Capítulo 19: Una celebración mágica
-¡Sirius!-exclamó James, sorprendido, cuando su amigo entró en el salón siguiendo a su madre.-¿Qué haces aquí?
-Me he ido de casa.-contestó Sirius.-¿Podría quedarme aquí?
-¡Claro que sí, Canuto!-afirmó James, y fue corriendo a abrazar a Sirius. Al separarse, a James se le borró la sonrisa del rostro.-Bueno, si mis padres lo permiten-dijo, girando la cabeza hacia las butacas en las que estaban sentados sus progenitores.
Sirius conocía bien a los padres de James. El padre de James, Fleamont Potter, era un hombre de avanzada edad, con una calva prominente que solo respetaba la parte lateral del cuero cabelludo, sus ojos marrones irradiaban calidez, tenía una nariz chata y un bigote canoso y poblado le cubría el labio superior. Había seguido la tradición familiar de pocionista, generando una ingente cantidad de ingresos para la familia por sus creaciones de pociones a lo que añadió la gran suma de dinero que recibió por la venta del negocio una vez que se hubo retirado. Su esposa, Euphemia Potter, era una mujer que había dedicado su vida a ser ama de casa. Era una mujer que rondaría los setenta años, su rostro bonachón estaba surcado de arrugas, como el de su marido, y tenía los ojos azules claro que miraban amablemente a través de dos gafas redondas de pequeño tamaño. Su pelo encanecido aún conservaba trazos de su color moreno anterior, y sus labios eran finos pero siempre estaban curvados en una sonrisa.
Dado que vivían en las afueras de una ciudad muggle y tenían que mezclarse con la población no mágica, los Potter habían aprendido a vestir como ellos. Así, el señor Potter vestía en ese momento un chaleco de color burdeos por el que salían las mangas de una camisa blanca a cuadros, y unos pantalones de pana. La señora Potter llevaba una blusa lila, unos pantalones de campana negros y una bata gris de terciopelo que le llegaba hasta las rodillas. James era el que vestía más deportivo, algo que iba acorde con su edad. Una camiseta roja en la que su madre había estampado con magia la figura del león le quedaba ajustada, haciendo que se marcaran los músculos de James, trabajados gracias a los extenuantes entrenamientos a los que sometía a su cuerpo tanto dentro como fuera del campo de quidditch, mientras que la parte de abajo portaba unos vaqueros oscuros.
Los dos padres de James sonrieron a este y a Sirius.
-Claro que puede quedarse, Jamie.-dijo Fleamont Potter.
Sirius suspiró, medio en broma, medio en serio. Por un momento había pensado que le iba a tocar regresar al número doce de Grimmauld Place. A su lado, James saltaba de alegría.
-Ven, Sirius, te enseñaré tu habitación.-dijo amablemente Euphemia Potter.
-¡Yo lo haré, madre!-gritó exultante James.
Euphemia Potter sonrió a su hijo dulcemente.
-De acuerdo, Jamie.-respondió.
Los dos chicos salieron de la salita y subieron al piso de arriba, donde estaban las habitaciones. Aunque la casa solo poseía dos pisos, la planta baja y el piso superior, Sirius sabía que los Potter habían utilizado magia para aumentar el tamaño de los mismos. Así pues, no le extrañó ver tres habitaciones de un tamaño considerable. La del matrimonio Potter era del mismo tamaño que el salón, mientras que la de James y el cuarto de invitados eran del tamaño de medio dormitorio de la torre de Gryffindor.
-Aquí es.-señaló James, cuando llegaron frente a la puerta contigua a la habitación de James.
Sirius entró en la habitación y tras él, James hizo lo propio. La estancia era muy acogedora. Las paredes, contrariamente a las de la casa de los Black, eran de un color amarillo cálido. En el extremo opuesto a la puerta se hallaba una ventana a través de la cual se podía ver el río Támesis y, a lo lejos, sobre el horizonte se dibujaban las dos torres del Christ Church College, según le contó James a Sirius. Cerca de la ventana se situaba una cama, y un escritorio se situaba en la pared de enfrente. Las paredes estaban salpicadas de varios armarios y estanterías.
