Prólogo.
Nunca fui una niña enamoradiza, ni romántica y mucho menos una niña que se doblegaba fácilmente. Nunca me gustaron los finales felices en las historias de amor, porque para mí solo eran embustes. Nunca sentí la necesidad de tener a alguien en mi vida, la necesidad de verle todos los días, de escribirle, de saber de él. Nunca me gustó el contacto físico, ni las muestras de afecto público. Siempre fui fría, un tanto desapegada de mis seres queridos y alguien de pocas palabras. Pero todo eso fue antes de conocerlo a él, ya que nada es para siempre y todo en la vida cambia, a veces para bien y otras tantas para mal y yo, yo cambié y no sé si para bien o para mal.
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