Capítulo 2: [♛The Path To Beacon♛]
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Las responsabilidades contenían un precio invaluable, una labor a ejercer que debían ser consideradas antes de aceptarlas. Cuidar de un niño, cuidar de un anciano, cuidar de uno mismo. La tarea nunca sería sencilla, pues dirigir la conducta de un ser humano incorregible era como cargar una piedra a cuestas hasta la cima de una montaña y darse cuenta que todo pedrusco siempre volvería al principio del viaje entre tanta vuelta de campana o queja, cual lastre. Bjorn recién se percató de tales circunstancias cuando tuvo que señalar unas setas rojas que Mu Yueliang estaba por llevarse a la boca; su textura roja como un tomate, y con granillos fosforescentes. Alejó el veneno de un bofetón y la muchacha masculló en bajo por su brusca acción.
Apenas habían podido recorrer cinco kilómetros ese día, y ya estaban exhaustos. Unos Ursa los habían hostigado cerca de una callejuela de robles y bajo un túnel de hojas ramificadas, y tuvieron que improvisar una bifurcación por medio bosque, separándose de la ruta principal, para poder reagruparse más adelante. No pelearon por gusto, porque sería horrible llamar la atención de más criaturas grimm a través de las explosiones, las ráfagas de disparos y choques del metal contra los huesos acerados; pero tuvieron que camuflarse entre los matojos y los tallos, viendo las oleadas suceder delante de sus narices. No fue un rato agradable, pero en ocasiones tomar duras decisiones e ignorar el querer de las fáciles era lo más asequible. De tal modo había sobrevivido tanto tiempo bajo las sombras de los árboles.
En cuanto avanzaron después de pararse a comer, divisaron que una fina capa de luz comenzaba a extenderse al otro extremo de una frondosa cueva de mástiles arbóreos, y Bjorn sopesó la posibilidad de que finalmente ambos hubieran logrado rodear la cordillera de Mountain Glenn, a las puertas de la Ruta de la Seda. Pero el paisaje que los esperaba solo podía compararse al de un páramo desolado, una ciénaga yerma y desértica que se ampliaba hacia el horizonte bajo unas arrugadas nubes tormentosas que aspiraban el aire como olas verdes erizadas por la espuma de los ángeles caídos: prácticamente, llovía una especie de ceniza negra que palpitaba con discordia, y ensuciaba aún más el barro del sendero de peregrinaje que habían venido siguiendo desde hacía días. Y eso que desde hacía minutos que podía verse aquel miasma flotante ciñendo las puntas heladas, pero ninguno había intuido que sería tan deprimente al contemplarlo de cerca. A un costado, de hecho, vislumbraron los altos edificios rectangulares asomándose de las murallas y las carreteras de lo que una vez fue el intento de una cuna para la civilización occidental; y postulando a su lado, pasmada, Mu Yueliang abría la boca y examinaba la belleza derruida de la caída de un inmenso bastión.
—Es horrible, y maravilloso, al mismo tiempo —decía ajustando la mandíbula en su sitio, con las luces esquirladas oscilando sus protecciones acorazadas y la horquilla en forma de insignia de mariposa—. Quiero ir. ¿Podemos hacer una parada?
—¿Estás de broma? —Bjorn encrespó las cejas y frunció el ceño con severidad—. Si nos metemos ahí, te digo yo que no salimos vivos. —expresó, desasosegado, y comenzó a caminar hacia el camino adverso—. Mejor vamos pasando...
Algo tiró de su manga. La princesa de turno pintó un puchero.
—Quiero ir. ¿No habíais dicho que íbamos a disfrutar, señor Bjorn?
—Exacto: a disfrutar. No a morir.
—Por favor —le señaló los ventanales quebrados que iban raspando la superficie empolvada del majestuoso rascacielos que se erigía en el centro de aquella inhóspita fortaleza abandonada—. Seguramente no vamos a volver nunca a este sitio, y me gustaría al menos sacarnos una foto. Todavía tengo el scroll que me regaló mi señor padre, hackeado para que no rastree nuestra posición.
