Capítulo 3: [♛The Mountain Glen Escape♛]


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El valor de inmiscuirse en asuntos ajenos solo traía consigo la desgracia, adelantaba ese día que por tantos años se había intentado evitar y todo sentimiento de odio, dolor y rencor llegaba como una tormenta para arrasar la poca esperanza que pudiera haber sobrevivido a las inclemencias del tiempo en las tierras de siembra. O al menos eso decían los mitos. Entonces, ¿para qué arriesgarse? ¿Por qué querría una persona cuerda interponerse en el conflicto de alguien más si podía salir perjudicado? ¿Por qué molestarse? ¿Por qué molestar en primer lugar?

El encapuchado aún no lo sabía, pero en su interior crecía una semilla de arrepentimiento cada vez que ignoraba el llamado de auxilio de quien más lo necesitaba. Solo que, de cualquier manera, él percibía su ayuda como una especie de ofrenda para el mundo cruel que todo le había arrebatado alguna vez, y eso no le gustaba nada. Nada de nada, a ciencia cierta. Su valor lo impulsaba, captaba su atención y lo hacía recurrir a viejas experiencias que prefería haber dejado en el olvido. Por ende, en cuanto sus oídos captaron un zumbido lejano, más allá de las nubes espectrales que expulsaban su aliento en volutas blancas de humo y cenizas, y en cuanto observó cómo un complejo de apartamentos del bastión abandonado de Mountain Glenn se venía abajo, supo enseguida que en su mente los engranajes encajaron, y sus piernas se movieron solas.

—¡EH! ¡¿Adónde vas?!

Pidieron disculpas a sus acompañantes, les recomendó partir rumbo al norte mientras él se encargaba de explorar el ajetreo acontecido dentro de la ciudad, desalojada, sabiendo que podría no retornar... Pero, de todas formas, nadie le esperaba realmente en Beacon, ahora que estaba solo en el mundo, por mucha honestidad que aquellos viajeros ambulantes le hubieran mostrado durante su odisea desde Rocaespino. Le habían tratado las heridas con gasas estériles, curando su afonía, la cual había sido víctima directa de las cadenas y del aguerrido corcel que lo había arrastrado durante kilómetros y kilómetros hasta su cansancio, y habían sido muy pacientes con él. La mínima obra de caridad que les debía era valor por su protección.

Y así lo deseó.

Deseaba que los Goliaths no los persiguiesen en el transcurso de su viaje, ni que ningún otro grimm les devorase en su ausencia. Iba a dejarlos solos durante un rato, al fin y al cabo, en medio de una ciénaga poblada de males bajo sus turbias aguas y sus caudales.

Con todo listo, se subió a su tabla y se dispuso a surfear entre los juncos, en dirección a Mountain Glenn. Y cuando un Creep saltó de un foso, de sus manos nació una espada ígnea dotada de estelas de arena que fundió a la criatura en cuestión de instantes, rociando el ambiente con sus cenizas salvajes

Tras tanto suplicio, quizás ese sería un día divertido.



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Bjorn Woods era un completo un desquiciado, un zote trastornado, un adicto a la locura, un psicópata sin precedentes y un jodido idiota con olor a heno, al que poco o nada le importaba encontrarse contra las cuerdas o en un serio aprieto, donde la posibilidad no se inclinaba a su favor, pues, aun así, él parecía divertirse jugando a las cartas con la mismísima muerte. En resumidas cuentas: el suelo se rompió bajo sus talones, que no encontraron donde apoyarse, y los pliegues vocales Yue profirieron un grito sórdido ante el ácido corrosivo procedente de la púa del Death Stalker, el cual perforó el envoltorio de cemento enyesado y destripó a nivel celular cada ladrillo apilado con el que hacía décadas había construido el edificio.

Aunque, considerando su travesía desde Mistral, en realidad tampoco podía quejarse, recriminar o entonar una acusación adecuada; después de todo, no podía negar que ella misma había causado ciertos problemas... Ni olvidar cómo retorció «accidentalmente» uno de los motores del navío en el que iba montada, con destino a Vale.

El Polvo Eléctrico había volado la cubierta del barco por los aires, en un espectáculo atroz de chispas y fuegos artificiales. Por suerte, nadie sabía que ella había sido la causante, ni que había sido empujada por la onda expansiva restante, predestinada a esfumarse entre las olas marinas y su espuma burbujeante. Aun así, dudaba de alguien que supiera identificar siquiera del atraco que la Familia Xiong planeaba realizar en medio del viaje. Pudo haberles advertido a tiempo, pudo haberles augurado la noticia, pudo haber llamado a las autoridades marítimas, pero sus perseguidores, cómo no, tuvieron que intervenir en el peor momento... En plena tormenta.

Lamentaba muchísimo no haber sido capaz de tenderles la mano, serles de ayuda o demostrar sus talentos, por culpa de los Cypher, que la humillaron y menospreciaron su valía, y la obligaron a tomar medidas desesperadas, arruinando los días de alguien más en todo el proceso. Sus esfuerzos y sus capacidades resultaron en un error, solo equivalente a su insolencia. Flotó en un casco reventado, comiendo las sobras de su equipaje, sin poder analizar el tema debido a sus circunstancias, durante mañanas y tardes, durante tarde y noches. Apretaba los puños cuando tenía tiempo, y mascullaba en silencio. Lloraba, como siempre. Sin embargo, sabía que su motivo para estudiar en Beacon evocaba de su falta de conocimiento. Y de sus sueños. Porque no quería sentirse inútil. No de nuevo. Deseaba que alguien la mirase por el fruto labrado de su empeño.

