1.

Nueve años antes:

La luz del sol apenas se adentraba a la habitación a través de los pliegues de las cortinas rojizas que cubrian los enormes ventanales con forma de arco en la habitación.

Un pequeño montículo se removió entre las mantas y sabanas de seda que cubrian toda la enorme cama de dosel, plagado de cojines suaves y peluches de felpa esponjosos. Todo en aquella habitación era enorme, muy contrario al tamaño de la pequeña niña que no parecía querer despertar. Su cabello rojizo y corto, se expandía por toda la suave almohada como un desastre de rizos leonados que con mucha facilidad se enredada si no se peinaba bien.

Aquella calma mañanera no duró mucho en la niña, ya que de inmediato, una tormenta de sirvientas ajetreadas se abrió paso en la habitación con el ruidoso sonido de sus tacones golpeando el mármol del piso. Un piso tan limpio que fácilmente podía hacer función de espejo.

Una de las sirvientas abrió bruscamente las cortinas dándole total iluminación a la extensa habitación y la pequeña niña en cambio, solo pudo gruñir frustrada y fruncir el ceño ante la interrupción. Se cubrió el rostro con el antebrazo, esperando así que tal vez las sirvientas se retirarian ante su reticencia de no querer levantarse, pero definitivamente las subestimada. Esas mujeres eran insistentes.

Abrio uno de sus ojos disimuladamente y se encontró a cinco sirvientas paradas frente a los pies de su cama, con la espalda recta y las manos entrelazadas en sus faldas.

—Buenos días, princesa Amelia... —espetaron todas al unísono con sonrisas en sus labios, más falsas que las perlas que llevaban algunas en sus cuellos. Noto enseguida que una de ellas cargaba en sus manos una bandeja con su desayuno, mientras las demás sostenían sus utensilios de limpieza— ¡Feliz cumpleaños!

La susodicha abrió ambos brazos, recordando lo que se conmemoraba aquel día. Hoy por fin cumplía 10 años, pero por alguna razón, este día para ella era igual a cualquier otro.

Se incorporo lentamente sobre su cama y suspiró antes de preguntar. Sus ojos ojerosos repasaron el resto de la habitación con la esperanza de ver a esa persona, pero como ya era costumbre, nadie más excepto sus sirvientas, se encontraba en la estancia.

—¿Y padre?

La que sostenía la bandeja con el desayuno avanzo hacia ella y coloco el objeto plateado encima de sus piernas. Sus ojos avisaron todo tipo de delicias, desde panecillos y pastelillos hasta un plato lleno de frutas exóticas y dulces.

—El conde llegó en la noche mientras usted dormía, princesa —respondió la misma con voz robotica. Su nombre era Siri y de todas las sirvientas que tenia, era la que más tiempo había estado a su lado. Prácticamente desde que tenia memoria— Vino con... algunos invitados.

Una chispa de interés ilumino la mirada sombría de la niña, decepcionada por tener que pasar su cumpleaños sola nuevamente sin su padre. A pesar de ser su única hija, aquel hombre ni siquiera le dirigía una misera palabra. Era como un gran témpano viviente.

Desde que tenia memoria, su padre era para ella como un objeto que nunca podría alcanzar. A menudo hacia cosas para llamar su atención, incluso hasta se había cortado el pelo para ver si al menos recibía un misero regaño. Pero toda acción era inútil...

—¿Quién vino con padre? —pregunto intentando disimular su interés, metiéndose lentamente un panecillo a la boca.

La sirvienta suspiro y ordenó a las otras cuatro que se pusieran manos a la obra mientras la señorita desayunaba. Por un momento, Amelia pensó que no le respondería y estuvo a punto de resoplar decepcionada, pero inesperadamente Siri habló.

—Vino con una extraña mujer... y un niño... —ante aquella palabras, Amelia frunció el ceño extrañada. La sirvienta volvió a suspirar mientras observaba a la niña comer— Será mejor que se apresure, señorita. Será un largo día para todos.

(...)

Luego de devorar todo su desayuno, sus sirvientas la asearon y la vistieron. Un vestido rosa pálido de una pieza cubria su desnudez y una cinta del mismo color recogía su ahora corto cabello. Amelia se sintió extraña por tanta sencillez en su vestimenta.

—Quiero ver a padre —exigió con un tono algo inquieto pero disimulado. Debido a sus enseñanzas como primogénita de una familia de la nobleza, había aprendido a ocultar sus verdaderos sentimientos. El ímpetu infantil era muy mal visto en una niña de su altura, lo cual era ilógico ya que era así como se suponía que debía actuar una niña.

—El conde la llamara cuando amerite de su presencia —respondió la sirvienta mayor con voz tranquila mientras le daba algunos retoques a su peinado.

Amelia apretó sus puños con fuerza, hasta el punto de enrojecer sus nudillos. Sin importar cuanto le quisieran enseñar, nada podría menguar su carácter explosivo y mimado.

Sin embargo esta vez debía contenerse. Aquellos tiempos de llorar y patalear habían terminado al comprender que con eso no lograría llamar la atención de su padre.

Debia actuar con madurez y recato, para demostrarle a su padre que ella era digna de ser su hija.

—Ordeno que me lleven con mi padre —dijo nuevamente, esta vez en formato de orden— Ahora...

—Pero señorita...

—¡Dije ahora! —repitió con un tono más duro y tenso sin llegar a gritar.

La sirvienta en cambio se tenso ante el inesperado tono de Amelia, demostrando su posición como hija del conde.

—Esta bien, señorita —termino aceptando con un tono algo entrecortado.

Amelia apenas sonrió victoriosa, pero rápidamente oculto su felicidad y volvió a adoptar esa falsa actitud madura que intentaba imponer.
Mientras miraba su reflejo en el espejo, contemplo un brillo de expectación en sus ojos. Algo en lo más profundo de su alma, le decía que este día seria distinto a los demás.

No solo porque era su cumpleaños. Ya se había acostumbrado a no festejarlo y a ser solamente felicitada por la servidumbre.

Tal vez con esta nueva actitud, lograría llamar la atención de su padre por fin. Si seguía así, recibiría ese regalo que tanto deseaba...

Un abrazo de su padre...

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