-Puedes deshacer la maleta, Canuto.-dijo James, sobresaltando a Sirius, que contemplaba absorto el paisaje a través de la ventana.
-Eso haré.-respondió, sonriendo a James.
James le dio una palmada en el hombro y se dio media vuelta para salir de la habitación.
-Te prepararé algo de comer.-dijo James.
Sirius se rió con una carcajada alegre, algo de lo que él mismo se sorprendió. Los últimos cuatro días había permanecido en un ambiente tan hostil para él que casi había olvidado lo que era la felicidad. Cuando paró de reír, vio que James lo miraba con una ceja levantada.
-¿Te resulta gracioso?-preguntó, pero su tono no expresaba enfado, sino broma.
-Nunca pensé que se te diera bien cocinar, con lo impaciente que eres a veces.-chinchó Sirius.
-Cierto, se me da mejor robarla de las cocinas.-replicó James, recogiendo el guante, y sonrió a su amigo.
Sirius le devolvió la sonrisa.
-Gracias, Cornamenta.-respondió simplemente, con toda la gratitud que fue capaz.
El resto de las vacaciones en casa de los Potter resultaron muy amenas para Sirius. Euphemia y Fleamont Potter lo trataban como a otro hijo, haciéndolo sentir un miembro más de la familia. Sirius descubrió que la familia Potter, pese a ser de sangre pura, prefería vivir sin lujos. Habían decidido no poseer ningún elfo doméstico, y las tareas domésticas eran realizadas entre los dos padres y el hijo. Sirius se unía a las tareas de limpieza, procurando hacerlas con James, lo que hacía que al final los dos empezasen a hacer bromas y descuidasen la limpieza, algo que les costó un par de reprimendas por parte de la madre de James.
Sin embargo, faltaba todavía una sorpresa, la cual llegó el día de Año Nuevo a las once de la mañana, en forma de la llamada de una campanita. Sirius fue a abrir la puerta dado que James estaba ayudando a su madre en la cocina y Fleamont Potter se encontraba terminando de dar los últimos retoques a la cubertería que iban a usar ese día.
Cuando Sirius abrió la puerta se quedó petrificado, como si le hubieran hecho la maldición. En el umbral de la puerta se encontraba una joven unos años mayor que él, de pelo castaño oscuro que le caía en bucles sobre el rostro, ojos pardos oscuros y una nariz idéntica a la de Sirius. Para completar el cuadro, portaba entre sus brazos a un bebé de unos dos años de edad.
-Hola, Sirius.-saludó la joven.
-Andromeda.-musitó Sirius, incrédulo.
Andromeda sonrió a su primo.
-¿Podemos pasar?-preguntó un joven rubio detrás de ella.
-Mi marido, Ted Tonks.-presentó Andromeda.
Sirius asintió, todavía atónito, y se hizo a un lado. Andromeda y Ted Tonks entraron en el vestíbulo de la casa. Euphemia y James llegaron al recibidor, y unos segundos después lo hizo Fleamont Potter. Sirius hizo las presentaciones. Todavía no se creía lo que estaba sucediendo.
-Tu amigo James me escribió contándome que querías verme y dónde te encontrabas, así que aquí estamos.-explicó Andromeda mientras se sentaba en el sofá y acurrucaba al bebé en su regazo.
-Enhorabuena.-dijo risueña Euphemia Potter.
-Gracias, señora Potter.-respondieron Andromeda y Ted.
-Por favor, llamadme Euphemia.-repuso ella.
-Gracias, Euphemia.-dijo Andromeda, y miró a Sirius.-¿Quieres cogerla?
-¿Yo?-preguntó Sirius.
