22🔥 Soy jodidamente afortunado.
Estaba colosalmente enamorado. Otra vez.
Lo sé, acababa de conocer a la sexy profesora de Kinder, Calipso Belladona, alias mujer más candente que el sol de Texas y todos los tacos con chile del mundo. Pero bueno. Siempre fue así para mí, ¿ok? Conocía a una chica super hermosa, hablábamos, reíamos; ella empezaba a halagar mi obvia y brillante persona, y entonces, caía completamente a sus pies, como Faeton luego de recibir un rayo de Zeus por quemar la mitad de África. Solo que, en mi caso, recibía algo así como una bomba atómica de amor instantáneo que me convertía en un grandísimo idiota. Más de lo que ya era.
Me encontraba sentado en el salón de preescolar, con mi trasero saliéndose por los bordes de una pequeña sillita y manteniendo las rodillas flexionadas a la altura de mi pecho, para caber frente a otra pequeñita mesa en donde una niña de seis años, con un juego de tazas de My Little Pony, me servía de forma glamorosa un poco de té. Debía destacar también, que estaba utilizando un refinado sombrero de copa hecho de goma eva en la cabeza, y unos lentes en forma de estrella, que en mi opinión, no combinaba nada con el sombrero.
A mi izquierda, sentada en una silla igual de pequeña que la mía, se encontraba Calipso, con las piernas entrecruzadas sobre la mesa y una taza con pegatina al frente del libresco unicornio Twilight Sparkle en una mano y el dedo meñique levantado elegantemente. También tenía un tutú rosa alrededor de su cintura, y un chal de abuelita color amarillo sobre los hombros que a ella le quedaba de maravilla. Una de sus alumnitas le había decorado el cabello color canela, con horquillas en forma de florecitas, y una tiara de princesa, haciéndola ver tan bellísima, que me hizo doler un poco el corazón.
No podía dejar de echarle miraditas de reojo, y cada vez que lo hacía, me parecía más hermosa que la vez anterior. Me sentía como en un bucle, del cual ni quería salir. Ella era totalmente consciente de que la miraba, por supuesto, la mitad del tiempo fingía que no se daba cuenta, la otra mitad, me sostenía la mirada, con un aire coqueto que me hacía temblar hasta el último huesito del dedo gordo del pie, y luego, sonreía; de forma lenta, y suave, como una llama empezando a arder, hasta convertirse en un fuego voraz que me calentaba las mejillas.
Ella era poderosa, la mujer más peligrosa que había conocido hasta ahora. Podía tocar mi corazón, y crear un alboroto con él, de la misma forma que yo lo hacía tocando los tambores de mi batería.
"Pum. Pum. Pum", sonaba sin cesar, como el comienzo de un nuevo ritmo para una canción que resultaría genial.
—Señor, Zuzunaga, ¿quiere otra taza de té? —me preguntó, July, una de las alumnas de Calipso. Sus compañeritas formaban una fila horizontal en el suelo, mirando hacia mí, con expresiones embelesadas como si fuera un Percy, o un Jason, en lugar de un Leo. Los niños estaban jugando con sus cochecitos o espadas de plástico al fondo del salón, fingiendo que se decapitaban y se acuchillaban los unos a los otros. Ya saben, cosas de niños.
Ah, ¿y qué por qué me llamaba "Señor Zuzunaga"? No lo sabía, pero Calipso compartía mi extravagante apellido como si fuéramos esposos, así que estaba bien llevándolo mientras dejaba fluir mi imaginación, hacia escenarios de luna de miel que no debería formular frente a una niña de seis años. Me llamé a mi mismo enfermo, y me obligué a destruir mi fantasía como la hermana Fredesvinda lo había hecho conmigo, cuando era un adolescente con sueños y esperanzas.
—¡Oh, claro que sí, Lady July! —asentí con solemnidad, a la par que movía un poco el ala de mi sombrero con un dedo—. Ansío probar más de su exquisito té. ¿Y esas galletitas de avena? ¡Están C magnifi!
— Es "c est magnifique" —me corrigió Calipso, en un bajo susurro a centímetros de mi oreja que envió escalofríos por mi espalda.
La calidad de su voz era igual al de una cantante soprano. No la había oído cantar aún, pero tenía buen oído para reconocer ese tipo de cosas. Sabía que no me equivocaba, podía imaginarla hechizando a un escenario completo con la melodía adecuada. Además, ¿ya dije que era bellísima? Solo llevaba un simple vestido floreado con tirantes, el cual hacía destacar sus elegantes hombros y un escote que la naturaleza le sonrió. Parecía comprado de cualquier feria de rebaja, pero ella lo lucía como una modelo exhibiendo la próxima línea de moda de Victoria 's Secret.
No sería un problema para ella alcanzar la fama en el mundo del espectáculo. Aunque no supieras cantar, si eras endiabladamente atractivo, de una u otra forma, llamabas la atención de muchos peces gordos.
—Oye, no me hagas quedar mal con mis pequeñas admiradoras —devolví, luego de un rato mientras contemplaba a July verter un poco de agua en una taza de Applejack—. Estoy disfrutando de esto, ¿sabes? De vez en cuando, un hombre también necesita ser tratado con tacto y gentileza. Sentirse apreciado. ¡Querido!
Calipso soltó una risita corta en respuesta. Su sonido era bonito, como campanitas tintineando, o el de un triángulo pequeño. Me quedé mirándola embelesado, como Mozart probablemente oyendo la primera melodía que revolucionaría todo su mundo. Ella me miró de regreso, por encima de su hombro desnudo, a través de sus largas pestañas del color de la caoba, y me regaló un guiño fugaz...
De acuerdo, no lo estaba imaginando, ¿verdad? Ella definitivamente estaba tirándome los tejos ahora mismo, pidiéndome probar algo de la carne latina de este barbecue o... Lo estaba malinterpretando todo como siempre.
