego ahorcarse ella misma—. No es cierto... o sea sí, pero... No es nada aterrador, es... es...
Aunque era divertido verla en apuros, decidí rescatarla.
—Mucho gusto, Kayla —saludé estrechándole la mano, junto con una amable sonrisa, que tuvo el efecto habitual en las chicas que siempre se encontraban delante de mí: todo su rostro se puso rojo cual cereza y agachó la mirada en un arrebato de timidez. Lo que, debo decir, no ayudaba en nada a que mi ego dejara de inflarse como un pez globo. Traté de contener mi regocijo—. ¡Oh! Y descuida. Deberías ver la colección que tengo yo, en mi casa de Los Ángeles. Los nendos existentes de todo el mundo residen allí. ¡Un ejército poderoso si alguna vez cobraran vida!
Kayla soltó una tierna risita, y los hoyuelos que tenía en la barbilla se le notaron. Ella era bonita.
Mis ojos descendieron de forma involuntaria hacia el escote de su camisa, sus voluptuosos pechos formaban un nidito atrevido. Ella era candente.
Además tan rubia. Y ligeramente familiar viniendo al caso.
—¿...de toda la banda? —alcancé a oír el final de las palabras de Silena. Me arriesgué, y asumí que seguía hablando de los nendos.
—Bueno, tengo uno que otro par de Leo y de los demás —dije, encogiéndome de hombros. Luego, expandí mis labios en una sonrisa pirata—. Sin embargo, tengo todos, absolutamente todos, los nendos de mi Jay que puedan conseguirse en el mercado —anuncié orgulloso. Incluso había comprado un estante exclusivo donde colocar todos sus adorables muñequitos. Porque nadie era más fan de Thunder Knight que yo, maldita sea—. ¿Recuerdan el nendo de Jason Superman limitado? ¿El que solo fabricaron tres en todo el mundo?
Silena alzó una ceja.
—¿Tienes uno?
—¡Tengo los tres! —exclamé, muy ofendido debo decir.
Ambas lucieron abiertamente pasmadas, luego soltaron breves risitas.
—Pensé que eso de que se amaban era falso —comentó Silena— marketing para mantener a las fans fujoshis pendientes de ustedes.
Jason y yo nos amábamos de todo corazón, pero también era cierto que nos utilizábamos mutuamente para darnos publicidad. El bromance era multiusos.
—Hablando de Jason, ¿dónde está él? —preguntó Kayla tímidamente—. ¿No se supone que son inseparables?
No cuando hay un trasero bonito de por medio. Entonces cometía los actos de adulterio más viles y descarados que un hombre podía cometer. ¡Ah!, mi Jason, era tan cruel.
—A veces nos damos un espacio para extrañarnos —le contesté a Kayla, a la par que intentaba que la consternación no se reflejara en mi rostro.
Mientras tanto, su helado, el que sostenía con la otra mano, había empezado a derretirse y se estaba escurriendo por sus dedos. Ella dio un respingo de alarma cuando se percató de ello, y rápidamente intentó arreglarlo chupando ansiosamente sus nudillos. La imagen que había salido totalmente improvisada y sin intención de provocar, de hecho, estaba completamente excitándome ahora mismo. ¿Qué puedo decir? Mi vida sexual era jodidamente activa, así que cualquier situación ligeramente sugerente, podría encenderme velozmente cual volcán de Kilauea.
Sin embargo, antes de dejar a mi mente descontrolarse, imaginándome que eran mis dedos lo que chupaba en lugar de los suyos; recordé que usaba unos shorts de finísima tela que delatarían mi emoción en un santiamén. Por lo que me obligué a apartar la mirada de la escena sexy de Kayla, y en su lugar, la fijé en Silena; quien me la devolvió con un brillo conocedor en sus ojos verdes.
Oh, ella lo había notado. Bueno... ¡Qué más da!
Wakala. Tensión heterosexual. 🤢🤮 ¿por qué me obligan a hacer esto? 😢
—Entonces, ¿a dónde te dirigías, Míster Tides? —lanzó casualmente Silena, con cierto tinte divertido en la voz—. Mi amiga y yo íbamos de camino para ver un ruedo. Casi la mitad de la gente debe estar allí ahora mismo. Por eso el pueblo está algo vacío —su sonrisa se volvió cautivadora—. Si no tienes nada mejor que hacer, puedes acompañarnos. ¿Qué dices? Harías muy feliz a Kayla.
