Capítulo Único

Llega tarde. Llega muy tarde. Aprisa guarda el uniforme en la bolsa y engancha a toda velocidad la funda de utensilios antes de cerrar la puerta de un portazo y salir corriendo. Sus pasos resuenan por la acera mientras algunas personas observan cómo esquiva bancos y farolas con una agilidad asombrosa. Finalmente cruza las puertas del centro y respira aceleradamente para recuperar el aliento. Mira su reloj, cuarenta y cinco minutos tarde. Sus compañeros van a enfadarse y con mucha razón.

Entra con sigilo en el vestuario y se viste lo más rápido que sus manos son capaces de ponerle el uniforme. No se molesta ni en recogerse el pelo, se limita a agarrarlo en una de sus manos e introducirlo dentro de su gorro. Cuando todos sus efectos personales están guardados en su taquilla asignada, vuelve a respirar hondo y se encamina a la cocina.

Al entrar, ya está todo en movimiento. Los fogones encendidos, las tablas extendidas y repletas de verduras, el horno listo para empezar a funcionar y sus compañeros pululando por todo el espacio. El primero en darse cuenta de su llegada es Felipe, apostado en el fregadero lavando los primeros rondones manchados de lo que parece ser algo oscuro, quemado. Genial, algo ya se ha quemado y seguro que es por falta de personal, es decir, porque ella llega tarde. Saluda al chico rápidamente mientras se acerca a él y se lava las manos en el fregadero a su lado.

-Llegas tarde -le susurra preocupado-. ¿Ha pasado algo?

-No, no, tranquilo. Sólo me he quedado dormida, nada más.

-Menos mal -le sonríe-. Venga, ¡a trabajar!

Tras secarse las manos, se acerca hasta la mesa donde su compañera Diana corta unos calabacines mientras da indicaciones a otra compañera sobre la vajilla.

-Y para el postre, necesitamos las bolas de cristal y los platos cuadrados -pide Diana a la otra chica, Zoey, que asiente y sale hacia el comedor.

Se acerca hasta ella y salta cuando Diana, sin previo aviso, se gira rápidamente hacia ella.

- ¡Mari, qué susto! -se sobresalta Diana. El susto es tal, que casi puede distinguir algo de palidez en su rostro oscuro, pero enseguida se retracta y cambia su expresión a una más seria-. Llegas tarde, ¿has vuelto a quedarte dormida?

Mari se disculpa con un gesto de hombros y antes de que pueda abrir la boca, Diana ya le ha puesto una receta en la mano.

-Tienes que ponerte ya con la carrot cake o no nos va a dar tiempo a terminar el postre.

Dicho esto, se marcha en dirección a las cámaras y desaparece entre el bullicio de la estancia. El sonido de un cazo al chocar contra la mesa de acero inoxidable le hace salir del estupor y ponerse en marcha. Deposita su estuche de utensilios encima de una de las mesas y comienza a recopilar los ingredientes. Zanahorias, levadura, azúcar; va colocando todos los ingredientes según la receta, hasta que llega a la harina, que no encuentra en ningún lugar.

- ¿Alguien tiene la harina? -pregunta en voz alta, haciendo que el resto de compañeros se percaten de su presencia.

- Yo -exclama una voz.

De la zona de los fogones, surge una chica bajita de uniforme azul que sostiene el paquete de harina en sus manos y se acerca hasta Mari.

-Muchas gracias, Elena -susurra agradecida.

- ¡María Victoria! ¿Qué horas son estas de llegar?

Desde la zona de servicio, sale Antoine con copias de las recetas a elaborar en la mano y mirando a su alumna con desaprobación. Guarda silencio, esperando una respuesta por parte de ella que se cansa de recibir y prosigue con su camino, dando órdenes.

-Si te vas a poner con el postre, que te ayude Hassen porque con lo que has tardado en aparecer no vas a llegar.

El aludido levanta la cabeza del sofrito que está controlando en los fogones y con un susurro, acepta la "sugerencia" de su profesor y traspasa su actual tarea a otro compañero para unirse a Mari en la elaboración del postre. Con agilidad, ambos alumnos empiezan a trabajar codo con codo.

