XXXVI

La vida de marquesa no fue un cambio tan drástico debido a que mis responsabilidades eran con el propósito de buscar el bienestar de personas que conocía en el ambiente de toda mi vida. Por otro lado, nunca había estado en la capital con su clima tan húmedo y sumamente fresco, no conocía a esta gente y sus costumbres ni a las personas del resto del país. De pronto ya era reina y mi esposo estaba a cargo de toda Normanda, de punta a punta; nuestras responsabilidades se habían aumentado tanto que el estrés estuvo presente los primeros siete  meses mientras nos acostumbrábamos al sistema.

Mi bebé aún no nacía pero ya tenía un compromiso que se debía cumplir a los 20 años o menos en caso de que fuera necesario, ya sea por muerte del rey o por asuntos de reforzar alianzas políticas. Por extraño que pareciera, Antoine deseaba tener una hija y después procrear a un varón, decía que una princesa había sido su sueño desde que se casó con Gaela, cosa que no se le había podido cumplir.

Nueve meses después comenzaron las contracciones; la primera se dió mientras desayunaba con mi esposo como todas las mañanas, mi barriga y mis pechos estaban tan grandes que tuvieron que mandarme a hacer nuevos vestidos. Estaba a punto de dar una cucharada a mi crema cuando un dolor intenso abarcó desde mi estómago hasta mi vagina, era similar a los cólicos de la regla pero aumentados mil veces.

-¿Qué pasa? ¿Beverley?-Antoine había soltado su bocado para correr a mí, tan preocupado por ver que me tocaba el vientre.

-El. Bebé. Corre.- Entre jadeos y respiraciones cortadas, pude darle a entender que debía ir a buscar a las parteras porque estaba a punto de dar a luz. 

Mis damas me ayudaron a subir a la habitación y me quitaron el vestido, me dejaron únicamente con mi camisón y me sostuvieron durante cada contracción mientras mis piernas se doblaban. Las dos parteras llegaron corriendo pidiendo agua y toallas mientras revisaban mi vagina.

-Está dilatada, reina. Vamos a empezar con el parto de inmediato.-Comenzaron a tirar almohadas en el suelo y me acomodaron con los pies en el suelo pero las piernas abiertas.

Llegaron mis damas con toallas y sin agua, fue entonces que el verdadero infierno comenzó; mi sudor no paraba y no sabía que hacer o a donde ver para distraerme de los dolores.

-Tiene que empezar a pujar para que salga.- Dos se mis damas me tomaron las manos para que las apretara del dolor que se sentía en toda mi barriga y vagina. Podía sentir como se expandía lentamente mientras algo atorado intentaba salir, al menos tiempo sentía que iba a excretar en cualquier momento.

-Puedo ver la cabeza.-La mujer me animaba mientras la otra me secaba el sudor y preparaba las toallas para darle la bienvenida al pequeño e indefenso bebé.-Ya casi, continúe.-Con cada vez que pujaba sentía que se me iba la vida, pero eso no evitó que parara.

Escuché su llanto y con las tijeras cortaron su cordón, esperaba sentir un alivio o vacío pero no era asi, me seguía sintiendo igual y con dolores en la espalda baja, como si aún tuviera que parir.

-¡Es varón!-sonreí ante la idea de tener en el primer parto al heredero al trono, y al mismo tiempo pensaba en la poca decepción que tendría Antoine con respecto al género. Mi felicidad y tranquilidad fue interrúmpida por un fuerte dolor que me dio el instinto de volver a pujar.

-¿Por qué no para?- Una de las partes se asomó y sus ojos se expandieron tanto junto con su boca, provocando temor.

-¡Viene otro!

-¿Qué?-La otra mujer lo comprobó y me pidió dar un último esfuerzo por la otra criatura que pedía salir. Saqué  fuerzas descomunales de lo más profundo de mi ser y logré el objetivo de traerlo al mundo.-¡Es niña!- Me dejé caer y respiré escandalosamente mientras me traían un vaso de agua caso que bebí de inmediato.

-Quiero verlos.-Les dieron un baño rápido en agua caliente y los envolvieron en cobijitas. Antoine había logrado dos objetivos en una sola noche de pasión, un logro sumamente inusual.

Los tomé a cada uno en un brazo, les besé la frente y pedí que me desabrocharan el camisón para alimentarlos. Las puertas se abrieron y Antoine entró con sudor en su frente y paso rápido, en cuanto me vio alimentando a sus dos pequeños no pudo evitar llorar para después sentarse a un lado mío y besarme.

-Eres tan fuerte, mi amor. Mira lo que hemos logrado crear. Te amo tanto.- Su frente estaba pegada con la mía y las lágrimas de felicidad brotaron de los ojos de ambos.

Se recogió todo y me movieron a la cama, momento que Antoine no desaprovechó para cargar a su pequeña princesa y llenarla de besos en su delicada cabeza mientras la llenaba de promesas de protección y hechos sobre ser buen padre. Al devolverla a mis brazos, tomó a su pequeño y lo envolvió con tanto cariño que parecía imposible que existiera amor más puro.

-¿Cómo los llamaremos?-La pregunta me tomó por sorpresa ya que pensé que ese asunto podría estar a cargo de Antoine.

-¿Has pensado en algo?

-En realidad, no.-Sus ojos venían los míos y como si se tratase de una conexión, ambos dijimos al mismo tiempo dos nombres: Deborah y James. Reímos ante el hecho ya que esos nombres no pertenecían a nadie que hayamos conocido, simplemente había sido algo que había llegado a nuestras mentes y bocas.

-Ahora hay una decisión aún más difícil, amor mío. ¿Cuál de los dos será  el comprometido?-Observé a mis dos bebés y no pude decidir quién sería el que debía aceptar su destino establecido.

-No tienes porque elegir.-El consejero real había llegado a la habitación con un pequeño presente.-Debo admitir que había comprado una sonaja y tuve que mandar de urgencia a alguien más por un réplica al enterarme que no había uno, sino dos bebés de la realeza.-Se acercó y entregó ambas sonajas con listones en forma de moño alrededor de cada una; uno era azul y el otro rosa.

-Muchas gracias, lo apreciamos de verdad.

-Es un honor. Por desgracia, lamento no ser portador de buenas noticias. El hecho que la reina haya dado a luz a gemelos, desató una fuerte discusión en el parlamento para decidir quién de los dos debía afrontar el compromiso.-Hizo una pausa y respiró hondamente tratando de buscar una manera de huir sin decir las malas nuevas.

-¿Y? ¿Qué decidieron?

-Ambos serán sometidos al mismo compromiso. Hay un prometido varón y uno mujer, por lo que no hay problema en que los dos asuman sus respectivos compromisos.-Tomé a mi pequeña y la apoyé en mi pecho con un poco de fuerza.-La decisión es suya, pero las cartas ya están sobre la mesa.

Sabía perfectamente que cuando crecieran, uno tendría la libertad de escoger entre una variada lista de pretendientes, mientras que otro estaría atado de por vida a una sola persona. No tenía derecho de decidir pero quería que tuvieran lo mismo, y anular los compromisos era algo imposible.

Antoine me observó pidiendo apoyo, él estaba tan perdido como yo, y como su esposa era mi deber darle consejo, así que lo hice. Al escucharme, estuvo de acuerdo y mandó al consejero a dar la resolución de nuestras decisiones. Ya estaba hecho.

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