24 | Todavía hay mucho por lo que seguir
Las buenas personas viven para proteger a otras y las malas para lastimar a los demás, pero todas pueden estar tristes y felices al mismo tiempo. En algún momento ambas juegan en dos bandos siendo cazadoras o presas abnegadas.
En sus años de juventud Adrián sintió que era un hijo abnegado por los intereses de sus padres. Las personas destinadas a protegerlo hicieron de él una presa, con Javier se repetía la misma historia.
Tener una vida acomodada y ser inmune a sus beneficios era una labor compleja. Javier nunca enalteció a Infraestructuras Rodríguez hablando sobre su linaje, pero si admiraba el esfuerzo de sus familiares. Adrián le enseñó que su valor no era definido por bienes materiales.
—¿Cómo te sientes?
—No encuentro palabras, disculpa.
Por primera vez Ruth, en una conversación con Javier, hizo las preguntas difíciles de contestar. Su almuerzo se tornó más íntimo y necesario.
—¿Mucho trabajo?
—Estrés. Todavía no logro entender cómo papá y Adrián pueden con esto.
—Las cosas siempre terminan acomodándose. Tienen años trabajando, la costumbre les ayuda a solucionar los problemas que enfrentan en la constructora.
Ruth sintió que una parte de ella se derrumbó cuando él miró al cielo, Javier anhelaba alguna especie de epifanía.
—A cada instante se presentan circunstancias que me hacen querer salir corriendo y en otras me quiero quedar.
—¿Quieres irte?
—No, quiero apoyar a mi familia.
—¿Estás seguro de que eso te hace feliz, Rodríguez?
—¿En verdad tienes que llamarme por mi apellido?
La expresión de incredulidad en su rostro fue memorable. El mejor amigo de Ruth le sonrió y luego puso los ojos en blanco.
—Es la única manera de volver amenas las conversaciones contigo.
—¿Tan aburrido soy?
—Bueno, también solo así puedo sacarte una que otra risa. Eso me basta para saber que estamos bien, y que estarás bien.
—Gracias.
—Para eso somos amigos. El único consejo que se me ocurre darte ahora es que no te preocupes porque haya mucho trabajo o porque las cosas se descontrolen de vez en cuando, no estás solo, nunca lo estarás.
—Siempre sabes que decir.
—Me han dicho que es un don.
—Sin duda lo es.
—¿Te vas a comer ese sándwich de atún?
—Yo pensé que viniste a visitarme, no que robarías mi almuerzo.
—¿Quién dijo que no puedo hacer ambas cosas?
—Estás loca.
—Si yo estoy loca, tú estás peor.
Los compromisos de Javier y los trámites para la beca de Ruth, hicieron escasas las causales tardes que pasaban juntos en la terraza de la familia Rodríguez. Los dos acordaron que debían verse más seguido antes del viaje a Inglaterra, y que era necesario buscar un medio de comunicación con mayor accesibilidad que Messenger.
No estaba en sus planes perder el contacto, eso jamás lo dijeron de frente, lo sabían y con eso bastaba. Decir o pensar que no la extrañaría le era imposible a Javier; la echaría de menos inmensamente. Juntos emprendieron diferentes sueños, se sentían orgullosos porque no eran los mismos. Tenían tantos miedos, ilusiones y puntos de vista en común que comprenderse era sencillo.
Javier lo tuvo todo, menos el tiempo de sus padres, y Ruth creció con lo necesario: un ejemplo de madre y una vida feliz a su lado, pero con un padre ausente e indiferente. Uno era capaz de interpretar, a la perfección, el papel del otro en cualquier obra de teatro sobre ellos. Sin embargo, sus gustos personales eran opuestos, al igual que las oportunidades que exigían debida atención. Una beca al extranjero y un futuro brillante hacía feliz a todo estudiante sobresaliente, pero no a Javier que estaba en sus inicios como socio de la constructora familiar.
No estaba a discusión que los dos disponían de mucho para ser felices. Solo les quedaba esperar que eso bastara para justificar todo lo que dejaron atrás. Prometieron jamás olvidar quienes eran y de dónde venían. Por muy lejos que llegaran en la vida, y por muchos kilómetros que los separaran, nunca olvidarían que juntos crearon su propia versión de la felicidad.