Quería ser una heroína, e iba a serlo.

Costase lo que costase, demostraría que sí valía para algo más que un expositor de su padre.

Con el aliento del viento recobrado partiendo sus mejillas y los retazos blancos del polvo insertándose en sus labios, se precipitó directa al abismo y se permitió conducir su aura esmeralda por su Da Long a través de las palmas para frenar la caída entre varias cabriolas y volteretas. Apretó el gatillo del centro y disparó desde el extremo opuesto de la varilla, sometiendo la pared dispuesta a su izquierda al insertar la punta del sable y adherirse a la plana superficie de la misma, realizando una pirueta perfecta mientras el mundo giraba a su alrededor. Sus piernas colgaron un instante, cuando sus faldas aspiraron una brisa refrescante, poco antes de sacudirse en el aire e incorporarse sobre el agarradero de su arma. Le encantaba cómo la sensación del céfiro enfriaba su miedo, cómo haber recogido las mangas de su hanfu le brindaba elegancia, belleza y seguridad al mismo tiempo. La relajaba y la ventilaba entre flecos. Adoraba las enaguas por esa razón en concreto. Entonces, desde una posición encorvada, oteó el agujero que había abierto en canal las entrañas del apartamento y dibujó una mueca estupefacta.

Una jungla de cristal llenaba su campo de visión, computadoras rotas y equipos desmantelados, que rociaban sus cables como lianas atropelladas. La tensión eléctrica respiraba de los bucles, de las puntas, como corrientes encaminadas hacia la muerte. Y el suelo donde antes había estado parada ahora parecía un foso, donde los márgenes se doblaban hacia fuera agrandando el tamaño del orificio, mientras los escombros se iban precipitando en dirección a las próximas grietas formadas en los pisos de abajo. Como un mar de agua, rocas y rayos. Como la misma tormenta que la distanció de sus sueños.

No. No era momento de preocuparse ni de ponerse melancólica. Bjorn estaba en apuros.

Inundando su cargador con Polvo Gravitatorio, orientó una mirada escéptica rumbo al aguijón reptante de la bestia, que seguía palpando el viento en su búsqueda, y disparó a la unión de la articulación. No la partió en dos, como cabría esperar, pero sí que la aturdió el tiempo suficiente como para aproximarse de un impulso de su alabarda hasta un saliente del piso de arriba, y reagruparse con Bjorn, quien se veía aterido como una alfombra o un tapiz, pegando la espalda a la pared y soñando con estrellas.

—Os dije que deberíais andar con cuidado, y no me hicisteis caso. —Le echó una mano, en forma de favor y a manera de consuelo, debido al triste fracaso de su intento. El rubio, gruñendo naturalmente, aceptó la invitación y se alzó derecho. Fue en ese entonces que Yueliang consideró las anchas medidas de las palmas de su compañero, que la dejaban en evidencia, y de los grumos que componían callos sobre su piel, que lo dejaban en evidencia a él. Se limpió los guantes frotando su chaqueta de cuero, y su falda de agujas se volvió tras sus pasos, hacia la lanza fosforescente de la alimaña—. Tenéis razón. Es mejor retirarnos en lugar de luchar contra esta bestia. No merece la pena arriesgarse.

—¿Rozar la muerte ha hecho que aprecies tu vida?

—No. Solo que ahora comprendo la inmensa cantidad de insolentes que habitan en el mundo, y no deseo la muerte de ninguno.

Su semblanza, «Anestesia», se había activado inconscientemente por el duro golpe de sus instintos para reducir su daño durante el amplio transcurso de los acontecimientos. Encontró la verdadera forma de su aura por primera vez hacía un año, en medio de sus rigurosos entrenamientos con el maestro Kishin, cuando la puso en riesgo cortando su brazo con una fina línea de sutura, y ella apenas lo notó hasta que el rojo manchó sus prendas. Lo malo era que no podía controlar a voluntad su dosis, y solo nacía en caso de una necesidad extrema e indomable, cuando más lo apremiaba. Y, según le había contado mientras acampaban, Bjorn nunca había logrado despertar la suya propia, pues se había acostumbrado demasiado a permanecer siempre al límite de las emociones y nunca se había permitido el lujo del placer en toda su corta vida. De modo que no existían garantías suficientes para poder lidiar con el grimm.

—¿Eh? —Endureció las cejas, reprimiendo los puños en sus hachas y señalando su expresión, vacía de arrepentimiento o sentimiento de culpa ante su hiriente comentario—. ¿Qué estás insinuando?

Suspiró.

Se dio por vencida en ese momento.

—Que recién me doy cuenta de que sois un bruto, uno muy descuidado. —Se cruzó de hombros. Las aspas en sus pupilas de serpiente se bifurcaron hasta las cuencas—. Esperaba un mejor guía. Tal vez sí debí rechazar vuestra escolta.

