Al Filo de la Aceptación
El aire era fresco y ligeramente perfumado, una mezcla de flores y césped recién cortado, pero eso no lograba calmar mi respiración descontrolada. Había encontrado refugio detrás de la capilla, lejos de las miradas curiosas de los invitados y del bullicio que se desbordaba en el jardín. Todos parecían felices, expectantes. Yo, en cambio, sentía cómo mi pecho se encogía con cada respiración fallida.
Me apoyé contra el muro, cerrando los ojos con fuerza, intentando que el ruido en mi cabeza se disipara. Conté hasta cinco. Luego otra vez. Y otra más. Pero la presión no desaparecía.
Había imaginado este día tantas veces, pero nunca así. Mi mente volvía una y otra vez a ti, Atem, parado frente al altar, tan seguro, tan perfecto. Y yo... yo aquí, luchando contra algo que ni siquiera puedo nombrar.
No quería que nadie me viera así. No quería que tú me vieras así.
¿Qué estoy haciendo aquí?
Esa pregunta me golpeaba una y otra vez mientras el tiempo parecía detenerse. Todo estaba perfectamente dispuesto: tú, de pie junto al sacerdote, irradiando calma y seguridad. Los invitados, expectantes, con sonrisas en los rostros. Hasta Mana, después de todo lo que pasó, parecía lista para enfrentar este día con una fuerza renovada. Y yo...
Yo me escondía detrás de una pared, como un cobarde.
Me pasé las manos por el cabello, tirando un poco de él, como si eso pudiera ahogar el torbellino en mi pecho. Hace un rato, cuando me agradeciste y dijiste que había hecho un buen papel de padrino y amigo con Mana, sentí un orgullo inmenso, Atem. Por un instante, de verdad pensé que estaba a la altura de lo que esperabas de mí. Que podía ser el padrino que necesitabas en un día tan importante. Pero ahora...
Ahora no estoy tan seguro.
¿Qué clase de padrino se pierde en el momento más crucial? ¿Qué clase de amigo acepta un papel tan importante sabiendo que no está preparado? Porque la verdad es esa: nunca debí aceptar.
Sentí las palabras que dijiste hace unas horas como un peso que me levantaba, pero también como una carga que no sabía si podía sostener. Hiciste un buen papel, Yugi. ¿De verdad? ¿O simplemente dijiste eso porque no querías que me sintiera mal?
No puedo quitarme de la cabeza que estaré parado junto a ti en el altar, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos de lo que quisera ser para tí.
Cerré los ojos y traté de respirar profundamente, pero el nudo en mi garganta solo se apretaba más. No es solo el hecho de ser tu padrino, es todo lo que significa. Estar allí, a tu lado, viéndote dar un paso que lo cambiará todo, y saber que, en el fondo, yo nunca seré suficiente para ti.
Y eso... eso duele más de lo que puedo admitir.
Creí que estaba listo. Después de todo lo que pasó, pensé que ya no podía derrumbarme más. Que el peor golpe había quedado atrás, allá, en esa conversación con Mana, en el momento en que la consolé convenciendola de ser lo mejor para tí, de tomar el lugar que yo tanto he anhelado por años. Pensé que, si pude atravesar aquello, entonces podría con esto. Pero me equivoqué.
Soy tan débil que ahora, justo a minutos de todo, mis emociones me están consumiendo. Mi estómago se retuerce como si alguien lo hubiera atrapado en un puño de hierro, y mi cabeza no deja de dar vueltas, atrapada en un torbellino de pensamientos que no puedo detener.
Me convencí a mí mismo de que ser tu padrino era algo que podía hacer, algo que quería hacer por ti. Pero aquí estoy, escondido detrás de la capilla, intentando calmar un temblor que no cede y una respiración que no encuentra su ritmo. ¿Cómo se supone que suba al altar contigo en este estado?
No sé si soy el único que puede ver lo inadecuado que soy para este momento. Quizá los demás están ocupados con sus sonrisas, sus susurros emocionados, el brillo de las cámaras. Pero yo... yo estoy paralizado. Cada paso que debo dar hasta tu lado se siente como una montaña que no puedo escalar.
