10 | Sombrío porvenir
Al día siguiente del décimo séptimo cumpleaños de Naomi, el Palacio de Justicia fue una prisión para las inquietudes de Javier y Ruth. Ninguno supo que sucedía del otro lado de la puerta durante la audiencia. Los cuestionamientos en relación al estado de Esteban les atormentaron. No sabían si la felicidad lo acompañaría en la partida de su padre, o si la tristeza cubriría su alma por el indefinido futuro que le esperaba. Tampoco si Adrián y Carmen se encontraban bien. Las mentes de ambos eran lagunas de miedos que desconocían. Deseaban lo mejor para su amigo, aunque fuera lejos de la familia en la que creció. Javier y Ruth sabían muy poco sobre segundas oportunidades, y lo peor de todo era que compartían esa posición con Esteban. Pero tenían toda la confianza puesta en él. Esperaban que Esteban y Carmen nunca perdonaran a Víctor dándole una segunda oportunidad, dedujeron que hacerlo solo sería una sentencia de muerte.
—Han pasado veintiocho minutos desde que iniciaron.
—Y nosotros somos las únicas señales de vida por aquí. Tengo los nervios de punta. No puedo dejar de pensar en los sentimientos encontrados de Esteban ahora. Esto también podría ser el final de su unión emocional con Víctor.
—La separación es más fácil de sobrellevar que la violencia.
—A veces siento que lo mejor fue crecer sin mi padre. He visto tantos casos, tantas personas que crecen en un matrimonio que parece estable, pero esconde engaños, violencia, mentiras o celos. Si yo hubiera crecido con mis padres juntos no sería quien soy hoy.
—Tienes todo la razón. Sé que no es el mejor momento para preguntar esto. ¿No sabes nada de él? ¿Dónde vive? ¿Si tienes hermanos de su parte o si murió?
—Él tenía una familia en Puerto Plata cuando conoció a mamá, le dijo que no era casado.
—Solo un patán hace eso.
—También es un increíble actor. Le hizo creer a mis familiares que era un buen hombre, y lo fue, hasta que yo nací y mamá descubrió sus mentiras. No lo veo desde hace cuatro años.
—¿Ningún contacto?
—No sé si el dinero de mi manutención se pueda considerar como uno. Él ha cumplido con la pensión que mamá le impuso.
—Lo siento no debí...
—No importa, mamá estuvo conmigo. No siento lastima de la vida que tengo, a pesar de todo creo que eso me hizo más fuerte.
—¿La quieres mucho?
—Sí, es una gran mujer, ¿cómo no podría quererla? Dio su vida para hacerme feliz. Siempre estaré eternamente agradecida con ella, me eligió por encima de todo.
—Y tú quieres hacer lo mismo, incluso ahora que te dio su apoyo para que aceptes la beca.
—La oportunidad de estudiar periodismo en Inglaterra es...
—Alucinante.
—Cuando me enteré no lo podía creer.
—Ahora entiendo por qué pensaste en rechazar esa beca, y por qué ocultaste tan bien esa oportunidad.
—Lo lamento.
—No tienes que disculparte. Entiendo que no debe ser fácil para ti. Aunque te pido de favor, que la próxima vez que tengas semejante oportunidad me lo digas de frente y no por un mensaje de texto.
—Perdón.
—Deja de disculparte, Ruth. Solo piénsalo mejor, ¿sí? Cosas como esas parecen salidas de un sueño.
—Yo, no quiero irme y dejar a mamá, tampoco a ustedes, son los hermanos que siempre quise tener.
—¿Te irás?
Ruth volteó la cabeza en dirección a la familiar voz. Por varios segundos sintió que le faltó aire en los pulmones. Iván y Naomi se encontraban justo detrás.
—¿Ustedes sabían de esto? —preguntó ella. Los chicos se mantuvieron en silencio—. ¿Qué alguien me diga qué...? ¿Solo yo no sabía de esto?
—Te lo puedo explicar...
—Pensé que éramos amigas. —Las lágrimas cayeron cual río sobre sus mellizas.
—Te lo iba a...
—Nunca lo hiciste.
—Lo intenté, por favor, créeme. Lo intenté muchas veces, pero estabas tan feliz que no pude hacerlo.
—Me hiciste creer que iríamos a la misma universidad, que estaríamos juntas, ¿todo ha sido una farsa?
—Te prometo que estaremos juntas.
—No hablas como si entendieras el peso de tus palabras, Ruth. Todos aquí me mintieron, lo sabían, ¡¿no es así?! Nunca me dijeron nada, ¿soy una burla para ustedes?
