Capítulo 24: Reunión ministerial
Albus Dumbledore se encontraba sentado frente a su escritorio en el despacho del director. Se había hecho tarde, pero tenía que acabar de revisar unos documentos importantes que le habían sido remitidos desde el Ministerio de Magia. Dumbledore, considerado como el mago más poderoso de su época y al ser el jefe supremo del Wizengamot, el tribunal de magos y brujas, era consultado en varias ocasiones por cargos relevantes del Ministerio acerca de diversos temas.
Un enorme pájaro de plumaje rojo emitió un graznido de molestia cuando una figura plateada atravesó el cristal de la ventana y se situó sobre el escritorio del director. Los retratos de los anteriores directores de Hogwarts se despertaron y miraron al patronus con curiosidad. El retrato de Phineas Nigellus soltó un gruñido de enfado y volvió a hacerse el dormido. Dumbledore alzó la vista y miró a Fawkes. Los ojos del fénix estaban fijos en el patronus con forma de una cabra, la cual abrió la boca y habló.
-Tenemos que vernos, Albus.-resonó una voz de timbre grave en el despacho.
Los ojos del director emitieron un destello de determinación cuando la cabra se volatilizó en una cortina de humo plateado. Se levantó de su silla, tomó una capa gruesa de viaje y salió del despacho.
Cuatro chicos avanzaban despacio por el pasillo cuando una gárgola que se situaba a la mitad del corredor se deslizó hacia un lado. James se llevó la mano a la boca e hizo un movimiento para cubrir con la capa de invisibilidad a sus amigos. Segundos después apareció Dumbledore, que se dirigió hacia la Gran Escalera. Los Merodeadores se quedaron inmóviles cuando el director pasó al lado de ellos.
-¿A dónde irá?-preguntó Peter.
-Ni idea.-contestó Sirius.
-Vamos a seguirlo.-dijo James.
-No, Cornamenta.-repuso Remus, tajante.
-Vamos, Remus, ¿qué sería la vida sin un poco de riesgo?-replicó James.
-He dicho que no, James.-repitió Remus.
James miró a Remus a los ojos y cedió a regañadientes, por lo que los cuatro siguieron su camino en dirección a las cocinas.
Mientras tanto, Dumbledore llegaba al vestíbulo de la entrada. Mirando hacia atrás, abrió lentamente la pesada puerta de roble y se deslizó por ella al exterior. Los terrenos del castillo se hallaban en completa oscuridad, debido a que la gran nubosidad no permitía ver la luna. Dumbledore extrajo su varita y la agitó. De la punta surgió un pequeño haz de luz que iluminaba el camino. El profesor se puso en marcha en dirección a las puertas de entrada.
-Buenas noches, profesor Dumbledore.-dijo una fuerte voz.
-Buenas noches, Hagrid.-contestó el director.-Nada grave, espero.
El director había llegado a las proximidades de la cabaña de Hagrid. El hombretón vestía un enorme abrigo marrón de piel de topo, unos guantes de piel de salamandra y presentaba unos rasguños en la cara.
-No, profesor. Acabo de venir de dar a comer a los thestrals. Tenebrus está un poco alterado estos días porque su pareja va a dar a luz, y es difícil acercarse a él. ¿Quiere pasar?-preguntó, señalando la cabaña.
-Esta noche no, Hagrid.-respondió Dumbledore, alzando una mano para declinar el ofrecimiento.-Me temo que me reclaman en otro lugar.
-De acuerdo, profesor.-dijo el guardabosques.-Que pase buena noche.
-Buenas noches, Hagrid.-se despidió el director.-Y cúrate esas heridas.
Hagrid asintió y despidió al director agitando su gran mano. Dumbledore continuó caminando hasta que llegó a las verjas doradas flanqueadas por dragones. La gran verja estaba cerrada con un enorme candado. Dumbledore tocó las cadenas con su varita mientras musitaba unas palabras. Las cadenas tintinearon y se desenroscaron como serpientes, el candado se abrió, y Dumbledore pudo abrir la verja. Una vez que se encontró en el exterior, repitió la operación a la inversa, haciendo que las cadenas volviesen a entrelazarse, echando el cerrojo.
Después de andar por un lapso de tiempo de cuarenta minutos, el anciano profesor llegó a las afueras del pueblecito de Hogsmeade. Enfiló la calle principal. Los comercios se encontraban cerrados, a excepción de Las Tres Escobas, el pub regentado por la señora Rosmerta, que todavía presentaba luz en su interior, pudiéndose escuchar algo del interior cuando se abría la puerta y uno de los clientes salía fuera.
Una vez que Dumbledore volvió a quedarse solo, metió su mano izquierda entre su túnica y de ella extrajo un pequeño aparato plateado, del tamaño de un mechero muggle. El profesor accionó el encendedor, y una de las luces de los faroles que iluminaban la vía voló hacia el aparato. Repitió la maniobra hasta que la calle quedó completamente a oscuras. Entonces, el profesor siguió hasta el final de la avenida y torció en una bocacalle a la derecha, donde se hallaba otro pub. De un pequeño poste colgaba un cartel que representaba una cabeza de jabalí.
