✺ : Nota VIII
Después de todo lo ocurrido, mis recuerdos se hicieron más borrosos. Mi relación con Norman iba en picada, cada vez era más intensa y caótica, dejando evidente que éramos simplemente amantes.
Sin embargo, no sentía que fuera así, al principio me causaba intriga su manera de percibir el mundo, encendía en mí una chispa que explotaba en llamas con cada roce suyo, como una eternidad, un sosiego sin fin que colisionaba con sus labios fusionados a los míos, luego el sabor era agrio, y la textura áspera. Semejante a besar un cadáver.
Discutíamos hasta que mis cuerdas vocales se estropearan y seguido se marchara a estar con su familia, su esposa e hijos. Estaba ya cansada de ser la segunda mujer, la meretriz, la adicta cubierta de etiquetas negativas.
En otras ocasiones sólo recurría a la iglesia, a flagelarse, a colocarse de rodillas ante el imponente crucifijo incrustado en la pared de la capilla. A súplicar clemencia por gritarme, golpearme, degradarme. De las noches que tuvo intimidad conmigo y al minuto decir que me amaba. Hipócrita.
Yo carecía de esperanza, era un alma vacía deambulando por esa pieza denominada habitación.
En mis memorias vivas y frenéticas nos hallábamos en el pasillo de la capilla, yo horcajadas de él completamente desnuda sobre su entrepierna mientras me embestía. Movía sus caderas y examinaba a mi alrededor esas estatuas religiosas observando nuestro acto con morbo, repudio.
Las vírgenes sollozaban con las manos juntas, los santos exhalaban cansinos suspiros, pedían misericordia para las ovejas descarriadas. Los cuadros inclinados y las pinturas derramándose por las paredes blancas, similar a un grito de ayuda: el demonio había profanado aquel santuario, el hombre mismo había cometido pecado capital. La guillotina oxidada era lo único que les esperaba.
Tal hecho me excitaba, se profundizaba el disfrute de la culpa, en lo mal que hacíamos al unirnos bajo las miradas de las esculturas. Si alguien nos visualizaba, ¿cuál sería el castigo a llevar? ¿qué podría pasar? ¿Acaso la guillotina imaginaria vendría por mi cabeza?
Sin importar el futuro continuaría a su merced, junto a su sexo, proclamando sobre un amor perdido al compás en que los gemidos y murmullos se convertían en la melodía del sitio.
¿Qué diría mi madre si se enterara de esto? Le confió al padre sanar a su pobre hija, pero esta haciendo todo menos sacarla de esa vida, ¿acaso follarla venía en los términos y condiciones? Cada vez ella se encuentra en lo más profundo del mar, dónde no hay pizca de luz que la ilumine y encontrándose expuesta a criaturas fenomenales.
Aquello se detiene a ser un recuerdo que ya no me pertenece, ni de nosotros, ni de nadie.
Me deslicé entre las rocas a un punto cuestionable, no existe alguien para salvarme. Me aferré a Norman por lo que no me importaba la gente que me "quería", quizá mi familia. Anhelaba permanecer con él, me desvivía por hacerlo sentir bien, y él me brindaba las sustancias a pesar de su apatía reciente. Me quería, lo percibía en mi piel. No, tal vez a esas alturas ya estaba demente.
Hasta que quise tomar una elección la cual se convirtió en la gota que colmó el vaso entre nosotros.
Un día llega al hogar, como siempre cerrando la puerta con seguro antes de dejar su gabardina en el perchero. Lo recibí con los brazos abiertos aunque no fue correspondido.
Los nervios me comían viva por lo que tenía pensado comentarle y temía por su reacción, sospechaba que algo malo podría suceder. Por otro lado, pensaba que a lo mejor habría emoción de su parte, que la alegría reinase y que me tomara de las manos con la primera vez.
Nos sentamos en silencio en la mesa que se situaba en la cocina, era pequeña y únicamente habían dos sillas ya que nadie nos visitaba, nadie sabía dónde vivía, sólo era un cuarto casi al fondo de una calle sin salida. Mi madre ni siquiera es consciente del lugar donde me retiraba cuando no estaba en casa, aún así, en ocasiones coincidimos en la iglesia (junto a Norman) y su presencia se limitaba a ser una mera extraña para mí persona.
Por unos minutos la sobriedad era parte nuestra, ni perturbaciones, ni molestias. Estabilidad. Pese a que sabíamos que en unas horas después estaríamos en el suelo consumidos por la heroína.
Entre mis lagunas mentales sé que tomé su mano para acariciarla, y que su reacción fue un sobresalto pero correspondió sin reclamar.