—Silenaaaa —la aludida la vio escandalizada, y de nuevo muy roja—, ¿olvidas que tengo novio?
¿Se supone que eso es un problema para mí?
Al final, decidí acompañarlas. Y no precisamente por mi sexy fan. Sino porque en verdad, no tenía nada mejor que hacer, y de todos modos, sabía que Jason se tomaría un largo tiempo para "charlar" antes de que volviera a buscarme, cual esposo arrepentido, buscando el perdón de su esposa.
No fue un largo viaje. Lo tomé como una aventura, al principio, luego se me ocurrió que podría estar yendo, con mis propios pies, a mi secuestro. Quizás habían elegido a dos chicas lindas para despistarme de las sospechas. O quizás no íbamos para un ruedo, sino que me llevaban a un lugar apartado para violarme... ¡O peor, quizás mi ex tóxica finalmente me había encontrado de vuelta y estas chicas eran sus compinches! Les eché un rápido vistazo. Ambas parecían amigables mientras conversaban en su propio mundo sobre quién sabe qué cosas de chicas.
Solo entendí que estaban ansiosas de ver a un tal Ace. Un Ace que, según las dulces palabras de Silena, le dejaría pegarla, preñarla, y abandonarla si así lo quisiera.
Ese Ace debía ser el Don Juan del pueblo.
Como sea, muy tarde me di cuenta que no tenía cobertura a dónde íbamos. A mi alrededor solo había vacas, y vacas, y más vacas pastando en largos campos verdes y amarillo. Una que otra vez, me encontré con un rebaño de ovejas que parecían advertirme con sus pequeños ojitos que diera la vuelta antes de que fuera demasiado tarde. "Estás yendo hacia tu final" me pareció oír en el balido de una de ellas, de lana negra y aspecto espeluznante.
Ay, Jason. Tú pecando en lujuria, y tu bro quizás está a punto de ser asesinado.
Después de diez minutos de caminata, adentrándonos en un angosto camino de tierra y pasto que solo estaba marcado por el uso continuo. Y con altas plantaciones de soja lado a lado. Finalmente, a la distancia, empecé a distinguir grupos y más grupos de personas que se dirigían hacia un establecimiento al aire libre. Todos iban con jeans, sombreros y botas vaqueras como en el viejo Oeste. Familias iban de la mano, y divisé entre la multitud a un niño sentado sobre los hombros de su padre, lamiendo una manzana azucarada. La música empezaba a oírse cada vez más a medida que nos acercábamos.
—¡Oh! De verdad hay un ruedo... —se me salió.
Silena y Kayla soltaron limpias carcajadas.
—Claro, ¿pensaste que te secuestraríamos? —Silena me guiñó un ojo—. Bien, cuando acabe la atracción principal, si aún quieres jugar...
Kayla miró a su amiga escandalizada. Yo, dejé que mis labios se estiraran en una lenta sonrisa provocativa, aunque lo que dije, estaba lejos de lo que pensaba en ese momento.
—¿Cuál es la atracción principal?
—Montadas en toro —se apresuró a contestar Kayla— y hay un chico que es buenísimo en ello. Es el único que puede aguantar los: "Ocho segundos". Todos quieren verlo. Incluso vienen personas de otros estados solo para verlo. Especialmente las mujeres...
Alcé las cejas ligeramente asombrado. Aún así, algo del escepticismo que estaba sintiendo debió haberse reflejado en mi expresión, porque inmediatamente, Silena agregó:
—Es mejor que lo veas con tus propios ojos. Ya lo verás, te hará sentir como un concierto de rock and roll.
Esta vez no pude ocultar mi incredulidad. Nada se comparaba a la adrenalina de estar en un concierto. Nunca había encontrado algo que se asemejara un poco siquiera. El palpitar de mi corazón. La sudoración en mis manos. El ruido sordo en mis oídos como si estuviera sumergido a varios metros bajo el mar. Todo eso lo sentía vibrante en mis venas. Y el exquisito y puro júbilo cuando miles de ojos se encontraban concentrados únicamente en, mí.
No... jamás existirá algo parecido.
Pero decidí no pelear. Después de todo, para unas pueblerinas en un lugar con tan pocas opciones, esto era lo máximo que podían aspirar a presenciar. Je, eso sonó malvado. Percy, mierda, recuerda esa cosa llamada humildad, ¿quieres?
