III
Llegado el día me sentía nerviosa.
Una pequeña parte de mi nerviosismo era causado por toda ese gente que estaría en mi fiesta. Era momento de presentarme en sociedad y habría muchos hombres y chicos que verían si era lo suficientemente hermosa y capaz de contraer matrimonio.
Pero la gran parte de mi inquietud, venía a mí por Antoine. Ese hombre que me robaba suspiros incluso mientras comía. Anhelando probar sus labios mientras me convertía en una verdadera mujer con él.
Ese día, fui exageradamente perfeccionista, para todo, pero sobretodo para mi imagen. Provocando un orgullo en mi madre al ver que sería una muy buena organizadora de eventos.
Por primera vez pintaron mis labios y dieron algo de color a mis párpados. Algo discreto pero que provocaba un cambio. En cuanto me vi en el espejo estuve tan feliz de ver que era igual o más bonita que la misma marquesa.
Empezaron a llegar los invitados y mi madre me tuvo encerrada en el cuarto, pidiendo que saliera hasta que los marqueses estuvieran presentes, para ser presentada oficialmente.
La espera se me hizo eterna y veía por mi ventana el cielo estrellado, intentando buscar razones para dejar mi disparatada idea de tener algo con Antoine. Sin embargo, no encontré motivos suficientes.
Lucrecia vino por mí y me dijo que era el momento. Me puse detrás de las puertas, y en cuanto estas se abrieron, mi corazón latío y latío con tal algarabía al ver de frente al hombre de mis sueños junto a mis padres, y por desgracia, junto a su esposa.
Saludé con reverencia y mi padre bailó conmigo una muy corta pieza de vals por mero trámite. Seguido de esto se suponía que el gran baile comenzaba, pero al tener presentes a los marqueses, se solicitó que Antoine bailara con la festejada.
Nos movimos al ritmo sin decirnos una sola palabra. No sería bien visto que soltara alguna risa o hubiera un rubor cuando su esposa estaba presente. Así que nos limitamos a mirarnos fijamente con ligeras sonrisas. Al terminar hice mi reverencia, y él de nuevo besó mi mano.
La fiesta siguió y bailé con un arsenal de hombres y muchachos tratando de hacerme platica para conocerme un poco más, pero yo no estuve interesada en ellos, ya que mis ojos estaban bien puestos en alguien más.
De pronto, mientras los marqueses bailan, Gaela sintió un malestar, producto del cuantioso vino que había ingerido, ya que ella tenía cierta adicción a beber.
Al ser la anfitriona, acompañé a la pareja para retirarse, pero Gaela insistió en que Antoine se quedara para que el asunto no se viera más grave de lo que era. Él aceptó aunque puso un poco de resistencia, por pura apariencia, quise pensar.
Regresamos al evento en donde tratábamos de disimular nuestros cruces de miradas y sonrisas, pero resultaba imposible.
Pasado un tiempo, Antoine pidió ir a un baño, un tanto alejado para poder regresar la comida para que tuviera oportunidad de consumir más, como era costumbre. En los grandes banquetes siempre había más comida de la que podías consumir, por lo que se ofrecían pequeños botes con sustancias para regresar la comida y seguir consumiendo.
Mi madre me pidió que lo guiara a algún baño de la parte de arriba, así que le ofrecí el mío, siendo el más limpio y que tenía un contenedor especial para el vómito.
Subimos las escaleras, y en cuanto entramos a la habitacion, Antoine cerró con llave y empezó a besarme de manera lujuriosa. Me tomaba del cuello y comía mis labios mientras nuestras respiraciones chocaban.
-Dime que también lo querías.- Él se separó unos segundos de mí mientras yo no podía dejar de observar sus ojos castaños.
-Por supuesto que lo quería, Antoine.
-Mi Beverley, mi dulce Beverley.- Me tomó del cuello de nuevo y continuó besándome hasta que sus manos oprimieron mi espalda, provocando un dolor por las heridas aún sin sanar de los golpes que me di hace unas noches.-¿Qué pasa?- Mi quejido provocó un poco de miedo en él, lo noté en sus ojos.
-Son golpes, de un fuete.
-¿Tus padres aún te azotan?
-No, yo...me los di.- Dudaba en decirle, pero ya había comenzado la oración y no podía cambiarla.
-¿Por qué hiciste eso?- Me mordí el labio ante la pregunta, no quería confesarle mi pecado.
-Cometí actos impuros.
-¿Acaso tú...te tocaste?- Había conseguido leer mi mente, y ante tal cuestionamiento, mi sonrojo fue más que evidente.- Oh, Beverley. No te avergüences de eso. No conmigo.
-Es que, lo hice pensando en ti.- Mi cabeza seguía agachada mientras veía hacia sus zapatos negros y un poco sucios por unas pisadas causadas por una mujer que no sabía bailar.
-Tengo que hacerte una confesión. Llegada la noche de ese mismo día en que nos vimos, me acosté con mi esposa, pero tuve que morder mi lengua para no soltar tu nombre, ya que mientras la besaba, pensaba en tí.- Me dio un corto beso y empezó a acariciar mi cara.- Mientras la desnudaba, pensaba en ti.- De nuevo otro beso que duró un poco más.- Y mientras la hacía mía una y otra vez, solamente tú, abarcabas todos mis pensamientos.- Esta vez fui yo quién lo besó desesperadamente, deseando que me hiciera cada cosa que le hacía a su mujer noche tras noche.
Las cosquillas comenzaron y quería despojarme totalmente del vestido, hasta que recordé que estaba haciendo falta en mi fiesta. Me separé de él mientras nuestras respiraciones estaban agitadas, debía calmarme o iba a meterme en problemas. Podían matarme por adulterio y no quería eso.
-Tenemos que regresar. Hay apariencias que cuidar.
-Te deseo, Beverley.
-Lograremos estar juntos, lo prometo.- Salimos de la habitación calmados a simple vista, pero muy nerviosos por dentro, deseando que nadie hubiese escuchado nada.
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