13. El Patrón de Dios

Estamos dentro.

Luego de una visita al baño que me sirvió para hacer un ligero ejercicio de respiración que me permita centrar mis pensamientos, ingresamos al vestíbulo de la lujosa y moderna mansión en medio de la nada misma.

No tengo idea acerca de dónde estamos, sólo reconocí el momento en que el coche salió de París y no sé hacia dónde nos llevó, pero la visita al baño sirvió para mis reales ganas de orinar. Consideré la opción de escribir un pedido de auxilio con labial en el cubículo del baño, pero cualquiera que pudiera estar en este lugar sería solo parte extra de la amenaza que tengo encima las veinticuatro horas.

—¿Algo de beber?

—Sí, gracias—contesta Cruz a mi lado.

Acepto también una copa de algo burbujeante color rosa que nos acaban de servir y lo pruebo. Está delicioso.

—Ve despacio, no te necesito ebria aquí—me dice él, al captar que me tuve que detener para no ingerir toda esa copa de un solo trago.

—Vaya, fíjate que yo pensaba que los presidentes no bebían alcohol en público.

—No estamos "en público", de hecho, no existe lugar más privado y exclusivo que este.

Echo un vistazo a las personas de diferentes edades, contexturas y géneros que nos envuelven, todos vestidos de etiqueta y murmurando cosas entre sí.

Detesto no estar reconociendo a nadie.

Si viven en un sitio como este es porque han de ser importantes, pero si les veo en la calle o haciendo compras en el super, de seguro o tendrían ningún problema. Lo que sí detecto es que al observarles, descubro que otros también cruzan miradas conmigo y eso me intimida.

—Fíjate que me pasa todo lo contrario, nunca sentí que me arrebatasen de tal manera mi privacidad—confieso.

Cruz pasa un brazo por el mío derecho y me aparta hasta un costado. Hay una mujer alta, esbelta, con un vestido rojo que lleva sus hombros y su clavícula al descubierto y el barbadillo le llega hasta por debajo de las rodillas. Marca su figura a la perfección, deduzco que ha de ser alguien que lleva a cabo severas rutinas de ejercicios para poder mantenerse de la manera en que lo hace.

Su cabello dorado está recogido con gracia, dejando al descubierto un cuello delgado, con quijada muy marcada y aretes de diamantes que le caen en forma de rombos alargados.

Le observo con fascinación, jamás había visto a una persona con tanta clase, lo admito. Su antifaz lleva forma de lemur y le queda fenomenal, ojalá yo tuviera uno como ese.

—Vamos.

Cruz me habla al oído.

—¿Dónde?

La mujer se da la vuelta y se dirige hasta un pasillo en un sector lateral del vestíbulo. Descubro que Cruz me lleva tras ella, ambos siguiéndole el paso.

—¿Quién es ella?—le pregunto al presidente de Francia que es mi compañía de lujo esta noche, aunque en este lugar no ha de ser la persona más agraciada si de poder se trata.

—Pregunta incorrecta, no puedes preguntar eso a nadie en este sitio—me dice él por lo bajo mientras andamos tras la mujer.

Le veo tenso, como si ella hubiese conseguido intimidarlo.

De hecho, sí, es intimidante, pero pensaba que a un típico del rango que tiene él, no debería hacerle sentir de este modo una persona que acaba de darnos una orden solo con una mirada.

Seguimos nuestro camino, tras ella, hasta empujar una puerta esquinera y casi me doy un golpe cuando Cruz me sujeta antes de dar un paso más.

Hay una escalera de caracol que conduce hacia abajo, hasta una suerte de ático, pero no se trata de eso sino del control de sistema eléctrico de la casa.

—Carajo—farfullo.

—Con cuidado—me advierte él.

Asiento y me ayudo de su mano y de los barrotes laterales para poder bajar con los tacones que llevo puestos.

Jamás fui de usar tacones, solo agradezco haber aprendido a andar en mi adolescencia cuando fue mi graduación y mamá me insistió en que debía ir al baile con un par de estos.

Mi madre...

¿Qué pensaría ella de todo esto si me viera ahora?

Hay una pequeña ventanita por la cual se puede observar en la dirección de donde proviene lejana la imagen de la figura sobre París.

