Parte 1.
La captura
En Alemania, marzo de 1935 se encontraba Amelia Cohen, mayor de tres hermanas, castaña de pelo rizo y piel canela, a sus veinticinco años capturada por oficiales nazis, la joven judía se encontraba vacacionando en la granja de su abuelo, como usualmente hacía en épocas navideñas para pasar tiempo en familia.
Amelia fue criada en una familia humilde, no pobre, pero tampoco rica, clase media, a la joven le enseñaron a respetar a los pobres y no discriminar a nadie, pero estos valores fueron enseñados bajo violencia, y por tanto la chica también aprendió a defenderse.
Así que cuando se instauro el régimen nazi los valores de la chica se vieron amenazados, ahora el terror era el sentimiento que padecía la mayor parte de la población. El régimen nazi ya tenía tiempo existiendo para este año, Hitler había formado una Alemania de terror, y sus intereses expansionistas, racista y de guerra no había mejorado este temor. A los judíos no se les permitía ni siquiera caminar en las aceras, provocando el miedo de Amelia por ser capturada, cosa que al final pasó y le atraparon junto a otras mujeres y hombres.
Amelia lloraba de rabia y temor sin saber que le pasaría cuando llegase a la base naval de los alemanes, lloraba de impotencia por no poder hacer nada en contra de los nazis, le aterraba la idea que las historias que le contaban se convirtiesen en una realidad, personas que fueron capturadas y duraron meses sin aparecer, siendo tomados por muertos a su vez, los oficiales nazis elegían personas al azar para llevarse, casi parecía que lo hacían por diversión, o tal vez así sea.
Sus secuestradores, por así decirlo, parecían gozar del sufrimiento de los judíos y a nuestra protagonista no le cabía en la cabeza cómo estas personas podrían alegrarse de ver a alguien más siendo lastimado, engendros del diablo le decían, disfrutando de sus llantos un oficial se le acerca sosteniéndole de las mejillas y jugando con su pelo, le dice:
– ¿Por qué lloras niñita? ¿Mamá y papá no te pudieron proteger? – indagó, el sonido de su voz tan tétrico y burlón le molestó, causando que esta quitase las manos del hombre de su cara, provocando a su vez que apareciese una pistola en su sien.
Ella decide volver a llorar, eso parecía encantarle a aquel hombre, no sabía si estaba bien que lo hiciese solo por complacerle, pero, no estaba dispuesta a morir, o al menos no en aquel momento. El vehículo paró y abrieron la carpa, un montón de oficiales tomando personas del brazo con agresividad. El mismo oficial que le habló la tomó del brazo y la arrojó fuera del vehículo cayendo de rodillas sobre la tierra, cuando se le ordenó pararse la chica hizo caso y le hicieron unirse a una fila cerca de un acantilado.
"Saltaré" pensó Amelia pero, luego lo analizó, si saltaba de tal lugar moriría de igual manera, así que observó a su alrededor y justo cuando se le ocurrió correr otro oficial la tomó del brazo antes de siquiera dar el primer paso, cuatro de los ocho oficiales sacaron sus armas, los restantes se colocaron alrededor del grupo de judíos, su pelo se movía con la brisa, pensaba que iba a morir, pero al momento que empezaron los dispararon, ninguna bala le rozó, así que, como cualquier persona inteligente haría, se tiró en la tierra simulando que una bala la atrapó.
Lamentablemente, dicha inteligencia no fue tan grande comparada con la de uno de los oficiales, el cual la revisó y no encontró la mínima gota de sangre en su cuerpo, provocando que la levantase tomándola del brazo bruscamente y colocándola frente a, quien supuso Amelia que era, su general.
Tal hombre era robusto, con un bigote que parecía de caricatura y ojos verdes, una nariz respingada y se podrías decir que estaba entre el 1.80 o 1.85 metros, Amelia levantó su mirada asustada por no saber que le depararía el futuro, así que suelta la mentira más grande que ha salido de su boca – Han cometido un error, yo no soy judía – dice la joven.
Nunca había mentido respecto a su nacionalidad, pero esta situación sin duda alguna lo ameritaba, pero obviamente no todo podría ser color de rosas, y a pesar de que se imaginaba que su mentira pasaría de largo y la dejarían irse esta no era la realidad.
– Falacias – le responde molesto el general Schmidt - Mi equipo nunca comete un error, y menos de dicha magnitud, usted es judía y su apariencia lo demuestra- agrega
- Mi apariencia no tiene nada que ver con quien soy, yo no soy judía y puedo demostrárselos - expresó la chica, su voz temblaba, se le notaba el temor, pero eso no dejaría su mentira caer – Si bien conozco a personas judías, no formo parte de ellos, podría ayudarles a cazarlos si así lo desean – añadió con dolor, pues tendría que sacrificar a alguien para salvarse a ella misma.
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