21⚡ Recuerda, en la cárcel no hay pizza.

—Perdón, pero debo volver a preguntar —comenzó Percy, claramente ansioso—. ¿Estás seguro que este chico es completamente legal según el estado de Texas? Porque hombre, ¿sabes que esto nos meterá en problemas, verdad? ¿Y qué pasa si te descubren? Te llevarán a la cárcel, y tú eres nuestro abogado, ¿cómo te sacarás a ti mismo de la cárcel? ¡Sería nuestra ruina! La ruina de Leo, la ruina de Nico, la de Frank y también la ruina de mi perra la Señorita O'leary, ¿sabías que solo come pedigree? ¿Sabes cómo lo costeo? Déjame decirte cómo no podré costearlo, ¡con mi carrera arruinada y el segundo mejor guitarrista de su generación en la cárcel porque no pudo mantener su pene lejos de nalgas ilegales de un chico ilegal.

Detuve la camioneta de Leo en el estacionamiento, delante de un local de aspecto viejo pero bien cuidado, con la pintura ligeramente apagada por el polvo típico que arrastraba el caluroso viento de Texas. Instrumentos de todas las clases; de percusiones, viento y cuerdas, se exhibían detrás de las vitrinas de vidrio expuestas para los pueblerinos que pasaban cerca. Era la última tienda de una calle estrecha que se unía a otro camino de tierra, aún más angosto y largo que parecía no tener fin, mientras que en los alrededores, solo se veía extensos campos verdes en donde tranquilas vacas lecheras pastaban acompañadas de sus terneras.

Era un bonito lugar para vivir, contemplé la idea. Pacífico aunque caluroso, pero nada que un buen aire acondicionado y una cerveza bien fría no pudiera remediar. De todos modos, no estaba aquí para instalarme como una vieja estrella de rock retirada, sino que estaba en búsqueda de conseguir nuevamente uno de esos jubilosos y exultantes buenos ratos que... ¡No! No, no, recuerda Jason, ¡estás aquí para disculparte con el pequeño Archie! No para intentar profanarlo otra vez.

Aunque, sí él se deja...

¡No, no, no! ¡Basta! Percy tenía razón, no podía pensar con la segunda cabeza que me colgaba entre las piernas. Archie había sido tan buen chico, tan malditamente cautivado por mí, por su ídolo guitarrista favorito. Y yo me había aprovechado de eso. Había sido peor que un vil hombre degenerado. Lo había engañado diciéndole que le mostraría mi guitarra, y en su lugar, lo llevé para sacar placer de su cuerpo, como uno de esos tantos músicos que engañaban a sus fans para arrastrarlas y violarlas en sus camerinos. ¿Cómo me diferenciaba eso del resto de los rockeros abusivos que tanto repudiaba, si hacía lo mismo?

Me estremecí. Aunque no se lo había contado a nadie, ni siquiera a mi amigo más íntimo: Percy. La verdad era que sentía asco de mí mismo, y empeoraba con cada segundo que transcurría. Al principio pensé que se esfumaría como el resto de las cosas que había aprendido a dejar de lado en algún rincón de mi mente, pero solo había aumentado la mala sensación, tanto que apenas había podido dormir en la noche. Incluso después de una buena paja, no había podido conciliar el sueño hasta después de dos horas.

Tenía que mostrarme como un hombre maduro ahora, serio, recto; el hijo que mis padres habían querido que fuera... Un chispazo de rebeldía me embargó ante el pensamiento, una parte de mí se negaba a darles el gusto aunque fuera por unos míseros segundos y en su ignorancia, pero lo suprimí; esto no se trataba de ellos. Se trataba de Archie y la forma que había traicionado su confianza. Debía presentar mis disculpas, porque contrario a lo que creían los miembros de mi banda, aún quedaba algo de pudor en mí que rescatar. Y para eso estaba aquí.

—¿Jason? —Me nombró mi compañero de guitarra, con evidente exasperación en su voz—. ¿Estás escuchando algo de lo que te estoy diciendo? ¿O ya estás perdido en alguna clase de neblina de la lujuria que no me permite llegar a ti.

Me volteé a verlo. Percy estaba sentado lánguidamente en el asiento del copiloto, con las piernas sobre la cabina y el brazo derecho colgando fuera de la ventanilla. Traía una camiseta vieja de los Rolling Stones y shorts hawaianos que no combinaban absolutamente en nada, y que podría considerarse como el último asesinato a la moda, excepto que él no necesitaba seguir ningún estilo del glamour, puesto que con ese cuerpo y ese rostro, tallado por los mismísimos Dioses de la sensualidad, incluso vistiendo una bolsa de patatas, Mister Tides luciría de infarto.