Mi lado pesimista se encargó de recordarme que hace solo unos días en el restaurante, Calipso estaba maldiciendo mi promiscuo ser, por haberme metido con la mitad de las chicas de Texas en el pasado. Amenazándome con crucificarme si intentaba acercarme a menos de cinco metros de ella. No creía posible que me hubiera ganado algo de su cariño solo porque había traído un par de regalos a unos niños, ¿o sí? Además, también estaba lo de Percy—perfectos—bíceps, y jodidamente la había visto soltar estrellitas de los ojos por él. Por lo que no me hacía ilusiones creyendo que lo había superado en un día.
Porque Nico no lo podía superar, Jason no lo podía superar, todas sus exs no lo podían superar. Incluso Frank tenía toda esa admiración latente por el tipo como si fuera el héroe de un cómic. Entonces, ¿por qué sentía que me enviaba señales? ¿Acaso July había puesto algún tipo de hongo alucinógeno en sus galletitas por accidente?
—Su té, señor Zuzunaga —me dijo July, expulsándome de mi ensimismamiento.
—Gracias —murmuré distraído, alzando la taza de Applejack para darle el primer sorbo.
—No lo bebas —me advirtió Calipso, justo cuando ponía mis labios sobre el borde—. Eso es agua de Váter.
Sufrí un respingo, y el sudor frío empezó a resbalar por mi espalda. Con cuidado de que no se notara, cerré mis labios con fuerza, y fingí que me lo bebía con mucho gusto.
—Mmmm, ¡c magnifi! —exclamé tembloroso, provocando en Calipso otra pequeña carcajada. Estaba a punto de procurar hacerla reír nuevamente, cuando en eso, mi celular empezó a vibrar en mi bolsillo por una llamada entrante. Lo saqué. Una foto de Jason comiendo pizza de forma para nada sexy apareció en la pantalla, y la llevé a mi oreja, contestando—: ¿Sí? Tienes el placer de hablar con el talentosísimo Leo Valdez, ¿qué se te ofrece?
—¿Dónde estás? —exigió mi amigo metalizado, enojado e irritado.
—En tu corazón, bebé.
Jason bufó una risotada. Podía visualizarlo perfectamente al otro lado de la línea, moviendo una mano sobre su cara para frotarla con insistencia, y luego rascarse un lado de su cabeza con fuerza como siempre lo hacía cuando le decía una estupidez parecida.
—Ay, no seas baboso, Leo —volvió a reírse—. Ya, en serio, ¿qué haces?
—Haciendo cosas de huérfanos —contesté distraídamente, estudiando el olor del agua, que sospechosamente olía a agua normal. Escruté a Calipso con ojos entrecerrados, ella fingió naturalidad mirando hacia otro lado con los labios fruncidos.
—Dijiste que estarías fuera una hora. ¿Adivina qué? Ya han pasado dos —continuó Jason en tono quejumbroso—. Me urge que me devuelvas la camioneta que, yo, alquilé, con mi, dinero, para ir a ver a Archie. Así que, regresa tu desnalgado ser a casa ya mismo.
—Primero que nada, mis nalgas no serán tan gordas y vulgares como las tuyas, pero desnalgadas no están. En segundo lugar, no puedo. Imposible —sentencié, y casi pude oír los dientes de Jason rechinar—. Solo alquila otra camioneta, tacaño. O quizás no lo hagas en absoluto. ¿Cuántos años tiene Archie?
—Ehh... —balbuceó—. ¡Uy, tengo que colgar, Percy me llama!
—Escuché de Nico que ese chico podría ser menor de edad. Conoces las reglas de la banda, Jason. Nada de drogas, nada de menores de edad, y nada de hacer enfadar a Hazel.
—Solo iré a verlo para disculparme, ¿por qué todo el mundo piensa que le haré algo pervertido? —protestó mi muy indecente amigo, con mucha indignación—. Mira, egresé de la universidad de abogacía con honores. Del puto Harvard. Jamás osaría ir en contra de la ley, la moral, y las buenas costumbres. Mi dominio en mí mismo, es de acero, mi voluntad, inquebrantable, por años y años de entrenamiento con profesores diez veces más aterradores que Hazel. ¿Realmente crees que un niño de pueblo, sin experiencia, influencia, ni autoridad?, ¿logre destruir todo eso solo por su cara bonita?
Le precedió una larga pausa. Después, en una voz bajita, Jason agregó:
—No llevo condones en la billetera, ¿ok?, para evitar la tentación. No haré nada, lo prometo.
—Hmmm... en ese caso...
—Espera —me cortó Jason, y luego oí voces murmurando al otro lado, cosas como: "¿Ah? ¿En serio? ¡No! Cool". Luego volvió a hablar por el teléfono—: Vaya, realmente estás haciendo cosas de huérfanos. Percy me acaba de contar, que Nico le contó, porque Will se lo contó, que estás haciendo beneficencia en el orfanato donde vivías de niño. ¡Oww, eso es muy lindo de tu parte, Leo!
—Ese bocazas de Will... —farfullé, y me gané un pisotón por parte de Calipso debajo de la mesa—. ¡Auch!
—¿Auch? —repitió Jason confundido, sin embargo, rápidamente lo dejó pasar— Da igual. Alquilaré otra camioneta y llevaré a Percy conmigo. Por cierto, a las doce, Nico quiere que nos reunamos en el restaurante del otro día para hablar. Dijo que era algo serio, y que implicaba a Will.
Aquello me extrañó, pero no lo mencioné. Ya había pasado mucho tiempo hablando por teléfono, y Calipso empezaba a intentar oír a hurtadillas.
—De acuerdo, allí estaré. Y Jason, si no es por tu profesión, por amor a la banda, no te enrolles con ese chico.
—Sí, sí, que me embista una vaca si miento. ¡Nos vemos!
Y colgó. Volví a guardar mi celular en mi bolsillo, al mismo tiempo que contemplaba a Calipso agarrar la tetera y las tazas, y verter rápidamente todo el agua de ellas dentro de una pequeña pecera, en donde un confundido pececito dorado se encontraba nadando en círculos, probablemente preguntándose porque no le había dado comida en lugar de más líquido de extraña procedencia.
