XI
Esa mañana, desperté entusiasmada al imaginar el momento exacto en el que Antoine me daría la magnífica noticia para después pedirme matrimonio.
Tal vez era muy precipitado el pensar que nos casaríamos de inmediato. Quizás dejaría pasar algunos días para después tener el valor de pedir mi mano frente a mi familia.
Mi familia. ¿Qué iba a pasar si se negaban a darme en matrimonio? No podrían, se supone que estoy en cinta.
He tratado de ser muy cuidadosa con respecto a mi período, le he dicho a mi madre que si me ha llegado, pero no la he dejado que sea testigo que sea así.
Las horas se pasaban y no recibía carta alguna. Mi desesperación se hizo presente y empecé a temer de la respuesta sobre la resolución de todo.
No paraba de dar vueltas en mi habitación, de vez en cuando bajaba para ver si había algo nuevo; si el chisme del divorcio culminado estaba esparcido, si había llegado correspondencia, si había visitas o algún indicio de todo ese revuelo. Pero no hubo nada hasta las siete de la tarde.
Mi madre llegó despavorida gritando mi nombre, entonces lo supe; ella ya tenía las noticias. Bajé con una sonrisa enorme y en cuanto me vio intenté estar lo más desconcertada posible.
-¿Qué ocurre, madre?
-La petición del marqués fue denegada. Nadie tiene conocimiento de la supuesta concubina que espera a su heredero por lo que no fue un argumento válido para anular el matrimonio. La chica o señora, no sé que sea, deberá acudir ante el magisterio y dar fe bajo juramento, además de que los médicos la evaluarán.
-¿Cómo sabes todo eso?- No pude esconder un tinte de molestia en mi tono de voz, pero por fortuna, mi mamá estaba tan emocionada que no se dio cuenta.
-Lo cuentan en las calles, hija. Voy a enviarle una carta a Gaela para resolver todas estas discrepancias que hubo.
-Cómo desees, por mi parte iré a descansar. Que tengas buena noche.- Me di la vuelta y subí las escaleras con la mandíbula apretada. Esto era ridículo.
Azoté mi puerta y me lancé a mi cama, puse mi cara contra la almohada y grité furiosa ante el fracaso de el marqués.
¿Cómo es que la iglesia había dudado de la palabra de una excelencia? Eso no era posible y sólo significaba una cosa: Gaela. Ella había intervenido gracias a su posición, que le permitía hablar en su defensa ante el magisterio.
Al ser mujer, tiene la habilidad de la persuasión y además, era muy lista y astuta y me estaba llevando la delantera. No tenía forma de comprobar que estaba en cinta, por más que hablara y tratara de convencerlos, mi barriga sin crecer y los médicos, acabarían delantándome.
Tenía que pensar en algo rápido y certero, algo que apartara a Gaela del camino fuera como fuera. No me importaba tener que embarazarme de verdad, podría enviar lejos al niño para disfrutar del amor de mi vida.
Afortunadamente y como si el destino lo quisiese así, esa noche me llegó una carta de mi amado Antoine, dándome soluciones rápidas.
"Amada Beverley.
Lamento traerte malas nuevas sobre mi separación con mi aún esposa, Gaela. Los fundamentos que presenté no fueron suficientes y requieren tu presencia para declarar la verdad. No quisiera exponerte de semejante forma pero, es necesario para que podamos estar juntos y nuestro hijo no nazca siendo un bastardo, sino alguien de renombre.
Me tomé el atrevimiento de visitarte esta misma noche porque no soporto una noche más sin poder admirar tu belleza natural y tenerte entre mis brazos. Estaré en tu ventana a las 12:00 con la esperanza de que sea bien recibido.
Con todo el amor del mundo.
Tu Antoine."
Arrugué la carta entre mis manos y la quemé de inmediato. No quería verlo, era un total incompetente. Lo amaba, pero eso no borraba el hecho de que no había podido simplemente deshacerse de su aún esposa. Pensarlo me daba náuseas, otra mujer había disfrutado del amor de mi vida, lo había besado en público, habían podido caminar de la mano; y sobre todo, habían podido hacer el amor tranquilamente en su castillo sin temor de ser descubiertos.
Yo quería eso, quería eso y más. Deseaba ser ella, deseaba ser mayor y poder conocerlo antes.
Lo esperé impaciente y me obligué a abandonar mis sentimientos de frustración para suplirlos por unos de amor y tristeza.
Amarré mis sábanas y las tiré por la ventana en cuanto una piedra fue lanzada a mi cristal. El marqués escaló como pudo mientras la "escalera" estaba amarrada a mi pesado ropero. Al llegar, nos dimos un beso y nos acostamos para hablar.
-¿Qué piensas? ¿Estarás lista para ir ante el magisterio?- comencé a llorar, había logrado practicar para que me salieran lágrimas, era un talento que tenía desde niña para conseguir cosas.- ¿Qué pasa amor mío?-Me secaba las lágrimas y me besaba con dulzura.
-No podré, hace unos días, perdí a nuestro bebé.- Me abrazó y me acariciaba la espalda dándome palabras de aliento, mientras él también se lamentaba no poder conocer a su inexistente heredero.
-Tendremos que esperar un poco más, estoy seguro de que encontraré una forma viable para separarme de ella. El tiempo nos dará la respuesta.- Justo en ese momento, había encontrado otra opción.
Esa noche de nuevo intimamos, me quitó la ropa mientras yo hacía lo mismo al son que besaba su pecho y abdomen. Acariciaba mis piernas y saboreaba mi piel. De pronto, su mano se posicionó en mi vagina, pero en otra psrte que nunca había tocado, era algo más arriba. Lo masajeó y una ola de excitación me inundó por completo, me mordí los labios y le encajé las uñas en la espalda.
-No pares, Antoine. Sigue.- Su mano se empezó a mover más rápido y sentía que iba a explotar de tanto placer. Mis manos se encontraban agarrando las sábanas de mi cama con fuerza mientras mis piernas estaban abiertas de par en par con Antoine observándome. De un momento a otro sentí algo venir, apreté con fuerza mi abdomen y de pronto me relajé, sacando de mi un líquido que supuse era orina.
-Acabas de tener tu primer orgasmo, preciosa.
-¿Mi primer qué?- Me encontraba cansada y las piernas me temblaban.
-Así como yo eyaculo, tu también puedes, siendo éste el mayor extasis de placer.- Me besó y de nuevo empezaba a sentir deseos de tenerlo dentro de mí. Entre los besos bajé mi mano y de tomé su miembro para meterlo. Un gemido salió de ambos al sentir contacto.
Al terminar se vistió y se fue, mientras yo lo veía desde mi ventana alejarse, planeaba mi siguiente jugada.
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