Reservada, sus sentidos se agudizaron y percibieron el palpitar desenfrenado del corazón de Bjorn. Una presión sorda y molesta, constante, secundada por un ceño arrugado al que no necesitaba dedicar ni un segundo de su tiempo. Sabía que había marchitado sus días y que había destrozado su tan preciada calma, sabía que el muchacho no había guardado segundas intenciones ni había querido provocar un desastre bajo su guarecida cobertura, y sabía que solo había obrado tal y como su corazón le dictaba que debía, pues de ese modo se había convertido en todo un superviviente en unos bosques infestados de grimm, donde la luz solo llegaba ante los claros y las tormentas. Pero ella pocas veces se equivocaba, y hasta su maestro Kishin había insinuado que su actitud altiva y ufana dañaría la moral de alguien más algún día, de una forma tan inflexible que siempre creía que blandía la razón. Por ende, no se vio amonestada y continuó cruzada de brazos... Hasta que las marcas comenzaron a retorcerse de nuevo, y apretaron con tanto ahínco que su rictus decayó, menguada por el dolor.

Sonaba extraño, pero era cierto. Había tenido los brazos vendados desde pequeña, para que nadie pudiera contemplar los insólitos tatuajes de escamas verdes que florecían encima de su piel mortecina, diseñando dos largas serpientes como glifos que cerraban sus colmillos en sus palmas: además, en ocasiones parecían actuar por su voluntad propia, o se enroscaban en su carne como clavos de fuego ardiente. No sabía porqué, pero quería descubrir la verdad detrás de sus cicatrices. Descubrirse. ¿Por qué ella? ¿Por qué era diferente del resto? ¿Quién era ella en realidad? ¿Cuál era su destino y cuáles serían sus metas? Hasta donde sabía, Zhu Yueliang, su señor padre, había sido un pobre leñador de bambú que talaba jóvenes retoños entre los bosques, y un preciado residente de la villa de Omi, donde no muy a menudo le esperaba su añorada esposa, una famosa exploradora de actitud sobresaliente ante cualquier obstáculo que se interponía entre ella y sus preciados tesoros. Yue nunca tuvo la expresa oportunidad de conocerla, ya que apenas podía procesar algunas de las memorias que vagaban libremente por su infancia, pero sabía que Terano Yueliang había logrado encontrar la riqueza días después de su nacimiento, solo para que los grimm arrebataran su último aliento. Entre los desaparecidos jamás hubo registro alguno de su cadáver, pero los cazadores la dieron por muerta y su señor padre se obligó a mirar hacia el futuro, a pesar de la desolación que conllevaba su decisión, tomando la fortuna remanente de su matrimonio y escalando en la sociedad mistralí en cuestión de unos años. Olvidó a sus viejos amigos durante la mudanza, rostros difuminados que no podía moldear sólo desde un pasado remoto. Además, el repentino ascenso de Zhu Yueliang atrapó la atención de los consejeros, y la supuesta belleza de su hija fue foco de conversaciones durante los meses posteriores. Así que, planeando evitar la circulación y el tráfico de rumores, ciñó dos vendajes a los brazos de su hija y le ordenó jamás retirarlos. Si los faunos eran objeto de burlas incluso en Mistral, ella podía ser desprestigiada a escalas monumentales, al ser una excepción nunca antes vista, que quizás no pertenecía a ningún bando.

Recordaba haber carcomido su mente horas y horas, días y días, con miles de dudas crecientes como su lanza.

Entre ser una marioneta o fascinarse con las maravillas de la naturaleza, envolviéndose en las historias que le contaban de pequeña, no pudo contenerse eternamente. Tenía que destapar la verdad.

Era una necesidad.

Un vacío en su existencia que debía solucionar.

Pero en el proceso de madurar, había ganado muy malos hábitos de princesa.

«Soy consciente de que no ando mal encaminada. No voy a disculparme por nada. El Death Stalker es un problema mayor para cualquiera que esté circulando por la Ruta de la Seda, pero él no sabe controlarse, y es una pena... Antes, cuando ha visto toda la gasolina derramada, ha sido listo y ha sabido reaccionar a tiempo. Lo suficiente como para que le tenga envidia.»

—Desagradecida. —Su rictus se torció de pronto; sin embargo, fue por una causa distinta. Más incordio y decepción que molestia y picazón—. Ni siquiera es momento para hablar del tema, por si no te habías dado cuenta.

Sus marcas se ataron como culebras alrededor de sus antebrazos cuando bajó la guardia, y retuvo un quejido trenzando su lengua. Era su respuesta por ablandarse. Ensombreció el ceño, admitiendo la culpa.

—Lo sé...

Le aterraba la soledad.