Al frente, July, ni una de sus compañeritas, se había dado cuenta de la fechoría de su profesora, ellas se habían trasladado a jugar con las muñecas, cerca de los niños que ahora se encontraban atando a otro niño con una cuerda alrededor de sus muñecas y tobillos. Calipso volvió a colocar todas las tazas en el lugar correspondiente, y acto seguido, me envió una sonrisa cómplice.
—Así que... —inició, con una expresión dulce que me dio mal Agüero—. ¿Will siempre ha sabido de la identidad del beneficiario todo este tiempo?
A partir de aquí, sabía que, para salvar de la vida de mi mejor amigo, debía ser sumamente cuidadoso con mi respuesta. Separé los labios, y justo cuando soltaría una estupidez para despistarla... La puerta de la clase se abrió, y por ella, ingresó una anciana de aspecto más vieja que la reina Isabel II de Inglaterra, sobre una chirriante silla de ruedas que la hermana Juana empujaba con mucho cuidado y celeridad.
Los alumnos al verla, automáticamente detuvieron lo que hacían, y corrieron hasta la pared del fondo para pararse delante de ella con la espalda firme, y las manos bien colocadas a cada lado de sus costados. Se convirtieron en estatuas humanas en un santiamén, sin emitir sonido alguno. Sus expresiones variaban del miedo, a la inseguridad, y al pánico; y yo, como buen huérfano veterano, supe inmediatamente quién era la única monja que podía provocar esa reacción, aún con sus ochenta y cinco años, y un pie en el Panteón.
—¡Hermana Fredesvinda! —exclamé entre dientes, a la par que me ponía en pie junto con Calipso— Qué... alegríaaa... ¡Aún no está muerta!
Sentí el codazo de Calipso en respuesta. En cuanto a la hermana Fredesvinda, la hermana Juana la había dejado justo delante de mí, y... Se veía aún más vieja de cerca. Tenía tantas arrugas que ya ni siquiera podía ver bien por la cantidad de piel suelta que le caía sobre los párpados. Su boca tenía una permanente mueca hacia abajo en forma de omega, poseía manchas por todas partes, y verrugas con pelos sobresaliendo de ellas. Era prácticamente una reliquia de la institución, y me sorprendía que no la hubieran disecado aún para conservarla dentro de una vitrina y adorarla.
Y de pronto, contra toda probabilidad de que todavía podía moverse, ella alzó un dedo tembloroso; y con la lentitud de Cronos controlando el tiempo, hizo un gesto para que me acercara.
Miré a Calipso de reojo, luego a la hermana Juana que presumía un semblante templado, digno de la estatua de un santo. Ninguna de las dos me ofreció consuelo. Solté un suspiro interno, y a continuación, eliminé los dos últimos pasos que me separaban de la hermana Fredesvinda. Entonces, aún con el dedo esquelético levantado, volvió a hacer otro gesto, esta vez, indicándome para que me agachara.
Me di unos segundos de gracia, y seguidamente, me incliné hasta colocar mi rostro delante del suyo.
—¿Alguien ya le ha dicho que es como el vino? —inicié con voz melosa—. Se pone cada año, ¡au, au, au!
¡Lo sabía! Pero simplemente acepté mi castigo con toda la hombría de la que era capaz, frente a Calipso, mientras la hermana Fredesvinda me tironeaba de la oreja con sus malditas uñas de bruja que se sentía tan filosas como las pinzas de un cangrejo.
—¡PUEDO TENER CONJUNTIVITIS, CATARATAS, Y MIOPÍA AGRAVADA LEONIDAS VALDEZ, PERO AÚN PODRÍA RECONOCER AL ESCUINCLE QUE ROMPIÓ EL CUELLO A MI NIÑITO JESÚS A LOS CINCO AÑOS!
—¡Ya le dije que eso fue un accidente mientras lo estaba limpiando, hermana! —lloriqueé, con lágrimas en los ojos por el dolor punzante que sentía en la oreja derecha— ¡Y de todos modos, lo dejé como nuevo con mucha cinta adhesiva!
—¡PATRAÑAS! Mi hermoso niñito... ¡¿Y qué es ese aliento a cerveza que sale de tu boca blasfema, Leónidas?! ¡Hermana Juana! ¿Qué hora es?
—Son casi las diez, hermana —contestó la aludida, con el mismo semblante sereno como el de una sierva de la inquisición contemplando tranquila una de las torturas del día.
—¡LAS DIEZ DE LA MAÑANA Y TÚ YA BORRACHO! NUNCA ESPERO NADA DE TI Y AÚN ASÍ ME DECEPCIONAS.
Seguidamente, solo porque debía concentrar una gran energía maligna en pellizcar mi oreja, finalmente la soltó, y de inmediato, me alejé de ella para acercarme de vuelta a Calipso, con una mano sobando mi pobre orejita.
Atrapado en los recuerdos del pasado, me encontré de improviso, reclamándole en español:
—Ah, no mames pinche vieja, ¡que ya tengo veintisiete años! Y tengo un trabajo, prestigio, clase. ¿Cuándo vas a tratarme con el mero respeto que merezco?
—Tú eres el que debería mostrar más respeto, muchacho, por la mujer que se encargó de tu educación —espetó la hermana Juana, tan arisca como siempre—. Y después de todo, muchas de sus canas fueron producto de tus travesuras. ¡Si no fuera por ella, hubieras acabado como un vago!
—Un gusto también saludarte, hermana Juana —murmuré, seguidamente, devolví mi atención hacia la persona que se esforzaba por respirar delante de mí— Ya en serio, ¿un poco de amor para tu niño querido antes de que la palmes?