Bjorn tanteó la posibilidad y lo debatió seriamente en su interior, cruzándose de brazos para aclarar sus pensamientos y dilucidar las ventajas y las desventajas de aquella falsa operación en cubierto. Él, a diferencia de Mu Yueliang, no poseía un dispositivo para medir su aura ni ningún otro medio de información por haberse tendido a la intemperie como un animal, y porque el de su madre hacía ya años que se rompió: por ende, no sabía utilizar sus diferentes aplicaciones, ni tampoco sacar fotos, ni comunicarse a través de mensajes por la red del Sistema de Trasmisión Transcontinental. Todo lo que sabía, lo sabía por manuales sueltos y la teoría grabada en su contenido, o por las voces que se habían extendido alrededor de los asentamientos. Aunque, de todas formas, los veía como unos cachivaches algo inciertos: el conocimiento causaba precisamente un efecto contrario en los individuos que tenían acceso a las bibliotecas informáticas, los hacían orgullosos, faltos de sentido común, les privaba de sus instintos básicos de supervivencia y los terminaba volviendo ignorantes de leyes tan simples como las de la selva. Y, por supuesto, moralmente los debilitaba. Los deprimía.
Para él, solo eran cuentos.
—No.
—¿Seguro? —le increpó ella—. ¿Acaso no querréis que os recuerde lo de la cama de heno? —Su columna vertebral tembló de un leve tirón, como una piedra sedentaria aplastada por la tierra que la ceñía. Viajar y explorar acompañado de alguien verdaderamente abría las posibilidades y las opciones que uno meditaba cuando andaba solo campo a través: por ejemplo, no se le ocurrió nunca pensar que su madre fabricaba su cama cubriendo el heno con grandes mantas, y eso que él hacía exactamente lo mismo en los bosques acumulando arbustos. Simplemente, pensar mucho en su madre lo afligía y nunca lo había imaginado... Se culpaba por culparse, irónicamente, por haber sido un idiota demente más centrado en la supervivencia que en las reales comodidades que podía divisar el ingenio humano cuando precisamente no se conformaba con lo que tenía. Y entonces, al mismo tiempo que recriminaba la falta de intelecto por las redes, se insultaba por haberse cerrado en otros puntos.
Un hombre debía ser sabio, pero la sabiduría era un vicio de unos cuantos.
—Preferiría que no.
—¡Venga! —lo jaló de la manga—. Entramos y salimos, y retomamos la marcha en breve. Solo quiero posar, para un recuerdo. Así mi señor padre se motivará cuando vea que su mimada hija se ha tomado las molestias de pensar en él. El maestro me decía que tienes que conocer el mundo, antes de explorarlo, porque siempre habrá cosas que te sorprendan. —Bjorn se rascó la barbilla, añorando obstruir su fuente de los deseos. Pero cuando quiso darse cuenta, ya estaba siendo conducido por sus pasos y pisando un sendero angosto labrado en la ciénaga. Suspiró, aletargado, respirando las consignas de las ligeras regadas de viento y llevándose las manos a las hachas, presto y dispuesto. Los grimm eran excelentes cazadores que acechaban tanto en las sombras como en las luces, y uno no podía permitirse bajar la guardia ni perder los estribos con cualquier mínimo desquite. Aceptaría el pedido de su compañera de viaje, muy a regañadientes, para sortear el peligro, con la idea esclarecida de dar media vuelta si la situación se ponía peliaguda, y le transmitió su advertencia. La chica, sonriendo con sus párpados, trotó por las ciénagas, tan alegre como una liebre, y marcando las aguas emponzoñadas donde podían ocultarse las bestias más profundas e insospechadas de la lista.
Aquella joven no tenía remedio... Menos mal que decidió ser su escolta.
Vadearon pozas y lagunas, cortas gargantas de agua acaudalada y ríos tan angostos que sus pies atravesaban los fosos como si no fueran más que estorbos. Eran como badenes que llevaban las corrientes a ningúna parte, fluyendo desde las altas montañas del este, y derramándose secamente por un territorio poblado de baches donde la tierra se convertía en barro y los animales de campo eran sustituidos por ranas y sapos, o incluso libélulas danzantes y moscas. Pero, para su grata sorpresa, Mu Yueliang no se veía descontenta con la suciedad ni con las asquerosas criaturas que podía respirar por debajo de aquellos estanques privados, sino que seguía sonriendo abiertamente y divirtiéndose con las maravillosas vistas del entorno, de allende las murallas, de los algodones grises que volaban por el cielo y de las cenizas que caían como nieve desde el mismo. Desde luego que aquella joven no se trataba de una persona normal, ni siquiera parecía alerta ante los murmullos de las aguas, que alertaban de las lejanas pisadas de las bestias que tanto temían acercándose a su paradero.