Ese era uno de los súper poderes de Percy Jackson, y siendo justos, no podía culpar a Nico de haberse enamorado tan perdidamente de él. De hecho, yo también, en cierto momento, había sentido algo parecido a un flechazo fuerte por mi mejor amigo. A pesar de esto, jamás había intentado persuadirlo o seducirlo para acostarnos como lo había empujado Nico. Claro que, tampoco era totalmente culpa de mi sombritas. En aquel tiempo, Percy estaba teniendo ese incordiante problema de la ex tóxica, por lo que a sabiendas de los sentimientos de Nico, lo utilizó para salvarse así mismo.

Lo sé, todo un drama colosal que mi esposa de la televisión pagaría millones por obtener.

Pero yo jamás intenté seducirlo... Ok, estaba mintiendo, sí había probado una vez... Ok, varias veces, con emborracharlo para llevarlo a la cama. Pero si bien había logrado desvestirlo o besarlo tan apasionadamente como sabía, nunca pude excitarlo lo necesario para hacerle nublar sus hermosos ojos aguamarina. El muy maldito, era demasiado heterosexual. Los tríos, con una mujer en medio, era lo máximo a lo que podía aspirar. Sabía que Percy era terriblemente leal, tendría sexo conmigo si se lo pidiera, como también sabía, que luego se sentiría asquerosamente mal por ello, por mentirme, por forzarse, y por no sentir lo mismo.

Y acabaríamos en el mismo círculo tóxico y vicioso como con Nico.

—Jason, en serio me estás preocupando con tu cara muy seria.

Y esa era una de las razones por la que siempre me aseguraba de tener una sonrisa en el rostro. Decían que sin ella, daba bastante miedo.

—Lo siento. Meditaba —me limité a contestar, al tiempo que guardaba la llave de la camioneta en mi bolsillo delantero—. Bien, supongo que aquí nos separamos, ¿no? Dijiste que querías visitar algunas tiendas.

—Sí, pero...

—¡Genial! —lo interrumpí sin mirarlo, para que no viera el nerviosismo en mis ojos—. Mi querido y muy heterosexual amigo, llámame o envíame algún mensaje si un tumulto de locas fans intentan secuestrarte. O canta —añadí, con una sonrisa irónica— estoy seguro de que eso las horrorizará tanto que huirán despavoridas.

—Ja. Ja. —Percy me regaló una mueca desdeñosa—. ¿Te olvidas que me aman por mis habilidosos dedos?

—Para nada, día tras día, me tortura el hecho que no quieras usarlos en mí —suspiré con melancolía, y luego solté una risotada cuando recibí un puñetazo en el brazo de su parte.

Cuando la risa hubo muerto en mi boca, me estudié por el espejo retrovisor un momento. Para hoy, me había puesto una camiseta gris y bermudas beige, tratando de lucir lo más recatado posible; de mis labios, solo la mitad de mis piercings destellaban con luz platinada por el sol, mientras que el pelo lo tenía peinado hacia un lado como si una vaca hubiera pasado la lengua por encima. Resignado por mi apariencia, seguidamente, me coloqué la correa de la funda de mi guitarra en el hombro (la había traído como un tipo de ofrenda de paz, y esperaba que funcionase), y asié la puerta para salir al exterior.

Un fuerte viento caliente me alborotó el pelo apenas di un par de pasos hacia el local, y me encaminé hacia ella, con el estómago algo revuelto. Al cabo de un rato, oí la puerta de la camioneta abrirse y cerrarse a mis espaldas, y unos segundos después, los pasos de Percy se emparejaron conmigo.

—Oye, Jason, espera un momento —me llamó, y la urgencia en su tono fue la suficiente para hacerme obedecerlo. Echando una última miradita hacia la tienda, me detuve, y miré a Percy; sus ojos verde mar estaban tan llenos de preocupación, que por un momento quise besarlo para reemplazarlos con estupefacto. Además, eso me haría reír mucho. Sin embargo, me contuve, y escuché—: Jey, por favor, no te acuestes con él.

—¿Por qué? ¿Vas a declararte? —bromeé, pero había un chispazo de esperanza en mi voz.

—¿Eso te detendrá de hacer una estupidez? Entonces sí —me agarró de las manos, y sorpresivamente se puso de rodillas delante de mí—. ¡Te amo Jason Grace! Siempre te he amado. Eres más tatuaje y piercings que persona, pero me encantas así mismo cómo eres. ¡Huyamos ahora mismo a Las Vegas y cásate conmigo!