Está claro que nos encontramos lejos, pero en altura, eso nos regala tal panorámica.

Cruz me presiona la mano para que siga bajando y descubro que la mujer que antes vi, se encuentra de pie sosteniendo su copa delante de los comandos eléctricos con sus sistemas de seguridad pertinentes.

No me cuadra una persona con su elegancia en un espacio tan feo como este en una casa tan bonita.

—Buenas noches—dice él, ante ella.

Avanza y descubro que el aroma de su caro perfume tiene impregnado todo en este cuchitril. Ella me observa y se acerca a mí, demasiado, invadiendo mi espacio personal.

Verla desde un poco más cerca me permite distinguir que ha de tener unos cuarenta o quizá más, pero está muy bien cuidada en su aspecto físico.

Descubro que me habla desde cerca para infringir autoridad e intimidación también conmigo, es aterradora:

—Doctora Mercy, al fin la conozco.

Una vez que se aparta, se sonríe y sus dientes blancos podrían iluminar todas las colinas.

No sé de qué se ríe, yo tengo ganas de llorar y salir corriendo.

—Un... Un placer...—miento.

—Gracias, Vicente—le dice ella a Cruz y éste entiende el mensaje. Toma escaleras arriba y desaparece por la puerta principal. Al cerrarla, ella habla y todo tipo de ideas atraviesan mis pensamientos.

¿Qué?

¿En serio vas a dejarme aquí sola, cabrón?

¡Prometiste que nadie me asesinaría esta noche, al menos!

—Doctora Alba—agrega ella, provocando que vuelva mi atención a su persona—, comprendo que tenga miedo, no está mal tenerlo. "Es el sistema de alarma del cuerpo y nos advierte del peligro". ¿Leyó ese libro?

—¿De...de quién?

—La Ciudad de las Bestias, por Isabel Allende. Una gran escritora, mucha verdad revelada en su ficción.

—Yo... No la conozco... No leo mucha ficción...

—Te recomiendo ese, tiene unos treinta años esa saga, pero vaya que vale la pena. No hay Inteligencia Artificial que hoy escriba de la manera que lo hacía ella, o será el sentimentalismo de atribuir ciertas historias a las personas que las hicieron.

—¿Vamos a debatir sobre Inteligencia Artificial?—le pregunto, dubitativa. Realmente me genera curiosidad, pero creo que he sonado un poco insolente.

—O bien, podríamos debatir sobre la nostalgia por tiempos pasados y tecnologías que reemplazaron a otras tecnologías.

—Puedo hacer mi mejor esfuerzo.

Se sonríe nuevamente y, acto seguido, me señala los comandos eléctricos.

—¿Sabes para qué sirven esos?

—¿Para dar energía a la casa?

—Error. Hay energía solar con un equipo de paneles en la terraza.

—Oh. —Era de suponer.

—Pero también acertaste porque estos generadores de energía mantienen con electricidad este lugar cuando no puede ser abastecida de manera natural. Son un reservorio.

—Ya. Imagino que guarda muchos voltios.

—No te haré que metas los dedos en la central, descuida.

—Es una analogía.

—Bingo.

Sus ojos son filosos, me está provocando.

—A ojos públicos es una casa ecosustentable, pero ustedes bien saben que ante una emergencia, no quedarán desamparados y la casa seguirá contando con energía.

—Eres muy astuta, no por casualidad llegaste hasta acá.

—Pero no pertenezco a este sitio.

—Muy bien, pero estás acá.

"Porque no tuve otra opción" pienso y lo descarto de inmediato. Yo sola me metí en el problema sin ser consciente de la raíz de todos los males.

—Cariño—me dice ella, tomándome por sorpresa esa palabra en su boca—, queremos que seas parte de ambos sectores. De la fachada y del núcleo.

—¿P-perdón?

—Estás expuesta, eres una figura pública, conseguiste en tiempo récord tus fans y tus haters ya que diste respuestas en un momento que todo el mundo las buscaba y tuviste el coraje de salir a mostrarlo.

—Deduzco que las respuestas que di, ustedes ya las tenían.

—Claro que las teníamos, con décadas y miles de millones invertidos para poder llegar a ellas.