Por su seguridad, Bjorn le indicó que se agachase tras el costado de un ciprés derruido, mientras enfilaba las hachas de plata bruñida en posición de disparo. Al fondo, muy al fondo, casi ilustradas por delante de un arco fluvial y luminiscente, se manifestó una procesión de grimm sinuosamente sospechosa que pasó de largo al cabo de un rato. Pero las figuras quedaron marcadas en su mente: eran Goliaths. Robustos y gigantescos engendros de la naturaleza que caminaban a cuatro patas como majestuosos elefantes, con trompas enroscadas en espirales, amplias orejas captando sus respiraciones, unos colmillos sobresaliendo del cascarón amueblado a su cráneo y espinas por los costados del tronco, y con las líneas rojas de las venas ciñendo sus resplandecientes ojos dorados. Como los dos soles de Remnant rodeados de la inmensa oscuridad de un espacio en blanco.
Eran bestias, aterradoras y bellas.
Aquel sentimiento de empatía por la destrucción si podía entenderlo Bjorn. Sabía que los grimm debían desembocar un papel en la pirámide alimenticia, ya que podían interactuar con otras especies, y que no solo eran reacias a los humanos. Aunque, al mismo tiempo que reflexionaba pensando a favor de sus enemigos mortales, también se daba cuenta que estos carecían de alma, al contrario que los animales, quienes sí podían desarrollar aura con el favor de las palabras adecuadas dadas por humanos. Entonces, una duda moral se implantó en él, la misma que siempre se hacía.
¿Qué eran realmente los grimm?
Avanzaron una vez la columna de grimm menguó, como cazadores camuflados en la peste, y al cabo de una hora llegaron al borde del mural de cincuenta metros que alzaba la ciudad de Mountain Glenn sobre un liso promontorio extenso hasta los límites de su visión. Por suerte, solo tuvieron que dar un pequeño rodeo para encontrarse frente a unas escaleras maltrechas y astilladas que los condujo hasta una compuerta de seguridad, que no dudaron en intentar placar con todas sus fuerzas. Se rindieron tan pronto tuvieron la oportunidad y optaron por escalar con las hachas u optimizar sus saltos con el retroceso de la alabarda de Yueliang —Da Long había escuchado que se llamaba—, aplicando poco peso al cuerpo debido al aura. El efecto de ambos funcionó al unísono y enseguida se adentraron en el casco urbano de aquel lugar que alguna vez fue la antigua gloria de la ciencia.
Estaba totalmente arrasado.
Ya no era solo que el musgo trepaba por las paredes de los edificios, ya no era solo que los edificios habían sido víctima de gigantescos bocados, y ya no era solo que aquellos bocados revelaban un interior débil y estéril del complejo estructural de las urbanidades. Simplemente, la soledad y la melancolía que se respiraba paseando por aquellas urbes instaba a que un clavo de tristeza se les incrustara en el cráneo. Se veían montañas de vehículos volcados, insectos inhalando las plantas invasoras que crecían en graves circunstancias, un olor a azufre impregnando cada portal de cada vivienda, como un huevo podrido fosilizado, y hasta enormes pisadas destruyendo las aceras y las carreteras por donde transitaban. La princesa tiró de él cuando atisbaron entre pestañas la apariencia salvaje de unos Beowolf; un tipo característico de grimm que mezclaba las propiedades caninas de los lobos, pero con las extremidades más fieles a los humanos y una sarta de espinas, como un hombre lobo. Había dos manadas enteras peleando, ya que los machos alfa estaban enroscados lanzándose zarpazos mutuamente por el territorio, mientras sus congéneres bullían fraguados ante la expectación de la batalla.
Bjorn apartó la mirada y guió a Yueliang por una bifurcación vecina, para colarse en la planta baja de un edificio enyesado y ascender hasta el penúltimo piso a través de un tramo de escaleras rotas como dientes desalineados, hasta que llegaron a un amplio bloque que debieron ser oficinas, con las mesas partidas y los equipos eléctricos arrancados desde las raíces de los cables, salpicando de un azul metálico las paredes. Y desde allí arriba, desde un boquete abierto con plenitud, desde una distancia segura que los alejaba de la contienda, obtuvieron las mejores vistas de la feria: aprovecharon para grabarla en su scroll, con una cámara de alta definición. Al final, aquel Beowolf que se encontraba debajo del más grande realizó una especie de finta y remató a su víctima degollando el cuello con un hondo mordisco que lo evaporó en cenizas. Los demás aullaron al unísono, felicitando a su nuevo líder, y entre todos partieron hasta perderse a lo largo y ancho de las calles para buscar más pleitos de los cuales salir invictos.
—Qué asco —se quejó Yueliang, arrugando las aletas de su nariz, cuando se fueron los actores del patíbulo que elaboraron—. Supongo que no todo es necesariamente bonito en la naturaleza.