El Death Stalker asomó las fauces constreñidas a través del orificio del edificio y sus ojos oscilaron, proponiendo un vasto rugido. Yue recapacitó justo a tiempo, cuando un tajo radioactivo tuvo la intención de partirlos por la mitad, y apartó a Bjorn a la derecha mientras ella se instalaba a su izquierda, descargando su munición de Polvo Terráqueo para sepultar los destellos de su visión y retener las patas como clavos de la bestia entre los huecos... No fue suficiente, pues las pinzas se interpusieron y aplastaron las partículas petrificadas de su disparo. Crujieron, cayendo como leche derramada entre sus cuchillas afiladas, y el viento silbó contra su duro armazón. Bjorn la sujetó del hombro, desencajó su postura y la condujo escalera arriba para disputar sus vidas en un terreno más amplio o escapar. Cualquier plan era mejor que quedarse a morir, sin plenas facultades y con todo tipo de factores jugando en su contra.

—¡¿Tienes alguna idea?! —inquirió Bjorn, apurado, sin despistarse. Yue se zafó mientras torcía en el próximo tramo de escaleras y continuaba por su propio pie—. ¡En el granero fuiste original, vamos! ¡Confío en ti!

«Pero no soy una persona digna de vuestra confianza, ni santa de vuestra devoción... Os he insultado, señor Bjorn —la pena pereció en sus gestos, doblando a la izquierda por un ancho pasillo hasta la siguiente sección, donde se elevaban más y más. Se mordió los carrillos, ciñendo la dentadura—. Tenéis razón, todos. Incluso mi señor padre la tenía. La única decisión cuerda que he tomado en toda mi vida posiblemente ha arruinado a bastantes personas, y la vuestra. Y encima, para echar más leña al fuego, me quejo como una niña pequeña. ¿En qué demonios estaba pensando cuando salí de casa? ¿Por qué acepté ser entrenada? ¿Para comportarme como una novata? Una completa idiota es lo que soy.»

Yue cerró los dedos alrededor de su alabarda y ensombreció sus pupilas rasgadas, recordando las enseñanzas de Kishin Mishima. Durante su batalla en Mills and Streams, durante su travesía en barco, durante su operación de infiltración entre las aldeas de Anima, siempre había profesado con la ley más importante de la naturaleza y el arte del combate: una mente fría peleaba con mayor agudeza, con mayor serenidad y con mayor elegancia que cualquier guerrero poseído por la ira y nublado por el desconcierto. Nunca había luchado acompañada, protegiendo a alguien más que no fuera ella, y ahora entendía lo complicado que sería realmente estudiar en Beacon. Su vida ya no estaba en un pedestal, sino al nivel del resto. Dependía de otros. Y un héroe no se trataba de una simple figura de respeto, sino de un símbolo de paz. Su deber era velar, pero con pensamiento. Ceder, dejarse ayudar, partía del aprendizaje. Debían asemejarse, adaptarse.

Un héroe debía compartir la gloria.

Error que ambos habían cometido.

—¡SÍGUEME! —contestó finalmente, tomando el timón.

Presionando el gatillo, Yueliang se propulsó hacia la poterna encimada y la derrumbó de una patada voladora, al tiempo que las suelas de sus botas se deslizaban forzando un aterrizaje por la azotea, cuya superficie estaba encharcada de musgo y cenizas, y donde las vistas de una ciudad consumida por la inclemencia de las décadas se ilustraban de manera hermosa, con sus altos y sus bajos, con sus rascacielos y sus bloques desplomados. La mistralí giró en redondo su lanza, mientras sus talones iban frenando su marcha. Y cuando se detuvo, mareada, un agotado Bjorn llegó justo a su costado y contempló el terreno baldío que había elegido aleatoriamente para su contienda.

—Estoy empezando a presentir que la suerte no es nuestra amiga.

—Yo no lo diría exactamente —confesó Yueliang, depositando en su hombro la lanza y señalando los bordes del sector que forraban un cerco a su alrededor—. Tenemos ventaja. ¿Lo veis?

Bjorn, de alguna manera, enlazó sus labios en un anillo y comprendió perfectamente el propósito urdido en sus manos, tan miserable y ruin que un grimm experimentado cualquiera ni siquiera podría prevenir ni barruntar lo que planeaba la muchacha. Sacudió la cabeza y dobló el cuello, restallando los huesos, estirando los hombros y prestando sus hachas a la labor. Mientras las combinaba en Chita, Yue desenfundó su scroll y preparó la captura. No habría mejor oportunidad para terminar con aquel asunto de una vez por todas. Se situaron en medio del escenario, espalda contra espalda, aguardando a la escalada de la alimaña. La complexión de Bjorn, a diferencia de la suya, era más alta y robusta.

Por un instante, alertas, Yueliang se percató de un extraño rubor presente en sus mejillas. Rubor que redujo a pedazos.

Una princesa no debía exhibir sus nervios, ni sus temores ni sus complejos.

La espina de la criatura reptó hasta taladrar la atmósfera, desprendiendo una esencia hedionda que alteró sus estribos, destruyendo toda calma que pudiera albergar en la ciudad ahora que no había ciudadanos en la costa. Un destello blanco explotó al tiempo que asomaba la cabeza de refilón por el borde del tejado y se aferraba al abismo entre la marisma de sus pinzas y sus patas remilgadas. Completado. Ambos jóvenes intercambiaron miradas, confirmando su tarea, y emitieron a bocajarro un hatajo de proyectiles que destrozaron la plataforma donde se sostenía difícilmente la bestia. El peso tiró abajo y derrumbó parte de la estructura levantaba como si hubiera caído un rayo de piedra, un maremoto de lava, que derritió toda esperanza que la fiera aún pudiera poseer. Sin embargo, contrario a sus expectativas, el Death Stalker se adhirió como una sanguijuela a los últimos retazos de su estructura y su aguijón dibujó una picadura venenosa tan furiosa que ambas promesas tuvieron que distanciarse retrocediendo entre piruetas, solo para regresar al mismo instante y ocuparse cada uno de las tenazas conectadas al suelo, resquebrajando la superficie con grietas siniestras como redes de araña.