La plaza donde se estaban desarrollando las actividades relacionadas con los toros, observé, poseía una extensa superficie circular y arenosa; con un terreno visiblemente llano y duro para evitar los tropiezos accidentales durante la lidia. Estaba rodeado por una barrera alta hecha de madera, al igual que las graderías que para estas alturas, ya estaban atiborradas de gente y de vendedores ambulantes, cargando con diferentes productos tales como; salchichas, gaseosas, y banderillas.
En el aire se percibía una extraña combinación de cerveza y el hedor de los toros, tan potente que me pregunté si se quedaría impregnado en mi nariz para siempre. Había empleados dentro del ruedo, limpiando el excremento que los animales habían dejado con una pala y una enorme bolsa de basura color verde. No parecían muy felices realizando la tarea, definitivamente yo no lo estaría, si tuviera que limpiar metros y metros de caca de vaca todos los días. Encendí una velita mental para ellos.
De repente, Silena me tomó de la mano.
—¡Para no perdernos en la multitud! —gritó por sobre el barullo, y me guiñó un ojo.
Por lo que me encontré siendo arrastrado felizmente por ella, mientras buscábamos asientos libres para sentarnos. Luego de un rato, con cierto tono inseguro en la voz, Kayla nos apuntó unos lugares al frente, cerca de la barrera. De hecho, casi toda la fila del frente se encontraba inusualmente vacía. Silena notó mi confusión, y adivinando, me lo explicó:
—La mayoría de las personas evita sentarse allí, porque los toros suelen ponerse un poco locos y saltan la barrera provocando todo un desastre —me la quedé mirando horrorizado. Ella meneó rápidamente las manos al aire en un gesto tranquilizador—. ¡Tranquilo, tranquilo! No suele ocurrir... Eh... Ha sucedido, pero, muy muy pocas veces, ¿sí?
La mirada evasiva de Kayla mientras Silena trataba de convencerme no me dio buena espina. Pero en vista de que no había más lugares y tampoco quería quedar como un cobarde. Me forcé a mí mismo a mostrarles una sonrisa confiada y seguirlas para poner mi sudoroso trasero sobre los tablones de madera, que debo decir, estaban tan calientes que parecían estar fritando lentamente mi piel a través de mis shorts hawaianos.
Quizás debí ponerme algo más Vaqueroski.
Además, no sabía si la gente estaba mirándome por mi impresionante atractivo o por mi aspecto de hippie. Quizás las dos cosas.
—Llegamos justo a tiempo para ver las montadas de toros —me dijo Silena emocionada, dándole un último apretón a mi mano (que olvidé la tenía agarrada) para luego soltarla y como el resto, hacer gestos efusivos de ovación, justo cuando una pequeño portón se abría violentamente para dar paso a un furioso toro que se zarandeaba como si tuviera arpones en los testículos.
No pude detener a tiempo el jadeo de sorpresa que salió de mis labios, en el momento en que observé al jinete saltar sobre el lomo del animal, rebotar como una maldita pelota de ping pong, mientras se aferraba a un pretal que rodeaba su mano enguantada en cuero, y la otra, la mantenía elevada por encima de la cabeza, agitándose por todas partes como si estuviese buscando algo sólido a lo cual agarrarse.
Mis ojos se movieron hacia un cronómetro que había sido colocado en una alta columna como un marcador de goles. Era lo suficientemente grande para que hasta un miope pudiera verlo. Y cuando marcó exactamente los cuatros segundos, el jinete que parecía un muñeco de trapo siendo zarandeado por una niña de cinco años caprichosa, finalmente, se soltó, y cayó al suelo de espaldas junto con un pisotón en la pierna, cortesía del toro que no perdió un segundo para "demostrarle", lo mucho que había disfrutado de que aquel conjunto de huesos y carne maltrecha lo hubiese montado.
Mientras el toro era distraído por algunas personas que entraron al ruedo, y otros ayudaban al jinete que seguía postrado en el suelo chillando sobre el dolor en su rodilla. La mitad de la gente a mi alrededor empezó a abuchear, sin embargo, la otra mitad presentó, aunque con evidente desgano, sus palabras de aliento al jinete que aparentemente se llamaba Josh y aplausos que no fueron más fuertes que las risas de burla.
—¿Por qué se ríen? —Le pregunté a Silena a mi lado, quien había estado cuchicheando con Kayla—. Creo que lo hizo bastante bien...
