Prólogo: [♛Moon♛]


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El templo Fuji brillaba con entereza bajo aquel mar de estrellas, encima de una roca tan blanca que la luz que emanaba era indescriptible, y encerrado dentro de unos valles amurallados y escarpados, con un claro paisaje de aquella esfera azul y verde gigante que flotaba allende sus posibilidades, en el frío abrigo del espacio. Sus gentes hacían ya milenios que partieron, sus protectores, sus lanceros, sus custodios, sus guerreros, sus soldados... No había un alma residiendo en su interior.

Salvo una. Pobre y miserable.

Vestida en mantos de telas granates, Kaguya oraba incluso cuando el Sol se ponía y la oscuridad reinaba sobre la superficie de la Luna. La pequeña princesa tenía los dedos cruzados, las palmas adheridas como témpanos y la frente recostada encima de los nudillos. Sus pestañas eran largas, refinadas y oscuras como penachos: su cabello, de un color carbonizado y sedoso, se hallaba arremangando desde su nacimiento en dos flequillos distintos que iba retrocediendo hasta rodear sus orejas y besarse de nuevo en la nuca. Luego, el resto del pelo lo llevaba atado en una cola alta que venía siendo adornada por dos horquillas de plata que juntas formaban las alas desplegadas de una mariposa. Y sus ojos, más oliváceos que las esmeraldas bañadas en los mares del invierno, resaltaron cuando alzó la barbilla, de proporciones redondas, perfectas y lindas, y miró hacia Remnant con una dulzura digna de elogio.

Pero, ¿importaban tales descripciones? ¿Eran fieles a su encantadora belleza sin igual, a sus oídos rectos y firmes? ¿Era una abominación siquiera comparar un puñado de palabras y un tajo de oraciones con la ilustra imagen que destellaba la magnificencia de su ser? No. No, no, no y no. Solo insultaba su figura, su porte, su estima y su estatura, a pesar de que fuera baja, pues su excelencia iba superando con creces a medida que maduraba a la de cualquier criatura que habitase en Remnant.

Entonces, ¿cuál era el significado de su tristeza, de su llanto y de sus pesares? Quizás las cuatro paredes blancas que la retenían, que la protegían del gélido manto estelar, y que solo la dejaban apreciar con almirantazgo el precioso orbe que nunca jamás podría alcanzar, ni extendiendo sus manos al horizonte lunar. Quizás, aquella vaga esperanza siendo derruida continuamente podía ser el motivo de su odio personal hacia su prisión de hierro, por haber nacido en cuarentena, por no recibir explicación alguna de porqué estaba allí en primer lugar. Quizás, su vida solo sería eso: vivir en soledad, como una reliquia a la que procesar devoción.

Kaguya soñaba con volar algún día. Que de su espalda salieran alas, que las escamas de sus brazos y de las pupilas rasgadas de sus párpados brotaran llamas más verdes que los pantanos, capaces de calcinar todo a su paso. No obstante, sabía por experiencia que los sueños no se hacían realidad y que toda meta acababa estancada o derivada en el olvido. Se sentía aborrecida, desamparada... ¿Siquiera podía darse el lujo de morir, de arrancarse el alma o de extirpar su corazón con sus propias manos? No. Los derechos tampoco la representaban. Los sirvientes, aquellas máquinas, la curaban ante todo pronóstico de sus rasguños y magullones. Una princesa en un reino sin reyes, sola con asistentes y criados. ¿Siquiera tenía un nombre real, o ella misma se apellidó Kaguya? ¿Se lo inventó para no volverse loca, o había venido al mundo tal como era? Hermosa.

Rezó.

Un día cambiaría su vida. Lo tenía claro, que ese día pronto llegaría.

Quiso juntar los dedos, recogiéndose la túnica y los velos que caían por detrás suya, pero un tosido la obligó a retroceder tapándose la boca con repugnancia para mantener los modales a flote. Según le habían comunicado, aunque no fuera a contraer nupcias, jamás debía comportarse de forma indecorosa, pues cientos de sus servidores esperaban grandes hazañas de su persona. Pero... ¿por qué? ¿Cuándo la iban a liberar, si así era? ¿Por qué permanecer encerrada si debía lograr inconmensurables proezas? ¡Demonios! ¡Ella quería ser libre como las codornices! Salir, comprender y disfrutar de la naturaleza del planeta de Remnant en su máximo esplendor.

Se detestaba. Detestaba la Luna. Detestaba todo lo relacionado a las estrellas vecinas que la cernían, y siempre lo haría. Se veía limpia y se sentía sucia. Ojalá... soñaba con verla destruida hasta sus cimientos. Al menos, de esa forma sería libre de aquella tortura donde no se le concedía ni la vida ni la muerte, solo la reclusión.

Que su inocencia la perdonase por el bizarro juego de dos dioses y una pareja inmortal.




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750 palabras.


Después de tanto tiempo, al fin. AMBR ha regresado. Una de las historias que más ganas tenía de volver a escribir. Como autor, me comprometo a continuar siempre y cuando no me vea ocupado, para traeros los mejores capítulos posibles.

En fin, por otro lado, ¿qué tal a todos? ¿Os ha gustado este prólogo? Si tenéis algunas dudas al respecto, o sobre el futuro de la historia me refiero, por aquí os dejo un hueco que no dudaré en responder. ->

Muchas gracias por leer.

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