Amenaza Gigante

¿Pueden ustedes imaginar un cangrejo tan grande como aquella mesa, moviendo lentamente sus numerosas patas, bamboleándose, cimbreando sus enormes pinzas, sus largas antenas, como látigos de carretero, ondulantes tentáculos, con sus ojos acechándoles centellantes, a cada lado de su frente metálica?
H. G. Wells, “La Máquina del Tiempo”  

   Llevábamos apenas tres meses en aquella isla. Mis compañeros Steven y George empezaban a no compartir el mismo optimismo que yo. Les recordé nuestro propósito allí, del que tanto nos habló el General Flint, que la había comprado a principios de año. Fue un secreto para muchas personas. 

   La bautizó simplemente como: “Mercurio”. Por lo visto, era parte de un pequeño conjunto de islas que bordeaban Cauta. La zona estaba llena de minas inactivas, producto de un pequeño conflicto ocurrido en los años 90s. Tenía entendido de que también hubo algo de actividad radiactiva en la zona. Nuestro deber era ese entonces. Estudiar la isla y averiguar de dónde provenía esta radiación. Al principio no detectamos nada. Desechamos casi de inmediato la teoría de la radiación y esperábamos volver a casa, pero el General insistió en que nos quedáramos un tiempo más. 

   Nunca llegamos a entender por qué, hasta que hoy mismo descubrimos una grieta en lo profundo de la isla. Esa grieta no estaba ahí antes. Algo me decía que no bajara, pero fui en contra de mis instintos e incité a mis compañeros a seguirme.

   Al bajar nos enfrentamos a un odioso sistema de laberintos que terminaba en lo que parecían cámaras. Encontramos grandes cantidades de fruta, que podía ser la razón por la que empezaba a escasear la comida en Mercurio. Continuamos nuestro recorrido, tratando de pensar qué animal pudo haber hecho eso. Pensé en la similitud que aquello tenía con los hormigueros, excepto que eso no podía haberlo hecho una hormiga tan diminuta. 

   Recorrimos demasiado. No quería contemplarlo en aquel momento, probablemente para no alarmarme más a mí y a mis compañeros, pero creo que estábamos perdidos. Nos alumbrábamos con las linternas en medio de esa oscuridad sin poder ver algo. A ratos, podía notar una rara variación de hongos en las esquinas de las paredes. Nunca vi algo similar. Ese hongo era violeta y era más similar a una planta, pero era hongo sin duda.

   Llegamos a una cámara que nos dejó atónitos a mí a mis compañeros. Delante de nosotros había decenas de huevos amarillos gigantes. Contemplé, como biólogo y científico, todas las especies que podrían engendrar una descendencia así de enorme. No se me ocurrió alguna. Pero todo volvía al mismo pensamiento: las hormigas. Lo rechacé de inmediato; era imposible la existencia de una especie así entre las 12 000 conocidas. 

   Nos acercamos más a los huevos y, efectivamente. En sus interiores albergaba embriones gigantes de las hormigas. Steven se cuestionó mucho acerca de esto, de lo que podría significar para la humanidad. George empezó a ponerse nervioso. Nos decía que teníamos que irnos.
Abandoné todo pensamiento en ese momento cuando escuché un cliqueo a mis espaldas. 

   Me volteé la vista y entre la oscuridad apareció una hormiga monstruosa, casi de nuestro tamaño. Esta tenía una mitad de su cabeza cubierta de un moho violeta, que rápidamente asocié con el hongo que estuvimos viendo por el camino. También tenía cerca de 6 u 8 ojos más, pero completamente blancos. Y sus patas ahora tenían otro par más. Traté de asegurarme de que no era una araña. Simplemente conservaba varias de sus propiedades. Mi conclusión final, antes de que mis compañeros y yo escapáramos horrorizados, fue que era una extraña mutación.