-¿Te parece bien si yo me pongo a pelar y rallar la zanahoria y tú tamizas la harina y demás? -sugiere Mari.

-Sí, claro -contesta Hassen de acuerdo con ella.

Cada uno se pone manos a la obra. Mientras realizan sus respectivas partes de la elaboración, sus manos color café se mueven rápidas y con el nivel de precisión que caracteriza a cada uno según sus años de experiencia. Mari un año y Hassen tres. No obstante, la sincronización es perfecta y en cuanto uno termina sus quehaceres, el otro también está listo. Con todo preparado, ambos se juntan para comenzar a batir los ingredientes.

-Creo que Wisdom te está mirando -susurra Mari fijando disimuladamente la vista en uno de los chicos de los fogones, de tez muy oscura y que no deja de mirar de reojo hacia su posición. Mientras, casca y vierte los huevos en la mezcla que Hassen está batiendo-. Y no precisamente porque se interese por la tarta.

-Pues que mire lo que quiera -contesta él indiferente-. Sabe que a mí no me interesa de ese modo.

-Ya, claro -contesta burlona Mari-. Porque tú tienes los ojos puestos en aquel chaval que trabaja en la frutería.

El rostro de Hassen se torna rojizo a la vez que imparte más energía de la necesaria en batir la mezcla, detalle que hace reír a su compañera.

-Cálmate, que vas a estropear la elaboración.

-No tendría que haber aceptado ayer tu compañía para ir a comprar las uvas que faltaban -murmura avergonzado.

-¡Qué dices! Si fue de lo más divertido. Además, no tienes por qué avergonzarte de ello.

-Eso es porque no has visto a mis padres hablar sobre "ese tema".

Mari mira a su compañero de reojo mientras él sigue batiendo ingredientes. Su procedencia árabe deja bien claro qué postura tendrán sus padres respecto a su sexualidad, pero, mientras la tenga a ella y a los demás compañeros de clase como apoyo, no será una preocupación.

Cuando todos los ingredientes están incorporados y la mezcla vertida en los moldes, introducen las tartas en el horno y suspiran, aliviados por haber sido capaces de terminar con el tiempo suficiente para que estén listas a la hora del servicio.

-Al fin -suspira Hassen-. Ahora, a esperar.

-Eso es lo que vosotros creéis -salta Jordi desde el almacén-. Aquí se necesita ayuda para colocar todo el encargo que ha llegado hoy.

-A mí tampoco me vendría mal una ayuda para fregar -pide Felipe desde los fregaderos.

-Voy a ayudar a Felipe -decide Mari.

-Y yo a Jordi -confirma Hassen.

Tras más de una hora de trabajo, llega el esperado descanso para comer. Julián, el hombre más mayor del curso, se ha encargado de sacar la mesa plegable y extender los vasos personificados con sus respectivos nombres a lo largo de la mesa. Por otro lado, Lucía se ha colocado en una mesa pequeña con una bandeja de arroz y va sirviendo raciones en los platos que tiene junto a ella y que cada uno va cogiendo. Cuando Mari llega a ella, el plato que espera junto a la bandeja tiene tal cantidad de arroz que casi se desborda.

-No puedo comerme todo esto -balbucea atragantándose con las palabras.

-Tú ponte a mi lado y ya me echas lo que no quieras -suelta alegre Lucía giñándole un ojo.

Mari se sienta en la mesa y todos esperan a que no falte nadie sin su comida. Incluso Antoine ocupa su lugar entre sus alumnos con su ración de arroz. Mari mira a su alrededor. Sus compañeros empiezan a comer y compartir comentarios sobre el estado del arroz, las complicaciones de la cocción de algún plato o simplemente se ríen de gestos y chistes que surgen en la mesa. El ambiente es tan agradable y distendido que Mari se puede permitir callar y disfrutar sin necesidad de intervenir directamente en ninguna conversación. Y cuando llega el momento de hacerse la foto en grupo, se divierte haciendo muecas al teléfono que les toma la fotografía. Sin duda, lo mejor de la jornada es poder sentarse todos juntos a disfrutar de una buena comida que todos, sin excepción, merecen y comparten con alegría. Sin importar nada más que ese momento de unión entre personas que comparten la misma pasión.

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