—Cuatro segundos sigue siendo lamentable —explicó, encogiéndose de hombros—, seis segundos es respetable. Ocho segundos, es, excepcional.
—Pero lo último solo lo ha podido lograr una persona, nadie más —agregó Kayla.
—Ese tipo de allá ya me pareció lo suficientemente increíble —señalé con sinceridad, hacia el jinete que acababa de entrar en la zona segura, para sentarse y beber agua—. No veo cómo alguien podría superarlo.
Kayla y Silena compartieron una mirada, y se sonrieron.
—Solo espera —contestó Silena, dándole un golpecito a mi rodilla con la suya.
Entonces, me dediqué a disfrutar del espectáculo. Había cinco concursantes este año, cinco chicos muy estúpidos o muy valientes para montar a los toros más salvajes y rudos de todo el condado, traídos exclusivamente para este concurso, según las palabras del presentador, que se hizo oír por sobre todos mediante unos altavoces. Estaba sentado en un escenario construido encima de un palco repleto de más gente, que sostenía bocinas y carteles de apoyo con nombres que desconocía.
—¡Denle un afectuoso saludo a nuestro segundo concursante! —decía el presentador—. ¡Chris Rodriguez!
Hubo un revuelo fervoroso cuando dijeron aquel nombre, especialmente de una mujer que se encontraba en la parte más alta de las graderías, de aspecto muy fuerte y ruda; casi como el mismísimo toro que el tipo estaba por subirse. A continuación, Chris se dejó caer sobre el lomo de una bestia de más de nosécuantastoneladas/nosoyganadero, y acto seguido, salió al ruedo para saltar y lastimar sus partes íntimas desde variados ángulos. (Espero de verdad esté usando protector ahí abajo, o la mujer gritona, que asumía era su novia, estaría bastante decepcionada al verlo después).
Este jinete aparentemente latino logró estar más tiempo que el anterior. Duró cerca de seis segundos. Y luego cayó al suelo de rodillas, y se hizo a un lado justo a tiempo antes de recibir un cuerno en medio de su hígado. Sin perder el tiempo, se tiró torpemente por encima de la barrera, y volvió a caer, pero esta vez, hacia la zona segura del público. Inmediatamente después, la mujer gritona y musculosa se abrió paso entre la multitud a empujones y codazos, y cuando llegó hasta él, ambos se fundieron en un apasionado beso en frente de todo el mundo, sin importarles en lo más mínimo, los silbidos y risas que explotaron a consecuencia.
—¡Ellos son tan lindos! —chilló Silena a mi lado, llevándose las palmas de la mano contra sus mejillas—. ¡Estoy tan orgullosa de mí!
A pesar de sentir curiosidad por su comentario, decidí mejor contenerme, y en su lugar, seguí observando el resto del espectáculo. Los otros dos concursantes después de Chris, intentaron superarlo, pero ninguno logró alcanzar siquiera los últimos microsegundos del segundo seis. Se desplomaban en el suelo de forma horrible y aparatosa, para luego ser brutalmente embestidos aún postrados sobre la tierra. Entendí la importancia de los cascos y chalecos de seguridad que utilizaban los jinetes, en el momento que observé a un toro especialmente feroz, tratar de pisotear hasta la muerte a la cabeza de uno de ellos.
También noté que el presentador no sólo mencionaba los nombres de los jinetes concursantes. Igualmente, los toros eran presentados con su debido nombre, y recibían las mismas, o más ovaciones, que el propio jinete. Por último, no solo los concursantes recibían un puntaje de los jueces, incluso los toros recibían uno; según la agilidad, potencia, velocidad general del animal. Y si un toro parecía particularmente salvaje para el jinete, se le otorgaba puntos extras, lo que a su vez, otorgaba prestigio al rancho que lo había criado.
Estaba distraído mirando a un hombre con
"Rupert" se llamaba el toro más violento e intrépido que había visto hasta ahora. Su dueño, un hombre panzón y barbudo, que estaba en la parte más alta de las graderías del frente, se hallaba aún celebrando por haberle dado bastantes problemas a Chris. Tenía una jarra de cerveza en una mano, y una bandera del estado de Texas en la otra, ondeándola en el aire con orgullo. Pensé que era el hombre más ruidoso del lugar, hasta que un grupo de chicas, sentadas bastante cerca de mí, explotaron de repente, con unos efusivos gritos que iban en crescendo.
