18 | Orgullo
Luego de escuchar los sermones de Paúl, el rostro de Sandra se enrojeció. La mayoría de veces no quería creerle ni una palabra, era orgullosa. Pero aquel viernes se dirigían a la Academia de Aviación, y él le llenó la mente con ideas que suscitaban el estrés necesario para hacerla sentir incómoda.
—Eres un tonto.
—Soy el tonto que lleva casi dos horas conduciendo para que veas a tu «amiguito». Y sí, lo acepto, soy un completo inepto por hacerte caso —añadió Paúl, sin apartar su vista del camino.
—Félix no es un «amiguito» como insinúas.
—Entonces, ¿qué es?
—Un amigo.
—No veo la diferencia.
―Sigue conduciendo.
―No tengo palabras para expresar lo mucho que me molesta que te quedes a dormir allá. Ten presente que no es un hotel.
—Tampoco es para tanto. Solo serán tres días, no tienes que preocuparte.
—No me pidas que no me preocupe —recalcó, arreglando su espejo retrovisor—, viste que papá le hizo como mil llamadas a Luis para saber dónde dormirás. Hay demasiados chicos en la academia.
—Dormiré en una recámara del edificio para chicas.
—Uno nunca sabe qué puede pasar.
—Nada, absolutamente nada.
—¿Papá siquiera te explicó lo qué es un preservativo?
―No quiero hablar sobre eso.
—Ya estás en edad de saber que...
—¡Cállate! —vociferó Sandra, tapándose los oídos.
—Escúchame, niña. Que hagas eso no valdrá de nada.
—¡No te escucho!
—¡Un preservativo sirve para proteger de una enfermedad o un mal! ¡Un condón es lo mismo para el hombre!
―¡Cállate!
―¡Los condones sirven para impedir que la mujer, en este caso tú, quedes embarazada!
―¡Basta! No quiero escuchar más.
―¡Ajá! Dijiste que no me escuchabas.
―Escuché un poco —admitió, cabizbaja.
―Es algo que debes saber. Papá habló contigo, ¿cierto?
―Sí. Él me dijo lo mismo que tú.
―Lo hacemos porque nos preocupas.
―Se los agradezco, pero, por favor, sean más conscientes. Tengo dieciocho años.
―Yo a tu edad...
—¡Cállate!
—Está bien. Un hijo es una bendición, pero no quiera sobrinos ahora.
―Tenlo por seguro. La responsabilidad de darle nietos a papá es toda tuya. ¿Nunca piensas dejar el nido?
―¿Quieres que me vaya de casa? ―preguntó, irónico.
―No lo dije en ese ámbito y lo sabes.
―Algún día.
―¿Todavía no conoces a la indicada?
―Creo que la perdí.
―¿Es en serio? ―Él asintió―. ¿La conozco?
―No.
―¿Por qué no vuelves con ella?
―Sabes que caminar en círculos no es mi fuerte, pero ese era el de ella.
―¿La querías mucho?
―¿Te parece mucho qué juntos perdimos los votos de castidad inculcados por nuestros padres?
―Lo lamento.
―No te preocupes por mí. Tú solo no hagas nada de lo que te puedas arrepentir mañana. Nunca sabes, en verdad, cuánto amas a una persona hasta que la pierdes.
―Tendré cuidado. Te lo prometo.
―Niña, no sabes el peso que me quitaste de encima con decir eso.
―¿Cuándo dejaré de ser una niña para ti?
―Lo serás hasta el día de mi muerte, piojo.
Sandra jamás se lo dijo a Paúl, pero valoraba sus palabras. No obstante, ¿de qué manera podía hablar de preservativos y relaciones sexuales con dos hombres que desconfiaban del propio género? El problema no era la realidad de muchos jóvenes a su edad, sino la percepción que tenía sobre ellos. No le encontraba sentido a la libertad que tenía, siendo mayor de edad, si sus decisiones no aportaban nada positivo a su vida. Aprendió de Oliver que hay personas presentes solo en una parte del espectáculo, no en la función completa. Siempre que ella fuera la actriz principal seguiría su propio camino, sola o acompañada.
Apenas empezaba a tomar las riendas de su porvenir, dejarse llevar por imprudentes sentimientos no resultaría en nada bueno. La mayoría de sus compañeros de clase eran tan imprudentes y liberales que temía por ellos. De ser verdad que salir o dormir con la primera persona que le atrajera formaba parte de ser mayor de edad, porque un considerable grupo de sus conocidos lo hacía, Sandra hubiera hecho todo lo posible para volver a su niñez. Los chicos eran descuidados y difíciles de comprender, muchos tenían más interés en descubrir su sexualidad que en ir a la universidad. Por otra parte, las chicas poseían mayor orientación, aunque no faltaban las que también querían vivir y sentir como los chicos.
