2.

Los pasos apresurados de la niña rebotaban por todo el extenso corredor mientras se dirigía a la oficina de su padre, seguida por su sirvienta Siri la cual no estaba muy segura de que si lo que estaba haciendo estaba bien.

En algún punto del transcurso, Amelia comenzó a dar pequeños saltos ansiosos mientras caminaba apresuradamente. Una sonrisa llena de inocencia e ingenuidad no se borraba de sus labios. Desde hace varias semanas no veía a su padre, por lo que contemplarlo después de tanto tiempo le ocasionaba una gran felicidad.

En su mente de niña, en verdad creía que lograría cambiar el trato frío de su padre hacia ella.

Siri la miraba desde su altura, intentando seguir su paso apresurado. Una pizca de culpa y lástima teñia sus rasgos algo envejecidos. Habia pasado tanto tiempo con esa niña, que de alguna forma se había encariñado con ella. No quería verla lastimada, pero era algo inevitable. No podía protegerla de la indiferencia de su propio padre y de la cruda realidad.

Las puertas dobles de la oficina del conde no tardaron en abrirse paso frente a sus ojos. Amelia no pudo aguantarlo más por lo que apresuro aun más su paso.

—¡Señorita...! —bramo Siri al notar las intensiones de la niña y enseguida intentó agarrarla, pero fue demasiado tarde.

Amelia abrio la puerta sin siquiera tocar primero.

—Padre... —se asomó al interior, esperando ver a su padre en su gran escritorio de caoba oscura, pero la sonrisa en sus labios desapareció de inmediato al ver que su padre no se encontraba solo.

Enseguida, tres pares de ojos se dirigieron a ella al notar la interrupción.

Su padre se encontraba sentado detrás de su gran escritorio, pero en los divanes en el centro de la habitación se encontraba una mujer extraña sentada al lado de un niño.

Amelia en apenas unos segundos la miro de pies a cabeza. Aquélla mujer tenia un largo cabello negro que casi podría rozar el suelo. Todo en ella era sombrío, desde su vestido oscuro que no mostraba ni un poco de piel, hasta sus ojos grises sin brillo que miraban fijamente a la niña sin siquiera pestañear.

Inconscientemente Amelia retrocedió algo asustada al ver dicha mujer que la contemplaba con un extraño interés.

Sus ojos se desviaron dubitativos hacia el niño que la acompañaba. Parecía tener unos 12 años pero su porte era recto y servicial. Sorprendida, la niña observo que el cabello de dicho niño era de un color rojo sangre, más intenso que el suyo propio. Sus ojos eran del color del musgo, a diferencia de los ojos de Amelia, los cuales eran de un color amabarino algo extraño pero enigmático.
Sin embargo, extrañamente, ambos niños poseían un parecido muy difícil de ignorar.

Siri no tardó en adentrarse a la oficina seguida de una impactada Amelia. Contemplo la situación y algo incomoda, enseguida intentó disculparse con el conde por la mala educación de la niña.

Para su sorpresa, el conde habló primero, interrumpiendo su frase a medio salir.

—Justo a tiempo, estaba a punto de mandarte a buscar, Amelia...

La susodicha se sobresaltó al escuchar a su padre después de tanto tiempo. El conde era un hombre alto y de apariencia intimidante. Sus ojos eran verdosos, al igual que los del niño de ojos color musgo.

A pesar del incomodo ambiente, Amelia recupero su entusiasmo, ansiosa por recibir ese regalo que tanto ansiaba.

—¿Sabes padre? Hoy en mi cumpleaños y esperaba...

—No seas maleducada —el conde la interrumpió poniéndose en pie lentamente. Ni siquiera había levantado su voz, pero la niña no pudo evitar sentir un escalofrío al ser golpeada por su tono de voz gélido y sin sentimientos— Tenemos dos invitados importantes...

Amelia trago en seco y cabizbaja agarro con las puntas de sus dedos su falda y se inclino levemente haciendo una reverencia.

—Mis disculpas... —admitio con voz entrecortada, con las lagrimas al borde de sus ojos. Definitivamente no esperaba nada de esto.

—No me molesta... —la rasposa voz de la extraña mujer se dirigió a ella y de inmediato Amelia levantó la mirada contemplando sus finos labios que formaban una extraña sonrisa sin emoción— Es bueno que sea tan enérgica.

La curiosidad por saber quienes eran estos nuevos personajes no tardó en brillar en sus ojos.

Afortunadamente su padre no tardó en presentarlos.

—Esta señora que vez aquí es Lady Marianne Elora. Le debo mucho a ella, por lo que asegúrate de tratarla como parte de la familia —Amelia asintió con la cabeza, aunque aun seguía sin saber porque esa mujer era tan importante. Nunca antes había escuchado su apellido por lo que Definitivamente no formaba parte de la nobleza— El niño que vez a su lado, su nombre es Aleric. Es la razón por la que le debo tanto a ella. Saluda a tu hermano mayor, Amelia...

La impactante y repentina noticia la golpeo haciéndola trastabillar. Podría haber caído, de no ser por Siris que la había aguantado de los hombros desde su espalda. Amelia la miró y entendió enseguida que la sirvienta ya sabía, o al menos sospechaba lo que estaba sucediendo.

Las lágrimas volvieron a asomar en sus ojos. La niña no era estúpida, sabia lo que significaba esa noticia, pero aun así no podía evitar seguir sintiendo esperanza.

—Padre... —una sonrisa quebradiza adorno los labios rojizos de la niña— Hoy es me cumpleaños...

—A nadie le importa eso —su padre volvió a interrumpirla abruptamente con un suspiro de decepción, mientras se acariciaba el puente de la nariz— Lady Marianne encontró a tu hermano, ¿y todo lo que te importa es tu maldito cumpleaños?

Amelia se mordió el labio inferior intentando no soltar un gemido de dolor ante las duras palabras de su padre. Recordó todas las veces que su padre la ignoraba y la trataba como la mierda. Ella siempre estuvo aquí con él. ¿Por qué todo debía cambiar con la llegada de ese niño extraño? ¿Por qué si quiera debía preocuparle ese niño que nunca antes había visto?

—Padre... —aquellas palabras que solo ella podía decir, no habían salido de ella. Amelia miro más que impactada a aquel niño extraño que se había atrevido a robar esas palabras— ¿Hermana se tendrá que ir?

Ante la pregunta del tal Aleric, Amelia frunció el entrecejo. ¿Quería decir con eso?

—Si, hijo —Amelia dirigió su mirada impactada a su padre. ¿Como que hijo? Ni a ella misma la había llamado así nunca antes. ¿A donde tendría que irse?— Es necesario, para tenerte aquí debo entregársela.

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