—Oh, bro —hice sonar mi nariz, como si llorara—. He esperado tanto por este momento.

—Bro —susurró Percy amorosamente, y entonces, rompió en carcajadas, y así también lo hice yo, con la mano sobre la panza, mientras por el rabillo de mi ojo, notaba que había personas quedándose mirándonos anonadados.

Por un largo rato, fuimos solo un manojo de cuerpos desternillándose de la risa en medio del estacionamiento, con el sol resplandeciente sobre nuestras cabezas, empezando a quemar nuestra piel como si se tratara de una estufa. Eran apenas las diez de la mañana, pero ya hacía tanto calor como el culo de un infierno para Texas. No quería imaginarme a las tres de la tarde, cuando el sol estuviera en su pico más alto, probablemente los pueblerinos no gastaban en electrodomésticos o en gas, ¡tan solo debían poner sus ollas sobre el asfalto y la comida estaría lista!

—Por millonésima vez, Percy —inicié, secándome los ojos con la palma de mi mano—. Es en serio, no vine en busca de sexo. Solo vine a hablar con Archie y resolver un malentendido.

—Ajá, un malentendido, ajá —devolvió Percy, con escepticismo. Pero al final, soltó un suspiro resignado—. Como sea, ¡me voy! ¡No seré cómplice de este delito! No puedes pedir pizza estando en la cárcel, ¿sabías? Así que haz tus cochinadas solo, y búscame cuando acabes.

Dicho eso, me soltó las manos como si lo hubiera estado quemando, y a continuación, se puso en pie para darse la vuelta e irse.

—¿No vas a quedarte? —grité, viéndolo alejarse por la acera—. Ya sabes, para cerciorarte de que no haga nada malo.

—Como si alguien en este mundo pudiera hacerlo cuando se te mete algo en la cabeza— se burló mi leal amigo Jackson, despidiéndose con una mano alzada—. Asegúrate de preguntarle por su edad al menos, antes de ponerle las manos sobre su trasero. 

Le dediqué un puchero aunque ya no me estaba viendo. Tenía ganas de enfurruñarme. Había venido hasta aquí para disculparme, pero la forma en que me había mirado Percy, con total desconfianza como si mis palabras fueran tan sólidas como espuma de mar, me había hecho dudar hasta de mis propias intenciones. Pero eso era ridículo, ¿no? Porque tenía el suficiente autocontrol para no volver a actuar como un maldito pervertido a su lado. Simplemente iba a entrar ahí, actuar como el ídolo que Archie debió haber conocido, y luego irme con la conciencia tranquilita.

Abrí la puerta de la tienda con innecesaria fuerza, y entré con la frente en alto, y mi guitarra tras mi espalda como un rifle cargado para la acción.

Lo primero que noté, con gran agradecimiento, fue el frío aire acondicionado cayendo sobre mi rostro como un soplo de oxígeno fresco luego de un asfixiante concierto sobre el escenario donde todo el ambiente estaba intoxicado por el humo, el sudor, las llamas artificiales, y el permanente olor a cuero mojado. Lo segundo, fue que olía a pino, lo tercero, que Archie estaba sentado detrás de un largo mostrador al final de la tienda, y a su lado, pegado como un bebé koala contra un árbol, había un chico de su misma edad, utilizándolo como apoyabrazos.

Debo confesar, que la llamarada de celos que sentí al ver la cercanía de ambos, me sorprendió tanto, que por un segundo olvidé mantener un semblante inexpresivo sobre mi rostro. Por suerte para mí, ninguno de los dos había advertido aún mi presencia, seguían inmersos el uno en el otro, conversando sobre un catálogo de instrumentos que Archie sujetaba en sus manos. Allí parado incómodamente, me lo quedé mirando, se veía tan adorable y hermoso como lo recordaba, con su abundante maraña de rizos perfectos cayéndole sobre la frente y las orejas, y sus curvados labios ligeramente hacia arriba.

El chico a su lado, noté con cierto recelo, era también apuesto. Pero no de una forma adorable o dulce como mi Archie. Tenía la piel morena de un tono más oscuro que el de Leo, sus rasgos eran duros y afilados, pero claramente latinos; poseía unos ojos ocultos tras pestañas negras y una mandíbula cuadrada que le confería un aire dominante. Y su codo, ese posesivo y feo codo, seguía persistente sobre el hombro del pequeño Archie como diciendo: Este chico me pertenece.

Era irritante, y creí que me derretiría con el caliente veneno viscoso que me corroía en las venas hasta desaparecer en su pequeña alfombra de: "Bienvenido Amante de la música". Sin embargo, la mirada de Archie se levantó distraídamente en mi dirección, y me encontró; sus ojos castaños del suave color de la corteza, se iluminaron como las luces de un escenario, para luego apagarse rápidamente con consternación.