—No quisimos...
—¡¿Qué no quisieron, Iván?! ¿Decirme la verdad era inconcebible? Si en serio me quieres no debían existir secretos entre nosotros. Eres un farsante al igual que todos aquí.
—Deja que te explique.
—¡Apártate!
—Tienes que escucharnos.
—Por favor, amiga.
—No me llames así. Y tú, Iván, olvídate de mí. No los quiero volver a ver.
—¡Espera!
Los cincos minutos de persecución en los que Iván y Ruth corrieron tras ella fueron un preámbulo para la horrible escena que presenciaron. Cuando Naomi cruzó la calle el único sonido que se percibió fue causado por el impacto de su cuerpo contra un auto, cerró los ojos antes de mirar al conductor que salió del vehículo.
Todo lo que Naomi debió escuchar, y las cosas que no vio por las lágrimas, fueron una perdición. De un momento a otro no pudo hablar. Deseó escuchar las palabras de Iván en vez del fuerte dolor físico que sintió. Corrió porque lo consideró necesario, así que también era capaz de dormir si no poseía más resistencia.
No supo por cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero despertar en la habitación de una clínica sintiendo que la cabeza le explotaría, le confirmó un preocupante estado de salud. Observó por encima del hombro derecho lentamente, llevaba un cuello ortopédico. El dolor en esa no se comparaba con el de la pierna izquierda, al parecer el yeso no estaba funcionando o la extremidad estaba destruida. Luego tendría la oportunidad de saber cuál era su situación real, aunque sabía que su madre tenía la respuesta que tanto necesitaba.
Naomi despertó a Natalia cuando apretó la mano que ella tenía entrelazada con la suya. Sintió su respiración entrecortada sobre un hombro mientras estuvieron abrazadas. La escuchó dando gracias a Dios. Verla llorando de júbilo le confirmó que su estado era aún más alarmante de lo pensaba y sentía.
—¿Cómo llegué aquí?
—Tuviste un accidente. ¿Cómo te sientes bien? —Su mirada cayó del mismo modo en que Naomi se desplomó entre sus brazos—. ¡Hija!
Natalia le sacudió los hombros, pero ella se quedó inmune a los desesperados intentos de hacerle despertar. En medio de su desesperación llamó a la estación de enfermería.
—¿Qué sucedió? —preguntó la asistente a médico revisando los signos vitales de Naomi.
—Se desmayó cuando traté de hablarle.
—¿Qué le dijo cuando despertó?
—Lo único que pude decirle fue que tuvo un accidente.
—¿Sabe si almorzó antes del accidente?
—Lo dudo, venía del Palacio de Justicia.
—Los análisis arrojaron que tiene anemia, deshidratación y un posible comienzo de anorexia.
—¿Empeorará?
—No con los cuidados necesarios. Por el momento lo recomendable es que descanse, el suero le ayudará a estabilizarse. Llamaremos al doctor que se le fue asignado cuando llegó a la clínica para informarle lo sucedido. Cualquier anomalía no dude en llamarnos, con permiso.
Las emociones que estaban reprimidas dentro de la madre de Naomi salieron a flote nuevamente. Ella daba la propia vida por ser quien estuviera con una pierna rota y tres puntos de sutura en su brazo derecho. Su mayor deseo era ayudar a sus hijos en el largo y pedregoso camino de la vida. Se preguntó el porqué de aquel destino predeterminado por Dios para Naomi. ¿Cómo podía no sentirse miserable con su esperanza en el suelo? Su hija seguía con vida, pero su fuerza de voluntad desapareció en cuanto supo del accidente. Se tapó la boca con las manos para que el llanto fuera inaudible, lo último que deseaba era preocupar a Miguel, en ese momento él se encontraba del otro lado de la puerta. Agradeció el espacio a solas que su esposo le ofreció. Necesitaba meditar en qué sucedería con su matrimonio frente a otra prueba de fe, pero una llamada telefónica irrumpió la susodicha melancolía.
—Halo.
—Buenas, ¿me habla Natalia Concepción?
—Sí, ella habla.
—¿Naomi se cuenta mejor? Halo, ¿Natalia?
—Ella se desmayó. ¿Quién me habla?
—Matías, soy quien conducía el auto... —El mutismo por parte de ella preocupó al joven—. Lamento en sobremanera lo sucedido, créame que estoy completamente con su dolor. Estuve dos horas esperando para verla después del accidente.
—Yo... Mi esposo y yo estábamos fuera de la ciudad. Intentamos llegar lo más rápido que pudimos, cuando estuvimos cerca ella dormía.
—Me haré responsable por los gastos.