-¿Acaso hay otro Sirius Black en la sala?-bromeó su prima.
Sirius sonrió. Andromeda extendió los brazos y colocó a la bebé en brazos de Sirius. Era una niña con una mata de pelo castaño, ojos grandes y expresivos, una nariz pequeña y una boca en la que se intuía el gusto por las bromas. Al sentir el roce de las manos de Sirius, la niña empezó a reír, una risa alegre, tierna, contagiosa, que llenó de alegría los corazones de los presentes.
-Le gustas a Dora.-aseguró Ted a Sirius.
Sirius empezó a jugar con la pequeña Dora. La niña miraba todo con curiosidad, contenta de estar en brazos de otra persona. Súbitamente, cerró los ojos y empezó a gimotear.
-Ten.-dijo Sirius, asustado, y tendió a la pequeña Dora a su prima, pero ésta negó, totalmente tranquila.
-No te preocupes. Ahora verás.-replicó llanamente.
Sirius volvió a mirar a la pequeña, y chilló. Ya no le devolvía la mirada aquella carita tan graciosa, sino que la boca y la nariz se habían tornado en un pico de cigüeña, y el pelo había pasado de color pardo a un color rosa chicle.
-Dora es una metamorfomaga.-explicó Ted Tonks.
-Esa es una cualidad extremadamente inusual.-dijo Fleamont Potter.
-¿Hay algún pariente en vuestras familias que la haya desarrollado?-preguntó James.
-No, que sepamos.-contestó Andromeda.
Los seis siguieron conversando hasta la hora de la comida, Dora había realizado un par de transformaciones más entre los aplausos de Sirius, aunque había puesto su pelo de color rojo fuerte cuando su madre la había llamado por su nombre completo, Nymphadora.
Cuando todos estaban sentados a la mesa, un ruido sordo salió de una de las paredes del salón, donde se hallaba la chimenea. Súbitamente aparecieron unas llamas de color verde y cuatro personas, dos adultos y dos niños, salieron de la chimenea, sacudiéndose los restos de hollín en la misma para no ensuciar la alfombra. Al darse la vuelta y ver a todos los presentes sentados, los rostros de los mayores se turbaron por la vergüenza, hasta el punto que se unió con el color rojo anaranjado de sus cabellos, mientras que los dos niños sonrieron.
El hombre tendría unos veinticinco años, aunque el cansancio y las ojeras le hacían aparentar mayor. Era alto, de frente grande, presentaba ya entradas en su cabello rojizo, vestía una túnica de mago gastada y llevaba gafas. Se secó el sudor de su frente con un pañuelo. La mujer, de cabello rizoso y del mismo color que el hombre, era más baja que él y tenía una corpulencia más ancha. Aunque vestía ropa holgada, no lograba disimular su embarazo. Sus ojos de color almendra brillaban con bondad. El niño mayor tenía cinco años, llevaba el pelirrojo cabello corto, sus ojos azules reflejaban seguridad y carisma. El otro niño tenía tres años, también presentaba una mata de pelo anaranjado, y no paraba de moverse.
-Sentimos llegar tarde.-dijo la mujer.-Pero Muriel y Billius no han podido venir a cuidar de los niños, y los hemos tenido que traer con nosotros.
-No te preocupes, Molly.-respondió Euphemia, restándole importancia.
-Además, así Dora tiene compañía.-añadió Ted Tonks, jovialmente.
-Creo que no nos hemos presentado.-dijo Molly, dirigiéndose a los tres Black y a James.-Molly Weasley. Y este es mi marido, Arthur, y nuestros hijos, Bill y Charlie.
-Y otro que viene en camino.-añadió el mago llamado Arthur, y todos los presentes estallaron en gritos de júbilo.
Uno a uno, los presentes fueron dando la enhorabuena a la pareja, algo que la pequeña Dora no concibió como algo que mereciera la pena ese estruendo y reaccionó cambiando su nariz a la de un cerdito, algo que hizo que Sirius, Bill y Charlie estallasen en carcajadas.
