20 | Cámaras y bicicletas

A semanas de su cirugía Naomi continuaba firme y optimista. Matías fue toda la comprensión que necesitaba. Se ganó su afecto tan rápido que sintió miedo de equivocarse, pero él valía que se arriesgara. No pasó mucho tiempo para que dejara de verlo como un sincero amigo. Aunque tampoco podía referirse a ello como si fuera amor. Jamás se atrevería a confesar tal emoción de ensueño porque casi eran desconocidos. Luego de sentirse como una de las protagonistas en los libros que Ruth leía; decidió pensar en Matías como un chico salido de esas historias. Quizá, como en esas fábulas, él sería capaz de darle el amor que merecía y que Iván, por inmadurez, no fue capaz de entregarle. En los últimos días consideró que una relación con Iván no era más que un sueño imposible.

Desde su lado del cuento, Matías debía reunir valor para que el deseado futuro junto a Naomi fuera una realidad. Estaba tan decidido a ello que se olvidó de que su vida era un frágil sueño roto.

Tres kilómetros de distancia separaban la casa de Naomi del centro de rehabilitación física. Para ella y Matías, la media hora de recorrido transcurrió a velocidad de la luz.

Naomi esperaba que el mes de junio pasara igual de rápido, aunque, ¿cómo sería eso posible si debía recibir terapia tres veces por semana durante ese mes? El dolor que experimentaba al caminar con las muletas era igual de doloroso que lo que sintió cuando algunas personas la miraron como si fuera un bicho raro. Matías le ayudó a bajar de su auto. La sensación de no poder caminar por su propia cuenta era lo más agobiante que había sentido. Llegó a la conclusión de que si más personas tuvieran las cualidades del hombre que era su «muleta viviente», el mundo sería un mejor lugar.

—No los mires —le dijo de prisa.

Naomi elevó su mirada para ver el rostro de Matías. Él observó meticulosamente su entorno, como si quisiera demostrar algo ante quienes la incomodaban. Continúo hablando sin cambiar su postura.

—Eres una guerrera que está a punto de mostrarle al mundo su capacidad. Eso te da un paso por encima todos. Sostente de mí si sientes que te caerás, ¿de acuerdo? —preguntó, volviendo a mirarla—, pero no dejes de tratar de hacerlo por tu cuenta.

—Muchas gracias.

Una secretaria les recibió sonriendo. Mientras ella escribía las informaciones que Matías proporcionó, Naomi examinó el lugar donde se encontraban. Fue reconfortante ver a más personas en condiciones similares a la suya. Los ojos se le cristalizaron cuando notó que una mujer, en compañía de quien parecía ser su esposo, se despedía de una terapeuta. La pareja lució jubilosa hablando sobre retomar planes y viajes. Naomi se preguntó si también podría cumplir los propósitos pautados antes del accidente. Un poco furiosa secó la rebelde lágrima sobre su mejilla derecha. Agachó la cabeza, e intentando mantenerse estable, se enjugó el rostro con una mano. Pensaba que en ese lugar podría sentirse comprendida, pero no, la aceptación siempre sería insuficiente si solo venía de terceros, la propia era crucial. Y si no actuaba en consecuencia jamás dejaría de ser una «paticoja».

Matías la sacó de ese triste presentimiento tocando sus hombros. Le indicó el camino que debían recorrer. Siguieron a la secretaria hasta otra área donde las paredes estaban pintadas de un color azul cielo. Puertas corredizas de madera dividían cada espacio por los aparatos que en estos se encontraban. La mujer les llevó marcada delantera, él caminaba al ritmo de Naomi.

—¿Te encuentras bien?

—¿Qué?

—Luces preocupado —acreditó, deteniendo su caminar—, ¿todo bien?

—Sí.

—Es sobre Isleña Telec., ¿cierto? Papá me contó sobre la reunión que tienen hoy.

—El déficit de capital no es algo que se solucionará con mi presencia.

Naomi lo miró confundida.

—Tú eres parte de la empresa.

—Mi padre lo es aún más.

—Matías...

—No te voy a dejar sola.

—Tienes que estar presente. En algún momento estarás al frente de Isleña Telec., ¿qué crees qué pensarán los socios cuando no te vean?