Rápidamente se le unieron más y más chicas de todos lados. Incluso las mujeres de cierta edad avanzada, las imitaron, poniéndose de pie para animar. Muchas de ellas lucían exagerados escotes. Creo que no es necesario mencionar que ocurría cuando saltaban enérgicamente. Un hombre parado cerca de una, casi perdió un ojo de un tetazo. A mi lado, Silena y Kayla ya se habían incorporado, y se hallaban gritando con el mismo ímpetu que el resto. Cual fanáticas de Enrique Iglesias.
Carteles de todos los tamaños fueron extendidos. Banderas fueron osciladas. Fotografías fueron exhibidas. Y en todas, absolutamente todas, había un solo nombre escrito en letras grandes y claras.
Mis ojos se dirigieron hacia el tobogán de seguridad, un pequeño recinto que se abría desde el costado, por donde el toro se lanzaba hacia la arena. Había un hombre de contextura atlética allí, superando a todos en altura y con las piernas totalmente abiertas, ya que había colocado sus pies a cada lado de la barrera, como un bailarín a mitad de un split, mientras el toro debajo de él, se agitaba y refunfuñaba con locura. ¿Era mi imaginación? O el toro en cuestión parecía aún más grande y peligroso que los anteriores.
Estaba a punto de preguntárselo a Silena, cuando en eso, la voz del presentador desvió totalmente mi atención.
—¡SOSTENGAN A SUS ESPOSAS, SEÑORES! ¡BAJEN MÁS ESOS ESCOTES, SEÑORITAS! TAMBIÉN PARA USTEDES, MUCHACHOS, NO SE HAGAN, PUEDO VER DESDE AQUÍ INCLUSO CON MI SEVERO ASTIGMATISMO, QUE ESTÁN BABEANDO POR ESE APRETADO TRASERO EN JEANS AHORA MISMO. ¿ESTÁN DESEANDO QUE ESE HERMOSO HOMBRE LOS MONTE CON LA MISMA FIRMEZA, ¿EH? —terminó de decir, para luego romper en estruendosas carcajadas, que contagió al público.
El jinete le mostró su dedo del medio. Seguidamente, se concentró en entrelazar una cuerda alrededor de su mano cubierta en cuero, la otra, acomodó mejor su sombrero, y le gritó algo a un grupo de chicas, quienes reaccionaron con risitas y miradas coquetas. Este tipo, definitivamente era toda una celebridad en el pueblo, y por estos instantes, aún mayor que yo.
Atisbé un brillante cabello rubio debajo de un sombrero cowboy. Él estaba de espaldas, así que no pude verle el rostro, pero distinguí el leve asentimiento que indicó que estaba listo, hacia los tipos que sostenían la puerta de seguridad.
—¡El peor toro, para nuestro mejor jinete! ¡A LA CARGA, ACE CHASE! —El público contuvo el aliento— Y EL MINOTAURO.
Con una coordinación que provenía de años, Ace Chase saltó sobre el lomo del minotauro, la puerta se abrió, y jinete y toro fueron juntos hacia la arena, a una maldita y jodida velocidad que me provocó un potentísimo escalofrío, desde mi cuero cabelludo hasta la punta de mis pies. Ni siquiera me tomé un nanosegundo para pestañear. Mis ojos estaban completamente abiertos, para absorber cada detalle abismal que acontecía delante de mí.
El toro, nombrado como el cruel monstruo mitológico de la Antigua Grecia, podría considerarse como una reencarnación del mismo; por su colosal tamaño y el extraño brillo de inteligencia y puro odio que parecía arder en sus grandes ojos negruzcos. No era para nada como los anteriores toros, que a comparación de este, ahora me parecían lindos peluchitos cariñositos. Los jinetes de antes eran niñatos jugando a autos chocadores. ¿Se suponía que era una competencia? Pues alguien debería reformar toda la categoría, porque había una enorme desigualdad.
Este toro se daba vuelta una y otra vez, a pesar de sus mil kilogramos. Pateaba. Retrocedía. Saltaba. Y daba unos aterrorizantes giros cerrados, utilizando todo su esfuerzo para tirar al jinete de su lomo. Ace Chase, parecía tener pegamento en la mano, y una fuerza absurda en las piernas y los muslos, porque de otro modo, no podía entender cómo estaba sosteniéndose por tanto rato, y encima, tuviera la posibilidad de sujetar su sombrero vaquero con la mano libre, para que no saliera volando de su cabeza.
