Capítulo 15: Una peligrosa transformación

El segundo fin de semana de diciembre comenzó con un día de nubes oscuras.

-Genial.-dijo James.

-Lo haremos esta noche si hay tormenta.-añadió Sirius. Peter tragó saliva.

Cuando bajaron al desayuno, el Gran Comedor estaba engalanado con motivo de las fiestas de Navidad. Como cada año, Hagrid había llevado él solo los doce grandes abetos para colocarlos en el Gran Comedor. El profesor Flitwick había realizado una serie de hechizos para decorar la estancia, y el profesor Dumbledore había aplicado una serie de difíciles conjuros que hicieron que el Gran Comedor se llenase de carámbanos de hielo y las armaduras entonasen villancicos, aunque eso no evitara que a veces Peeves se metiese dentro de ellas para hacer su versión irreverente de los mismos.

Además de todo ese jolgorio prenavideño, a los alumnos desde tercer curso les habían dado otra buena noticia. Ese fin de semana era la segunda excursión a Hogsmeade. Sin embargo, entre toda esa felicidad había dos personas que no disfrutaban nada.

Una de ellas era Filch, ya que debido a la euforia de la proximidad de las vacaciones, muchos estudiantes habían hecho explotar petardos y bombas fétidas de Zonko. El celador, resfriado, iba por los pasillos intentando cazar a los bromistas. Tampoco ayudaba que por las condiciones climáticas los estudiantes fueran dejando grandes charcos en los corredores. La otra persona molesta por esa euforia era Lily.

-Tranquila, Lils.-dijo Marlene a su amiga, cuando esta ordenó a voces a unos Gryffindors de tercer año que volviesen a la sala común.

-No puedo. Es oír hablar de la excursión a Hogsmeade y salto. Odio no poder comprar los regalos para mis padres. Y todo por culpa de Potter-repuso enojada la pelirroja.

Sus amigas se miraron entre ellas, pero Lily no se percató de ello. Las cuatro acabaron de tomar el desayuno y salieron del Gran Comedor al vestíbulo, donde los alumnos que iban a ir al pueblo formaban una fila para que Argus Filch chequease los permisos de los estudiantes.

-¿Qué ibas a comprarles?-preguntó Mary.

-Había visto una cámara de fotos que permitía sacarlas en movimiento y una serie de libros muy interesantes sobre leyendas.

James y el resto de Merodeadores pasaron cerca de las chicas y las saludaron. Lily desvió la mirada, no quería ver a James aquel día. Cuando todos los alumnos salieron hacia el pueblo, Lily volvió a la sala común, subió a su dormitorio, cogió la capa, los guantes y el gorro y salió hacia la cabaña de Hagrid. Al llegar a la puerta llamó, y la gran figura de Hagrid abrió la puerta.

-¡Hola, Lily!-saludó alegremente Hagrid.

-Hola, Rubeus. ¿Puedo pasar?-preguntó la chica.

-Claro.-dijo el grandullón, haciéndose a un lado para dejarle paso.

Lily entró en el interior de la cabaña. Fang, el gran perro del guardabosques, se acercó y empezó a llenar de saliva los bajos de la túnica de Lily.

-Hola, Fang.-lo saludó, rascándole entre las orejas. El perro saltó sobre ella, contento, y Lily rió.

-Vamos, Fang, no seas pesado.-dijo Hagrid, apartando al perro de la joven. En ese momento, Lily se dio cuenta de que había alguien más en la cabaña.

-Buenos días, profesor. No sabía que se encontraba aquí.-saludó Lily al director.

El profesor Dumbledore había estado tomando un sorbo de té mientras veía el juego de Fang con Lily. Los ojos azules detrás de las gafas de semiluna irradiaban un aura cálida que confortó a la pelirroja.

-Es habitual no ver lo que tenemos delante de nuestros ojos cuando estamos ofuscados en nuestros pensamientos.-dijo Dumbledore, sonriendo.

-Puedo venir en otro momento, no quiero molestar.-respondió ella.

-En absoluto.-repuso Dumbledore, haciendo un gesto con la mano.-Iba a charlar un rato con Hagrid, y estaría encantado de que te unieras a nosotros.