—No, no lo es, pero sí diría que tiene su encanto. Ponte a pensar qué comemos, dormimos y cagamos, porque si no nos morimos. En sí, todo es bastante estúpido e hilarante si te pones a pensarlo. Pero en la vida no hay mayor remedio que avanzar, aunque sepamos que hay cosas horribles de por medio. Cada experiencia cuenta, y tiene un motivo.
—Comprendo... —Le llevó una mano al mentón, analizando su aliento con determinación.
—Me gustaría saber con exactitud qué sucedió aquí. —corroboró Bjorn, redirigiendo el tema a la ciudad y admirando sus paisajes devastados por la solemnidad—. O sea, conozco un poco de la historia de Merlot Industries, pero venir sin haberme asegurado de recapitular todos los hechos me deja vacío. ¿Tú sabes algo más?
—Tengo entendido que estudiaban robótica, ingeniería y genética —aseguró Yueliang, recargando su Da Long encima del hombro para pisar el borde del agujero y observar las distancias de vértigo que los separaban de la carretera. La joven retrocedió, inquieta, por un ciego instante—. El maestro me dijo que el doctor Merlot estaba cegado por el progreso industrial, y que su avaricia causó su propia ruina. En resumidas cuentas: era un chiflado y le faltaban unas cuantas tuercas.
—No soy experto en esos campos, pero asumo que también estaría investigando el fenómeno del aura y los grimm. —Ladeó una ceja mientras Yueliang confirmaba sus sospechas alegando que el doctor Merlot comenzó sus teorías científicas analizando los límites de las semblanzas, los escudos corporales del aura, el motivo del porqué los grimm no tenían alma, a pesar de que podían discutir o dialogar como cuervos en sus diversos dialectos, y desentrañando un origen que no consiguió alcanzar en sus años de laborioso trabajo—. ¿Y quién demonios es tu maestro? ¿Estuvo delante del doctor Merlot alguna vez?
—No en persona. El maestro Kishi pertenece al sindicato del crimen de Haven, un grupo llamado Spider, pero sé que estuvo estudiando junto con unas amigas de la Familia Xiong en Vale: se vistió y se hizo pasar por mujer, según me explicó, ya que la academia era solo para jóvenes amantes del asesinato indiscriminado —le informó a Bjorn—. Vamos, que a los primeros (a Spider) les vendí algunas de mis pertenencias, y a los segundos (a la Familia Xiong) les compré el boleto para la embarcación. Y la academia me interesaría si fuera una chica con ganas de venganza, no es el caso.
—Curioso. —«Vaya entuerto del copón. Se ha metido en una guerra de mafiosos y ni siquiera es consciente de ello. Voy a tener que enseñarle muchas cosas...» Bjorn se rascó el mentón, allí donde algún día quizás tendría barba, y orientó su mirada hacia la torre de Merlot Industries, aquella como una lanza de piedra rasgando la cobertura del cielo—. Bueno, creo que me conformaré por ahora. ¿Qué tal si subimos? Total, ya que estamos aquí...
—Ooooh, ¡de acuerdo! ¡Estaba esperando que lo dijeras!
Tuvieron que bajar por las escaleras de incendios apostadas al costado derecho del edificio, mirando hacia las afueras, y observaron una vez más el musgo tachonado en ramas serpenteantes sobre la longitud de las paredes y los murales de las estructuras y las naves sobre las que se sostenían sus pilares fundamentales. La mugre se iba comiendo algún animal suelto en estado de putrefacción, con aquellas vísceras rojas como raíces en sus tripas salidas, cadáveres que más bestias de la noche se debatían por purgar. Y luego, ambos, tomados de la mano, se condujeron por la travesía principal pisando la carretera sin miedo a que ningún vehículo fantasma aún pudiera circular por ahí, mientras la alta torre de Merlot Industries se acercaba hacia ellos: un complejo que ya habían visto antes de lejos, pero desde pocos metros resultaba incluso más increíble y aterrador, pues pilas de rocas y escombros tapaban la entrada de las tarimas escalonadas que otrora habían conjugado una plaza radiante en medio de la ciudad. Se encontraban obstaculizando el acceso, y no había tantos ventanales en los primeros pisos como para colarse trepando por la sepultura. Bjorn sonrió aliviado por dentro, y Mu Yueling chasqueó los dientes, gruñendo en alto.
Habían evadido decenas de hordas de grimm, para no llevarse un bonito paisaje a cambio, y eso le provocaba una súbita ola de decepción. La vio describir un tajo contra un autobús apartado, con ira, cortando la cubierta de babor con una línea digna del desgarro de un Ursa, y luego la perforó con una puñalada idéntica al envite de un Boarbatuks. A decir verdad, no esperaba esa clase de actitud viniendo de una joven tan educada. Quizás fuera una razón de su padre para tenerla encerrada, y Bjorn había liberado a la bestia sin darse cuenta...