"Oh, rayos, sí que lo había traumado".

Igual que con Nico, susurró otra voz, pero la despaché al fondo. El chico a su lado, viendo que su apoyabrazos había dejado de hablar, alzó también la mirada, y la fijó sin miedo sobre mí.

—Bienvenido —dijo, como si el lugar le perteneciera— ¿Se le ofrece...? ¡Ah! —ahogó un grito, sus ojos verdes se abrieron desmesuradamente, y supe que había encontrado otro fan—. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡¿Eres Thunder Knight?! ¡No puede ser! ¡Archie, despierta, es Jason Grace!

Archie soltó un balbuceo ininteligible. Velozmente, toda la extensión de sus mejillas se estaban coloreando profundamente de color carmín, y pareciendo consciente de ello, se ocultó detrás del catálogo, dejando solo sus ojos a la vista. Fue cautivador. Sabía que Archie no lo hizo con esa intención, pero para mí, el gesto fue tan abrumadoramente entrañable que unas locas ganas de lanzarme a él y besarlo hasta que cayera desmayado, me embargaron con la fuerza de un camión sin frenos.

Quería correr, saltar sobre el mostrador, dejar inconsciente al otro tipo de una patada, y llevarlo hasta la casa de Leo donde lo adoraría de rodillas y sobre la cama... ¡Basta, detente, suficiente! Inhalé hondo, de forma imperceptible, y colocando una inofensiva sonrisa sobre mis labios engrapados, empecé a caminar hacia el mostrador.

—¡Hey! —saludé, con mi mejor voz de estrella de rock—. Archie y... —dirigí mis ojos hacia el intruso, quien afortunadamente había dejado de usar a Archie como apoyabrazos.

—¡Oh! Me llamo Enrique Mendoza —contestó a mi pregunta no formulada, con los ojos arrugándose al sonreír—. Vivo aquí desde los siete años, pero mis raíces están en Nuevo México.

—Ya veo, ¿inmigrante ilegal? —lo provoqué, y sentí satisfacción al ver que lo había logrado.

El chico empezó a farfullar, rodando los ojos y negando con la cabeza furioso. 

—¡Típico de gringos, chingada madre! —espetó Enrique, en un idioma que reconocí como español gracias a Leo— siempre piensan que todos los extranjeros son inmigrantes ilegales. Sé que su baterista de la banda, Leo Valdez, también es de México, pero no por eso es un inmigrante ilegal, ¿a que sí?

—No lo sé —me encogí de hombros, en un gesto despreocupado—. Leo es huérfano desde que tiene memoria, estoy seguro que ni siquiera él lo sabe. Pero no importa, olvídalo, no estoy aquí para reportarte —finalicé en tono divertido, y luego me giré hacia Archie antes de que Enrique iniciara uno de esos largos cacareos inentendibles como los que Leo soltaba cuando se enojaba—. Venía a buscarte a ti —solté directamente, sorprendiendo tanto a Archie como a Enrique—. El otro día, en la fiesta que Leo organizó...

Sus ojos se abrieron con alarma, miró disimuladamente hacia Enrique, y entendí que debía ser cuidadoso con mencionar ciertos detalles que habían ocurrido entre nosotros. A pesar de que ahora quería contárselo a todo el mundo en uno de mis clásicos arrebatos de rebeldía cuando alguien me decía qué hacer, me contuve. Tal vez a mí no me importase todo el rollo de las orientaciones sexuales, pero eso no significaba que era del todo indiferente para Archie.

—Te prometí que te mostraría mi guitarra Stratocaster, ¿recuerdas? —continué, a medida que sacaba la correa de mi hombro, y con sumo cuidado, dejaba el estuche sobre el mostrador—. Pero por... asuntos de mayor urgencia por los que mi vocalista nos interrumpió. No pude hacerlo. Así que decidí traértelo hasta aquí.

—No es normal que alguien se tome tales molestias —murmuró Enrique, con sospecha.

Me encogí de hombros, y sonreí con orgullo.

—Contemplen —anuncié—. A mi primer amor verdadero.

Quité el seguro del estuche, y con gran celeridad, alcé la tapa para descubrir la hermosa guitarra que contenía. (Casi pude oír coros celestiales cuando lo hice). Rápidamente, Archie y Enrique, con las mandíbulas desencajadas por la impresión, se acercaron todo lo que pudieron para poder contemplarlo. Enloquecieron, ambos del mismo modo, parecían a punto de chillar como cuando Leo conoció a Chayanne y le pidió un autógrafo.