―Pensé que no llegarías.
―Hola, te extrañé mucho. ¿Cómo has estado? Todo lo que he dicho son formas de saludar, ¿sabes?
Félix se echó a reír por el instructivo que Sandra trató de explicar. Él la tomó en sus brazos, alborotando su larga cabellera.
―¿Todo bien, Félix?
Ellos se separaron de inmediato. Paúl los observaba como un halcón. Él se quitó los lentes de sol y los lanzó dentro del auto. Se acercó para saludar a Félix con un apretón de manos.
―Sí —respondió el más joven—, mucho mejor ahora que están aquí.
―Ten encomendamos al tesoro familiar. No lo olvides
―Sé que Sandra es un tesoro. No defraudaré su confianza.
―Cuídala bien.
―Lo haré.
―¿Se quedarán ahí conversando o me ayudaran con las maletas?
―¿Maletas?
―Mis cosas no cabían en la mochila.
―Mínimo trajiste tu guardarropa completo.
―Algo así.
―Llámame. No te olvides de llamar a papá, no vaya a ser que le dé un ataque por no saber de ti.
—Sí, adiós.
—Volveré por ti en tres días, niña. ¡No olviden protegerse!
—¡Paúl!
—¡Lo haremos!
—¡Félix!
—Shhh —susurró en un coqueto guiño de ojos—, vamos.
Con una mano sosteniendo la maleta de Sandra y la otra entrelazada con la izquierda de ella, Félix la guio hacia los dormitorios femeninos.
La Academia de Aviación era un enorme recinto con un auténtico estilo de universidad contemporáneo. Edificios con ventanas de mosaicos vintage, un área de práctica similar a un aeropuerto y una biblioteca del tamaño de una piscina olímpica; eran mucho más que arduos trabajos de diseño y estructura. La academia era un ensueño para cualquier amante de las obras arquitectónicas. Sandra y Félix no se consideraban expertos en el tema, pero no pudieron negar la pulcritud que esa representaba junto a las pequeñas áreas verdes, que le daban un respiro de naturalidad y armonía.
El día era soleado y el cielo estaba despejado. Durante todo el recorrido Sandra sintió que el corazón se le saldría del pecho, caminaba de la mano con su chico, aunque todavía no podía referirse a Félix de esa manera. Días antes de su llegada, él le propuso que salieran en plan de novios. Tal como si le hubiera leído la mente, cumplió uno de sus sueños. Aún no le daba una afirmación definitiva, quería descubrir por sí misma, y sin compromiso, los nuevos sentimientos que él podría ofrecerle.
―Este lugar es bellísimo, pero los dormitorios están muy lejos.
―Eres floja. Solo hemos caminado doscientos metros. ¿Ves aquel edificio cerca la biblioteca?
―Sí.
―Ahí están los dormitorios de las chicas.
―¿Hay muchas chicas en la academia?
―Diez.
―¿Y chicos?
―Somos veinte.
―Treinta estudiantes, son pocos.
―Éramos más cuando empezamos, creo que cincuenta. No todo el mundo mantiene vivo el sueño. Menos luego de ver que las cosas no son fáciles.
―Me alegra que tú sigas aquí.
―Ni loco me iría. He querido esto toda mi vida, lo que sea que venga haré mi mayor esfuerzo para sobrellevarlo.
―Quién lo diría. Nunca pensé verte así de empeñado en algo, superaste mis expectativas.
―Y lo seguiré haciendo. Después de ti ―dijo, permitiéndole el primer paso dentro del edificio. Ella lo miró confundida.
―¿Tienes las llaves?
―Tu habitación está en el segundo piso.
―Pensé que era aquí abajo.
―A menos que quieras dormir en un cuarto de simulación es aquí.
―Loco.
―Solo son escaleras.
—Para ti ―recalcó, desanimada―, ¿tu dormitorio también está en un segundo piso? Deberían instalar ascensores. Es un recorrido demasiado largo como para tener que subir a un segundo piso.
—Dile eso a tu padrino. Todos los dormitorios están en un segundo piso.
―Tenlo por seguro.
―¡Ta-da! Tienes tu propio baño detrás de esa puerta. ―Él puso la maleta sobre la cama. Luego se sentó en la silla del pequeño escritorio, en una esquina de la habitación―. ¿Qué te parece?
―Es acogedora y muy linda. El papel tapiz está un poco pasado de moda, pero me encanta que tenga flores. Me imagino que padrino lo eligió.
―¿Tú qué crees?
―Que sí, porque se parece un poco al de mi habitación.
―Tienes razón.