—Que amor ni que nada, ¿y de qué trabajo estás hablando? Gruñir y golpear tambores como un cavernícola no es un trabajo, ¡mucho menos cantar!, no sé que son todos esos ruidos que haces en el escenario, ¡solo hacen más que subirme la presión! ¿Prestigio? —Golpeó el apoyabrazos de su silla, y me apuntó con un dedo discriminador—. ¡Solo tienes a un montón de sanguijuelas que buscan llevarte a la perdición, ese tipo de prestigio no sirve para nada!
—En eso tiene un punto. —Me susurró Calipso, poniendo la mano sobre los labios para ocultar una sonrisita.
—Y en cuanto a la clase, ¡JA, JA, JA! —Su risa se detuvo con una tos, pero apenas recuperó el aliento, siguió despotricando como si fuera su última voluntad—. ¡Mira cómo estás vestido! Pareces más un niño sin padres ahora que antes. ¿Y qué son esos tatuajes satánicos que profanan tu piel? Cuántas veces te he dicho. Levítico 19:28, "No se hagan heridas en el cuerpo por causa de los muertos..."
—"...ni tatuajes en la piel" —repetí al mismo tiempo que ella, para luego rodar los ojos con cansancio—. Estoy seguro que Diosito entenderá que necesitaba verme genial, hermana. Y no son satánicos.
—¡Son llamas! ¡Y las llamas representan el fuego del infierno! ¡Del diablo! ¡Pequeño diablillo, Valdez!
—Se nota que tiene los pulmones en muy buen estado —mascullé, y en eso, la hermana Irene ingresó por la puerta, con la brillante sonrisa de alguien que acababa de recibir una cuantiosa suma de dinero. Me alegré de inmediato—. ¡Ah, hola de vuelta hermana Irene! ¡Cuanto la he extrañado!
Ella me contestó con una sonrisa sarcástica.
—Veo que la hermana Fredesvinda, decidió venir a saludarte personalmente —me dijo, adoptando un tinte cálido en la voz.
Antes de que pudiera decir algo, la aludida volvió a vociferar:
—¡Para nada! Solo estaba de pasada por los pasillos cuando reconocí la voz de este mequetrefe. ¡Y ahora que he comprobado el estado lamentable en el que se encuentra todavía, puedo largarme ya mismo! ¡Hermana Juana!
—Sí, hermana Fredesvinda —respondió su sierva, y ya enseguida, la estaba empujando de vuelta en su silla de ruedas hacia la salida.
A medida que se iba, la hermana Fredesvinda me gritaba:
—¡Por cierto! ¿VEINTISIETE AÑOS Y AÚN NO HAS SENTADO CABEZA? ES VERGONZOSO. ¡CONSIGUE YA ESPOSA Y DEJA DE PERDER EL TIEMPO CON MUJERES DEL PECADO! BUSCA UNA VERDADERA MUJER, Y HAZ YA UNA BENDITA FAMILIA, VALDEZ. ¡Y COMIENZA UNA VERDADERA VIDA DECENTE LEJOS DE TANTA LUJURIA Y DECADENCIA!
Eso fue lo último que logré identificar antes de que se alejara demasiado por los pasillos. El resto, fue un conjunto de gruñidos y balbuceos que no sentí el deseo de descifrar. Los niños al fondo dejaron de estar tensos, soltaron suspiros de alivio y ovaciones de alegría, y después, volvieron a sus andanzas, colocando cinta adhesiva al niño atado que habían escondido debajo de la mesa. Delante de mí, la hermana Irene amplió aún más su sonrisa.
—Está muy feliz de verte.
—¿Quién? ¡¿La vieja Fredesvinda?! Auch —había recibido otro pisotón de Calipso.
Le saqué la lengua afuera, y ella zarandeó su dedo delante de mi cara con un ademán reprensivo. Luego estiró un rizo de mi cabeza, con fuerza, y yo se lo devolví estirando un mechón de su flequillo. Parecíamos dos niños idiotas tratando de ganar al otro.
—Y ustedes parecen llevarse bastante bien ahora —agregó la hermana Irene, sonando un extraño matiz complacido en su voz—. Me alegro mucho por ambos.
Calipso y yo nos giramos hacia ella al instante, casi se me había olvidado que ella estaba allí parada. Sus ojos tenían un brillo travieso mientras contemplaba a Calipso, quien avergonzada por alguna razón que ignoraba, agachó la mirada con un repentino sonrojo casi imperceptible sobre sus pómulos.
Me la quedé mirando atontado, preguntándome por qué mi corazón de repente empezó a bombear con más fuerza. ¿Hacía calor? Sentía mucho calor. ¡Me sudaban las nalgas!
La hermana Irene soltó una risita cómplice, como si viera cosas que yo no podía con sus poderes de monja y la iluminación del señor. Quería llevarla al otro lado del salón para interrogarla, pero había niños presentes, y presentía que necesitaría usar mi habilidad persuasiva con ella que era... ¡No es nada depravado por Jesús Bendito! ¿Qué demonios piensan? Bañénse en agua santificada urgentemente, en serio.
—Sobre lo anterior, es más que obvio que a la hermana Fredesvinda le complace en sobremanera tenerte aquí, Leo —siguió hablando la hermana, expulsándome de mi abstracción—. Rejuvenece unos diez años más, cada vez que te encuentra. Te adora.
—Oh sí, acabo de sentir su colosal admiración —dije con sarcasmo, llevándome una mano a la oreja pellizcada a la vez.
—Sabes que la Hermana Fredesvinda es de otra época, Leo. De una en donde debías ser fuerte y aplacar la sensibilidad de tu corazón, o ser destruida y avasallada por hombres machistas que buscaban controlar siempre a la mujer —sonrió suavemente—. Ella te quiere, simplemente no sabe cómo exteriorizar esos sentimientos sin parecer débil.
Sintiendo mi corazón estrujado y sobrecogido, aparté la mirada, y la coloqué sobre la única niña que se encontraba sola y apartada de sus demás compañeras. Tenía el cabello castaño lleno de rizos, y sus ojos eran grandes y verdes, repletos de tristeza e inseguridad. Parecía no encajar con el resto, pero aún así, no dejaba de intentar incluirse en el grupo, para terminar ser ignorada o empujada hacia atrás.