Aunque yo creía que muy pronto estaría viendo su cabeza soltarse de su delgado cuello. ¡Qué ni siquiera podía verle la cara de tanto que se movía! Solo fragmentos de una nariz y mandíbula, y su pelo yendo a todos lados como un borrón dorado.
La multitud se estaba volviendo loca por supuesto. Tanto hombres como mujeres, chillaban y mostraban francas expresiones de asombro y admiración en sus rostros sonrojados. Incluso los mismos competidores, que se habían reunido en una esquina cerca de la barrera, estaban animándolo. Porque Ace Chase, era así de cool, aparentemente. Tan formidable que no había cabida para la envidia.
Entonces, me di cuenta que estaban demasiado cerca. Y no fui el único. Silena y Kayla pusieron caras espantadas cuando vieron que el Minotauro venía hacia nuestra dirección, como si quisiera estamparse contra la barrera delante de nosotros y matarnos a todos a cuernazos. Pero, en eso, un fuerte silbato se oyó por sobre los alaridos de la gente, anunciando el final de los "Ocho segundos".
—¡NUEVAMENTE ACE CHASE MANTIENE EL RÉCORD! —gritó el animador, y el público explotó en aplausos.
Yo no pude levantar un solo dedo, toda mi atención seguía puesta para ver a Ace Chase, realizar de corrida; soltar la cuerda, levantar una de sus piernas y lanzarse fuera del lomo del toro para caer de pie, perfectamente, estabilizado. Todo los demás se habían desplomado patéticamente contra la arena, antes de siquiera acabar los ocho segundos, pero este tipo se había tirado el mismo tranquilamente como si acabara de bajarse de un carrusel para ancianitas.
Fue lo más putamente impresionante que había visto en mi vida. No era como presenciar un concierto de heavy. Pero estaba cerca, muy cerca... Y no había acabado.
De repente, el minotauro que ya se había alejado mediante la distracción de los toreros, movió la cabeza. Y en un solo vistazo, encontró su objetivo. Fue a la carga. Entre bramidos y gruñidos que resonaron por toda la plaza, y pezuñas golpeando duramente la tierra, dejando profundos surcos a su paso. La gente se horrorizó. Kayla y Silena se horrorizaron. Yo me horroricé y solté una advertencia a todo pulmón hacia el chico que me daba la espalda, todavía de pie, como si estuviera considerando recibir el cálido abrazo del toro.
Pero entonces, a segundos de que fuese demasiado tarde, él saltó.
Posó las manos sobre la barrera y con una limpia y ágil voltereta, cruzó el otro lado del escenario, aterrizando delante de mí, de forma suave y ligera, como si tuviera nubes bajo los pies. Un instante después, el toro se estampó crudamente contra los tablones de madera que nos separaban. Y en un intervalo de segundos, Jinete y toro parecieron compartir una mirada, es decir, supuse que el tipo le estaba devolviendo la mirada al animal puesto que seguía de espaldas y aún no podía verle el rostro.
—¡Toreros! ¡Enlácenlo antes de que cruce el otro lado! —gritó un hombre del público, y al cabo de un rato, un par de hombres empezaban a disuadir al animal a volver el tobogán de seguridad.
Cuando la gente tuvo la seguridad de que estaban a salvo, reanudaron sus gritos de alegría y felicitaciones. Todas dirigidas al jinete, que estaba justo delante de mí, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si estuviera lamentando que había acabado el peligro. Sus hombros, que se veían firmes y anchos, ataviado en una camisa a cuadros de color azul, se levantaron y cayeron pesadamente en un descorazonado suspiro.
Era alto, quizás de mi altura. Traía vaqueros, y usaba botas marrones con espuelas y chaparreras de cuero del mismo color, que dejaban una interesante y distractora abertura en su entrepierna. Un chaleco protector por encima de su camisa y unos guantes de cuero negro que se veía desgastados por el uso. Y había sido el único entre los competidores que no había usado un casco, en su lugar, lucía un sombrero vaquero sobre la cabeza, que por arte de magia definitivamente, no había caído al suelo.
—Hey... ¡Hey, tú, escúchame! —grité para hacerme oír, y descubrí que mi voz temblaba un poco—. Eso fue asombroso. Eso fue... wow... ¿cómo eres tan bueno? En serio, nunca he visto a nadie como...
Ace Chase se giró.