Enrique incluso sorbió sonoramente un hilo de baba que estuvo a punto de caer sobre mi bebé (por lo cual pude haberlo matado) y luego agarró a Archie de los hombros para zarandearlo como lavadora descompuesta. (También pude haberlo matado por eso).

—¡Maldito traidor, Archie, por qué no me dijiste que fuiste a esa fiesta! ¡Debí haberte acompañado! —reclamaba, haciendo rebotar los rizos de Archie como resortes sobre su cabeza. Rebotando. Eso me dio otra idea. La aparté con un zarandeó de cabeza—. ¡No puede ser! ¡Hablaste con Thunder Knigth! ¡Que envidia!

—Hicimos mucho más que hablar —hablé en voz bajísima, pero de igual modo, ambos lo oyeron.

Archie se puso pálido de golpe. Enrique pestañeó desconcertado, y después, la emoción murió en sus ojos como una vela a causa de una tormenta. El entendimiento cruzó por su mirada, soltó los hombros de su amigo como si lo hubiera electrocutado, y se lo quedó viendo con una intensa interrogativa silenciosa.

Me adelanté para salvarlo.

—Me refería a que le enseñé varios de mis discos —me reí, jugando con el piercing de mi labio inferior a la vez—. ¿Sobre qué creíste que me refería?

—No lo sé... —Enrique le envió una mirada dudosa a Archie, luego posó sus severos ojos sobre mí, con un repentino aire protector expulsando de sus poros—. He leído por ahí... que te gustan los...

—¿Los fanboys? Me encantan, ya que habitualmente te siguen por el verdadero talento y no solo por lucir atractivo. Y Archie sabe mucho de música, así que es realmente halagador gustarle —eché un vistazo hacia el chico rizado que tenía las mejillas rosadas, y se mantenía cabizbajo—. Además, es muy buen conversador.

Enrique no lucía muy convencido por mis palabras, pero en vista de que también me idolatraba y había una hermosa Fender Stratocaster delante de él, no siguió insistiendo y decidió creer mi mentirilla. A su lado, Archie carraspeó incómodo. Transcurrieron unos segundos de duda, pero finalmente, levantó sus almendrados ojos en mi dirección y con un gesto tímido de la mano, apuntó la guitarra delante de él.

—¿Puedo? —preguntó, con un atisbo de entusiasmo en la voz.

—Claro —asentí, regalándole una suave sonrisa que volvió a ruborizar sus mejillas.

Seguidamente, bajo la inquisitiva mirada de Enrique y con sumo cuidado, como si se tratase de un trozo de cristal delicadísimo; Archie levantó la guitarra del estuche, y la colocó suavemente sobre su regazo. Lo observé pasar los dedos sobre cada clavija de afinación, rozó las cuerdas uno a uno con adoración contenida, y para el final, siguió el contorno del instrumento, acariciándolo como si de un cuerpo humano se tratase.

Mi respiración se volvió algo irregular de repente, y me obligué a calmarme antes de que se dieran cuenta. Era ridículo, pero había algo realmente erótico en ver a Archie tocar mi guitarra de aquella manera, haciéndome desear que me acariciara de la misma forma. Sin los entrometidos dedos de Enrique, claro, quien tocaba a mi bebé como si también le hubiera dado permiso. Pero bueno, decidí que si me había tomado la molestia de venir hasta aquí para mostrarme como un ser humano decente, podía soportar un sacrificio más por el pequeño Archie.

Me alejé de ambos para darles privacidad, mientras tanto, empecé a estudiar mi entorno, y a jugar con mencionar el mayor número de instrumentos que conocía. Una flauta, una cítara, un arpa, un ukelele. Cuanto más raro era, más puntos ganaba. Estaba a punto de soplar y probar si podía ser el último mejor trompetista de mi generación, cuando en eso, Archie, y su amigo pegado a él como una lapa, se me acercaron para pedirme tímidamente una foto con la guitarra.

—¿Es posible? —me preguntó Archie, mostrando su celular con vergüenza, como si contuviera un pack guardado allí.

¿Estaría dispuesto a enviarme fotos candentes si le pasara mi número?

"Jason, plis, calma tus hormonas".

Le sonreí con total naturalidad.

—Por ti, mi querido fanboy, ¡claro que sí! —luego, con santurronería—. ¿Me quito la ropa? Podrías ganar millones si luego la vendes.