Mi corazón dolió aún más al contemplar aquello, mientras la voz de la hermana Irene parecía llegar hasta mí, desde un lugar muy lejano.
—Y también está preocupada por ti, Leo —decía— tienes veintisiete años, y solo te he visto jugar con diferentes muchachitas famosas cada mes. No es necesario que te cases y tengas hijos, pero deberías plantearte en conseguir algo estable.
Luego trasladó sus insinuantes ojos sobre Calipso, quien enrojeció aún más de golpe. Y yo finalmente lo comprendí. ¡Vaya! Bueno, tal vez no "algo estable", pero definitivamente me gustaría tener algo con la sexy profesora de Preescolar, si tan solo a ella pudiera atraerla con un milagro de los cielos. Que estoy seguro no ocurriría, porque no era precisamente el favorito de Dios desde que rompí por accidente la estatua de su único hijo.
—Me lo pensaré —me limité a contestar, y dejé el sombrero de goma eva sobre la mesa que había olvidado aún tenía en la cabeza.
—Eres un buen chico, no sería difícil para ti —continuó la hermana, y luego se dirigió hacia Calipso—. Señorita Belladona, ¿sabía que nuestro benefactor posee múltiples habilidades manuales?
Ella y yo nos miramos, y sí, ambos lo malpensamos. Balanceé mis cejas con coquetería y ella me dio un codazo, aunque sonriendo divertida.
—Siempre arreglaba las tuberías de los baños, las tuberías de la cocina o de los bebedores. Inventó un mecanismo para sacar el agua del pozo con más facilidad. Construyó sillas sacando madera de los bosques —La hermana había empezado a enumerar con los dedos, y esta vez, sentí que era yo quien enrojecía—. También hizo muchas camas para los niños. ¡Siempre tuvo un corazón muy solidario! Cuando apenas aprendió a leer, inmediatamente empezó a leer los libros de construcción. Al poco tiempo, ningún niño volvió a dormir en el suelo.
—Ah, sí, hacía esas cosas... —forcé una risa que sonó rara—. Oh bueno, hablemos de mi gran habilidad para la batería...
—Solo tenía nueve años, pero ayudó más que ningún político, alcalde o disque hombre rico del pueblo —continuó la hermana, como si jamás hubiera hablado. Y de pronto, tomó las manos de Calipso entre las suyas, y con emoción, siguió hablando—: También empezó a criar gallinas, y los huevos lo utilizábamos para el desayuno. ¡Oh, también construyó una mesa para la capilla! ¡Podrá decir que no es para nada religioso, pero lo primero que hizo Leo, fue una hermosa cruz de madera barnizada con mucho detallismo!
—¿La que es de tamaño adulto? —inquirió Calipso, en tono asombrado.
—Sí, sí. —Movió sus manos de arriba y abajo— ¡También hizo muchos platos y vasos!
Calipso soltó un largo "Ohhh" de admiración, y yo sentí ganas de ocultarme dentro de una piedra. ¡No, no, no! Odiaba con todo mi ser cuando halagaban mi supuesto corazón noble, solo lo había hecho porque me molestaba ver a los otros sufrir en tales precarias situaciones. Simplemente no era lo que merecían, todos deberían haber tenido camas, agua disponible, y baños limpios como los demás niños ricos del pueblo, o como solo un niño normal.
¿Por qué al ser huérfanos debíamos contentarnos con la basura que nos tiraban?
¿Por qué incluso en los actos de beneficencia donde debían ayudarnos? Las personas sólo terminaban tirando sus deshechos, ropa agujereada, vasos rotos, una silla con clavos que deslichaban o destruían aún más los pantalones de segunda mano que podíamos permitirnos. El arroz era viejo, la leche vencida, el agua contaminada que terminaba dándote dolor de estómago por una semana. Un niño murió incluso por eso... Fue después de eso que estudié para encontrar una forma de cavar un pozo, y conseguir agua por nuestra cuenta.
Era como si al ser huérfanos, no fuéramos personas. No se nos consideraba como tal. Y aún así, debíamos agradecer sus sobras, debíamos sonreír por su ropa rota, sus camas con resortes que te abrían la piel y te dejaban cicatrices. Los fideos eran viejos, el pan tenía moho. Todo lo que ellos daban en beneficiencia, era basura, para la basura. Era como si hubieran querido matarnos, eliminarnos, después de todo, nosotros éramos aquella mancha del pueblo.
Pobrecitos los del pueblo, vivían estresados por nuestra presencia... éramos... la basurita del ojo que no podían deshacerse... De esos ojos que no dejaban de mirarnos con desprecio y asco...
—Leo... —sentí la mano de Calipso agarrar la mía, y de golpe, regresé a la realidad. No sabía que estaba conteniendo el aliento hasta que mis pulmones se llenaron de aire, y luego lo dejé salir en una larga exhalación. Delante de mí, la hermana Irene me observó con preocupación, por lo que desvíe mi atención en Calipso. Ella sonrió con ternura, y le dio un apretón a mis dedos—. En verdad —comenzó, con la voz más cálida que la había oído usar conmigo— te he juzgado de forma abismalmente errónea.
Entonces, me permití contemplarla abiertamente, al descubrirla con las defensas completamente bajas a mi lado. Sus ojos castaños brillaban como el barniz, y poseían líneas como la corteza, con puntos más claros y verdes aquí y allá. Luego, sin que fuera exactamente consciente de ello, mi mirada había descendido hasta sus labios, que eran finos, y brillantes, con el suave color de una frutilla.
No sabía que estaba ocurriendo entre los dos, o de dónde salía la energía cinética entre ambos. Pero no quería que se detuviera, por ningún motivo.