Yueliang guardó su scroll en sus bolsillos de cuero y enarboló su Da Long, ejecutando un tajo en cascada. El metal óseo chasqueó al mínimo contacto y retrajo su lanza. A Bjorn le sucedió prácticamente lo mismo, y estuvo a punto de ser alcanzado por una inyección letal directa al pecho, si no fuera porque la mistralí reaccionó y evitó la tragedia cambiando al rifle trasero, el cual hostigó las sedientas ilusiones de la criatura y les otorgó un pequeño lapso de tiempo para retractarse y correr hacia la cabeza gigante, cruzarse a medio camino y dañar otro par de lentes verdes, encima de las fauces. Obviamente, el berrido del escorpión se profundizó en las nubes y esparció la polvareda, trayendo claridad a su vista, a pesar de perder la mitad de la misma.

Cuando creyeron que su victoria había sido decidida, los colmillos se estrujaron y proyectaron un escupitajo de ácido sulfúrico que eludieron arqueando sus columnas al unísono, y contraatacaron poniendo sus armas en ristre. El acero condujo su aura, la fuerza recorrió sus músculos y los nervios sus huesos, y consiguieron finalmente empujar de espaldas a la criatura.

Al fin.

Observaron una dolorosa caída, de un titán sin brazos ni piernas que rodaba entre vueltas de campana, derramando sangre infectada que teñía de escombros y envolvía los murales de tonos claros y pistachos. De sopetón, se derrumbó de lado contra la acera y gimió como un cuervo. Sus extremidades se incorporaron, aletargadas, lastimadas y deterioradas por el transcurso del enfrentamiento, mientras se volvían a encararlos.

Rectos y fieros, inflaron sus pechos sin menguar su valía. El viento acariciaba sus cabellos, los retorcía en torbellinos rubios y espirales negras, en faldones verdes, rojos y marrones que alzaban su mérito disipando cualquier atisbo de miedo. Ese día, comprendieron un dato de vital importancia.

Ya no estaban solos.

El Death Stalker vaciló, un segundo antes de tantear sobre sus cuartos, como si estuviera pensando deliberadamente en la opción de retirarse, como si las tornas hubieran cambiado y ahora fuera su presencia la de una presa dispuesta a escapar del coto de caza. Los novatos de enfrente no eran polvorientos comunes, ni bípedos que pudiera devorar fácilmente o destripar con sus colmillos. Eran cazadores en pleno derecho. Hasta Yueliang podía oler el miedo en la sabiduría de su adversario, y sabía que cualquiera podía darse el lujo de la media vuelta, y que el otro no lo podría o no querría atrapar. Pues no merecía la pena. Y aun así, todos temblaban por dentro. Y cuando las dudas eran muchas, los animales actuaban por instinto.

El grimm embistió contra las columnas de su fortaleza, deshabilitó los pilares que la erguían y suscitó la decadencia de su composición, arrastrando consigo la cómoda estabilidad de la azotea. Las piernas de los novatos fueron paralizadas por un calambre y, sin un sólido lugar donde mantener el equilibrio, tuvieron que improvisar clavando sus filos fijos en el suelo e hincando las rodillas para no deslizarse por una plataforma de hormigón que se inclinaba hacia la criatura. La cual, para colmo, repitió la jugada. Consiguieron impedir su caída, pero no supieron calcular cuánto tiempo tenían antes del derrumbo, y allí arriba, pegados como insectos a una ventana de grietas, sus auras en verde y plata oscilaron, reforzando sus cuerpos y orando para sus adentros. Orando por un milagro que cayera del cielo.

Y que cayó del cielo, en forma de una eminente luz de salvación.

Se trató más bien de una línea roja, o una hebra dorada, cabalmente ensamblada, fuera del radar de espanto que hacía del Death Stalker una bestia cegada por sus sentidos más primitivos. La ofensiva perdió potencia cuando el rayo de lava solar perforó las grietas del cascarón de su costado, y lo tumbó de lado, gruñendo entre dientes, que soltaban espuma a borbotones. Yue y Bjorn volvieron sus cabezas hacia el causante y solo pudieron divisar un resplandor arrebolado ataviado en harapos vacuenses, encima de un rascacielos y desde una distancia segura. Optaron por propulsarse y sostenerse juntos sobre unos bloques que, presuntamente, en algún momento fueron las terrazas de una segunda planta, mientras el Death Stalker se incorporaba, desafiaba al perpetrador y, al instante siguiente, se giraba hacia la torre de Merlot Industries y desaparecía para siempre.

El rubio le dedicó una mirada escéptica.