Ruth y Javier no fueron los únicos que tomaron decisiones importantes. Ellos, al igual que los miembros de Teen Light, estaban seguros de que las grandes oportunidades no suelen repetirse. Ellos estaban agradecidos y felices por el sueño que Latin Sony Music les permitió materializar a Esteban y sus amigos. Un contrato de dos años con posibilidad de una renovación fue el logro más grande de Teen Light, y la noticia perfecta para organizar una pequeña fiesta en Dominican's Café. Iván, Naomi, Ruth y Javier eran los primeros en la lista de invitados.
La cafetería de los padres de Iván era el establecimiento más emblemático del país para los jóvenes amigos. Era diferente, entre todos los lugares a los que habían ido, por las memorables historias que compartieron sentados cerca de la barra. Dicho sentimiento era representativo, así como el lugar de costumbre en el centro educativo Nueva República. A ellos no les importaba que para otros fueran esquinas insignificantes en una gran ciudad como Santo Domingo. Eran espacios de inolvidables encuentros donde fueron ellos mismos sin remordimientos. Podían obrar bien o mal a lo largo de sus vidas, pero recordar lo bueno, aceptando que casi todos esos agradables momentos sucedieron en esas esquinas insignificantes, era la razón de volver a ellas y empezar de nuevo.
Un cartel con el lema: «Todavía hay mucho por lo que seguir», adornaba la puerta de entrada al local. Saúl hizo de las suyas con pegadizas mezclas de música que José, Diego, Pablo, Carlos y Óscar disfrutaron al máximo. Esteban dejó que su grupo se robara las miradas de todos cuando Javier, Naomi y Ruth llegaron a la fiesta, ellos tomaron asiento cerca de la cocina por los postres que Indira les ofreció mientras los demás alumnos de King and Queens bailaban.
La euforia se percibió como electricidad en el aire dando alusión a que el porvenir de Teen Light era el éxito de todos los presentes. La esperanza de un admirable futuro luego de superar grandes adversidades fue la mejor recompensa. Sentir esa conformidad era gratificante, todos los obstáculos que superaron hicieron de esa emoción una sólida realidad. Aunque en varias ocasiones confundieron océanos con desiertos porque alucinaban con una vida perfecta. Pero para su suerte en común el miedo era insostenible en medio de la felicidad. Como muchos cayeron por no ver lo sublime que es la fuerza de voluntad, aún con innumerables virtudes y defectos, nunca dejarían de ser una segunda familia.
—¿Saldrás?
—Solo serán unos minutos —garantizó Naomi—, tengo que contestarle a mamá. Aquí apenas escuchó mis pensamientos.
—¿No necesitas ayuda?
—Descuida, Javier. Puedo caminar.
—Cualquier cosa, llámame.
—Se están comportando como mamá y papá —admitió, divertida—, no se preocupen.
Sin saberlo Naomi experimentó casi el mismo grado de arrepentimiento de Ruth cuando ella mentía. Al igual que ella lo hizo porque no podía ser indiferente ante una persona que le brindó apoyo y confianza, pero, ¿a quién quería engañar? Lo que sintió por Iván fue lo más real en su vida, Matías era una ilusión de perfección.
Antes de contestar la llamada le hablaron sus instintos, se arrepintió de pensar que quizá el amor no fuera para ella. Tal conclusión le pareció acertada. Las personas a su alrededor vivía a su propia manera. No consideró como mala práctica que hiciera lo mismo con el amor.
—Haló.
—Pensé que te había sucedido algo que no respondías. Disculpa si insistí mucho con mis llamadas, me preocupé.
—No tienes por qué estarlo. Yo estoy bien.
—Se me complica mucho. Pienso en ti todos los días.
—No hay necesidad de ello.
—Me gustaría pensar igual, pero no puedo. Supongo que no estás en tu casa, cuídate. Solo llamé para saber cómo estabas, aunque ahora entiendo que bastante bien.
—No seas tan duro.
—Solo he dicho la verdad, no soy capaz de evitar preocuparme por ti.
—En serio lo lamento. Nunca quise lastimarte.
—Yo no. Eres una chica que vale la pena querer. A veces así son las cosas.