—Sé que no fue el causante de esto.
—No piense que me quedaré inmune. Permítame cubrir los gastos de la clínica.
—No hace falta.
—No tengo duda en ello, pero le pido que me entienda. No voy a ser indiferente ante una situación que también me involucró.
—¿Disculpe?
—Conozco a Miguel y a usted. Quizá no me recuerde. La conocí en la fiesta de navidad de Isleña Telec., yo di el discurso de bienvenida con mi padre.
—No tienes...
—Tengo que, mi familia estará con ustedes.
Matías utilizó palabras sinceras en la conversación con la madre de Naomi, al igual que Sandra en la suya con Paúl. No obstante, para el hermano mayor de ella existía algo más. Él no desconfiaba de Sandra, pero sí de lo fugaces que son las emociones juveniles.
Los domingos en la noche eran días de descanso para Sandra, los pasaba viendo televisión en su habitación. No era del tipo de chica que iba de fiesta en fiesta los fines de semana, prefería estar tranquila con los suyos y consigo misma. Valoraba demasiado su tiempo como para gastarlo en salidas innecesarias. Cada día significaba una nueva oportunidad que ella podía transformar en algo grande. Creció reconociendo que su madre se sacrificó por ella. Valorar cada minuto de su tiempo era la mejor manera de darle las gracias a Samanta.
En contraposición con lo que esperaba el sermón de Paúl y Manuel por «dormir con Félix», no fue gravísimo. Pero le pareció absurda la manera en que ellos nombraron que durmiera en casa de su mejor amigo.
—¡Niña! Ya apaga la tele. Duérmete, son las doce —vociferó Paúl.
—¡Déjame en paz!
Para sus adentros Sandra cuestionó la sensatez de su hermano mayor. Tenía dieciocho años y un título técnico en contabilidad, no era una niña.
—Será por las malas. —Él irrumpió en la habitación como si fuera la de él. Sandra frunció el ceño al verlo—. Ya duérmete, ¿no te cansas de ver todos los días lo mismo?
—No veo todos los días lo mismo, que no sepas qué películas son es otro caso.
—Chiquilla. Ven aquí, piojo. —Paúl avanzó casi tan rápido como ella al salir de la recámara—. ¡Te voy a alcanzar!
—No me vas a alcanzar, eres tonto, viejo, ¡y lento!
—Ya veremos cuando te atrape.
Sandra se echó a reír a observando la poca agilidad en sus pasos. Ambos bajaron las escaleras y se dirigieron a la cocina. En vez de bajar su tono de voz, tal cual como él se lo pidió, Sandra recalcó que sus vecinos tenían el sueño demasiado pesado. Crearon una cómica persecución que finalizó cuando ella chocó sus hombros con los de su padre. Se enemistó con Paúl en cuanto vio la severa expresión en el rostro de Manuel.
El mayor cruzó sus brazos en señal de disgusto. Tenía los ojos caídos por la falta de sueño, el cabello alborotado y el pijama arrugado. Sus hijos no tardaron en disculparse admitiendo que causaron un tremendo escándalo.
—Están muy grandecitos para esto, ¿no creen?
—Él empezó, papá.
—¿Qué le hiciste?
—¡Yo! —exclamó, señalándose a sí mismo—. Ella fue la que inició... ¡Dios! —Paúl saltó un pesado suspiro, todo su autocontrol dependía de las próximas palabras que dijera—. Le pedí que apagara el televisor. Me tiene harto con ese ruido, no podía dormir.
—¿Hasta cuándo piensas seguir viendo películas? ¿Seis horas más?
—Pero, papá...
—No hay prórroga, sabes que está mal. Apágala y deja dormir a tu hermano. Bajar el volumen no es válido porque igual debes dormir. Mañana tenemos que ir al banco a trabajar. Tendrás la casa solo para ti y podrás terminar de ver las películas, ¿de acuerdo?
—Está bien. ¡Qué conste que lo hago por él! ¡No por ti, subnormal!
—Vayan a dormir. Mi pequeña, ahora estás descansando de las clases, aprovéchalo, dentro de poco irás a la universidad. Pero, por favor, no molestes a tu hermano. Los veo en la mañana.
—Buenas noches, papá... Pequeña engendro de satán, ven aquí.
Pese a los torpes movimientos que Sandra hizo para alejarlo, Paúl se aferró a la cintura de ella.
—¡Ah! Suéltame, alíen... ¡Papá!
—¡Déjala en su habitación! —exclamó Manuel, antes de subir las escaleras.
