Capítulo 16: Una noche para el recuerdo
-¡Amato animo animatus animagus!
En ese momento, un dolor intenso recorrió el cuerpo de los muchachos, que cayeron de rodillas sobre el suelo empedrado del patio. El corazón parecía que iba a romperse en dos, con un doble latido que se hizo cada vez más fuerte, y la mente se quedaba en blanco. Únicamente eran capaces de ver una sola imagen, que cada vez se hacía más nítida a la vez que se impactaba cada vez más en la retina.
James, Sirius y Peter gritaron de dolor y cerraron los ojos. Entonces, el dolor amainó y los tres chicos abrieron los ojos. Sólo que, al hacerlo, no se vieron a ellos.
Ante James ya no se encontraban Sirius y Peter, sino un gran perro de pelaje negro, ojos duros y dientes fieros, y una rata gris de cola larga. James abrió la boca para decir algo, pero se dio cuenta de que su mandíbula era distinta. De su garganta no salió sonido alguno, sino un berrido que ascendió en la oscuridad de la noche. El perro comenzó a ladrar, y se acercó al ciervo.
-¿Qué ha sido eso?-preguntó Marlene, despertándose sobresaltada.
-No lo sé.-murmuró Arista, dormitando.-Vuelve a dormirte, Marls.
Pero había otra persona que lo había escuchado. Lily se levantó de su cama, se puso la bata encima del camisón de dormir, y se acercó a la cama de Marlene.
-¿Te vienes?-preguntó la pelirroja a la rubia. Marlene asintió.
Las chicas bajaron a la sala común y salieron por el hueco del retrato. Siguieron el sonido de los ladridos y los bramidos, sin percatarse de que una rata pasaba cerca de ellos. El ruido las condujo hasta el tercer piso. Cuando Lily y Marlene llegaron al patio de la Torre del Reloj encontraron sentados en el suelo, riendo, a Sirius y a James.
-¿Eráis vosotros los que haciáis ese ruido?-preguntó Lily.
-Encantamiento aullido, Evans.-dijo Sirius, chulesco.
-Bien.-repuso Lily.-Cinco puntos menos para Gryffindor.
-¡Evans!-protestó James.
-Si me vuelves a replicar, serán diez.-amenazó Lily. James se calló, y Lily, con una última mirada de enfado, dio media vuelta. Marlene la siguió, pero sonrió a James y a Sirius.
-Ya puedes salir, Pet.-dijo James cuando las chicas se hubieron ido.
Algo se movió en el bolsillo de la túnica de Sirius, y la cabeza marrón de una rata apareció. Movía sus bigotes, nerviosa. Sirius la tomó suavemente y la colocó en el suelo de piedra.
-Para transformarte tienes que cerrar los ojos y concentrarte en tu imagen, Peter.-dijo Sirius a la rata.
La rata cerró los ojos fuerte. Pasados unos cinco segundos, la rata había desaparecido. En su lugar se encontraba un chico castaño, de dientes prominentes, enclenque, y que movía las manos a mucha velocidad, entre excitado y nervioso.
-¡Lo hemos logrado!-repetía Peter una y otra vez, lanzándose a los brazos de James y Sirius.
La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Y llegó el último viernes antes de las vacaciones de Navidad. Aquel día, Remus estaba un poco bajo de ánimo, y sus amigos sabían por qué. Esa noche iba a haber luna llena.
La mayoría de alumnos del colegio iban a pasar las Navidades en casa con sus familias. Por eso, Sirius estaba asqueado ante la perspectiva de volver a la casa familiar mientras colocaba las cosas en su baúl. La familia Black era una de las familias de los sagrados veintiocho, y mantenían la creencia de la sangre pura.
James, por contra, estaba feliz de volver a reencontrarse con sus padres. Fleamont y Euphemia Potter eran de sangre pura, pero renegaban de la creencia de que los sangre limpia solo podían mezclarse entre ellos. Habían tenido a James a una edad avanzada, y eso hacía que hubieran dado todos los caprichos a su hijo.