—Probablemente que no soy apto para el puesto —manifestó, llevando las manos a su nuca.

—Y los dos sabemos que no es así. Ve, yo estaré bien. Solo es una terapia. No creo que me vaya a doler mucho.

—Nunca se sabe.

—Por esa razón quiero mantenerme optimista. Por favor, ve. Te prometo que estaré bien.

Él le besó la frente mientras se despedían. Naomi continuó caminando sin dejar de pensar en todo el afecto que le debía. Matías la cuidaba como si fuera lo más importante en su vida, no merecía que lo arrastrara por un camino vago y mal definido.  


***


En más de una ocasión, Iván intentó cerrar sus ojos y cubrirse los oídos ante la verdad, ¿dejaría su corazón de latir si continuaba reprimiendo las ansias de regresar a Naomi? Porque no podía sacársela de la mente. Estaba lleno de restos de arrepentimiento que le impedían mantener algo de esperanza.

Cada día despertaba más harto que el anterior, como si todos a su alrededor fueran falsos o alusiones. Dejó una parte de sí en los lugares que compartió junto a las personas que apreciaba. Su mayor deseo durante las últimas semanas fue que las risas con sus amigos lo protegieran del dolor. Pero era su responsabilidad ser honesto consigo mismo.

Descubrió que el amor es un camino que se abre en dos vías. El tiempo lejos de ella era un calvario. Trató de soltar toda la ira y se enojó por no poder hacerlo, entonces, ¿cuál era el punto de liberar la ira si no había nadie cerca para consolarlo? Con el pasar de los días buscó la manera de componerse el alma. La única sensación de relajación a su alcance era sentir el viento acariciándole el rostro cuando pedaleaba su bicicleta. Era una simpleza que despejaba su agobiada mente.

El mismo jueves en que Naomi recibió la primera terapia, Iván tuvo la compañía de Ruth y Esteban en una salida por la ciudad. El líder de Teen Light hizo todo lo posible para reparar el aro de la bicicleta de Ruth, estuvieron tan ocupados en esa labor que la tristeza de Iván fue imperceptible.

—¿Qué dicen de una competencia hacia el otro lado del parque?

—Hagámoslo.

—Cabe destacar que el segundo, y tercero, en llegar pagarán los helados —declaró Esteban, desafiante.

—¿El tercero?

—Al parecer la bailarina aquí presente quiere ser la primera a toda costa.

Ruth reservó su carcajada para otro momento. Arregló los dobleces de su falda pantalón y subió a la bicicleta.

—Toda una atleta.

—Silencio, bailarina —musitó Iván acercándose—, sabes bien que ella nos lleva mucha ventaja.

—Los escuché.

—¡Lo sabemos!

—¡En sus marcas!

Ellos se posicionaron uno a cada lado de Ruth. Estaban frente a un camino de que se dividía en tres senderos. Una vez pautado el rumbo a seguir pedalearon hasta ser los únicos en sus respectivas rutas. La senda central fue la elegida por Iván, su bicicleta le aseguraba una posible victoria, pues era la que mejor plato poseía. En un cambio de velocidad empezó a pedalear más rápido. Visualizó el triunfo a treinta metros de distancia, pero sosegó su ritmo al toparse con una chica en muletas.

Plantó sus pies en el suelo para salvarla de un choque, no tenía tiempo para esperar que los frenos hicieran el trabajo. El rose de la goma delantera con una de las muletas ocasionó que la muchacha se cayera. Iván bajó de su bicicleta, despavorido, se arrodilló y ofreció una mano para ayudarla a levantarse.

—¿Te encuentras bien? —Los ojos de él se ensancharon al ver a Naomi. Ella no tenía expresión alguna en su rostro, lo miró de pies a cabeza como si fuera un desconocido—. Tu pierna está sangrando.

—Solo es un rasguño. ¿Qué haces?

—Te llevaré a un banquillo.

—Puedo hacerlo por mi cuenta. Solo dame mis mulatas.

—Los dos sabemos que no puedes caminar por tu cuenta.

Naomi miró sus piernas y luego las muletas, ni arrastrándose las alcanzaría en la brevedad pertinente para dejarlo hablando solo. Así que se quedó en silencio hasta que lo escuchó disculparse.