Abrí los labios, y cuando estuve por decir algo, la campanilla sonó; dando el aviso de que finalmente la clase había acabado. En ese mismo instante, observé a los alumnos salir como una manada de avestruces por la puerta delantera, empujándose los unos a los otros, hasta que ningún niño quedó dentro del salón. Ni siquiera el que había estado atado, quien salió a base de brincos hacia la libertad.
—Ya son las diez —señaló la hermana Irene, captando mi atención, y la de Calipso. (Quería preguntarle si también había olvidado de su presencia)—. Debo ir a ayudar a la hermana Laura en la cocina, hoy haremos un delicioso estofado de gallina. ¿Te quedas a comer, Leo?
—Ah... —estaba a punto de aceptar, cuando recordé la molesta voz de Jason diciéndome que Nico había declarado una reunión importante a las doce. Más le valía que lo fuera—. Lo siento, en serio. Pero tengo que hacer algo en otro lado ahora.
La hermana Irene me dio una mirada afligida, pero no insistió.
—Está bien —luego agachó la mirada, y fue ahí que me di cuenta que Calipso seguía agarrada a mi mano. Ella pestañeó rápidamente, y avergonzada, la quitó. Sentí el vacío de inmediato—. Por cierto, hay un sobre en mi oficina para ti, Leo —agregó la hermana, sonriendo con suspicacia—. Con la llamada de Servicios Sociales interrumpiendo nuestra reunión, olvidé dártela.
—Ah, lo recogeré de camino.
—Excelente —luego se dirigió hacia Calipso— ¿me ayudarás en la cocina? Sabes que a la hermana Laura también le gusta tu compañía.
—Voy enseguida —contestó ella, quitándose el chal de los hombros, para seguidamente, colocarla sobre mi cabeza.
—Oye... —empecé, pero mi voz enmudeció cuando percibí el dulce aroma de su perfume que había quedado impregnado en la tela. Olía como a flores silvestres, y manzanas.
Al cabo de un rato, cuando entendí que podría hacerme adicto a su perfume como otras estrellas de Rock con la cocaína: Me lo saqué de la cabeza. Y hacerlo, me di cuenta de que la Hermana Irene se había marchado en silencio, y que me había dejado a solas con Calipso. Ésta seguía de pie a mi lado, ahora con los brazos detrás de la espalda, agarrándose el codo con una mano. Acto que, hizo arquear su bonita espalda, y sacar sus pechos hacia adelante.
No podía dejar de verlos, simplemente toda mi atención estaba allí, en el atractivo hueco entre sus senos, y el sensual borde de su sostén que se entrevía un poco.
Malditos ojos de chico sin voluntad.
—Supongo que este es el adiós —solté, esforzándome por no balbucear, mientras dejaba el chal sobre la mesa junto con las tazas vacías, el sombrero y los lentes en forma de estrella—. Fue un gusto no—beber té de váter contigo, la próxima vez, podríamos probar con un té negro o algo así.
—¿Sabes cuánto cuestan esas cosas? —Inquirió Calipso, a medida que salíamos de la clase y empezábamos a caminar por el pasillo. Asumí que estaba acompañándome hasta la oficina de la hermana. Y ese hecho, me llenó de calidez en el pecho—. Nah, mejor que sigan usando agua de extraña procedencia. Siendo totalmente sincera contigo, en realidad, no sé si es del váter. Tal vez es agua de canilla, o la misma agua de la pecera.
Formé una mueca asqueada.
—Bueno, gracias por evitarme la intoxicación —dije, quitándole una de las horquillas para ponerlas en mi pelo. Luego sonreí—. A pesar de ser feo, insufrible, y un asqueroso mujeriego que odias con todo tu ser.
—Eres insufrible, y un asqueroso mujeriego que odio porque le rompiste el corazón a varias de mis amigas —murmuró Calipso. Había estado con la mirada perdida al frente, pero cuando pronunció sus siguientes palabras, lo hizo viéndome tan fijamente, que pensé explotaría allí mismo por la emoción—. Pero yo jamás dije que fueras feo.
Si la hubiera escuchado por teléfono, si estuviera solo en casa, dentro de mi habitación; estaba jodidamente seguro de que habría estado rebotando por las paredes, y gritando como Hazel Levesque en su sesión de depilación brasileña. Excepto que, con muchísima más felicidad. Pero con la misma cara roja cuál botón de peligro.
No era feo.
No importaba que no fuera el hombre más atractivo que ella había conocido en su vida, o era más o tan guapo como Percy. El punto era que había dicho que no era feo. Y yo podía vivir totalmente satisfecho con esa declaración por los próximos treinta años, o por la próxima crisis existencial. La cosa está, en que no era feo. Y de repente, me sentí tan atractivo como diez Jasons y tres Nicos juntos.
Es decir, yo era un puto dios. Y como tal, había accedido a un tipo de dimensión celestial, tan profunda, que no me di cuenta que acababa de cruzar la oficina de la hermana Irene, hasta que Calipso, llamándome como si estuviera dentro de un túnel, me apuntó la puerta delante de ella. Inmediatamente, volví sobre mis pasos, y aún con la cabeza en otra parte, abrí la puerta para ingresar por ella.
Adentro, había una ventanilla del tamaño de una caja de zapatos arriba, por el cual nadie podría echar un vistazo pero servía de ventilación. Había estantes llenos de papeles a la derecha, cajas llenas de archivos de los niños adoptados y no adoptados que al cumplir los dieciocho años, incursionaron en completa soledad, hacia el cruel mundo de los adultos. A la izquierda, había más estantes con portarretratos, más estatuillas de Santos, y trofeos de algunos talentosos que compitieron en ferias.
—Deberías apagar el ventilador —le dije a Calipso, apuntando el aparato que seguía girando y funcionando en una esquina. Mi sonrisa adoptó un tinte juguetón—. No querrás que el pequeño incidente de la falda levantada, se vuelva a repetir, ¿o sí?
Ella me alzó una ceja desafiante.
—De todos modos, no sería nada nuevo para ti. Me refiero, ¿a cuántas mujeres en calzones ya has visto?
