XX

Dos semanas después, Gaela se estaba yendo del castillo con sus cosas. Se encontraba en un estado mental dudoso, tenía arranques de locura y aseguraba que estaba embarazada. A veces tomaba telas y las colocaba en sus brazos para arrullarlas, en cuanto te acercabas te pedía silencio y te decía que el bebé estaba casi dormido.

A pesar de eso, dijimos que una vida solitaria la haría recapacitar, además, tendría a una mucama que estaría con ella cuidándola. Su familia se avergonzó de ella en cuanto lo supieron todo, no querían que su apellido tuviera a una demente, así que aceptaron que se fuera lo más lejos de la ciudad posible.

Le pedí a Antoine encargarme de todo el asunto y él accedió sin dudarlo. Así que le empaqué sus vestidos y sus joyas, a excepción de una prenda que me había gustado tanto. La acompañé al coche y dimos un largo viaje hasta llegar a una pequeña cabaña en la que a duras penas podía vivir una persona.

-No recuerdo que fuera así de pequeña y humilde...

-Tranquila, Gaela. Es perfecta para ti.- Me bajé y la acompañé al interior, al parecer estaba en uno de sus días buenos, pero normalmente estos no duraban mucho. Al entrar vio lo pésima que era, y de inmediato me observó confundida.

-¿Viviremos aquí?

-Aquí vivirás, tú sola. No tienes nada en el vientre, estás vacía y seca.

-Beverley, tu no entiendes...

-Gaela, suficiente. Tus cosas estarán abajo en un momento y podrás instalarte.

-¿Y la mujer que me cuidaría?

-¿A tu edad necesitas que te cuiden? Por supuesto que no, no necesitas a nadie.-Le di una sonrisa maliciosa y ella no entendía lo que decía.

-Tu escogiste esto, ¿verdad?

-Así es, es justo lo que te mereces. Una choza.

-¿Por qué? No estás siendo amable.

-Todavía preguntas. A ver déjame pensar, tal vez porque te acostaste con el que próximamente será mi esposo, el hombre del que he estado enamorada por años.

-¿De qué hablas?

-Gaela, no seas estúpida. ¿Acaso crees que me acerqué a ustedes porque quería una amistad entre familias? Quiero a Antoine. Tu fuiste una piedra en el camino pero ya te saqué.

-Beverley, ¿qué hiciste?- Me acerqué al marco de la puerta y me aseguré de que el cochero estuviera lejos.

-Me metí con tu esposo, cuando aún lo era, claro. Intimamos y nos besamos mientras tu estabas en otra habitación. Lo incité a que se divorciaran y luego le conté de tu sangrado inexistente. Él y yo seremos felices y tu vivirás en esta pocilga.- Me di la vuelta mientras ella se dejaba caer en el piso llorando de la incredulidad.- Por cierto...- regresé mis pasos hasta ella y le levanté la cara para verla a los ojos.- No tendrás ningún tipo de pensión, así que ve consiguiendo un trabajo.

-¿Qué? Beverley, nadie me quedrá dar un trabajo.

-Vende tus joyas y tus vestidos entonces.

-¿Por qué estás haciendo todo esto? Te abrí las puertas de mi casa, te di una amistad sincera, creí en ti...

-Mal por ti.-

-Lo diré todo. Hablaré con Antoine y con la corte. Te ejecutarán.

-¿En serio? ¿Crees que le van a crecer a una loca? Hazlo, y yo te ejecutaré por decir calumnias contra la nueva marquesa.-Caminé rápido y me subí al coche. Justo cuando cerraron la puerta, ella llegó corriendo y llorando hasta mí.

-Eres una maldita desgraciada, no podrás ser feliz nunca, ¡nunca!

-Vámonos, está teniendo uno de sus ataques.- El cochero arrancó y los gritos de Gaela pronto fueron indistinguibles.

Al llegar al castillo, Antoine se encontraba en el marco de la puerta principal esperándome con los brazos abiertos y una hermosa sonrisa de bienvenida. Corrí hacia él y me dio un fuerte abrazo, levantándome del suelo y sintiéndome tan especial.

-Mi niña, te tengo una sorpresa. Vayamos a comer, seguro estás hambrienta.-Cualquiera que me dijera "niña" hubiese recibido una mala cara de mi parte, sé que aún era una adolescente pero no una niña. Sin embargo, su voz tan melosa me hizo sentir tan mimada al decirme ese adjetivo, que no me molestó en lo más mínimo.

Me extendió su brazo y yo lo sujeté gustosa. Llegamos al comedor y para mi sorpresa, toda mi familia estaba presente y ya sentada esperando los platillos.

-¿Qué hacen aquí? ¿A qué se debe?-Les dije con una sonrisa, ya que aunque me sacaban de quicio a veces, los amaba y ansiaba que pudieran visitar el castillo cuando quisieran, porque sería mi hogar ahora.

-Por favor, toma asiento, las preguntas las dejamos para el final.-Antoine puso su mano en mi espalda baja y su tacto, aunque era limitado por mi ropa, me hizo sentir chispas en todo mi ser. 

Obedecí a mi amado y me senté en la silla al lado de la él, que por su puesto, era en la cabeza de la mesa. En el otro extremo de la mesa se encontraba mi padre con mi madre a un lado formando el matrimonio más feliz y bello del mundo.

Los alimentos fueron deliciosos y todo estuvo maravilloso, a excepción de mis hermanas más pequeñas haciendo sus pequeños desastres que mi madre trataba de parar en seco sin mucho éxito.

El postre fue una cosa espléndida. Mi paladar se deleitó con los bizcochos que habían preparado especialmente para mi gusto, es decir, no muy dulces. A pesar de eso, todos los elementos que los acompañaron hicieron algo glorioso de probar. Al terminar todos, Antoine se aclaró la garganta llamando la atención de todos y se dedicó a hablar.

-Bueno, señor y señora Rubiroca, he hablado previamente con ustedes y me agrada mucho el hecho de saber que tengo su total bendición y aprobación. Sin embargo, es necesaria la respuesta de su hija.-Sus palabras me sabían a total miel, sabía perfectamente a donde iba a parar todo esto.-Mi querida, Beverley Rubiroca.- Se levantó de la silla y me extendió la mano para que la tomara y me pusiera de pie.-Nada me haría más feliz que cambiar tu apellido Rubiroca, por Rupenauv; que este lugar fuera tu hogar; que cada mañana al despertar viera tu hermoso rostro. Nada me haría más feliz, que hacerte mi esposa. Beverley Rubiroca, ¿aceptas casarte conmigo y ser marquesa de OliveHill?- De su bolsillo sacó una pequeña caja negra y la abrió, frente a mis ojos estaba un hermoso anillo con una piedra enorme adornándolo.

-Por supuesto que sí, excelencia.-Tomó mi mano y puso el anillo en su lugar, el lugar se llenó de aplausos y mi sonrisa era tan amplia que nada ni nadie podría quitármela jamás.

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