El profesor volvió a accionar el desiluminador, y todas las luces retornaron a sus faroles de origen. Tras eso, Dumbledore se dio la vuelta y empujó la puerta del pub, entrando. Aquel sitio era lo opuesto a Las Tres Escobas. El polvo cubría el suelo, en las paredes se notaban manchas del humo de los clientes fumadores, y en las vigas de madera podía verse algo de carcoma. El camarero, un hombre de edad avanzada, alto, de larga barba y cabellos grises y ojos azules con una mirada penetrante, salió de la trastienda y se acercó a la barra. Cuando miró al director, un extraño destello de añoranza se reflejó en sus ojos.
-Cuéntame.-solicitó Albus Dumbledore.
Y entonces, Aberforth Dumbledore comenzó a relatar las noticias que habían llegado del Ministerio.
-Colagusano, apresúrate.-apremió James.
Los Merodeadores caminaban lo más rápido que podían, habida cuenta que llevaban los bolsillos de las túnicas y las manos cargados de comida que habían tomado de las cocinas. Habían decidido no cubrirse con la capa invisible de James porque esta les ralentizaba. Peter era el más rezagado del grupo, resoplaba del esfuerzo.
-¡Quietos!-murmuró Remus.
James y Sirius miraron a Remus. También ellos lo habían oído. Con un rápido movimiento, James echó la capa de invisibilidad por encima de los cuatro jóvenes y Sirius colocó una mano en la boca de Peter para silenciarlo, ya que su amigo no paraba de jadear. Los tres jóvenes mantenían los músculos en tensión. James se había echado la mano al bolsillo donde tenía guardada la varita. Peter se mantenía lo más quieto que podía, presa del miedo. Unos instantes después, la figura de Severus Snape apareció en la esquina del corredor.
-¿Quién anda ahí?-preguntó, pero no obtuvo respuesta.
Snape extrajo su varita. Bajo la capa, Remus se llevó un dedo a los labios y miró a Peter. Este asintió. Ambos pusieron toda la comida que llevaban en brazos de Sirius y James.
Snape alzó la varita, pero bajó la vista al notar algo en su pierna, y vio a una rata que roía con ansia su pantalón.
-Asquerosa criatura.-siseó Snape y apuntó con su varita.
Se oyó un sonido como de una explosión cuando el hechizo de Snape golpeó el suelo. La rata huyó, alejándose por el pasillo hasta la Gran Escalera. Snape agitó su varita y reparó el pantalón.
-Hola, Snape.-dijo una voz.
Snape levantó la vista y vio que Lupin se acercaba por el pasillo.
-Te hacía en otro lugar, Lupin. Con tus amigos.-dijo mordazmente Snape.
Remus sonrió, sin mostrar ningún tipo de enfado ante la clara insinuación de Snape.
-Siento decirte que tengo deberes como prefecto, Snape.-respondió.-Y hoy me toca a mí hacer la ronda.
-Claro.-dijo Snape, y miró a lo largo y ancho del pasillo.-¿Dónde están Potter y Black?-preguntó.
La sonrisa de Remus se hizo todavía más amplia.
-En sus dormitorios, Snape. Y te aconsejo que hagas tú lo mismo. No son horas para estar fuera de la Sala Común de tu casa.
Snape entornó los ojos y miró con odio a Lupin. Después pareció decidir que no hacía nada allí, porque se dirigió hacia la Gran Escalera y tomó el camino de las mazmorras para ir a la Sala Común de Slytherin.
-Por poco.-dijo Sirius, saliendo de debajo de la capa.
-Peter y tú habéis estado fenomenal.-felicitó James, descubriéndose también.
Los tres se dirigieron hacia la Torre de Gryffindor en el ala oeste. Al llegar frente al retrato de la Dama Gorda encontraron a Peter, que los esperaba. Temblaba de miedo pero a la vez irradiaba una sensación de euforia por la aventura vivida. Remus dijo la contraseña, el retrato se hizo a un lado para que los cuatro pudieran pasar y se dirigieron directamente a su dormitorio, guardando el tan preciado botín en sus baúles.
Mientras, en una calle pequeña de Londres, un extraño personaje para el mundo muggle había surgido de la nada. Vestía una túnica granate talar de mago, y una larga cabellera blanca caía sobre sus hombros, aunque esta no era nada comparada con la longitud de su barba. El anciano se metió en una cabina de teléfono y descolgó el auricular. Este no emitió tono ninguno, sino que de él salió una gélida voz de mujer.
-Bienvenido al Ministerio de Magia.-dijo.-Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.
-Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.-respondió con voz grave Dumbledore.-Soy el director del Colegio Hogwarts y vengo por una reunión con el jefe del Departamento de Seguridad Mágica.
La cabina tembló y comenzó a descender.
-Bienvenido al Ministerio de Magia, Albus Dumbledore.-dijo la voz femenina del auricular.