—Yo arribé a esas teorías en menos tiempo y con un presupuesto de menos diez.

—Exacto. Por ello eres valiosa.

—¿Quieren que le diga a la gente que todo está bien mientras me guardo el mensaje para mí sola?

—Claro que para ti sola no, todos acá ya sabemos el mensaje. Queremos que trabajes en nuestros laboratorios secretos para mejorar la comunicación.

"La comunicación".

Se me eriza el vello de la nuca al escuchar eso.

—Ya hablaron antes... Ya... Ya se comunicaban antes con...—empiezo, solidifcando una hipótesis que venía atrapando mi intuición desde hacía tiempo.

—Podrás acceder a los mensajes. A cada uno de ellos.

—Las siete figuras fueron una respuesta, no un mensaje—determino, tajante.

Ella asiente.

Y su voz se vuelven tajante al decirlo:

—Tesla lo encontró primero hace más de un siglo, cielo. Como otros de sus descubrimientos. Ahora tenemos un desafío mayor y me honra que haya sido una mujer quien esté a la altura de la circunstancia. No fue en vano la alimentación de modelos feministas, te creamos a ti y a otras como tú.

—¿"Creamos"?—. De pronto me siento aterrada, furiosa—. Yo no soy un...jodido experimento social.

—No te sientas mal, deberías estar orgullosa. Hacemos de este un mundo mejor y no es de sociología que venimos a debatir acá.

—¿Entonces qué quieren de mí? ¿Que trabaje en sus laboratorios, haga contactos estelares y sonría luego a las cámaras y les diga que todo está bien?

—¿Crees que eres capaz de ello?

Carajo, no.

No tengo opción.

—Es un trato justo—añade ella—. Otros ni siquiera tuvieron opción, fueron eliminados de inmediato para proteger al mundo entero. Tú tienes la oportunidad de trabajar para nuestro equipo en los Laboratorios de Grinberg y profundizar en el mensaje.

—Cuál es.

—¿Perdona?

Mi voz es tajante.

No me arriesgaré.

Puede que todo sea una mentira para que me roben lo que encontré, no puedo dar el brazo a torcer si están en vías incorrectas.

—Cuál es el...mensaje de las siete figuras. La respuesta que obtuvieron de ellos—insisto.

Ella me dedica una sonrisa nueva y asiente.

—Comprendo, está bien que desconfíes.

—Solo eso y me tienen de su lado. Quiero corroborar. P... Por favor—. Trago grueso, temiendo por mi vida.

Ella eleva una de sus manos y con un anillo de diamante que le combina con las aretes, da tres golpecitos, luego seis y por último...

—Nueve—murmuro. Me dio el código para leer el mensaje, esto decreta que lo sabe tan bien como yo.

—El ritmo de las vibraciones en diferente orden cada una, forman las diferentes figuras sagradas materializadas en forma de luz.

—Así es y todas juntas son...

—Le llamamos "El Patrón de Dios". Es el algoritmo de las vibraciones de la Lattice. A ojos ajenos, esto sería un problema matemático.

—Para ustedes no, porque es un algoritmo de la física y ustedes saben cómo funciona—arrojo mi teoría.

No, no es solo una "teoría".

Estoy segura de ello.

—Pocos hemos conseguido verlo—añade ella—. Si la energía puede convertirse en masa, la masa puede convertirse en energía. Así visualizan la respuesta que reciben.

—Bingo, querida. ¿Sabes el potencial del arma que tienes en tus manos al saber esto?

—Es usted la primera persona con quien lo comparto.

—Porque también lo sé y podrás descubrir cosas aún mayores si tan solo te esfuerzas y aceptas este trato.

Inspiro profundo y asiento.

No tengo otra opción, me matarían.

—Estoy dentro—confieso con la voz demasiado aguda.

La puerta arriba se abre, lo escucho.

Y miro.

Es Cruz.

Me está esperando.

—Que tengas buenas noches, cielo.

Empiezo a subir las escaleras, pero antes de llegar a la puerta, le pregunto desde arriba:

—¿Qué tengo que hacer?


—Yo te diré—añade Cruz a mi lado y ambos salimos dejándola sola en ese escondite secreto.

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