Y lo peor es que ni siquiera sé por qué. ¿Por qué ahora? ¿Por qué aquí, en un momento que debería ser perfecto? ¿Es porque, en el fondo, sé que nunca debí aceptar este papel? ¿Que, por mucho que lo intente, siempre seré un fracaso ante lo que esperas de mí?
Mi burbuja de caos se rompió de golpe cuando escuché su voz.
—¡Aquí está! —Joey apareció con esa energía tan suya, aunque esta vez su tono llevaba una mezcla de alivio e impaciencia.
Detrás de él, como una sombra inquebrantable, estaba Kaiba. Ambos me encontraron antes de que pudiera decidir si debía huir o enfrentar lo que venía. Joey se acercó rápidamente, mirándome con una mezcla de preocupación y actitud de "te lo dije", algo no suele mostrar ya que suele ser muy comprensivo, pero supongo que es una situación extraordinaria.
—¿Qué demonios haces aquí escondido? —preguntó, aunque su tono no era tan severo como esperaba. Más bien, parecía buscar una excusa para entender lo que probablemente ya intuía.
Kaiba, en cambio, no se molestó en acercarse demasiado. Se quedó unos pasos atrás, con los brazos cruzados y esa mirada aguda que parecía capaz de desmenuzar hasta mis pensamientos más profundos.
—Los invitados ya están sentados —dijo Kaiba con frialdad, como si estuviera informando sobre un negocio en lugar de una boda—. Y tú deberías estar al lado del novio, no deambulando como un niño perdido.
La presión en mi pecho se intensificó al escucharlo. Joey, sin embargo, rodó los ojos y le lanzó una mirada de advertencia.
—Kaiba, relájate un poco, ¿quieres? —Luego volvió a mirarme y suavizó el tono—. Mira, sabemos que esto es un mal momento para ti, pero también que es un gran momento para él. Y créeme, te necesita ahí.
Su intención era buena, lo sabía, pero sus palabras solo lograron que el nudo en mi garganta se apretara más. No era solo que tú me necesitaras ahí, era que no estaba seguro de poder cumplir con lo que esperabas de mí.
Joey esperó una respuesta, pero cuando lo único que obtuvo fue mi silencio, suspiró y se dejó caer a mi lado, como si estuviera dispuesto a quedarse ahí el tiempo que fuera necesario. Entrecerró los ojos y luego sacudió la cabeza, con ese gesto que siempre usaba cuando quería aparentar que todo era simple, aunque ambos sabíamos que no lo era.
—Mira, no sé qué está pasando por tu cabeza con exactitud, pero sabemos que no puedes quedarte aquí. Todos están esperándote. Él te está esperando.
El énfasis en esa palabra no pasó desapercibido. Joey me conocía demasiado bien como para no saber lo que estaba ocurriendo. Su mirada, más seria de lo habitual, me decía que estaba intentando encontrar las palabras correctas, algo que, para ser honesto, no siempre era su fuerte.
Kaiba, que había estado en silencio hasta ahora, dejó escapar un leve suspiro, como si la situación le pesara más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Sabemos lo que estás haciendo —dijo, directo, como siempre—. Yugi, estás dejando que esto te consuma.
No respondí. ¿Qué podía decir? No había palabras que pudieran explicar el torbellino de emociones que estaba sintiendo, y ellos ya lo sabían.
—Es natural que te sientas así, ¿vale? —añadió Joey, inclinándose hacia mí, su voz más suave que antes—. Pero no puedes quedarte atrapado aquí. No después de todo lo que has hecho.
Mis manos temblaban sobre mis rodillas, y el peso de sus palabras se sentía como si intentaran sostenerme mientras yo mismo me desplomaba. Joey era comprensivo, a su manera, pero sabía que detrás de su preocupación estaba esa urgencia, esa necesidad de hacerme avanzar, porque quedarse en este estado no era una opción.