Remus, cabizbajo, también guardaba sus pertenencias en el baúl. Su padre, Lyall Lupin, era un mago, mientras que su madre, Hope, era una mujer muggle. La historia de cómo se habían conocido los padres de Remus era una de las favoritas del joven. Un día, Hope Howell iba paseando por un bosque cuando topó con una criatura grande y extraña. La joven se había asustado y gritado, siendo auxiliada por un joven mago que la había oído. Ese mago era Lyall, que explicó a la mujer muggle que lo que había visto era una criatura llamada boggart. A partir de ese momento, los dos empezaron a quedar y a sentir afecto el uno por el otro.
Peter también tenía una relación especial con las fiestas navideñas. Su padre, un muggle, había muerto en un accidente cuando Peter aún era un niño, de manera que fue criado por su madre bruja. Desde ese momento, la Navidad representaba una forma de hacerse compañía el uno al otro.
En el dormitorio de las chicas reinaba el mismo caos de organizar el equipaje para partir a la mañana del día siguiente.
-¿Tienes ganas de ver a la familia, Lils?-preguntó Marlene. La pelirroja sonrió tristemente.
-Sí, claro.-dijo simplemente.
-Te da miedo la reacción de tu hermana, ¿verdad?-preguntó Mary.
-Ya está asumido.-musitó Lily.-Para Tuney siempre seré un bicho raro.
Arista se acercó a su amiga y la abrazó por los hombros.
-Tu hermana no se da cuenta de la suerte que tiene de tenerte.-dijo para animar a la prefecta. Lily sonrió.
-Ojalá algún día sea capaz de verlo. Y ese día la recibiré con los brazos abiertos.
Aquella tarde la sala común de Gryffindor se sumió en una fiesta. James y Sirius se habían escapado hasta Hogsmeade utilizando la capa de invisibilidad y volvieron con varias botellas de cerveza de mantequilla, mientras que Peter había ido a las cocinas y había llevado una serie de platos recién cocinados.
Hacia las cinco, Remus salió de la sala común, argumentando que tenía que marchar a cuidar de su madre porque los compañeros de casa no querían dejarlo marchar. James miró a Sirius y a Peter de manera que los tres se entendieron sin palabras. Dos horas más tarde, la profesora McGonagall había entrado en la sala común y había ordenado a todos que volvieran a sus cuartos.
Cuando se hizo el silencio en la sala común y todos hubieron regresado a sus aposentos, James extrajo la capa de invisibilidad. Sirius y Peter se colocaron al lado de él, y el joven Potter echó la capa de invisibilidad por encima de los tres. Una vez más, treparon por el agujero del retrato. Esta vez el camino estuvo bastante intransitable, teniendo que realizar varios rodeos para evitar por un par de veces a los profesores Kettleburn y Slughorn, que estaban de guardia, así como a los prefectos de Ravenclaw y Slytherin.
Al llegar al vestíbulo, abrieron las grandes puertas de roble y salieron por la entrada principal del castillo, bajaron las escaleras en silencio y llegaron a los terrenos de la escuela, donde se acercaron bordeando el lago hasta la linde del Bosque Prohibido, a escasos metros del lugar donde había un gran árbol que intentaba golpear a todo aquel que osase acercarse a él. El Sauce Boxeador se agitó, amenazadoramente.
-Ahora, Pet. Es tu turno.-dijeron James y Sirius.
Peter cerró los ojos y se concentró. Pasados unos segundos, ante ellos ya no se encontraba un chico de pelo castaño ralo y delgado, sino que entre la hierba se movía una rata gris de cola gorda y larga. La rata salió de debajo de la capa y se deslizó hasta llegar a las raíces del Sauce Boxeador, por donde trepó hasta llegar a la parte baja del tronco, donde había un nudo que formaban las fibras de la corteza del árbol. La rata apretó el nudo con una de sus garras y las ramas del árbol quedaron inmóviles.
