VI
Durante meses, mi madre y yo solíamos visitar a la marquesa y dar largas cabalgatas. Al perdernos entre los bosques, Antoine y yo solíamos tener furtivos encuentros. Yo estaba totalmente encantada con toda la situación, no podía pedir más, excepto que Antoine fuera todo para mí. Pero ese deseo tendría que esperar un poco más.
Mes con mes mi período llegaba, siempre el mismo día. Ya llevaba 6, y empezaba a desesperarme. No me agradaba sentir dolores en el vientre y tener que usar un pañal. Me sentía incomoda y que en cualquier momento iba a manchar mi caro vestido. Como valor agregado a mi sufrimiento, estaba la sensibilidad. Por cualquier cosa, por más mínima que fuera; comenzaba a llorar.
Antoine empezaba a conocerme de maravilla y sabía cuando estaba en alguno de esos días de mujeres. Así que me mimaba más y me daba discretos regalos consumibles que me alegraban por completo.
Decidimos alejarnos un poco y hacer nuestras visitas un poco mas esporádicas, ya que un par de veces su esposa nos había atrapado dándonos miradas de complicidad. Ahora siempre lo tomaba de la mano y le daba besos enfrente de mí, dudando de mis intenciones con su marido. Por supuesto que no dudaba de él, llevaban años de casados y según lo que ella ha podido saber, no ha cometido adulterio. Por otro lado estoy yo: una señorita "virgen", bonita, joven y coqueta.
En algún momento de nuestras vidas, Antoine empezaba a ignorarme de nuevo, no tuve que preguntar el motivo ya que estaba segura de que eso era obra de su esposa.
El tiempo siguió corriendo y llegó mi cumpleaños número quince, al parecer, la edad perfecta para comprometerse. De nuevo mi madre organizó un evento digno de que todo el mundo supiera. Así que tuvimos muchos invitados, sobre todo aquellas familias que tenían hijos solteros u hombres ya mayores pero que no estuvieran casados aún. Por mi parte, sólo esperaba a Antoine con ansias.
Para esta ocasión decidí usar un vestido color azul marino, para demostrarle al amor de mi vida que no era una niña de colores rosas, sino una mujer. Su mujer.
Empecé a recibir a los invitados, mientras besaban mi mano una y otra vez con mi guante negro puesto. Quería el dorso de mi mano totalmente impecable para Antoine. En cuanto lo vi llegar me quité los guantes con el pretexto de que me sudaban demasiado las manos.
Llegaron y ni siquiera me vio a los ojos, saludó a mis padres y al llegar a mí, tomó mi mano y la besó, viendo mis pupilas por tan sólo dos segundos con ojos de profunda tristeza, para después apartarlos hacia su esposa. Gaela me abrazó y me besó ambas mejillas dándome deseos falsos mientras yo le sonreía y agradecía con la misma hipocresía.
Los bailes empezaron y esperaba poder bailar primero con el marqués, como el año pasado. Pero él no soltaba a su esposa y veía hacia otros lados. Entonces supe lo que tenía que hacer.
Busqué a un chico que fuera más o menos de mi edad y muy apuesto. Le extendí la mano como invitación y el de inmediato la consideró un honor y empezó a bailar pieza tras pieza conmigo. De vez en cuando lanzaba miradas a Antoine, y lo veía viéndonos detenidamente, hasta que me notaba y desviaba la mirada otra vez.
El chico, de nombre Hugh, resultó ser un verdadero encanto y muy divertido. Me contaba cosas graciosas de las demás personas y reía ante sus comentarios. Cosa que no le agradaba para nada a mi futuro esposo.
Los pies empezaron a dolerme y pedí parar. El chico muy amablemente me acompañó a sentarme junto a mis padres. Él, además, resultó ser excelente para tener conversaciones con los adultos, y en tan sólo unos segundos ya se encontraba haciendo reír a mis progenitores.
Hugh fue muy atento y fue a traerme un vaso con agua, momento que mis padres aprovecharon para mencionarme que el chico tenía su total aprobación para salir conmigo. Ya que también era un buen partido, pues al parecer era el hijo mayor del dueño de una importante fábrica de telas. Si no estuviera enamorada de Antoine, él sin duda hubiese sido mi marido.
Después de unos minutos de charla y descanso, decidimos volver a bailar. En una de las vueltas vi a la marquesa bailando muy contenta con su feliz esposo. Cosa que me puso celosa ahora a mí.
La familia de Hugh y él, se despidieron con la excusa de que su padre mañana partía a un viaje de negocios para extender el territorio de su fábrica. Los acompañé hasta su coche y me despedí del chico, pidiéndole que me escribiera pronto.
Me quedé un momento ahí afuera y caminé hacia el lado este de mi casa, hacia los jardines llenos de árboles espesos y lindos rosales. Escuché pasos detrás de mí y localicé a Antoine viniendo con semblante serio.
-¿No se supone que debería estar con su esposa, marqués Antoine?
-Ella está demasiado ebria como para saber que no estoy. Se quedó con tus padres.- Guardé silencio mientras dirigía mi mirada hacia otro lado y mis pies hacia un rosal.- ¿Por qué estás tan callada?
-Lo mismo llevo preguntándome con usted por meses, su excelencia.- Empecé a ver las flores y a escoger la más bella. En cuanto la encontré, acaricié sus finos pétalos.
-Eso no cambia mis sentimientos.
-Pues tal vez los míos sí. Llevo meses abandonada mientras te acuestas y le das toda tu atención a tu esposa, que supuestamente no amas. ¿Qué hay de mí?- Hubo un silencio. Mi respiración se empezó a acelerar y la tensión se sentía a kilómetros.- Hoy conocí a un chico, mucho más joven, mucho más guapo. Es un muy atento y amable conmigo, además de que es del total agrado de mis padres. Pero, ¿sabes qué es lo mejor? Que no tiene esposa.
-Tu lo has dicho, Beverley. Tengo una esposa, un deber que cumplir. Además ella ya sospecha de lo nuestro.
-E ignorándome ibas a conseguir que dejara las sospechas, ¿qué iba a pasar si nunca dejaba de sospechar? ¿Dónde está la lealtad que me prometiste mientras estábamos en la cama?- Escupí las palabras con rencor y arranqué con fuerza la rosa desde su tallo, provocándome cortadas gracias a las espinas.
Antoine se acercó a mí y me quitó la rosa, acarició mi mano derecha y y empezó a succionar la sangre que salía de mi mano.
-Beverley, no puedo renunciar a ella, hicimos un juramento sagrado.
-Puedes romperlo, la iglesia lo permitirá. No puede darte hijos y eso afecta tu legado.
-La aprecio y no sería capaz de hacerle algo así, eso sería humillarla.
-Entonces prefieres que me humille yo, siendo la otra cuando tengo toda una vida por delante. No seremos nada, y eso no evitará que me case y me vaya lejos a donde mi querido esposo desee. ¿Prefieres que nos aparten, amor?- Me acerqué a él y rocé sus labios con los míos sin darle ningún beso.- Piénsalo.- Me alejé de él y regresé a la fiesta. Me puse mis guantes para evitar que vieran lo que había ocasionado y me despedí de todos argumentando que las bebidas me habían empezado a dar sueño.
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