―¿Qué tienes planeado?
―Si quieres podemos intentar lo que Paúl...
—¡No!
—Yo solo decía. No te enojes, ¿sí? Dentro de dos horas será la cena, luego si quieres podemos resolver ese asunto ―añadió entre risas.
―Ni lo sueñes.
―Bueno, si hablamos de sueños húmedos...
―Ten pendiente que puedo asfixiarte con mi bufanda.
―Excelente argumento.
―Deja de reírte. Lo dije en serio, Félix. ¡De acuerdo! Me iré a la oficina de padrino. Tú termina de ahogarte en esa patética risa.
―No sabes dónde está.
―Puedo averiguarlo.
―¿A esta hora?
―Los chicos que jugaban en la cancha de baloncesto deben seguir ahí. Le preguntaré a uno de ellos. Adiós.
―¡Espera!
―¿Por qué tienes que seguir gritando?
―¡No irás a ningún lado en compañía de los degenerados sin camisa!
―Pensaba que eran tus amigos.
―Solo nos saludaron porque me vieron contigo. ¿Estás ciega o qué?
―No. En verdad, se veían bastante bien.
―¡Sandra!
Mientras se dirigían a la oficina del decano de la academia, Félix se tomó muy en serio el comentario de Sandra. Le tapó los ojos cuando volvieron a pasar cerca de la cancha de baloncesto. Los tontos celos de Félix le causaron mucha gracia. Ella no se molestó, al contrario, quiso disfrutar de ellos por más tiempo.
Para su suerte en común el despacho de Luis no estaba muy lejos de donde ellos se encontraban. Él los recibió con una gran sonrisa y un fuerte abrazo. El padrino de Sandra era un hombre conservador, de avanzada edad y con un buen ojo para la estética. La oficina era igual de pintoresco que una fotografía antigua. Madera rústica y numerosas fotografías en blanco y negro, con marcos de diferentes colores, adornaban la pared principal. Las tres restantes estaban pintadas de color crema. Un mediano mástil con la bandera nacional, una figura de cristal en forma de avioneta y varias fotos familiares, nada convencionales; ornamentaban el escritorio.
—Tomen asiento, por favor. Has crecido mucho, princesa.
—Muchas gracias por dejar que me quede aquí unos días.
―No tienes que agradecerme. Todo por mi ahijada querida.
—Perdón si papá lo tenía aturdido.
—Dile a mi compadre que estarás bien cuidada aquí.
—Gracias.
—Félix, supongo que le mostraste su habitación.
—Sí, señor. Venimos de allá.
—Llegue hace un rato.
—Me hace muy feliz tenerte aquí.
―A mí igual. Prometo que vendré con más frecuencia. Es que estás muy lejos de casa, casi me muero en el camino, el tránsito estaba horrible. ¿Les causa gracias eso? ¿Padrino? ¿Félix? ¡No sean así conmigo! Pude morir de calor.
―Eres muy graciosa, princesa. Sería mucho más feliz si te quedarás por más días.
—Yo también. Ya sabe cómo es papá.
—Lo entiendo, pero no comparto su idea. Te has vuelto toda una señorita. Tarde o temprano él tendrá que aceptarlo. ¿Cómo está tu hermano?
—Bien. Hace dos meses finalizó sus prácticas en el Banco Central. Ahora trabaja como asesor independiente y asistente de papá.
—Me alegra. Si gustan podemos cenar juntos más tarde.
—Respecto a eso...
—¿Podemos salir de la academia? Sandra me dijo que quiere ir al parque.
—¿Podemos ir? —La expresión de ella fue un marcado puchero—. Por favor, padrino. En serio quiero ir.
—Daré el permiso para que puedan salir. Deben estar aquí antes del anochecer. También tienes que llamarme, al menos una vez por hora, para estar al tanto de cómo están, ¿entendido?
—Sí.
—Entonces mañana desayunamos juntos, ¿les parece?
—Sí, gracias. Mil gracias, padrino. —Sandra le dio un impetuoso abrazo a Luis, uno que él aceptó besando su cabeza—. Te quiero mucho. Eres el mejor.
—Esto me pasa por ser el consentidor. ¿No crees, Félix?
—No tanto, señor. Solo lo suficiente.
—Gracias por todo.
—Es lo menos que puedo hacer. Samanta me encomendó velar por tu alegría —confesó Luis.
—La extraño mucho.
—Yo igual, princesa. Te pareces demasiado a ella.
—Eso me ha dicho papá. Mamá era muy hermosa.
—Exactamente como tú. Tienes su misma aura y energía. Ella estaría muy orgullosa de la joven que eres. Donde está debe sonreír a diario por ti, igual que todos nosotros.
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