A medida que el escenario se desenvolvía tragué grueso e intenté buscar las palabras correctas: ¿cómo podía decirle que probablemente estaba en cinta? ¿Y qué sí había la posibilidad de no estar equivocada tendría al bebé y ambos veríamos por ello?
En mis sueños anhelados y rotos, en otra realidad, más calmada y con estabilidad, ansiaba ser mamá. Una versión diferente a mí progenitora (pero tal vez estoy siendo codiciosa).
Sin más preámbulo, se lo comenté, no recuerdo bien la manera en que comencé. Dentro de mí existía un temor inconmensurable por su futura contestación. Mi intuición no falló, Norman no se lo tomó como mi corazón lo deseó.
"Amelia, no vas a dar a luz a un bebé adicto igual que tú, ¿Quieres que pase un infierno contigo? No, eso no es la voluntad de Dios. Dime, ¿Tu idea es asesinarlo dentro de tus entrañas con cada mierda que te inyectas? Vamos, ambos conocemos que no tienes la capacidad de ser un buen ejemplo de mamá y ni aspiro a ser papá de ese pequeño.
Yo disfruto de tener una buena familia, hijos sanos, libres de vicio y maldad. Además, poseo una esposa que les brinda cariño incondicional y bondad, ¿tú qué les puedes ofrecer? Nada, porque no eres más que una drogadicta, Amelia. No eres digna de amar ni de ser amada."
Hubo más palabras que me vomitó encima, fueron tantas que ya no las recuerdo. Se tornan borrosas e indescifrables ocasionándome una fuerte migraña.
En esa fracción de segundo lo odié, lo detesté con todo mi ser: ¿cómo osaba a decirme tales palabras? ¿Estaba en todos sus sentidos para hablarme de esa manera?
Al final nunca hubo pizca de verdad, sólo una efímera actuación, un guión escrito en papel el cual él se aprendió, me engatusó y me envolvió en sus brazos para luego arrojarme al abismo y romperme en mil pedazos.
Lo maldije sin fin, le grité en su rostro que era un infeliz, un imbécil, que carecía de las cualidades de un pastor, que era un demonio disfrazado de ángel, que sólo me percibía como una diversión.
Él se enfureció y me agarró del brazo, estuvimos en ese forcejeo por largos minutos sin lograr quitármelo de encima. Mi único deseo que me recorría era huir de ese lugar que me estaba sofocando, añoraba gritar pero me lo era impedido.
Me posicionó contra la pared y me golpeó, fueron tantos en mi mejilla que la cuenta se olvidó. Su tacto no era agradable como antes, ahora sus caricias en mi cuello se convirtieron en apretones en busca de cortar mi respiración, de modo que se repetía en bucle el mismo patrón, siendo en vano mis arañazos, patadas y escupitajos.
Él no era el Norman que me enamoró, era un desconocido en su cuerpo que sin esfuerzo alguno me tenía rogando sobre el suelo.
Balbuceaba que se detuviera, que me estaba lastimando pero mis ruegos caían en oídos sordos, estaba fuera de sí, estaba violandome.
Pasé por un trance, borrando de mi mente acciones que me hacían lamentarme. Viajé a un jardín bañado en blanco, silencioso, indoloro, similar a flotar y estar dentro de un sueño que nunca querrías despertar.
Hay ocasiones en que tales sueños pueden convertirse en pesadillas nauseabundas.
Omitiría gratamente la escena, la que crea arcadas que recorren mi garganta. Lastimosamente mi mano no parece optar por parar.
Tan pronto como terminó mi adormecimiento, él se acostó a mi lado y se dió la vuelta, evitando mi mirada. Durmió plácidamente mientras yo derramaba lágrimas silenciosas por haber entregado mis sentimientos a una persona que buscó destrozarme cuantas veces quiso, por permitir que las píldoras me llevaran a un resultado deplorable. Me desprecio tanto como lo aborrezco a él. Su compañía no aportaba ni un céntimo a mi vida y yo fui la principal culpable de ello.
A la mañana siguiente surgió otra disputa acerca de lo acontecido la noche anterior, pidiendo disculpas con el afán de victimizarse, pese a ello, yo ya no sentía nada.
Le dí a entender que debía retirarme, no soportaba su existencia, que el simple hecho de estar en su campo de visión me provocaba daño. Norman se limitó a arrojar bruscamente un vaso de cristal que estaba en sus manos, caminó hacia la puerta, la abrió y la cerró de un golpe sin proporcionarme un beso de despedida.
Y aquella ocasión se transformó en el último momento que escuché su voz.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top