A pesar de las insistencias de Enrique por que me desnude, por decisión de Archie, todas mis prendas permanecieron lastimosamente sobre mi cuerpo. Acto seguido, los tres nos colocamos en posición de selfie, con la Fender Stratocaster en medio de nosotros. Enrique sonreía a mi derecha, con un descarado brazo rodeando mis hombros para presumir de familiaridad. Pero la única persona con la que me gustaría tal trato, se encontraba incómodamente a mi derecha, sosteniendo la cámara con dedos temblorosos como si temiera que fuera a gritar en cualquier momento de impaciencia.

Viendo que se desesperaba cada vez más al no encontrar el ángulo correcto para que yo no saliera con la cabeza decapitada, y su amigo Enrique, sin la mitad de la cara, le quité el teléfono de las manos, y haciendo uso de mi ventajosa altura, nos saqué las fotos suficientes que sabía harían explotar internet en el segundo que lo publicaran. Luego, le devolví el teléfono a Archie, en tanto éste me llenaba de agradecimientos, y Enrique de halagos con respecto a la cantidad y calidad de mis tatuajes.

—¿En serio tienes a los doce Dioses olímpicos en ese brazo? —Inquirió el latino, con la voz apabullante de emoción.

—Solo a Hera, y los tres grandes —contesté aburrido, y entonces, concentré toda mi atención sobre rizos castaños—. Archie, ¿podemos hablar a solas un momento?

Al instante, la palabrería entusiasmada de Enrique murió, para dar paso al recelo. A su lado, Archie se removió inquieto, no me miró, pero cuando habló su voz fue firme.

—Ok. Espera un minuto.

No le dije que ni siquiera Madonna se había atrevido nunca a dejarme esperando, en su lugar, lo observé en silencio arrastrar a su amigo de la manga de su camiseta, hasta un punto alejado de la habitación para que no los oyera. Hubo un montón de gestos ansiosos y esporádicos por parte de Enrique, mostrando a todas luces su inconformidad, sin embargo, luego de una insistente charla acompañada de suplicantes ojos de cachorrito hambriento, finalmente, Enrique accedió, con un largo suspiro exasperado.

—Está bien, confío en ti —le dijo en voz alta, y a continuación, se dio la vuelta y caminó decididamente hasta quedarse delante de mí. Me apuntó el pecho con un dedo acusador—. Voy a salir, pero estaré cerca, ¿okay?

—¿Okay? —Repetí, alzándole una ceja sardónica.

—No te pases de listo —volvió a amenazarme, severo— O vendré corriendo, y te meteré la Fender Stratocaster por el culo... —formó una mueca— es decir, agarraré una guitarra de menor calidad, y te la meteré por el culo, ¿okay?

Alcé las manos en señal de rendición. Quise enojarme con él por sacar sus propias suposiciones sobre mí, pero luego recordé el tipo de persona canalla que era, por lo que me limité a agachar la cabeza y a sonreír con diversión. Dicho eso, y pareciendo meramente satisfecho por su amenaza, Enrique bajó el dedo acusador de mi pecho, y después, con una expresión de consternación; se marchó para salir por la puerta de enfrente, hacia algún lugar para darnos privacidad.

Miré hacia Archie, éste estaba volviendo a guardar la guitarra dentro de su estuche, con el mismo cuidado que la había agarrado.

Llegué hasta él con pasos sigilosos, y la forma de su trasero ataviado en unos jeans holgados, robó completamente mi atención aunque intenté resistirme. Fallé aparatosamente, claro está. Por un largo rato, mis ojos quedaron prendados en la redondez prominente de sus nalgas, y luego, admiré la silueta esbelta de su espalda y sus hombros anchos que delataban su juventud aún por desarrollar.

—¿Sobre qué querías hablarme? —preguntó Archie, expulsándome de mi embelesamiento.

Se dio la vuelta lentamente, pero no me miró al rostro aún, optó por solo mantenerse cabizbajo, con sus largas pestañas moviéndose rápidamente como las alas de un colibrí.

—Uhmm... bueno... —no sabía cómo empezar. Había confiado en que las palabras saldrían de mis labios con facilidad como habitualmente sucedía, cuando estuviera frente a Archie. Sin embargo, aquí estaba, y solo podía pensar sobre las ganas que tenía de inspeccionar cada rizo de su pelo cual investigador compulsivo—. Sabes... lo que te hice en la fiesta... el sábado... estuvo mal— tomé aire— es decir, lamento haberme aprovechado de tu confianza. Creíste en mí, y yo... te llevé a otro lado para hacerte cosas de las cuales no estoy seguro si te gustaron...