—Eres un sol. No es justo que malgaste un espacio en tu corazón por alguien como yo. Mereces mucho más que eso.
—Te quiero como nunca pensé querer a alguien, Naomi. Ojalá que algún día logres entender cuán grande es mi aprecio... Por favor, cuídate mucho y mantente saludable. Adiós.
Un fuerte nudo en su garganta le impidió despedirse antes de que él colgara la llamada. Se ocultó el rostro con las manos. Minutos después, cesó el llanto tanto como pudo, pero su respiración entrecortada le impidió serenarse. Apoyó la espalda en una de las paredes externas de la cafetería y miró al cielo. En vez de pedirle a Dios que le diera fuerzas, como sus padres le inculcaron, menospreció su existencia.
«¿Qué hice para merecer esto? ¿Qué estoy pagando con quedarme sola? ¿Sin saber qué camino tomar? ¿Por qué permites esto?». Maldijo su infortunio. Siempre había intentado ser la mejor versión de sí misma, ¿por qué no podía ser feliz?
—Si sigues llorando arruinarás tu maquillaje, y eso sería una pena.
Naomi observó a Iván como si de un ser sobrenatural se tratase. Él conectó sus miradas, le sonrió y luego se mantuvo a su derecha observando el mismo cielo sin estrellas. No saber nada sobre él durante semanas le hizo pensar que estaba soñando, pero el toque que dejó en su hombro se lo confirmó. Iván en verdad estaba allí.
—No conozco bien a Matías... Él realmente no me agrada.
—Cállate —susurró con lágrimas en sus ojos—, por una vez no digas nada estúpido. Solo acompáñame.
—Perdón.
—Tú estás aquí, disculpándote. Es imposible.
—Hace tiempo deje de pensar que somos un imposible. Deberías hacer lo mismo.
—Lo único que hacemos es lastimarnos.
—En otras ocasiones hemos tenido la oportunidad para hacerlo mejor, no lo hicimos, pero no voy a dejar de creer en que tendremos otra oportunidad.
—Nunca pensé escucharte tan optimista —confesó, haciendo un esfuerzo por no mirarlo.
—Yo tampoco. Mis amigos me dijeron que eso hace el amor, creo que estaban en lo correcto.
—¿Así de cursi?
—¿Qué más puedo hacer si te quiero de vuelta?
—Mucho más que esto.
—¿Cómo qué?
—Necesito tiempo para pensarlo.
—¿Cuánto?
—Aún no lo sé.
—No te dejaré ir a ningún lado con mis sentimientos.
—¿Y los míos? —Iván eliminó por completo la poca distancia que los separaba acariciando la mejilla derecha de ella. Su total familiaridad la hizo vibrar.
—Justo como tú estoy muy asustado de lo que siento, pero eso no lo hace menos real.
—Eres indeseable hasta que duele.
—Puedo ser peor de ahí y lo sabes. —Él sonrió luego de besar su mejilla.
—¿Qué pretendes?
—Hacer que te aferres a mí. Luego te daré todo el tiempo que necesites.
Iván se inclinó haciéndole creer que la besaría; ese juicio cambió drásticamente cuando besó el cuello de Naomi con notorio ímpetu. Ella le concedió la potestad para continuar cerrando sus ojos. Le dio gracias al destino porque estaban solos en el callejón.
—Para mí no eres un capricho o un simple gusto. Solo eres tú, y eso me encanta.
—Tú tampoco lo eres para mí.
—Quiero que volvamos aunque no tengamos claro lo que fuimos. También quiero que tengas muy presente que no aceptaré una negación.
—¿Por qué haces esto?
—Porque te amo.
Los ojos de Naomi se ensancharon, por un segundo sintió que sus piernas dejaron de sostenerla. Iván continúo hablando más seguro de sí, cada letra que pronunció la dejaba con menos aliento disponible en sus pulmones.
—Sé que aún somos demasiado jóvenes y que apenas estamos definiendo nuestras vidas, pero yo no pienso darme por vencido contigo. He soportado lo suficiente para saber que no quiero una vida en la que tú no estés. Tampoco me interesa lo que Matías pueda intentar. Sé que sientes lo mismo que yo, por mí.
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