En un desesperado intento por ser libre, Sandra trató de golpear el pecho de Paúl con su cabeza. Él la cargó como si fuera un costal de papas. No dejó de reír mientras ella le exigía que la soltara; su semblante cambió cuando volvieron a estar solos en la habitación. Luego de apagar el televisor, se sentó en un costado de la cama y la miró como si tratara de leerle la mente.
—¿En serio no sucedió nada con Félix anoche?
—No puedo creer que me lo preguntes —alegó, escondiéndose bajo su sábana color verde.
—Debo saber la verdad Sandra, Felix te gusta, ¿no es así?
—Cállate.
—Tomaré eso como una afirmación.
—Vete, Paúl.
—No hasta que me digas la verdad.
—Me quedé dormida en el sofá de su habitación como les dije, nada más.
—¿Tú querías algo más?
—Es mi amigo, jamás pasará lo que nombras «algo más» entre nosotros.
—¿Por qué no te acercaste a él? Los dos sabemos que él te gusta
—No hubiera sido justo.
—Me alegra que para decirme eso permitieras que viera tu rostro.
—Sé que de todos modos me hubieras quitado la sábana.
—No sabes lo feliz que me hace saber que te contuviste, niña.
—Eres mayor que yo tan solo por ocho años.
—¿Te parece poco?
—Quiero ser hija única.
Sandra intentó volver a esconderse, pero Paúl fue más rápido y le arrebató la sábana. Ella lo miró frustrada, luego apoyó su espalda en la cabecera de la cama y suspiró resignada, ya no tenía escapatoria.
—No bromeo con lo de ser hija única.
—Ni yo con las preguntas que no respondes. ¿Acaso nunca le dirás lo que sientes?
—Eso sería demasiado.
—¿Demasiado para ti o para él?
—Para los dos.
—¿Entonces qué sucedería si él te dice que tú también le gustas?
—¿Y si no?
—¿Cómo no te das cuenta? Solo él puede responder estas preguntas.
—No lo sé.
—Con indecisión no se llega a ningún lugar.
—Prefiero quedarme aquí.
—¿Estás segura? —cuestionó, divertido.
—La sonrisa en tu rostro es macabra.
—Lo dices porque aún crees que lo más importante en el amor es decirle a tu hermano mayor que estás enamorada.
—Yo nunca te...
—Con tus acciones y gestos me basta. Niña, tener el valor necesario para hablar con la otra persona es más relevante. Pero nada de contacto físico, más allá de un beso, hasta que cumplan veintisiete.
—Eres un tonto.
—Sé cómo son a esa edad.
—No todo el mundo es igual.
—Es bueno que lo tengas pendiente. Escucha, existe algo llamado preservativo, es bueno que tengas uno en tu bolso.
—¡Cállate! —gritó, lanzándole una almohada.
—Papá debería hablar contigo, además...
—No te quiero escuchar.
—Niña, lo que evitas oír es humano y en algún momento te pasará. De no ser por eso no estaríamos aquí.
—¡Cállate! Vete de mi habitación, ¡ahora!
—Buenas noches, señorita gritona.
—¡Eres un tonto!
Conciliar el sueño a las once en punto no estaba en los planes de Sandra. Paúl le había dejado innumerables ideas en la cabeza. No le agradaba vivir al límite o tomar riesgos, jamás creyó ser cobarde, pero le dio la razón a Paul. Estaba muy asustada de ser rechazada. Junto a Félix podía reír y llorar en conformidad. Él no era la mejor persona del mundo, pero su corazón lo eligió. Félix dibujó señales de esperanza alrededor de sus miedos. Estaba perdidamente enamorada, y por esa misma razón era infeliz.
El insomnio de media noche le invadió a destiempo, navegar por Internet era una tentadora distracción. La notificación de un mensaje le impactó la vista al encender su celular.
Félix
Gracias por ser mi amiga, te echaré de menos. Lamento irme sin decirte nada, pero si te veía no iba a ser capaz de marcharme y necesito hacerlo.
Perdóname.
Ni siquiera ahora puedo encontrar las palabras adecuadas para ti.
Ojalá y algún día puedas entender que yo nunca quise hacerte daño, ni a ti, ni a nadie.
Te prometo que entendí lo que es mejor, aunque solo aprendo de mala manera.
Ahora mismo debo seguir.
Estoy cansado de esperar escuchando a personas decir: «ten paciencia, las cosas mejorarán».
Trataré de darle vida a mis sueños, te pido que hagas lo mismo con los tuyos.
Prometo que te visitaré todos los fines de semanas que me sean posibles. Y cuando eso suceda te volveré a ver con las razones del porqué estoy bien.
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