Cuando la cabina tomó tierra, Dumbledore salió de ella. Se encontraba en el vestíbulo del Ministerio, un enorme pasillo flanqueado por chimeneas por las cuales entraban o salían los trabajadores del Ministerio. Debido a la hora que era, no había ya mucho movimiento. Algunos magos y brujas que acababan su jornada saludaban al profesor al marcharse a casa.
Finalmente, Dumbledore llegó al final del pasillo, donde se alzaba una gran fuente que representaba varias figuras. En el centro, un brujo y una bruja alzaban sus varitas, de las cuales manaban chorros de agua cristalina que caían formando cascadas. A su alrededor, en un plano inferior, se encontraban las estatuas de un centauro con un arco, un duende y un elfo doméstico. Las tres figuras miraban con devoción a las dos estatuas centrales de los magos.
Dumbledore apartó la mirada, asqueado, y se dirigió al fondo del atrio, atravesó un vestíbulo más pequeño y llegó a una sala donde había unos veinte ascensores tras unas rejillas doradas. Uno de los ascensores descendió con un traqueteo, la reja dorada se abrió y Dumbledore entró en él.
El ascensor empezó a ascender, y no se detuvo hasta la segunda planta, donde se detuvo y la fría voz femenina que se había escuchado en el altavoz de la cabina anunció:
-Segunda planta, Departamento de Seguridad Mágica, que incluye la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia, el Cuartel General de Aurores y los Servicios Administrativos del Wizengamot.
Dumbledore salió del ascensor y se dirigió al despacho del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica. Al llegar frente a la puerta, picó.
-Adelante.-sonó desde el otro lado.
Dumbledore abrió la puerta y entró en el despacho. Sentado frente a un escritorio se encontraba Bartemius Crouch, escribiendo sobre un pergamino. Despegó levemente los ojos del documento para ver quien había entrado.
-Buenas noches, Dumbledore.-saludó cortésmente, volviendo a enfrascarse en la escritura.-¿A qué debo la visita a estas horas?
-Bartemius, me he enterado de la ley que quieres sacar adelante.-dijo Dumbledore sin rodeos.-Es necesario que no lo hagas.
El señor Crouch dejó la pluma en el tintero, miró a Dumbledore a los ojos y se cruzó de brazos. En su rostro no había ya señal alguna de cortesía, más bien de enojo.
-Mira, Dumbledore, vamos a dejar las cosas claras de una vez.-dijo.-Aquí tú no eres quien para dar órdenes, por mucho que el Ministerio te haya ofrecido el puesto de Ministro varias veces.
-Permitir a los Aurores usar las maldiciones imperdonables es un error.-respondió calmadamente Dumbledore, pero sus ojos azules irradiaban una fría cólera.
-Estamos en guerra, Dumbledore.-repuso el señor Crouch, alzando la voz.
-Pero no podemos bajar al nivel de Lord Voldemort y sus mortífagos.-sentenció el director de Hogwarts.
El señor Crouch hizo una mueca al oír el nombre de Voldemort, pero se repuso con rapidez.
-¡La violencia se combate con violencia, Dumbledore!-gritó, salpicando saliva.
Dumbledore no se arredró ante el enfado de Crouch. Siguió manteniendo la mirada en el jefe del Departamento de Seguridad Mágica, emanando una fría cólera que hizo que el señor Crouch apartara la mirada.
-También yo una vez creí que la violencia era el mejor camino, y es algo que lamentaré toda mi vida.-dijo Dumbledore con un deje de remordimiento en la voz.
Como por un acto reflejo, se llevó un dedo a la torcida nariz. Acto seguido, se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida. Cuando ya se hallaba en el umbral de la puerta, se detuvo.
-Bartemius-llamó.-¿no me vas a preguntar por cómo le va a tu hijo en Hogwarts?
El señor Crouch hizo oídos sordos a la pregunta. Dumbledore lo miró, apenado, durante unos segundos, y salió del despacho. Se dirigió por el pasillo hasta la Oficina de Aurores, donde se encontró con Ojoloco Moody.
-Avisa a Dorcas, Fabian, Gideon y Sturgis.-dijo.-Reuníos conmigo en Hogwarts. Tenemos trabajo que hacer.
Alastor Moody asintió con sus dos ojos, el normal y el mágico, fijos en el director. Dumbledore giró sobre sí mismo y desapareció con un revuelo de su capa, dejando a Moody en medio del pasillo. El auror agitó su varita y de ella surgieron tres patronus con forma de halcón que se dirigieron tierra arriba, llevando el mensaje concreto a sus destinatarios.
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¡Hola! Nuevo capítulo, y hoy he querido darle un giro de tuerca introduciendo en la historia partes que suceden fuera de Hogwarts, para que no se haga todo tan repetitivo e ir viendo un poco lo que sucedía en ese tiempo en el Ministerio y fuera del Colegio, ya que recordemos que se estaba librando una guerra, aunque no afectase directamente en esos años a nuestros protagonistas por estar estudiando. ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Os gusta más de esta manera o preferís que sea solo historia de los Merodeadores, Lily y demás estudiantes? Como siempre, estaré atento a vuestros comentarios y opiniones. ¡Os leo!
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