Mentira. Estaba completamente seguro de que le había gustado. Su cuerpo había reaccionado maravillosamente a mí, por lo que no creía que estuviera fingiendo. No tendría por qué hacerlo. Sin embargo, seguí el rumbo de mi patética disculpa.

—El punto es... que sé que ahora debes de tener un mal concepto de mí, y con razón, pero te juro que no soy un oportunista sexual de mierda. Eres una buena persona Archie, me di cuenta de eso en el poco tiempo que hablamos. Digamos que soy excelente leyendo a las personas, y me caes bien. Muy bien. Así que, lamento lo ocurrido, y si hay algo que puedo hacer por ti para remediar el daño que te causé —añadí, cada vez más nervioso por su silencio e inamovilidad— como publicidad, dejar una firma o... algo así, puedes pedírmelo.

Esperé, por un breve instante que pareció eterno, hasta que finalmente, con un visible movimiento de su manzana de Adán, habló:

—O sea que... ¿Te arrepientes de lo que me hiciste ese día?

Me lo quedé viendo confundido. No había esperado para nada esa respuesta.

—Me arrepiento —enfaticé lentamente, y estudiándolo con intensidad— de la forma en que te lo hice.

Los labios de Archie se arrugaron un poco, casi con disgusto.

Mientras mi cabeza estaba por explotar por un desbarajuste.

—No es necesario que te disculpes por eso —espetó Archie, con la cara cada vez más rojas hasta el punto de empezar a preocuparme por que sus venas explotasen de un momento a otro—. No hiciste nada que me desagradara. De lo contrario, estrella de rock o no, te hubiera pateado en las bolas.

Solté una carcajada. Demonios, cuánto más conocía a este chico, menos podía, o quería alejarme de él.

"Lo siento, Percy, tal vez no cumpla con mi palabra después de todo".

¡No! Tenía que marcharme antes de que un impulso de estupidez me atacara. Pero antes, aún tenía una última duda.

—Es que... —dije, negando con la cabeza— saliste huyendo y ya no te encontré por ningún lado. Pensé que te había hecho odiarme.

—Eso fue porque Ghost King nos encontró —musitó Archie, alzando tentativamente los ojos, sin poder sostenerlos por mucho rato—. No pude con la vergüenza. Entré en pánico.

—Oh —el alivio me golpeó con fuerza, lo que me sorprendió, y decidí meditarlo para otro momento. Por ahora, ya había alterado demasiado el pobre corazón de Archie, le debía un respiro—. Bueno, me alegro de que todos los malentendidos hayan sido resueltos entonces.

Él asintió. Y en lugar de formular una despedida, me encontré de vuelta hipnotizado por su rostro. Sus pestañas eran tan largas como abanicos, y servían de ventiladores para sus calurosos pómulos. Los rasgos de su rostro eran equilibradamente hermosos, como acordes bien situados, unas notas en las debidas líneas y espacios de un pentagrama; armonioso, bello, capaz de robar el aliento cuando se unía en una canción.

Y sus rizos, las ondulaciones de sus rizos eran fascinantes. Me recordaron la forma graciosa que tenía el silencio de una negra, la cual duraba un tiempo, y la comparación me pareció adecuada, porque sentía que cada rizo de su cuerpo cabelludo podía robarme un pulso. No me di cuenta de que me había perdido en el dulce color chocolate de sus ojos, tanto que casi fui capaz de saborearlo en la punta de mi lengua, hasta que la voz de Archie me llegó a los oídos, a través de una extraña melodía que iba repitiéndose una y otra vez dentro de mi cabeza.

—¿No necesitas alguna cosa antes de irte? —Me preguntó, mientras me estudiaba muy fijamente. Fue ahí cuando me percaté que había superado su timidez, y me sostenía la mirada con un inusual brillo lleno de coraje.

Realmente no necesitaba nada, pero retrasar mi partida uno o dos minutos más, no le haría daño a nadie, ¿o sí? Medité un momento.

—¿Tienes cuerdas para guitarra?

Archie me dio un cabezazo en forma de asentamiento. Seguidamente, me dio la espalda, y miré su trasero alejarse hasta que el mostrador obstaculizó mi vista.

—Las cuerdas están en la parte de atrás, ¿vienes?

"Con ese rostro, con ese cuerpo, y esas nalgas, a donde sea que quieras, siempre, mi chico dulce". Tuve que morderme la lengua con fuerza para que aquella veleidad no saliera de mi boca. Lo seguí después de contestarle con una despreocupada afirmación. Rodeé el mostrador. Archie se había adelantado, pero se encontraba esperándome pacientemente al fondo de la tienda, bajo el umbral de una puerta de madera que había abierto. Entré primero, y mis ojos iniciaron a contemplar todo mi entorno con serena curiosidad.