—Nunca es lo mismo —contesté de inmediato, mientras caminaba hasta la mesa para coger el único sobre que estaba allí—. Cada mujer es diferente, única, irrepetible; como un piano no es lo mismo que una guitarra, ni luce lo mismo que una flauta, ni se oye igual que un tambor. Todas tienen su peculiaridad, su propia melodía, y yo soy un músico nato, al que le encanta ejecutar todas, hasta descubrir el último maravilloso sonido —entonces me reí—. Lo que es una forma bonita de confesar que, sí, soy un mujeriego, porque me encantan las mujeres, todas son geniales.
Viré mi cabeza. A mi izquierda, encontré a Calipso de pie, tan cerca que su hombro casi tocaba mi antebrazo. Pero no me miraba, sino que mantenía los ojos pensativos, en el sobre que sujetaba en mis manos.
—Lindo —fue todo lo que dijo, y entonces me miró, y me asusté, en verdad me asusté, porque parecía querer decirme algo, y no creía que fuera: "¿Te gusta el estofado de gallina?"
No sé por qué pensé en el estofado de gallina, tampoco sé por qué este lugar hace estofado de gallina. ¿Quién inventó el estofado de gallina? No lo sé, ¿a quién le importa?, porque ella me estaba mirando como si yo fuera el mejor estofado de gallina que se había encontrado y quería devorar hasta la última gota.
Y tuve miedo.
No me juzguen. Pero mi primera reacción consistió en sonreír como un idiota, y luego alejarme de ella, hasta quedarme delante de la puerta, y pararme allí como un impresionante imbécil.
—Pues, es todo, ¿nos vamos? —pregunté con voz aguda, que tuve que carraspear para arreglar—. ¿Qué es lo que quería darme la hermana Irene? ¿Lo sabes?
Estaba en modo automático, aunque modo bobo me definía mejor. Empecé a abrir el sobre, y de su interior saqué una fotografía que me hizo volver a colocar los pies sobre la tierra de golpe. En ella estaba yo, con doce años. Tenía la piel sucia, y más bronceada por mis largas caminatas por los campos bajo el sol. Mi ropa era holgada, y se veía viejísima. Y a mi lado, estaba la hermana Fredesvinda con muchos años menos, de pie a mi lado, con una mano sobre mi hombro como para controlar el mini maremoto que era, y la otra, sujetando la famosa regla "enderezadora".
Sentí que un nudo se formaba en mi pecho, y luego se trasladaba a mi garganta. Era una bonita fotografía, y a pesar de que habían sido los años más difíciles de mi vida, una sensación de nostalgia y anhelo me inundaron, de volver a aquellos días donde dormir sobre una cama se consideraba toda una victoria.
—Siempre que recuerdo estos tiempos... una extraña sensación de irrealidad me embarga —le dije a Calipso, con la voz ronca—. No entiendo cómo el marginado de esta foto pudo acabar donde estoy ahora. Realmente soy un maldito afortunado.
Miré a Calipso, y el sobre y la foto de mis manos se cayeron, cuando la hallé semidesnuda delante del escritorio.
Allí estaba, la sexy profesora de preescolar Calipso Belladona, alias, mujer más candente de todo el estado de Texas, y más que los tacos con Chile; solo en ropa interior y el vestido floreado arremolinado alrededor de sus pies. Se me cayó la mandíbula hasta el pecho. Y me inundaron un montón de dudas que empezaron a explotar delante de mis ojos como burbujas de jabón.
¿Por qué estaba en calzones? ¿Por qué se veía mejor que el estofado de gallina? ¿Cómo ese pequeño vestidito podía ocultar tanta sensualidad en sus indignas telas?, ¿y cómo iba a ocultar la erección en mi pantalón?
—¿Pensarías que soy una puta si te digo que quiero acostarme contigo ahora mismo porque creo que eres sexy? —preguntó Calipso, en tono serio, y las mejillas rojas.
Yo empecé a hablar en imbecilñol:
—Eh... ah... yo... te diría que, no, para nada. Por supuesto que no. Eres una mujer muy, muy, muuuuy hermosa, y te respeto... O sea, wow, te respeto mucho, jamás pensaría que eres una puta, porque las mujeres tienen el derecho a disfrutar plenamente de su sexualidad con quienes les plazca y... ah, sería, un eh, gran, gran honor yo poder, estar. Ahí. Cuando, tú ahora, es decir, ahora...
—Ven aquí —susurró Calipso, sonriendo provocativamente— y cierra bien la puerta.
—Sí, señora —asentí varias veces, y cuando lo hice, me tambaleé hacia Calipso como un borracho. Quería tocarla, pero me quedé quieto, mientras seguía balbuceando—: Que quede claro que no pienso que seas una puta, ¿y quién carajos invento esa fea palabra? Debió ser un pendejo...
Entonces, de improviso, como el primer choque de platillos, el primer golpeteo de tambores, para comenzar el ritmo que lo crearía todo, y que lo encendería todo: Calipso me besó. Sus manos atraparon mis mejillas, y me besó con el frenesí de un incendio descontrolado, quemando cada terminación nerviosa, sobrecalentando mi sangre, y abrazando mis huesos hasta hacerme sentir como una papilla caliente.
Agarré el trasero de Calipso sin pensar, y la alcé para hacerla sentar sobre el escritorio. Afortunadamente, ella no se molestó por eso, de hecho, abrió sus muslos gustosa, y me jaló del cuello para que eliminara la distancia. Apenas lo hice, juntando mi entrepierna con la suya, lo cual me hizo soltar un gruñido de satisfacción, ella inmediatamente rodeó mis caderas con sus piernas, y nos unió aún más, hasta que ya no hubo ningún espacio que extinguir.
Excepto que pronto tuvimos que separarnos de nuevo, solo en la parte superior, para que Calipso pudiera quitarme la camiseta, y dejarla en el suelo, junto con su vestido. Ella se quedó mirando mi tórax y mi abdomen por unos segundos que me parecieron eternos. Yo sabía que no era tan musculoso como Jason o Percy, aún así, ya no era tan delgado como el Leo del orfanato que apenas tenía qué comer. Había acumulado masa corporal, y cuando me veía en el espejo, me sentía satisfecho de mí mismo.