La consoló, alegando que tomarían fotografías desde los rincones que cercaban la plaza, y que tomarían unos bonitos planos de la fuente de agua vertiente que se derramaba sobre sí misma sin control aparente. Ella chistó en un primer momento, y después, aceptó la propuesta alisando el pelo negro tras su espalda. No había remedio. Estaban estancados.
Pero lejos estaban de irse sin percatarse de un pequeño temblor bajo sus piernas, y las rocas apiladas deslizándose como culebras en la entrada del edificio. De repente, el tiempo se congeló, las aves dejaron de cantar, las flores cesaron de esparcir sus grumos de polen y las nubes detuvieron su emigración para observar lo que aconteció allí debajo. Las respiraciones pausadas de ambos muchachos se mezclaron en una sola inhalación de incertidumbre cuando vieron frente a sus párpados una explosión de tierra del que brotaba un inmenso aguijón de salitre jaspeado por matices verdes radiantes. Una cola se erizó por debajo, flanqueada por millares de costillas platinas y rojizas, hasta subir el cuerpo entero y aplastado de un gigantesco escorpión con dos pinzas de cangrejo expulsando chorros de un líquido tóxico similar al ácido contaminado por las corrientes que fluían debajo del edificio. Era un Death Stalker colosal, de tres pisos de alto, y ocho pares de ojos glaseados de color esmeralda sobre una coraza devorada por los gusanos de los subsuelos de Merlot Industries.
En ese momento, aterrados, Bjorn y Yueliang intercambiaron unas miradas que estaban de acuerdo.
«¡Corre!» dijeron sus labios mientras sus talones se volvían hacia las calles a toda prisa, escuchando el rugido del animal tras sus espaldas y comenzando la estampida. Uno desenfundó las hachas y las pegó en Chita, y la otra simplemente agarró del revés su Da Long.
Se guarecieron detrás un viejo bullhead, atravesando las puertas corredizas destartaladas y agachando las cabezas debido a las hélices salientes del viejo modelo, y salieron de su escondrijo una vez pudieron observar que el Death Stalker desataba una lluvia ácida al perforar su púa esquelética contra la cubierta de la nave, rayando los circuitos por los que aún corría electricidad estática e instigando una explosión celeste tan contundente que la onda expansiva los separó en direcciones opuestas. Bjorn se rostizó las yemas de los dedos al aferrarse con las hachas al campo asfaltado, tras dar varias vueltas de campana y levantar la cabeza para asegurarse de que su compañera no hubiera resultado muy herida; sin embargo, aquella chica era más dura que el mismísimo acero y ahora giraba realizando varias cabriolas majestuosas en medio del aire, como una perdiz, describiendo amplios arcos con su alabarda enjuta en luz. La vio apretar el gatillo y, al instante siguiente, se derramó como un rayo iridiscente y su cuchilla se ensartó en el cráneo que cubría el cefalotórax de la bestia.
El primer ojo saltó.
https://youtu.be/Jo_XUnPqlCQ
Un torrente de brea la tiñó y una sacudida de la pinza derecha la arrastró por el asfalto hasta que su espalda impactó con la puerta de un coche. Bjorn, alentado por el miedo, arremetió gritando a todo pulmón para cautivar y distraer la atención del engendro. El rubio corrió impulsado por la manifestación del viento, jugando con el asidero en sus dedos, y condujo el hacha inferior pintando un trazo diagonal ascendente contra uno de los ojos salpicados en verde. La medialuna, en lugar de otorgar la visión durante la noche, se la quitó por el día a la bestia estallando su globo inferior derecho en un rugido de desazón. Pero no terminaba todavía: sus sentidos se afinaron, sus oídos escucharon el siseo de metal hendiendo el viento como si él mismo fuera un escorpión y retrocedió levemente su pierna izquierda maniobrando la vara de sus hachas conjuntas para bloquear una pinza que le peinó el flequillo, y luego se liberó enganchando el arma entre los dientes y pegando una patada con el talón en los fauces.
Fue él quien saltó.
Cayó varios metros, apartado y preparado, ejecutando una voltereta, y volvió al ataque. El aguijón se precipitó tras él, pero un disparó lo interceptó, un disparo de Yueliang, quien embistió desde un costado y cortó de raíz la pata trasera de la bestia mientras Bjorn apresaba la cola manejando a Chita como un candado y presionando su cuerpo contra la vara para no dejarlo escapar. Pero no pudo ser. El berrido sangriento los alertó de que se venía lo peor y, manteniendo y priorizando la guardia, se echaron atrás. Y menos mal que lo hicieron, porque tanto de la punta como de la armadura ósea nació una inconfundible capa de aceite oliváceo, del cual la carretera bebió quemándose en el proceso.