   La criatura emitió un chillido que casi nos deja sordos. A más de 5 metros de distancia, escuchamos sus patas acercándose. George tropezó con algo, cayendo al suelo. Mientras trataba de incorporarse, la hormiga gigante se apareció detrás de él. Se volteó, lleno de miedo. La hormiga lo miró de frente y le escupió en la cara. George trató de sacudírsela en vano, ya que lo había cubierto con alguna especie de seda. 

   Entonces empezó a gritar fuertemente. Era como si su cara se estuviera derritiendo. Cuando se viró hacia nosotros, descubrimos que así era. La cara de George estaba descarnada, apenas dejando ver su cráneo. Se tambaleó hacia nosotros, pero la hormiga le agarró por los pies y comenzó a triturarlos. El sonido de los huesos de George quebrándose mientras gritaba nunca lo olvidaré.

   Steven y yo corrimos como pudimos, aprovechando que la criatura se estaba alimentando. De tanto correr, tuvimos que detenernos para descansar. Vi nuevamente el hongo violeta en las paredes. Contemplé que, quizás, las pruebas atómicas que ocurrieron años antes pudieron afectar el ecosistema de esta isla. De ser así, el General debía saberlo cuanto antes y mandarnos ayuda. Solo teníamos que subir otra vez a la superficie.

   El problema era aquel laberinto de la hormiga. Ni Steven ni yo recordábamos por dónde vinimos y la posibilidad de que la criatura nos encontrara en cualquier momento era preocupante. Me puse a pensar en ella, en lo imposible que debía ser su concepción. 12 000 especies de hormigas hay en el mundo y solo hay conocida una especie de hongo capaz de parasitar insectos: el cordyceps. Pero aquello no era cordyceps. Era alguno nuevo. Oí rumores sin importancia hace unos meses, sobre una pequeña villa de Bornibia que tuvo que estar en cuarentena por una repentina infección de hongos violeta. Empecé a atar cabos, pero siendo así…dejaba otra pregunta en el aire. ¿Cómo llegó ese hongo, cuando el General Flint nos aseguró que nadie había venido antes a la isla? La humanidad simplemente no estaría lista para esta monstruosidad. Estuve tan aterrado, que podía escuchar los latidos de mi corazón.

   Me di cuenta de que Steven ya no estaba a mi lado. No me atreví a gritar, temiendo que la criatura me escuchara. Di por perdido a mi compañero y empecé a correr. No tenía ni idea de a dónde me dirigía y la sensación de que algo me seguía empezó a crecer. 

   Me detuve luego de un buen rato corriendo. Estaba muy agotado. Me pareció haber recorrido cada centímetro de aquel lugar y, aún así, no pude encontrar la salida. Temí por quedarme atrapado con esa criatura para siempre. Escuché un tintineo. Miré a alrededor y, de la oscuridad, apareció una hormiga naranja, mucho más pequeña que la vista anteriormente. Debía medir cerca de 30 cm de alto. No se mostró hostil conmigo al principio. De hecho, la consideré de lo más amigable. Probablemente estaba atrapada con esa mutante como yo.

   Entonces la cabeza de la pequeña hormiga se abrió completamente, dividiéndose en cuatro partes iguales. De su interior, que brillaba con luz violeta, salió desprendido un chorro similar a un escupitajo, que impactó en mi pecho. Traté de quitármelo, pero era inútil. El lugar donde me escupió empezó a arderme hasta volverse insoportable. Grité adolorido con todas mis fuerzas;
sentía que se abría lentamente mi pecho. 

   Caí de rodillas, completamente incapaz de hacer algo o de poder caminar. Podía ver mis tripas comenzar a salir de mi interior. Miré de nuevo a la pequeña hormiga, que ahora venía acompañada de muchas más. Una de ellas se abalanzó sobre mí y me arrojó el escupitajo sedoso. El resto de las hormigas se le sumaron. Oh, Dios. ¡Qué horror! Aquellas pequeñeces me estaban cubriendo vivo. Mi último recuerdo fue ver a la hormiga gigante acercarse a mí.

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