Fue como si el Minotauro me hubiera atropellado en ese instante. Me quedé sin aliento. Mi mente en blanco. Podía sentir como mis ojos se agrandaban un poco por el entontecimiento, mis labios quedando colgados y semiabiertos. Porque él era caóticamente atractivo. Un hombre tan guapo que instintivamente te hacía sentir inferior, como una hormiga observando a un elefante, como un hombre observando a un inmortal. Simplemente no había forma de no quedar afectado.
El pelo corto y ondulado se le pegaba en la frente y en las mejillas húmedas por el sudor. Era de un rubio más claro que el de Jason, clarísimo como la mantequilla o el color de las margaritas. Tenía pómulos altos y afilados, una mandíbula cincelada como tallada con regla; y unos ojos tan profundamente rasgados que parecían cortarte con la mirada. Su rostro era equilibradamente agraciado. Pero todo el protagonismo se lo llevaban sus ojos. Eran de un gris metalizado y brillante como el filo de un cuchillo.
Y me miraban, de forma gélida e indiferente, aburrido y distante; como si yo estuviera en la parte más lejana del público, y él, en la punta más lejana sobre el escenario, completamente fuera de mi alcance. Era un sentimiento bastante desolador. Y me pregunté distraídamente, si así era como se sentían la mayoría de los fans con respecto a sus ídolos. Tener la desconsolada certeza, de que jamás, por más que lo desearas fuertemente, podrías ser parte de sus vidas.
—Hey, Chase. ¡Buena montada! —gritó un hombre joven desde la parte de arriba. Parecía borracho y mareado—. ¿Me presentas a tu hermana? Dile a Annabeth que soy un buen tipo, ¡anda, amigo, por favor!
Ace alzó la mirada hacia él, y le dio una sonrisa despectiva.
—Ella no sale con perdedores —dijo, su voz grave y armoniosa—, mucho menos con tipos que ni siquiera saben atarse los cordones.
Los que lo escucharon se rieron con gusto. El hombre borracho soltó un hipo, y agachó la mirada hacia sus tenis, confundido, y con un profundo ceño fruncido.
Ace extendió un lado de sus labios formando una última sonrisa sarcástica, acto seguido, se estiró y finalmente, encuadró sus anchos hombros para darse un aire dominante y confiado; lo sabía, porque también lo hacía, especialmente cuando me sentía incómodo. Él me miró fugazmente antes de empezar a caminar, sus ojos aún apagados por el desinterés. Sin embargo, al pasar cerca de Silena y Kayla, su actitud cambió drásticamente, pasando de ser el señor frío veo a todos con aburrimiento a, el señor de sangre caliente, tan seductor y viril que podría montar hasta a cinco mujeres ninfómanas a la vez.
—Señoritas... —saludó con tono coqueto, y luego de enviar una ardiente mirada a Silena, casi desnudándola con los ojos, y causando en Silena un mini infarto, Ace Chase, finalmente se marchó, con un paso galante que se robó más de un suspiro femenino.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que Silena volvió a hablarme, después de chillar un par de veces con Kayla, y recordar mi existencia.
—¿Y bien? —me preguntó— ¿Te gustó?
Nada se comparaba a la adrenalina de estar en un concierto. Nunca había encontrado algo que se asemejara un poco siquiera. El palpitar de mi corazón. La sudoración en mis manos. El ruido sordo en mis oídos como si estuviera sumergido a varios metros bajo el mar. La vibración en mis venas... Y sin embargo, no obstante, estaba aquí, en mi pecho, el exquisito y puro júbilo... cuando esos ojos se encontraron concentrados únicamente en... mí.
Y lo escuché, por primera vez, como una guitarra que no había sido usada por años, a mi corazón haciendo un montón de ruido gracias a él.
Sentí un escalofrío. Y era por el shock o...
Ay no. Jason Grace... no me digas que... Mierda.
Estoy muerta.
Una palabra más y vomitaré.
Espero les haya gustado, y espero realmente que comenten o me voy a matar porque casi me maté escribiendo esto jajajaj. *llora mientras se ríe*
¿Qué les pareció Ace Chase? ¿Creen que será un obstáculo?
¿Les gustaría leer la escena de la habitación desde la perspectiva de Jason? Desde su perspectiva si sería super sukulento, con Percy no tanto puesto que... ya saben. PEro con Jason, jajajaj ese nos daría grandes detalles sukulentos. Ustedes dirán.
Nos vemos en sol. O en exclusivo.
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