En ese momento, James y Sirius se despojaron de la capa. James la enrolló y la guardó en el interior de su túnica, y los dos se dirigieron hasta el agujero que había entre las raíces del árbol. Reptando a través de la hierba, se colaron por el hueco que dejaba entrever el origen de un túnel. La rata los siguió. Cuando hubieron llegado a un tramo en el que el tamaño del túnel se agrandaba, los dos chicos pudieron ponerse de pie. Los dos se miraron y, concentrándose, se transformaron. Al lado de la rata se situaron un gran perro negro y un ciervo con una cornamenta voluminosa. Los tres animales llegaron al final del túnel, en el que había un agujero a través de la cual se podía vislumbrar una estancia con una cama y con las ventanas. Cuando llegaron, el perro alzó una pata para descorrer el cerrojo del mismo.
No había terminado de hacerlo cuando un gran lobo gris surgió de entre las sombras, gruñendo, pero se detuvo al ver a los tres animales, desconcertado. El ciervo y el perro también habían adoptado una postura expectante, gruñendo y alzando los cuernos, amenazantes. El lobo se echó hacia atrás, y los otros tres animales pudieron entrar en la habitación. En uno de los extremos había una puerta cerrada. Las ventanas estaban cegadas con tablones, y el papel de las paredes estaba arrancado, los doseles de la cama raídos y las paredes de madera de la cabaña se encontraban arañadas.
El ciervo y el perro se adelantaron, agachando la cabeza frente al lobo, que los miraba con curiosidad en sus ojos ambarinos. El ciervo entonces se acercó a la puerta y, utilizando su cornamenta, hizo girar el pomo hasta que la cerradura de la misma cedió y la puerta se abrió. Entonces, el perro salió escaleras abajo, ladrando con alegría. La rata lo siguió, y el lobo hizo lo propio tras cruzar una mirada con el ciervo, que salió el último. Cuando llegaron al piso inferior, abrieron la puerta de la cabaña y salieron a la oscuridad de la noche.
Se encontraban en las afueras del pueblo de Hogsmeade, bañado por la luz de la luna llena. El lobo aulló, celebrando su libertad. El ciervo bramó y el perro hizo lo propio. La rata se alzó sobre sus garras traseras y palmeaba con las delanteras.
De esa forma, los cuatro animales se dirigieron hacia la calle principal del pueblo de Hogsmeade, amparados bajo el manto de la noche. Cuando llegaron al final del pueblo, el ciervo se puso a trotar, perdiéndose en la espesura del bosque. El lobo fue tras él, y el perro y la rata fueron a su par.
Y así pasaron las horas. Cuando se quisieron dar cuenta, los rayos del sol penetraban entre los troncos y las ramas de los árboles, desnudos de sus hojas en esas fechas. El ciervo, el perro, el lobo y la rata se echaron sobre el manto de nieve que cubría el suelo.
Cuando el sol terminó de asomar por el horizonte, el lobo se transformó lentamente en un muchacho de quince años, castaño, de ojos ámbar, que exhausto, contemplaba atónito a los tres animales que estaban junto a él. Bajo la mirada del joven, el ciervo, el perro, y la rata también llevaron a cabo su propia transformación.
-Feliz Navidad, Remus.-dijeron James, Sirius y Peter.
Y Remus, notando un nudo en la garganta, dejó escapar las lágrimas. Y así, llorando de felicidad, se abrazó a sus tres amigos, sabiendo que esa noche iba a ser una de las más felices de su vida.
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¡Hola! Un capítulo un poco más corto y con menos diálogos, pero cargado de emociones y del simbolismo de lo que significa el valor de la amistad. Espero que os guste tanto como a mí al escribirlo. ¡Os leo!
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