—Por los Dioses, ¿acabamos de salvarnos de pura potra? —sopesó él, pero no captó la atención de Yue. Los dos en realidad se centraban en otra cuestión.

La silueta embozada en la cima del edificio realizó una pirueta perfecta lanzándose al vacío, y tiró hacia abajo un extraño artefacto que había refulgiendo en su espalda, solo para apoyarse con sus suelas sobre el mismo y propulsarse como si montara en un aerodeslizador de Polvo Gravitatorio. Columpiaba las mareas del viento con una gracia admirable, sin igual, única y diferente a la cualquier otra técnica mencionada que ambos pudieran haber estudiado entre los libros e informes olvidados por las ramas de la ciencia y las artes marciales. Se arrojaba de una pared a otra, y brincaba sobre la siguiente como un saltamontes, cuando los reactores de Polvo contestaban ante su aura ambarina. Se quedaron aún más perplejos cuando este último se alejó, sin ofrecerles la más mínima oportunidad de reverenciar o dialogar para darle las gracias, por tenderles una mano, y se esfumó entre las callejuelas como si ya hubiera cumplido con su trabajo.

Yueliang saltó y consiguió amortiguar su aterrizaje para rastrear las huellas dispersas en el aire, empero, Bjorn se lo impidió. La agarró del hombro y tiró forzosamente, traspasando el umbral de sus tatuajes con un espasmo. E intercambiaron sus muecas, discutiendo al respecto.

—Soltadme, señor Bjorn —le ordenó, enfurruñada, tironeando en contra de su voluntad, alisando los mechones carbonizados que estorbaban su visión y acariciaban los lóbulos de sus orejas—. Debemos seguirlo ahora mismo. Es de mala educación no reconocer su servicio.

—Olvídalo, Yueliang. No es tan sencillo como crees —le respondió el rubio, suspirando amargamente y entornando la mirada hacia el edificio que su oponente había reventado y ensartado como un espeto de yeso, piedra, cemento, basalto, hormigón, sillares y mármol, obviando los cables de las instalaciones, que parpadeaban como luces intermitentes azules, celestes y verdes. El polvo se arremolinaba a su alrededor—. Si él quisiera, podría haber venido hasta nosotros sin ningún tipo de problema. Pero no. Debe ser consciente de algo que escapa de nuestra comprensión y, por lo tanto, si ha tomado la decisión de salvarnos de este apuro, no ha sido solamente a modo de favor.

—¿A qué os referís? —Ladeó una ceja y se liberó, sin intención de reprenderlo.

Bjorn se rascó una ceja, y el puente del cuello, reflejando el ónice envuelto en su mirada. Luego, pateó una lata de atún tirada en medio del campo y la examinó de lejos, repartiendo y enfundando sus hachas en todo el proceso.

—No sé si estaré en lo cierto, pero... Creo que, al igual que nosotros, le cuesta confiar en los demás. Es decir, ¿cómo no? —Enderezó la espalda y se golpeó el corazón con el puño diestro—. ¿Has visto esa centella blanca que ha lanzado desde la azotea? Desde luego que no era un cazador común y corriente. Nadie podría haber improvisado un disparo de ese calibre sin ayuda de una buena munición de Polvo Comburente. —Ubicó el dedo índice sobre sus labios, reflexivo—. Lo que indica que puede ser un bandido, y que dispone de una base segura en las proximidades. Pero, cuando hablamos de bandidos, me refiero a uno de los buenos. Ya sabes, de los que no roban a civiles, sino a los cargamentos de las grandes empresas...

—No suena como una figura amable, señor Bjorn.

—Qué va —negó, abofeteando el aire con sorna. Yueliang aprovechó el espacio regalado por el encapuchado para relajarse y guardar su Da Long—. Suelen repartir los suministros que adquieren entre los pobres, entre los huérfanos y los ancianos que se mueren de hambre. Tienen un orgullo desmedido y un modus operandi que no pueden quebrantar. Conocí algunos hace tiempo en los asentamientos sureños. Me peleé con unos cuantos, y me dieron largas al cabo de un tiempo, pero son generalmente majos y apacibles. Apuesto todas mis tierras a que te llevarías fenomenal con la mayoría.

La fauno ocultó el morro detrás de su manga olivácea, dibujando una expresión de asco.

—Preferiría no relacionarme con ladrones, por sinceros que sean —explicó, conformando una sonrisa decaída por la mugre que flotaba en la atmósfera—. Yo misma podría pedirle a mi señor padre tal misión, y sé que aceptaría con gusto. Lo conozco de sobra. Él estuvo en una situación similar hace tiempo, antes de que naciera.

—¿En serio? —su voz resonó con burla—. Cualquiera lo diría con esas pintas...

—¡¿A QUÉ OS REFERÍS?! —Ante la pleamar de dudas, Bjorn no contuvo la desproporción de sus ansias y comenzó a reírse por todo lo alto. Lo cual enfadó más a la mistralí. Hasta que fue contagiada sin quererlo ni beberlo, y tuvieron que transcurrir dos minutos enteros, hasta que ambos cedieron.

Quizás se había equivocado. Como siempre.

Pero, a diferencia de antes, ahora admitía su falta.