Ahora sí que iba a usar el ácido contra ellos.
Tragaron saliva, replanteando la estrategia.
—¡Oh, venga ya! ¡Esto debe ser una broma! —chistó Bjorn, eludiendo a la derecha para que una saeta verde no pudiera evaporar su ser en volutas de rico humano para cenar, como sí sucedió con el asfalto que dejó atrás por los efectos corrosivos. El salpique fundió las faldas de su abrigo y lo transformó en ropa rasgada que tuvo que despojarse al mismo instante, antes de volver a vestirla. En camisa, con el frío arañando su cuerpo, era más difícil entrar en calor, y el sudor sólo lo estresaba—. ¡¿Se supone que es un experimento del doctor Merlot?! ¡¡¡PORQUE ESTO NO ME HACE NINGUNA GRACIA!!!
—¡A mí no me echéis la culpa, señor Bjorn! —replicó Yueliang con el mismo gesto que él—. ¡El maestro Kishi tampoco me llegó a decir nada de grimm mutantes! ¡Y dudo mucho que él supiera que iba a venir alguna vez por estos lares!
—¡Pues ya ves que sí! ¡Y háblame de tú a tú, que no soy tan viejo!
—¡Cambiemos de táctica entonces! —le ordenó girando la vara de su alabarda y enfocando el cañón inverso hacia otro de los ojos que se revelaban al frente, y precipitó una bala teñida por Polvo Flamígero que fue detenida justo a tiempo por los garfios delanteros con un feroz gesto, como un escudo de metacarpos. La chica encrespó los labios y frunció el ceño, cuando del aguijón manaba más ácido sulfúrico en su dirección adoptando la forma de una lanza y cuando Bjorn la agarraba del hombro a toda prisa para llevársela por delante y evitar aquel lugar donde ambos se encontraban: la zona se convirtió en un foso de magma verde hirviente y burbujeante, igual que los caninos del Death Stalker, quien además avanzó como un tren imbatible hacia ellos.
Se recompusieron rápidamente y comenzaron a correr en círculos descargando toda su munición mientras se cuidaban de los gargajos que fluían como centellas o que dejaba perdido el animal por el amplío entorno. La pólvora estallaba, chirriaba y hacía fricción contra su duro armazón, contras las patas y los brazos, contra la aguja de la cima, que se balanceaba tanteando el terreno. Ambos muchachos brincaban entre los resquicios de la sociedad, se metían o escalaban apuradamente por las paredes medio derrumbadas y los vehículos destartalados, optando por una mejor posición a manera de cobertura estratégica para enarbolar a bocajarro sus proyectiles; ya fuera de cualquier forma, no parecía muy eficaz aquel método. El monstruo era inmune al círculo de fuego y al torbellino de cenizas que caían sobre él, y los proyectiles que pudieron ser más efectivos los desviaba. Era inteligente, muy inteligente. Bjorn creyó prever que aquella criatura había experimentado innumerables batallas para poder aguantarles el margen de distancia que los separaba, de asesinarlos en un solo suspiro, y creyó también pensar que aquello era una causa perdida. Que no tenían forma alguna de ganar aquel encuentro.
Mientras Yueliang se colgaba de un tejado y emitía una línea vivaz de hielo, con la intención de congelar sus patas y paralizar sus atentados, el rubio se percató de una corriente de brea emponzoñada que iba describiendo un amplio anillo angular por todo el recinto que la bestia había recorrido con sus siete patas —no ocho, ya que una se la habían cortado—, junto con el aceite coagulante, y entonces tuvo una idea magistral. Rebuscó en su zurrón si aún le quedaba Polvo elemental, y descubrió que no tenía justo de la clase que necesitaba. La joven se columpió recuperando su lanza, saltó hacia otro edificio mediante un disparo que sirvió como impulso, esquivando de puro milagro un río corrosivo, sobrevoló el abismo por encima de la bestia, y se enfiló en la pared para repetir la jugada.
—¡La brea, apunta a la brea! —Bjorn advirtió su notoria debilidad, consejo que Yueliang absorbió con saliva cambiando el cargador de su rifle apresuradamente y jalando el gatillo. El impacto de rayos y retruécanos acertó de lleno.