Kaiba, en cambio, era diferente. Su tono no tenía suavidad, pero tampoco crueldad. Era firme, casi frío, pero había algo más en su mirada, algo que rara vez mostraba.
—¿Crees que esto no duele? —preguntó, sus ojos azules fijos en mí con una intensidad que me hizo encogerme ligeramente—. ¿Crees que no entendemos lo que significa estar de pie sabiendo que alguien más está tomando lo que tú quisieras tener?
Mis ojos se encontraron con los suyos, sorprendidos por su franqueza. No era común que Kaiba hablara así, que reconociera algo tan vulnerable, pero ahí estaba, ofreciéndome esa verdad cruda que tanto dolía aceptar.
—Lo entendemos, Yugi. —Su tono era más bajo ahora, pero igual de firme—. Pero no importa cuánto duela, no puedes permitir que ese dolor te defina. Porque si lo haces, pierdes más que solo lo que deseas. Te pierdes a ti mismo.
Joey asintió, como si las palabras de Kaiba fueran justo lo que necesitaba para reforzar su propio argumento.
—Kaiba tiene razón, aunque nunca pensé que diría algo como eso. —Intentó sonreír, pero su intento de humor no logró aligerar el peso de la conversación—. Escucha, amigo, no se trata de esconder lo que sientes. Sabemos que esto te duele más de lo que quieres admitir. Pero eres más fuerte que esto. Lo sabemos, y tú también deberías saberlo.
Sus palabras golpearon algo dentro de mí, algo que no quería enfrentar pero que tampoco podía seguir ignorando. Atem estaba ahí, esperándome. Y aunque doliera como nunca, sabía que Joey y Kaiba tenían razón. No podía quedarme aquí.
—Yugi —añadió Kaiba, cruzando los brazos pero sin apartar su mirada de la mía—, este no es el final de todo, por mucho que ahora lo sientas así. Pero si dejas que este momento te controle, no solo perderás esta oportunidad. Perderás a la persona que eres, y eso sería un desperdicio.
Mi respiración temblaba, mi estómago seguía apretado, y mi mente no dejaba de gritarme que no podía hacerlo. Pero, al mismo tiempo, sus palabras comenzaron a romper algo dentro de mí, no para destruirlo, sino para reconstruirlo.
Joey extendió una mano hacia mí, su sonrisa tenue pero llena de confianza.
—Vamos. No importa cuánto duela. Nosotros estamos aquí. Y tú también puedes estar ahí, aunque sea por él.
Tomé su mano, mis piernas todavía temblando, pero con la determinación suficiente para dar el primer paso. Aunque doliera. Aunque sintiera que nunca sería suficiente. Porque, por ahora, estar ahí tenía que ser suficiente.
Cada paso que daba se sentía como una carga sobre mis hombros, una pesada carga que me mantenía anclado en el suelo mientras mi mente trataba de procesar todo lo que estaba a punto de suceder.
El jardín, con sus flores perfectamente arregladas y los arreglos de colores brillantes, parecía un lugar sacado de un sueño, pero en mi pecho solo había un torbellino de sentimientos que no sabía cómo calmar. A pesar de la calma aparente, mi estómago seguía oprimido, y mi cabeza daba vueltas como si todo estuviera a punto de desmoronarse.
Los pasos hacia el altar parecían interminables. Cada paso hacia el altar me parecía más largo que el anterior, y a medida que me acercaba, las voces de los invitados se volvían más fuertes en mi cabeza. Todos sentados, todos esperándome, esperando que estuviera a la altura de lo que se esperaba de mí. Y aunque nadie me miraba directamente, podía sentir su peso sobre mis hombros. Pero, al dar otro paso, algo cambió. Algo en tu mirada.
Allí estabas, de pie junto al altar, un poco tenso, con los hombros ligeramente tensos, como si estuvieras esperando algo. O tal vez simplemente era mi mente imaginando cosas. Aún no te habías dado cuenta de cómo me sentía, pero era como si en un solo intercambio de miradas, me transmitieras más de lo que las palabras podrían.