Lily se sentó a la mesa. Hagrid puso una taza más y sirvió té.

-He notado cierta tirantez entre James y tú.-dijo Dumbledore. Lily, que estaba bebiendo de su taza, se atragantó. Hagrid le dio unas palmadas en la espalda, lo que hizo que la joven casi se cayera sobre la mesa.

-No hay ninguna relación con Potter.-repuso ella.

-Yo siempre he dicho que harían buena pareja, ¿verdad, profesor Dumbledore?-apuntilló Hagrid.

-Lo que tenga que ser, será, Hagrid.-respondió enigmáticamente Dumbledore.

-¿Podéis dejar de opinar del tema?-estalló Lily.-Profesor, yo...

-No pasa nada, Lily.-dijo él.-A veces, los ancianos olvidamos lo que significa ser joven. Y sonrió cálidamente a la muchacha.

La conversación viró entonces hacia unas criaturas que Hagrid había logrado domesticar hacía poco y de las que Lily todavía no había oído hablar en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, pues el profesor Kettleburn estaba todavía instruyéndoles en los knarls.

Mientras tanto, en Hogsmeade, James entraba en el pub de Las Tres Escobas.

-¿Dónde te habías metido?-preguntó Sirius.

-Tenía que hacer unos recados.-dijo escuetamente James.

Una camarera se acercó a la mesa. Rondaría la treintena, llevaba el pelo castaño rizoso atado en un moño y lucía una curvilínea figura que la hacía muy atractiva.

-¡Hola, Rosmerta!-saludaron todos.

-Hola, granujas.-saludó Rosmerta.-¿Lo de siempre?

Los cuatro asintieron. La señora Rosmerta volvió a la barra y al poco volvió con cuatro cervezas de mantequilla.

-Rosmerta, ¿te han contado el chiste del jinete y el dragón?-preguntó James.

Rosmerta negó con la cabeza. Para cuando hubo terminado de contar el chiste, los cuatro jóvenes y Rosmerta lloraban de risa. Los chicos pidieron para comer una de las especialidades de la casa, unas verduras a la parrilla rociadas con whisky de fuego. Lupin era reacio a pedir eso por el alcohol del whisky hasta que James dijo:

-Pero Remus, si al cocinarlo se evapora el alcohol.-Y a partir de ese momento no puso más objeciones.

Cuando los alumnos volvieron al colegio para la hora de la cena, empezaba a llover. A lo lejos se oía el sonido de los truenos, lo que indicaba que se aproximaba una tormeta.

-No hemos podido comprar los regalos para tus padres, Lils.-dijo Marlene cuando las chicas se sentaron con su amiga a la mesa.

-Alguien se había llevado los últimos.-añadió Arista. Lily las sonrió.

-No os preocupéis, chicas.-respondió.-La próxima vez será, compraré algo en Londres cuando volvamos. Las tres chicas estaban sorprendidas por la reacción de su amiga.

-¿No te enfadas?-preguntó Mary. Lily rió.

-¿Por qué me iba a enfadar?-repuso ella.

Y la cena transcurrió sin mayores altercados. Lily contó a sus amigas la conversación que había mantenido en la cabaña de Hagrid con el guardabosques y el director, mientras que ellas contaron a la pelirroja que debido a la situación reciente de los ataques, las tiendas habían decidido cerrar a mediodía, por lo que, cuando las jóvenes subieron a los dormitorios, a Lily se le había desvanecido cualquier atisbo de tristeza por no haber podido ir al pueblo.

James, Sirius, Remus y Peter salieron del Gran Comedor. James iba delante con Sirius, hablando en susurros.

-En cuanto empiece la tormenta, tenemos que sacar los frascos y mirar.-decía. Pero de repente Sirius se puso rígido, como en estado de alerta, y se giró. Allí estaba Snape, observándolos.

-¿Qué sucede, Quejicus?-espetó Sirius. Snape sonrió.

-Nada, Black.-dijo sibilinamente.

-Entonces es mejor que vuelvas a tu sala común, Snape.-dijo Lupin, autoritario. Snape no dijo nada, pero al pasar echó una mirada de asco a Lupin.