Hubo un sismo mayor a cualquier otro dado hasta la fecha, un zumbido eclosionando como un huevo y reverberando la tierra y rompiendo el aire con una barrera de viento invisible. Los rayos tronaron como ascuas y las centellas se dispersaron como luciérnagas al caer la noche sobre el círculo de petróleo compuesto, que se prendió en llamas más bastas que las de cualquier anterior habido y por haber. El alquitrán se había encendido en una inmensa hoguera que aspiraba oxígeno y esparcía las colas de su fuego en una espiral roja hacia las tormentas de pólvora que se iban avecinando, respiraba dicho contenido adrede, y luego lo iba expulsando con mayor vigor. Y la bestia de su interior, mientras tanto, rugía ardiendo en llamas infernales, cegada, lanzando dentelladas a la nada rotunda y clavando su aguijón con una fuerte corriente de ira hacia todas partes, resquebrajando los vehículos y produciendo millares de otras pequeñas explosiones que solo lo iban aturdiendo mucho más a medida que el calor aumentaba y Bjorn debía retirarse para que la regadera de fuego exorbitante no penetrara en su aura ni le quemase la piel de la frente. Se cubrió tras un vehículo, evitando otra línea de ácido arqueado por azares del destino, y reuniéndose con Yueliang, quien lo guió hacia el interior de otro edificio para perder de vista al Death Stalker.
Y una vez dentro, tras respirar profundamente y recargar las armas a los hombros, intercambiaron una mirada inundada de sudor y asintieron al unísono. Esperaron unos exasperantes minutos a que la criatura cediera y se fuera de la vía principal, para salir del complejo y alejarse inmediatamente de la ciudad, sin embargo, cuando Bjorn le interpretó sus intenciones, ella se negó con un no rotundo.
—¡¿Y qué quieres que hagamos?! —le reprendió—. Tenemos que irnos, ya. No podemos luchar solos contra eso.
—Pero matará a cientos de inocentes si no lidiamos con eso y lo dejamos suelto —insistió, para su dudoso pesar, con decepción y afición, porque sabía que sus sílabas guardaban una parte de razón. Pero no del todo, pues era complicado admitir quién podía perseverar en una situación así, donde las líneas de la justicia y el razonamiento común se iban desdibujando en patrones inconformes—. No podemos irnos así sin más, y dejarlo todo a la suerte. La suerte nunca sirve en los momentos que importan. Miradme a mí, señor Bjorn, que acabé naufragando tras escapar de Anima. O miraros a vos, que os quedasteis solos y sin nadie que os pudiera asistir con la granja...
—Ya lo sé, Yueliang, pero nosotros seremos los que moriremos si nos enfrentamos a esa cosa —le dijo con un tono de campechana cordialidad, nada de envidia o miedo, como cabía esperar de su expresión aterrada. La balanza se declinó a su favor, sin embargo, no estaba orgulloso al observar el semblante compungido de la chica; y entonces, ante el orgullo herido, meditó en silencio por dos minutos enteros. Se rascó la mata de cabello arenoso durante todo el proceso, hasta que una idea aprobada se encendió en su mente—. Ya sé. Subiremos un anuncio en las redes cuando tengamos cobertura. Así la gente estará avisada de que hay un jodido Death Stalker poco común rondando por la fortaleza. ¿Te parece mejor?
—Pero no nos creerán... —sus palabras perecieron al mismo instante.
Un chirrido provino de repente de las afueras, un chillido fiero y audaz, un canto de venganza que trepó por las paredes y se apegó a las columnas de la fortificación donde andaban metidos. Al asomar la cabeza por un pasillo, tuvieron que achantarse y retroceder, pues la espina venenosa irrumpió la fina línea de la estancia palpando con su toque corrosivo los estampados ya de por sí mugrientos y desechos y carbonizando cada rincón. Fue como la rama verde de un árbol, rociando su resina por la capa del roble para liquidar a los insectos que bebían de su sabia. Los bichos subieron rápidamente por las escaleras, mientras el suelo rugía bajo sus pies, y se escondieron en otra extensa habitación que estaba completamente vacía de equipos o decorado, y cubierta por una sólida pared sin ventanas. Tal vez fue un bloque que aún estaba por venderse en su época, pero no lo pensaron mucho. Se pusieron en guardia, espalda contra espalda vigilando los sonidos reptantes del escorpión gigante, y siguieron planteando opciones para acabar con la bestia o huir por patas.