—No es justo —dijo entre dientes—, necesito mis muletas.

—¿Te duele mucho?

—Es solo un rasguño, no tiene importancia.

—Para mí la tiene.

Naomi se tragó en seco las próximas palabras que pensaba decir. Él respondió con tanta determinación que la hizo sentirse mal. La situación era bochornosa.

—No deberías.

—Lo tengo claro.

—Mis muletas...

—No te preocupes, están cerca.

—Para ti lo están —susurró, mirando la herida en su pierna.

—Deja que te lleve al banquillo.

—Solo dame las muletas y acabemos con este desagradable encuentro.

—Tú siempre decides por sobre todas las cosas como si fueras una niña inmadura.

—Piensa lo que quieras. Te crees un hombre, Iván. No lo eres. ¡Dame mis malditas muletas!

—Tienes razón. No lo soy, pero al menos yo no juego a la damisela en apuros con un hombre detrás de su... —Naomi lo abofeteó. Él soltó una despechada risa—. ¿Te sientes mejor ahora?

—No me hables así.

—Jugaste con mis sentimientos. Vi a ese idiota con el collar que te regalé y ahora lo traes en tu cuello. ¿Cómo quieres que esté?

—Pensé que ya estabas acostumbrado a jugar con los míos. No me agradan las personas tan insensibles como tú. Estar justos es una pérdida de tiempo.

—¿Prefieres irte con ese idiota?

—Matías no es un idiota. Ruth me dijo lo que pasó el día de mi operación, ¿cómo puedes siquiera reclamarme? Él es mil veces mejor novio que tú.

—Eso no te da el derecho de destruirnos de esta manera —regañó luego de un incómodo silencio—, sé que fui un imbécil, pero te desconozco. Eres, increíblemente, decepcionante. La chica que conocí hace cuatro años jamás lastimaría los sentimientos de alguien, como tú lo has hecho conmigo.

—Yo no lo provoqué.

—Es más que obvio que le gustas. Camina detrás de ti como si fueras...

—Yo nunca he dicho que no me doy cuenta de ello. ¿Qué esperabas si él es todo lo que cualquier chica querría?

—¿Por qué tú debes ser igual a todas las chicas?

—Porque tú no eres él —respondió, quitándose el collar—, tómalo.

—¿Estás hablando en serio?

—Vete. Al menos ten algo de dignidad y aléjate de mí. No quiero saber nada más de ti o de la absurda relación que tuvimos.

—Nuestra amistad no fue absurda, significaba todo para mí.

—Es pasado, puedes llamarlo como quieras.

—¿Cómo puedes decir eso?

Al no obtener respuesta Iván le dio sus muletas, tomó el collar y se marchó. Naomi reprimió el llanto hasta que volvió al centro de rehabilitación.

Lo que en un principio sería un tranquilo paseo mientras esperaba a Matías, se convirtió en una pesadilla. En menos de veinte minutos Iván le robó el aliento y ella sepultó todas las posibilidades que tenían. Caminaba por el parque con la intención de probarse a sí misma, terminó más triste que horas antes. Debió suponer que no estaba lista, pero su conciencia le exigía que no vacilara en la toma de decisiones, por más precipitadas que esas fueran. Su característica espontaneidad era la única cualidad que aún le parecía familiar.

Sus lágrimas encontraron libertad mientras estuvo encerrada en el baño. Apoyó las manos en el lavabo, luego miró su rostro en el espejo. El maquillaje, que con tanto espero realizó, parecía salido de una película de terror. Sacó el labial rojo que traía en el bolso de solapa, intentó aplicarlo en sus labios, pero no pudo mantenerse quieta. El pintalabios cayó al suelo ensuciando su vestido color púrpura. Soltó un chillido de resignación. Estaba cansada de sentirse inútil, ni siquiera podía tocarse el rasguño en la pierna, tenía demasiado miedo de caerse. Se pasó un papel húmedo por el rostro y volvió a mirar su reflejo.

Muchas veces su conciencia le gritó que los actos de Matías eran más que intachable cortesía. Quererlo confundía sus emociones. Se aferró a las muletas como si esas fueran un oso de felpa. Lloró a Iván en silencio, jamás le confesaría que ella también se desconocía.

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