✺ : Nota X
Ante tal noticia mi corazón no se removió, ¿Cómo era posible? Eso...no podía ser verdad, estoy segura de que sólo era una vana mentira para tener algo de empatía o piedad por Norman.
Mi cabeza dolía, sentía mi pecho arder y mis ojos desorbitarse. Me senté en la mesita en silencio y a un costado de la misma había situada una jeringa aún sin ser usada. La tomé entre mis dedos y la observé, lentamente inyecté más de aquella sustancia que me hacía perder.
Mis risas y mis mejillas se tornaban rosadas, el ángel había caído, habían cortado sus alas y mi alma no sentía ni una pizca de pena.
De esa manera las horas pasaron lentamente, deleitándome con mi compañera, quizá la única y verdadera. Sin embargo, la realidad estaba a punto de golpearme de una manera casi devastadora.
Mis párpados pesados, vista borrosa y las marcas en mis venas, permanencían recordándome que tipo de persona era. Y en eso se convirtieron mis dos semanas consecutivas.
Pero un día me puse de pie entre tambaleos y pesadez. Tomé el valor de a mi madre ir a verle, la conversación se desarrolló de tal manera en que me comentó sobre unos rezos que le estaban realizando cada tarde al Padre que se ganó con esfuerzo el corazón de sus peregrinos.
Todo se derrumbó ante mí al momento de escuchar tal incidente, ¡Ese hombre no era nada más ni nada menos que ese farsante! Mi vil amante.
En ese instante mis sueños fueron echados al bote de basura, mis esperanzas arrebatadas sin piedad ni consciencia junto a una irritación en el área torácica que se acumulaba frenéticamente. Esto no debería de estar ocurriendo, se suponía que sólo era parte de los efectos de mis estupefacientes. Una alucinación.
Tal acontecimiento arrebató lo único que poseía, mi vida, la luz tenue del día.
Al único hombre y ser humano que me hizo sentir "normal" a pesar de todos los momentos dolorosos que juntos pasamos.
Norman no volvió más, logró dejarme abandonada. Consiguió su puto objetivo.
Su partida no sólo sería lamentada por mi persona, si no también por sus hijos y su mujer ahora viuda e incluso de quiénes iban a su iglesia a escucharlo predicar la palabra.
Me hallaba sumergida en un laberinto sin salida, el pánico me envolvía y me obligaba a apresurar el paso y huir de esa pesadilla.
Sin embargo, con toda esa ira y tristeza contenida no puse pie en su funeral, ni entierro. Ni tampoco fui capaz de ir de nuevo a la capilla a los rezos para que su alma pudiera descansar en paz, algo dentro de mí me lo impedía por más que lo anhelara.
En mi cabeza únicamente se encontraba el deseo de sollozar y dar media vuelta, no quería observarlo en una caja, no quería verlo bajo la tierra. Ansiaba al Norman que respiraba y me maldecía, al tirano sin escrúpulos que me percibía como una minoría. Yo lo amaba con vida (como una pobre ilusa).
Me culpe a mí misma por su fallecimiento, estaba convencida que su muerte había sido provocada por mí, por las discusiones, por confesarle acerca de formar una familia, de hacer el intento de ser una mujer distinta.
Y entre tantas idas y vueltas me di cuenta que no estaba embarazada y comencé a sentirme abatida, a encerrarme en mi burbuja y por supuesto, recaí de nuevo en las drogas. Esta vez al punto de volver a tener una sobredosis que casi me arranca la vida (a veces me gustaría que lo hubiera conseguido, sería lo más gratificante que me hubiese pasado).
Necesitaba reencontrarme con Norman y lanzarme a sus brazos, atender a sus llamados y prestar mis odios a su versado engaño. Él admirándome desde su cúspide y manifestándome que soy su belladona, bellamente venenosa.
Aquella es la razón de mi estadía aquí, en este internado donde he estado escribiendo este diario a puño y letra. Desahogando y desenterrando emociones contenidas que ahogué con sustancias ilícitas.
En la actualidad, poseo en vagas y lejanas memorias a Norman con rencor y repugnancia, pero en cada crepúsculo ya no está presente de forma persistente. Su recuerdo ya no me lastima lo suficiente, me da cierta tranquilidad y eso está bien.
En ocasiones me pregunto cómo estarán sus pequeños, su señora y si han podido afrontar su duelo.
En instantes pienso en mis padres los cuales de vez en cuando me envían cartas, mismas que jamás he dedicado una ojeada a su contenido.
Este lugar no ha sido tan malo o decepcionante, aún así, no puedo asegurar el momento en que dé un paso hacia el exterior del establecimiento no vuelva a recaer.
Dios sabrá lo que pase con mi destino, sólo yo puedo batallar con mis propios demonios, hasta mi último respiro.Por ahora, esto es un punto y coma. Un final abierto, un futuro totalmente incierto.
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