«¿Cómo podemos anunciarlo sin que nos tomen por mentirosos...? —Un temblor les puso la carne de gallina, a los dos, y Bjorn se percató que Yueliang yacía congelada y rígida como un témpano de hielo—. Si nos movemos, es posible que nos encuentre; si nos quedamos quietos, moriremos sepultados bajo los escombros del edificio. Debe tener una especie de sensor emocional muy sensible para que pueda captar nuestra ubicación exacta, aunque no sea muy preciso. Y para colmo, no podemos penetrar en su armadura como nos gustaría, y crecerá o se recuperará si devora a otros grimm de la zona; así que cortarle las patas o cegarlo no será suficiente. ¿Qué coño hacemos...?» Ni siquiera tenían la necesidad de demostrar que existía: podían pirarse perfectamente de Mountain Glenn y no mirar atrás de nuevo, sin arrepentirse del menú y de la cuenta que la bestia se llevaría. En la supervivencia, en los bosques y las selvas más frondosas y austeras, no había que luchar siempre contra todas las bestias ni las hordas de insectos, sino que era preferible huir. En el cementerio siempre había valientes, y la supervivencia no era un juego de valientes. Sin embargo, al igual que su molesto aguijón, sentía un agudo alfiler taladrando su corazón. Un resquicio de moral quebrantando sus leyes y abriendo su mente... Una valentía que al menos le brindaría la estima que le había faltado toda la vida.
No podía huir sin advertir al resto de alguna forma, ahora lo entendía
Y entonces, otra idea circuló en su mente.
—¡Necesitamos sacarle una foto! —Yueliang ladeó una ceja en su dirección, descentrada, e inclinando la cadera hacia otro lado, con la vara reclinada hacia el techo.
—Estáis de broma, ¿verdad?
—Para nada. ¿No querías recuerdos para tu padre?
—Si, bueno... —dijo con un tono murmurante, mientras la decisión de Bjorn crecía a cada instante y los cimientos se agitaban—. ¿No habéis visto el tamaño que tiene y la envergadura de su cuerpo? Nos matará con solo acercarnos.
—Eso no será un problema, yo me encargaré de entretenerlo —Se golpeó el pecho con el puño cerrado—. Ya verás.
—¿Y cómo lo haréis, se... Bjorn? —Las patas arácnidas ascendieron, según ellos, por las paredes de al lado, y ambos pusieron en ristre sus varas.
—Tú confía en mí —le dijo, con una mueca de orgullo que muchas veces le había hecho falta, y afilando los gélidos bordes de sus hachas mientras se aproximaba a la pared donde suponían que los espiaba aquel terror deambulante—. Sé que tienes algo de miedo, Yueliang. Sé que el miedo nos frena. Sé que nos aparta de nuestro destino. Sé que el miedo es la cara que todos nosotros escondemos del resto. Así que, por favor, confía. Porque yo también estoy cagado de miedo, y aun así estoy seguro de que juntos podemos lograrlo.
—Y a continuación, gritó, estampando sus lenguas de acero en un corte ejecutor contra la barrera interior que los protegía de la bestia, y suscitando la furia. Bjorn solo supo instantes después que el gruñido gutural resonó por las columnas como si fuera un vientre, y que la luz se hizo un hueco entre bastidores, filtrándose desde el exterior en un haz picante.
Y el aguijón ingresó a la estancia.
↼🌑|🌑⇀
5800 palabras.
Nada más comenzar el viaje, parece que Mu Yueliang y Bjorn encuentran sus primeros problemas como compañeros, y no solo por sus diferentes personalidades, sino también por las extrañas bestias y el desvío que toman.
¿Por qué he decidido que aparezca este Death Stalker del videojuego de Grimm Eclipse? Bien, pues porque me parecía interesante para la historia comenzar a recoger tramas sueltas de otros productos de la franquicia para darle más naturalidad al mundo, y experimentar un poco con las ideas que ya tengo escogidas para enriquecer la dirección de AMBR y hacer que pueda ocurrir un poco de todo y que vosotros, los lectores, no os esperéis ciertas situaciones, como esta. También habrá referencias leves a las novelas del equipo CVFY, o al juego de rol que lanzaron hace tiempo. No es necesario leer ni consumir ninguno de estos productos para este fanfic, quería aclarar. Solo serán referencias a información suelta que dan sobre Remnant, como comentaba arriba.
Además, este capítulo ha sido partido en dos para no haceros esperar demasiado, e introducir de forma más taimada a un nuevo personaje en el siguiente. Me hubiera gustado escribir mucho más, pero el tiempo me tiene cogido por los cuernos. Así que de momento esto ha sido todo.
En fin, por otro lado, ¿qué tal a todos? ¿Os ha gustado este prólogo? Si tenéis algunas dudas al respecto, o sobre el futuro de la historia me refiero, por aquí os dejo un hueco que no dudaré en responder. ->
Muchas gracias por leer.
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