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Aludian Sarah era un completo abnegado, un desperdicio de la sociedad al que nadie querría nunca jamás, un despropósito con un talento sin igual para blandir espadas y un genio a la hora de combatir contra cualquier amenaza que se saliera de las figuradas escalas de la normalidad. Surfeaba apartando las sucias partículas de Mountain Glenn con una gracia solo comparable a la de un experto en los mares, cuando los grimm no acechaban... Se precipitaba entre cabriolas mediante su honorable semblanza, se conectaba a la arena de la tabla y la elevaba transfiriendo su aura, y luego el Polvo aligeraba sus esfuerzos, junto con las rachas del céfiro golpeando sus ojos dorados, dotados de aliento. Llevaba un velo bermejo ocultando su cabellera de cobre, corta y rizada como caracoles, y un cubrebocas del mismo tono custodiando sus vías respiratorias de las sustancias aclimatadas en la atmósfera, que iban proyectándose velozmente en su contra. En realidad, a pesar de su postura desgarbada, su ropa ya no estaba roída, como cabría esperarse tras sus múltiples batallas.

Los Errantes habían sido extremadamente pacientes con él, y sentía su consideración y su amabilidad como un peso muerto más que cargar sobre sus hombros. La abuela Cleo Viaxe había hilado sus prendas con tanto cariño que parecían haber sido restauradas recientemente por las manos de los mejores costureros de todo Remnant. Su túnica blanca, antes despedazada por las inclemencias del desierto de Vacuo, ahora no mostraba signo alguno de desgarro ni de cicatrices como las que recorrían su espalda de cabo a rabo, y había sido remodelada de tal forma que dejaba su camisa dorada al descubierto; sus pantalones holgados, que se abrían y se cerraban en sus tobillos, también tomaban parte en el desfile; una faja escarlata se ataba alrededor de su cintura, donde normalmente colgaba sus falcatas y sus frascos de arena; y sus botas militares eran agendadas por colores ocres y ligeras pinceladas marrones. Cuanto menos, había podido recoger las mangas de la chaqueta hasta los codos, cuyos reflejos balanceaban la tabla, mientras que la camisa se estiraba hasta los brazaletes de bronce que vigilaban sus muñecas. Además, como guinda del pastel, en la parte posterior de su manto se dibujaba el medallón de una explosión de tierra susurrante y arena burbujeante, centrada según los convenios de un sol reluciente. Tampoco podía olvidarse de su característico macuto, el único utensilio que, a grosso modo, su padre le había legado durante su exilio de Rocaespino. Todo por culpa de ese dichoso ciempiés...

Comenzar desde cero no era una tarea sencilla. Nunca fue ni sería fácil empezar otra vez desde la casilla de inicio. Ni siquiera les había confesado su origen a los Errantes, y eso que la abuela Cleo fruncía el ceño cada vez que hablaban sobre su familia, como si hubiera visto a través de él y entendiera que, muy a su pesar, Aludian no quería saber nada más de los Crawlers. Razón de más para respetar a la anciana, que no solo dirigía una comunidad entera de caravanas y furgonetas por la Ruta de la Seda de Vacuo para abordar un navío hacia Mistral, sino que también comprendía del afecto y de las emociones contradictorias de cada individuo alojado en su procesión de viaje, como si estuviera al tanto de cada señal que uno expresaba delante de ella.

Aludian frenó la marcha y descendió realizando una barrida en seco al primer Owl que se cruzó en su trayecto, divisando cómo los vehículos propulsados mediante Polvo Comburente y Endurecido ponían rumbo campo a través, ignorando la bifurcación hasta su actual ubicación. Los Goliaths ni se molestaron en perseguir a rebaños de humanos que podían escapar montados encima de sus trastos, ni tampoco sacudieron ni afinaron sus gigantescas orejas hacia los volantes. En lugar de formar una estampida, los elefantes pasaron de largo y deambularon hacia las fronteras del mañana. Fue un gesto de gratitud que el desterrado consideró un alivio, pues, juzgando las cifras desorbitadas del precio del Polvo que SDC —Schnee Dust Company— atribuía a sus productos exportados, los Errantes apenas tenían las reservas suficientes como para realizar todo el viaje sin obligarse a detener la marcha para buscar otras formas eficientes de combustible, como el eléctrico. Al parecer, según dictaban las últimas noticias retransmitidas en los diversos canales de Vale, un miembro del sindicato del crimen había asimilado y hurtado cantidades ingestas de Polvo de los atracaderos, aeropuertos y astilleros.

Se desconocían sus intenciones, pero Aludian sabía que, de una forma u otra, aunque él fuera a asistir como estudiante de Beacon para humillar a su padre bandido y destituir su imperio del mal para formar una próspera sociedad, ese hombrecillo de Torchwick tenía toda la pinta de ser un terrible entrometido en asuntos que no le concernían, y apostaba todo su lien a que no se equivocaba en lo absoluto. Solo esperaba no morir en el intento y que la bendición de su madre, que en paz descanse, no lo abandonase.

