01. el partido de tenis.

        En el corazón del brillante mundo de la élite de California, la familia Harriman se destacaba como un ícono de éxito y ambición. Marvim y Teresa Harriman, un matrimonio con dos hijos, estaban innegablemente decididos a cultivar un legado inmejorable, reflejo de su propio ascenso en uno de los sectores más competitivos de Estados Unidos: el mercado inmobiliario. Con su empresa, una de las primeras del país, ya consolidada como un imperio, las expectativas pendían sobre sus hombros como un manto de responsabilidades.

El primogénito, Andrew Harriman, era el heredero forzoso, elegido desde su nacimiento para hacerse cargo de la empresa. Marvim soñaba con él dirigiendo reuniones de negocios, negociando contratos multimillonarios, mientras Teresa imaginaba a su hijo como el bastión del honor familiar, el guardián del apellido Harriman. Andrew, con su porte elegante y su aguda mente para los números, parecía ser el cumplimiento perfecto de ese sueño.

Sin embargo, la más joven, Amelia, era una fuerza de la naturaleza en su propia esencia. Con tan solo 17 años, su talento para el tenis era innegable, pero al mismo tiempo, su explosiva personalidad se manifestaba en una rebeldía que preocupaba a sus padres. Marvim y Teresa habían planeado su vida. La veían como un diamante en bruto que necesitaba ser pulido y moldeado para satisfacer las demandas de la sociedad y la reputación de la familia.

La necesidad de control se cernía sobre la casa Harriman, donde la idea del fracaso era una sombra que no podía ser tolerada.

Marvim y Teresa observaban atentamente cada movimiento de sus hijos, imbuidos del temor de que cualquier error pudiera empañar la imagen cuidadosamente construida a lo largo de los años. El brillante futuro que planeaban para Andrew y Amélia parecía, para ellos, una cuestión de supervivencia, una herencia que no podía ser desperdiciada.

Y no fue diferente ese día.

El abrasador sol de California inundaba el complejo deportivo, reflejándose en las gradas llenas de espectadores emocionados, pero nada parecía tan intenso como la tensión que flotaba en el aire. Marvim y Teresa Harriman se posicionaban orgullosamente en la primera fila, vestidos con atuendos elegantes que irradiaban sofisticación y estatus. Ellos eran la imagen de determinación, pero también de ansiedad, observando con ojos atentos a su hija Amélia, la joven prodigio del tenis, en uno de los campeonatos más importantes de su carrera.

La cancha, marcada por el asfalto verde y las líneas blancas, contrastaba con el verde vibrante de las vallas que la rodeaban, mientras el ruido de las raquetas y los aplausos del público se mezclaban en una nerviosa sinfonía. Amélia, con su raqueta en mano, parecía decidida, pero había una creciente frustración en su rostro. Con cada punto perdido, la presión sobre sus hombros se hacía más pesada. El calor abrasador pareció infiltrarse en su mente, nublando su concentración, y la sombra de sus expectativas la seguía como un fantasma.

En el último asalto, mientras se preparaba para un golpe decisivo, la tensión explotó. Amélia falló un saque crucial y el balón salió volando de la cancha. Un silencio ensordecedor se apoderó de la arena y, en un instante de desesperación, dejó escapar la raqueta de sus manos. Con un grito primitivo, golpeó la raqueta contra el suelo, una y otra vez, hasta que el sonido de la madera rompiéndose resonó como un grito de su alma. Los ojos de los presentes se volvieron hacia ella, algunos con admiración, otros con horror.

Marvim y Teresa intercambiaron miradas nerviosas. Lo que debería haber sido un momento de orgullo se convirtió en una muestra pública de desesperación. Marvim, con la mandíbula tensa, le susurró a su esposa, mientras sus ojos escaneaban a la multitud que grababa cada segundo con cámaras y celulares.

—— Dejen de tomar fotografías —— ordenó con voz profunda, mostrando su preocupación. Teresa, pálida e inquieta, asintió rápidamente, levantándose para pedir a los fotógrafos que dejaran de tomar fotos, consciente de que el comportamiento de su hija podía manchar la imagen de la familia.

A medida que se desarrollaba la conmoción en la cancha, la atmósfera se volvió pesada. Amélia, todavía jadeante y furiosa, empezó a darse cuenta de la gravedad de su arrebato emocional. La raqueta rota era un símbolo de su lucha interna, y las miradas de desaprobación y compasión que la rodeaban la golpearon como un nuevo tipo de presión.

El pitido final resonó en toda la cancha y el atronador sonido de los aplausos se convirtió en murmullos de descontento y simpatía. Amélia, todavía en shock después de su arrebato, abandonó la cancha sin mirar atrás, con el corazón acelerado y la mente confusa. Las luces del campeonato parecían más brillantes e implacables mientras se alejaba, con el rostro ardiendo no sólo por el calor sino también por la humillación que seguía.

Al entrar a la sala de descanso del club, un refugio temporal, Amélia se sentó en un rincón, lejos de las miradas curiosas y los comentarios pesados. Observó las paredes decoradas con fotografías de campeones, cada una de las cuales contaba una historia de éxito que parecía cada vez más alejada de su realidad. El olor a sudor y líquido limpiador la envolvió, un conmovedor recordatorio de que su lucha era real y palpable.

Pronto, la puerta se abrió y entraron Marvim y Teresa, con una mezcla de preocupación y decepción en sus rostros. El ambiente se tornó tenso y pesado, como si la atmósfera ya cargada estuviera a punto de explotar. Marvim avanzó, su mirada era firme y su voz controlada, pero la frustración se mostraba en cada palabra.

—— Nos avergonzaste ahí fuera, Amélia. ¿Qué fue eso? No te criamos para que actuaras así.

Amélia permaneció en silencio, con la mirada baja. Las palabras de su padre fueron como flechas, golpeándola directamente en la cara, y, en lugar de defenderse, simplemente absorbió el dolor de las críticas. Teresa, a su vez, interrumpió con voz llena de emoción.

—— ¡Tienes talento, hija! No puedes dejarte llevar así. ¿Qué pensará la gente de nosotros?

Un nudo se le formó en la  garganta mientras Amélia escuchaba. La raqueta rota todavía pesaba mucho en su mente, representando no sólo su frustración con el juego, sino también la presión implacable que sentía por parte de su familia. Con un esfuerzo, respiró hondo.

—— Lo siento —— La palabra escapó de sus labios, frágil como un cristal a punto de romperse.

Marvim, sin embargo, se limitó a mirarla con desilusión. —— Guárdate esa mierda para ti.

Las palabras cayeron pesadas en el aire, una orden para que ella silenciara sus emociones y ocultara su vulnerabilidad. Amélia sintió un vacío interior. En lugar de defenderse, se permitió hundirse en ese silencio, y el peso de lo que no se dijo se convirtió en una carga aún mayor.

Mientras sus padres se alejaban, Amélia permaneció allí, rodeada por la oscuridad de la habitación y el eco lejano de la multitud que aún celebraba y se lamentaba afuera.

🎾.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top