De todos modos, estaba inquieto sobre lo que Calipso podría pensar de mí. Temía que, al verme ahora, se arrepintiera y me mandara a volar por la puerta. Y si eso sucedía, en serio, no sabía cómo iba a recuperarme de eso después. Sin embargo, como si una luz hubiera descendido de los cielos (lo cual la cegó), ella me miró maravillada:
—Definitivamente no eres feo —dijo, posando las manos sobre mis pectorales a la vez.
Jadeé con fuerza, sentí unas inmensas ganas de llorar de repente, de abrazarla y besarle todo el rostro; pero en su lugar, volví a afianzarse de sus labios, para memorizar el sabor y el tacto de ellos contra los míos. Las manos de Calipso se movieron de mis pectorales hasta mis hombros, luego descendieron hasta mis brazos, y volvieron a subir hasta enredar los dedos en mi pelo. Acaricié su espalda con las mías, con la palma bien abiertas, y las uñas pasando ligeramente por sus omóplatos.
Ella movió sus caderas contra las mías, y mi pantalón se volvió sumamente incómodo, e innecesario. Quise quitarlas cuanto antes, pero tendría que dejarla de tocar, y por ahora, ese era un placer que no estaba preparado en abandonar, no cuando se me había permitido gozarlo tan recientemente. Calipso me abrazó más fuerte, presionando sus codos sobre mis hombros, e inclinando su rostro para profundizar aún más el beso.
—Esto es tan apresurado, tan loco, y... —susurró mi sexy profesora entre besos fogosos, sin dejar de contornearse contra mí— pero me está gustando cómo se desarrolla...
Sonreí, y dejé los deliciosos labios de Calipso para besar su cuello. Mi lengua se centró en el punto donde su pulso se disparaba enloquecido, mientras mis dedos se encargaban de quitarle el sostén, y tirarlo a un lado de los estantes, sin ningún cuidado. Calipso ladeó aún más su cuello, y gimió de forma maravillosa y melodiosa, cuando una de mis manos cubrió completamente uno de sus pechos, y empecé a masajearlos con cuidado, con lentos círculos hacia arriba. Ella gimió otra vez, y cuando buscó mi boca, la encontré a medio camino, y rocé mi lengua con la suya, a medida que mi otra mano, se encargaba del pobre pecho olvidado.
Ambos claramente merecían la misma atención, así que mientras besaba su oreja, agarré los dos pezones entre la punta de mis dedos, para al mismo tiempo, comenzar a pellizcarlos con suavidad.
Su reacción fue al instante: Calipso soltó un gritito agudo, lo cual la sorprendió, puesto que la vi abrir sus ojos desmesuradamente, y taparse los labios con una mano. Me reí entre dientes, ella me miró indignada por un microsegundo, luego todo había quedado olvidado, entre el humo de placer que había ingresado, provocada por mis dedos índice y pulgares, que con gusto, disfrutaban también, de generarle placer y a la vez, dármelo a mí.
Las manos de Calipso volvieron a acariciar mis brazos, y los tatuajes de llamas, parecieron cobrar vida y calor bajo su tacto.
Hacía las cosas lentas, no quería apresurarme. Quería que fuera inolvidable para ambos, así que pausadamente, empecé a descender de su cuello, hasta su clavícula, luego besé sus atractivos y elegantes hombros, hasta que, me encontré cara a cara con uno de sus pechos. Allí, miré a Calipso una sola vez, dejé que viera el deseo en mis ojos, y luego, empujándola un poco contra la mesa, engullí uno de sus pezones dentro de mi boca, para empezar a acariciarlos con mi lengua, en lentos círculos, y breves succiones, que me recompensaron con gemidos.
Estaba yo ahí, dándome el festín de la vida, cuando por azar alcé mis ojos, y me encontré con la estatuilla de Jesús mirándome fijamente.
—Espera, espera —me detuve de inmediato, por lo que Calipso soltó una queja sonora—. Lo siento, no puedo hacerlo con Jesús observándome... es... solo no se siente correcto, ¿okay? Ya, ya, lo resolveré.
Acto seguido, agarré a nuestro señor Jesús, y con mucho cuidado y pidiendo perdón miles de veces por tocarlo con mis manos impuras, lo coloqué suavemente dentro de uno de los cajones del escritorio. Antes de cerrar la caja, le di unas palmaditas cariñosas en la cabeza. También reflexioné sobre darle un beso como señal de respeto. Pero recordé que mis labios habían estado sobre los pechos de Calipso hace solo unos segundos y no me pareció para nada adecuado. (A pesar de que sus pechos me parecían muy celestiales).
Volví a soltar una plegaria para que no me castigara, y luego pedí perdón otras siete veces.
—Lo siento, lo siento, lo siento, te volveré a sacar de allí cuando acabe, ¿sí? Te quiero mucho. No te me ofendas. Lo siento —cerrado el cajón, volví a mirar a Calipso, quien también me contemplaba con ojos bien abiertos llenos de sorpresa—. Ya. Podemos continuar.
Entonces, Calipso me sonrió, la misma sonrisa diabólicamente seductora que Eva debió dársela a Adán para convencerlo de morder la manzana. Y mientras me agachaba para volver a besarla, pensé distraídamente, que era gracioso que ella también oliera a manzanas.
Espero que les haya gustado el capítulo de amor heterosexual, siempre es bueno refrescarse un poco de tantas homosexualidades, xdxd.
Pueden comentar sobre qué les pareció el capítulo, o bien, solo irse cual ladrones desvergonzados luego de robarse mis posesiones :c
Los quiero mucho, y nos vemos en exclusivo, y en cuanto a sol... luego les hablaré de eso, les tengo una sorpresa respecto a esa historia. ¡Nos vemos!
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