Vi una ventana abierta de par en par al frente, extensos campos verdes con pequeñas siluetas de vacas se divisaban a la distancia, la luz del sol caía en un pequeño rectángulo en el interior, e iluminaba todo el espacio repleto de más instrumentos musicales, descubiertas o en cajas. Mi primer pensamiento fue que hacía calor, el aire acondicionado no servía de nada aquí, siquiera había; solo existía un pequeño ventilador de pie al fondo de una esquina, tiraba aire caliente y hacía un extraño sonido, pero luchaba valientemente y me refrescaba donde el sudor empezaba a aparecer.

Me di la vuelta, justo cuando escuchaba la puerta cerrarse, y antes de enfocar siquiera mis ojos de vuelta en Archie, ya lo tenía encima de mí, todo de él sublimemente sobre mí; sus brazos estaban alrededor de mi cuello, sus muslos completamente pegados a los míos, sus labios devoraban mi boca con desenfreno, sin interesarle o sin ser consciente de que me hallaba inmóvil a causa del estupefacto. Noté que se forzaba por mantenerse de puntillas para alcanzar mi rostro, por lo que, mas que solo abrazarme, sospeché que me utilizaba como soporte.

Al cabo de un instante, se separó. Sus hombros subían y bajaban por su respiración frenética, tenía la boca húmeda y seductoramente brillante, mientras que la mía estaba seca, por la impresión, por el shock.

—Ese día, me asusté —empezó Archie, con la voz rasposa—. Nunca antes había estado con un hombre así, me atacaron las dudas sobre si era malo o no lo que me habías hecho... Pero aunque lo fuera, decidí que no me importa, porque me gustó —me acarició la mejilla, y luego me sujetó de la barbilla desafiante— tú me gustas, Thunder Knigth, Jason Grace, y para mí, el mejor guitarrista de su generación, a pesar de lo pueda decir Mister Tides.

Volvió a besarme, pero esta vez, mis manos temblorosas como nunca antes, se posaron sobre ese trasero que desde hace rato me había cautivado, y lo acerqué aún más a mí, sacándole un jadeo de sus labios cuando choqué nuestras entrepiernas. Fue un glorioso largo rato, en el que mi lengua se lanzó completamente dentro de su boca para explorar el delicioso néctar de su propia lengua. Oleadas de placer me estremecieron, y tuvo que pasar un largo rato, para que Archie pudiera recuperar sus labios para hablar.

—Así que, Jason Grace —repentinamente, se dejó caer de rodillas con un golpe sordo, y con total descaro, colocó sus manos sobre el borde mis shorts, con una clara indirecta en el gesto—. ¿Puedo?

Me quedé boquiabierto. Yo, Jason Grace, conocido por mis compañeros y mejores profesores de mi universidad como: "Enciclopedia parlante", "Perfecto orador", "El abogado de palabras de nunca acabar", me encontré absolutamente sin palabras.

Solo estaba allí parado, mirando a un sensual chico de pelo castaño, mirándome de vuelta, con el deseo oscureciendo el chocolate de sus ojos como el cacao sin procesar. Estaba expectante, dispuesto, listo; mientras lucía el sonrojo más dulce que había visto sin empalagar, tímido y atrevido, con el pulso visiblemente golpeando bajo la delicada piel de su cuello, casi podía oírlo, como una nota musical eufónica empezando a crear una melodía envolvente que me ponía los pelos en punta. Y al final, cuando mi cerebro volvió a conectar dos neuronas para pensar, lo único que pudo salir de mis labios fue:

—Perdóname, bro.

Entonces me estampé sobre sus labios, como un rayo colisionando contra el suelo, y cargué el ambiente de pura y chispeante electricidad.

Espera, ¿qué me había dicho Percy? Algo sobre una pregunta... Nah, seguro no era nada

⚡ ~~⚡~~⚡

Buenas noches, queridos lectores. Aquí nomas, dejo este capitulito, y yo me largo a dormir. Mañana les responderé sus cinco mi comentarios que estoy segura superarán con facilidad. Ajá, se vale soñar, como diría mi buena sis. 

¿Qué les pareció el cap? Otro cambio de punto de vista para refrescarnos un poco, e igual yo. 

Si me preguntan sobre Piper no contestaré :v tengo dos opciones en mente, al igual con el percabeth (gracias a sus preguntas acosadoras) y aún no he decido, aunque pensándolo bien, aunque ya lo tuviera claro, tampoco les diría puesto que debe ser sorpresa. 

Nos vemos en exclusivo o en Perseus. ¡Bye!

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