La comida de aquel día fue lo menos importante para Sirius. Por primera vez fuera de Hogwarts, se sentía parte de una familia feliz, que lo quería por cómo era, sin importar estirpes, tipos de sangre o el apellido que tuvieras. Pese a que prácticamente todos los comensales eran de sangre pura, ninguno llevaba eso a la práctica. Arthur Weasley trabajaba en el Ministerio de Magia, en una oficina que parecía que habría sido creada para él, debido a su gran pasión por el mundo muggle, la Oficina contra el Uso Indebido de Objetos Muggles, una división del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Tenía de compañero a un mago de unos cincuenta años llamado Perkins, y estaba a favor de la interacción entre las comunidades mágica y muggle.
Andromeda había abandonado su familia para casarse con Ted, un mago hijo de muggles. Se habían conocido en sus años de colegio. Andromeda, pese a ser de la casa Slytherin, detestaba cualquier insinuación sobre la sangre. Ted, por aquel entonces, estudiante en la casa Hufflepuff, había conocido a Andromeda en las clases que impartían junto a la casa de la serpiente, y ambos habían establecido una relación de amistad, que, con los años, tornó en relación amorosa. Sin embargo, cuando Andromeda había anunciado que estaba saliendo con Ted, sus padres, Cygnus y Druella Black, tíos de Sirius, se habían opuesto a la relación de la pareja. Su hermana Bellatrix había reaccionado airadamente, mientras que Narcissa se había mantenido en un segundo plano, si bien tampoco consideraba que fuera el mejor pretendiente para su hermana mayor. Andromeda se había fugado en plena noche con Ted, y la familia la había repudiado, siendo eliminada del tapiz familiar.
Euphemia y Fleamont Potter estaban, igual que Arthur Weasley, a favor del entendimiento entre las comunidades de magos y muggles. Ese era uno de los motivos que impulsaban a James a rechazar cualquier gesto de superioridad por parte de los magos de sangre pura o mestiza que se encontraban en el resto de casas de Hogwarts.
-¿Cúando nos vas a presentar a esa chica, Jamie?-preguntó Euphemia Potter, con un deje de cotilleo en la voz.
Sirius puso los ojos en blanco.
-¿A tus padres también, James?-inquirió.
James se encogió de hombros, mientras que Fleamont Potter sonrió.
-Así que también mortificas a Sirius hablando todo el rato de esa joven Evans.-se burló.
-No lo sabe bien, Fleamont.-respondió sarcástico Sirius.
Pasaron las horas y el reloj dio las siete de la tarde, momento en que los invitados se colocaron en fila frente a la chimenea. La habían conectado a la Red Flu. Euphemia vino con una maceta con una especie de polvo gris, como ceniza.
Uno por uno fueron entrando en la chimenea, y desapareciendo entre llamas verdes cuando lanzaban los polvos al suelo de la chimenea enunciando la dirección.
Esa noche, cuando Sirius se tumbó en la cama y se tapó, recostándose de lado, se durmió con una sonrisa en su rostro. Había sido el mejor día de Año Nuevo de toda su vida.
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¡Hola! Volvemos con nuevo capítulo. Todavía no regresamos a Hogwarts, pero a partir del próximo volveremos a nuestro colegio favorito. En esta ocasión conocemos un poco más de la familia Potter, y volvemos a ver a los Weasley, aunque todavía no están todos los vástagos de Arthur y Molly que conocemos. También nos reencontramos, igual que hace Sirius en el capítulo, con Andromeda y Ted Tonks, que, aunque tuvieron un papel muy pequeño en las novelas, son personajes con una historia preciosa.
Sin más, votad si os ha gustado y, como siempre, dejad en los comentarios abajo o en el propio capítulo vuestras opiniones. ¡Os leo!
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