Los chicos llegaron frente al retrato de la Dama Gorda y treparon por el agujero que dejó esta cuando le dijeron la contraseña.

-Las chicas ya están en la habitación.-dijo Sirius.

-Mejor.-añadió Peter. Lupin alzó una ceja.

-No estamos tramando nada, Remus.-dijo James.-Es solo que queremos un poco de tranquilidad en la sala común.

En el dormitorio, las chicas hablaban acerca de las vacaciones de Navidad. Mary y Lily volverían con sus familias, mientras que Arista se iba de viaje a Egipto y Marlene se reunía con todos sus parientes. Lily estaba terminando de secarse el pelo, cuando sonó un ruido en la ventana. Las cuatro gritaron, asustadas. Arista sacó la varita y se acercó a la ventana.

-Ten cuidado, Ari.-dijo nerviosa Mary.

Arista descolgó el cerrojo y abrió la ventana. En el alféizar se encontraba una bonita lechuza de color pardo y cara blanca, que llevaba unos paquetes atados con un cordel a la pata derecha.

-¡Es Iris!-dijo Marlene.-La lechuza de James.-explicó, cuando las otras tres la miraron extrañadas.

La lechuza entró en el dormitorio, y Marlene desató los paquetes que transportaba. La lechuza entonces se dio la vuelta y salió volando, dejando tras de sí un reguero de gotas de lluvia que Lily se apresuró a secar agitando su varita. Marlene comenzó a leer la carta y rió.

-Este James.-murmuró, y Lily le arrancó la carta de las manos.

Cuando terminó de leerla, la arrojó al fuego de la estufa que tenían al lado de la cama.

-¡Lily!-exclamó Marlene, enojada.-Era preciosa.

-Es imbécil. ¿Se cree que por comprar los regalos para mis padres voy a ir detrás de él?

-Qué orgullosa eres, Lils.-dijeron sus amigas al unísono.

Lily no contestó, guardó los paquetes en su baúl, se puso el pijama y se echó en la cama, cerrando las cortinas.

Pasada la medianoche, los rayos hicieron acto de presencia iluminando las habitaciones. En ese momento, James y Sirius se despertaron y salieron de sus camas.

-Vais a despertar a Remus.-dijo Peter en voz baja.

-Remus estará dormido hasta mañana por la mañana.-dijo Sirius, y sacó del baúl un frasco con poción adormecedera.

-Aquí está.-exclamó James, triunfante, extrayendo del fondo de su baúl una pequeña botella de cristal en cuyo interior el líquido se había tornado de color rojo. También sacó la capa de invisibilidad, y los tres se metieron debajo, cada uno llevando su botella.

Al fondo del corredor del ala oeste tuvieron que volver sobre sus pasos al ver a Snape, que, como bien apuntó Sirius, estaba espiando para ver si podía delatarlos a algún profesor. Finalmente consiguieron llegar al patio de la Torre del Reloj en el tercer piso.

La tormenta arreciaba con ganas. Los tres chicos enarbolaron sus varitas y las apuntaron hacia el pecho. Un segundo latido empezó entonces a bombear en el interior de los tres jóvenes.

-¿Lo habéis repetido todos los días, mañana y noche?-preguntó James. Sirius y Peter asintieron.-Vamos, entonces.-dijo.

Y, poniendo la punta de sus varitas a nivel del corazón, los tres chicos se bebieron la poción y, cuando terminaron, exclamaron a la vez:

-¡Amato animo animatus animagus!

En ese momento, un dolor intenso recorrió el cuerpo de los muchachos, que cayeron de rodillas sobre el suelo empedrado del patio. El corazón parecía que iba a romperse en dos, con un doble latido que se hizo cada vez más fuerte, y la mente se quedaba en blanco. Únicamente eran capaces de ver una sola imagen, que cada vez se hacía más nítida a la vez que se impactaba cada vez más en la retina.

James, Sirius y Peter gritaron de dolor y cerraron los ojos. Entonces, el dolor amainó y los tres chicos abrieron los ojos. Sólo que, al hacerlo, no fueron capaces de reconocerse.

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¡Hola! ¿Qué os ha parecido el capítulo? Por fin parece que se completa la transformación, o no. ¿Quién sabe? ¡Os leo!

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