«Debes dar ejemplo, hijo mío. —Mentiras y más mentiras eran las sílabas que su padre encauzaba al levantar los labios y expresarse con sinceridad—. Un líder, alguien tan capacitado como tú, no puede comportarse de manera tan irresponsable. Hoy hemos perdido a casi treinta hombres por culpa de tu estrategia, tu debilidad. Del mismo modo, los fracasos deben recibir una condena. Vivirán, para algún día ser consciente de tu falta.»

Apretó los nudillos, recordando nuevamente el motivo de su exilio.

Aun si moría en el proceso, cumpliría con su venganza.

Sus irritantes hermanos apoyaron a la mente maestra detrás de los Crawlers, mancillaron su reputación y destruyeron la voluntad que tenía su madre de vivir. Pero fueron las demás mujeres quienes quebrantaron su cordura por un precio irremediable. A Aludian le habían molestado una vasta cantidad de factores, diversos, sí, pero todos nacían del mismo círculo interno: Noct Laiturm. Y él, su mito de haber tolerado tantos años de ostracismo familiar y maltrato, había luchado porque deseaba ascender, derrocar y cambiar la perspectiva global de toda esa pequeña banda de mercenarios... Pero no había ni una remota posibilidad de esperanza. Esa chusma, de un modo u otro, estaba mejor muerta.

Vagando sin familia, siervos o amigos, y con una espada atorada en el cuello, ¿qué mejor decisión pudo tomar que la de continuar huyendo, reabastecerse y armarse hasta poder dedicarse a la justicia por sus propias manos?

Ya no tenía nada que perder, después de todo, y solo lo motivaba la desesperación.

Sus manos tiempo atrás se mancharon con la sangre de sus oponentes, y con la de gente inocente. Había colaborado en masacres, robos, secuestros y violaciones. Así que, por obvias razones...

Él, al igual que Noct, no podía rogar por su redención.

Recordar las facciones graves y arrugadas de su padre lo incomodaron a tal punto que, inconscientemente, pegó una patada al pad del aerodeslizador. El dispositivo constituía una delta perfecta de un metro de largo, con bordes afilados como cuchillas y un color amarillo arilado. Las aletas se soltaron mientras el alma dibujaba círculos en el aire, y Aludian retiró dos de sus líneas curvas al mismo instante. Colgó la tabla en su espalda, como una funda gigante para navajas, al tiempo que atajaba sus dos espadas favoritas: unas falcatas níveas que rezumaban tanto o más que ambos soles de Remnant en su punto más álgido del día. Kas'Sim, los sables gemelos que alzaba expresamente para apuñalar, lucían empuñaduras aclaradas por tonos dorados y huellas sanguinolentas, y en cada una guardaba una porción de Polvo Gravitatorio, conectándose a sus brazaletes a través de los chasquidos mecánicos y las tuercas. Los glifos parpadearon. En mitad de su desfile, deslizó las hojas a través del viento y cortó las pálidas insignias de un cerezo arribado en su costado. El verde se resbalaba, acunado por una brisa fresca, y Aludian partió hacia la fina línea del horizonte.

Decidió caminar a pie para desahogarse un rato, cuando los grimm se mostraron.




↼🌑|🌑⇀

6400 palabras.


¿Me habéis echado de menos? Ya hacía mucho tiempo que no actualizaba esta historia, y, sí, era por falta de tiempo (qué novedad, ¿este autor con falta de tiempo?). Bueno, como algunos sabréis, estoy atareado escribiendo y corrigiendo mi propia novela de fantasía. Estoy tardando mucho porque quiero que cada parrafo sea perfecto, y para eso debo estar mucho rato. En mi tiempo libre es cuando me pongo a escribir un Fanfic, para desestresarme, ya que estoy mucho más relajado con todo el mundo creado de antemano. En fin, no os molesto más. Vayamos con los detalles y las observaciones del capítulo.

Para empezar, quiero destacar que he creado mi propia traducción para cada elemento del Dust/Polvo. Hace semanas corregí los anteriores capítulos para mostrar estos cambios, y puede que lo haga con los Scroll/Pergaminos. Depende, pero he tenido la idea para cuadrar más toda la historia y que no existen palabras de otra lengua. De hecho, estuve un tiempo pensando si debería poner "Montaña Glenn/Bastión Glenn", pero descarté la idea porque no me sonaba bien.

El segundo detalle que quiero que apreciemos es la presentación de Aludian Sarah. En la versión antigua de la historia, él era el prota principal en todo momento, pero todo se narraba de forma lenta y aborrecible desde cada miembro del grupo. De ese modo, Aludian aquí será temporalmente un personaje no tan llamativo, hasta que explote su momento. Y creo que podéis haceros a la idea de en que personaje me he basado para diseñarlo. 

Además, él antes iba a caballo. Aunque me divertía mucho y me parecía muy original, creo que es más versátil que pelee subido a una tabla/espadón/funda/ETC. Creo que su estilo puede dar mucho juego a la coreografía de las batallas que narre, y entreteneros. Sobre todo porque su historia es mi favorita, en lo personal.

En fin, por otro lado, ¿qué tal a todos? ¿Os ha gustado este prólogo? Si tenéis algunas dudas al respecto, o sobre el futuro de la historia me refiero, por aquí os dejo un hueco que no dudaré en responder. ->

Muchas gracias por leer.

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