Mi ansiedad seguía, me ahogaba, pero cuando me acerqué un poco más, pude ver cómo tu expresión cambiaba. Vi que tenías algo en mente, como si también estuvieras lidiando con algo, y ese pequeño cambio en ti me hizo darme cuenta de lo que estaba sucediendo. El altar estaba cada vez más cerca, y en mi cabeza, cada segundo se alargaba infinitamente.
—¿Yugi? —Tu voz me cortó los pensamientos, baja, pero con una mezcla de inseguridad que no pude haber esperado de ti. Te vi mirar hacia el altar y luego a mí, y el nerviosismo en tus ojos me sorprendió, como si fueras tan humano como yo en este momento.
Yo paré en seco, un paso antes de llegar junto a ti. Mi corazón no dejó de latir rápido. ¿Tú también tenías dudas? ¿Tú también sentías la presión? Algo en ese pequeño gesto de vulnerabilidad me hizo soltar un suspiro que ni yo sabía que tenía guardado.
—Estoy bien —respondí, aunque no estaba seguro de qué tan cierto era. Aun así, lo dije con firmeza, con la esperanza de que eso también te ayudara a tranquilizarte, aunque fuera un poco. —Todo va a salir bien.
Te vi mirarme, un poco escéptico, como si también estuvieras luchando contra las mismas dudas que me asfixiaban a mí. Por un segundo, me sentí como si realmente estuviéramos compartiendo este momento, incluso si las circunstancias no eran fáciles.
Tú cerraste los ojos por un segundo, y cuando los abriste de nuevo, pude ver que tu respiración se había calmado. Algo en ti cambió en ese momento, y me di cuenta de que, tal vez, también te ayudaba escucharme. Tal vez había algo en mis palabras, aunque no tuvieran mucho sentido, que te daba algo de seguridad.
Te miré a los ojos, sin poder decir mucho más.— ¿Qué estoy haciendo? —me reclamé a mí mismo en silencio mientras te miraba, parecías tan nervioso como yo. Aquí estamos, a punto de dar un paso enorme en tu vida, y yo, que debería estar aquí para brindarte seguridad, ¿estoy simplemente preocupándote más? ¿Qué clase de padrino soy?
Debería ser capaz de calmar tus miedos, de asegurarte que todo saldrá bien, pero me encuentro atrapado en mis propios pensamientos. Y aquí estamos, a punto de presenciar uno de los momentos más importantes de tu vida, y yo solo sé cómo ahogarme en mis emociones, como si todo se estuviera desmoronando alrededor mío.
No es justo para ti. No debería ser así.
Te miro, esperando que me des algo de confianza, pero soy yo quien te está mirando, tratando de encontrar la fuerza que no sé si tengo. Y mientras tus ojos buscan los míos, siento cómo el peso de mis propios miedos me aplasta. Tú deberías estar sintiéndote apoyado, ser el que lleva la iniciativa. Pero aquí estoy yo, inseguro, preguntándome si realmente merezco estar aquí.
¿Qué te estoy ofreciendo, más que mi ansiedad? ¿Mi miedo de que todo esto sea más que lo que realmente es? De que, en realidad, jamás estaré a la altura de lo que necesitas de mí, aunque lo intente, aunque lo quiera con todas mis fuerzas.
Justo cuando comenzaba a perderme de nuevo en esos pensamientos, escuché que me llamaban.
—Yugi.
Tu voz, aunque cargada de incertidumbre, fue suficiente para hacer que mi mente dejara de girar en espiral. Al levantar la vista hacia ti, vi el mismo nerviosismo en tus ojos. Me di cuenta de que no solo era yo quien cargaba con la ansiedad, tú también lo hacías. Y no podía permitir que eso nos consumiera a los dos.
—¿Estás bien? —pregunté, buscando darte una mirada tranquilizadora, a pesar de todo lo que sentía por dentro.
Tu respiración se agitó por un momento, pero no me apartaste la mirada. Eso me hizo pensar que tal vez te sentías igual que yo, con el corazón a punto de explotar de tantas emociones y presión.
—Creo que... no estoy listo. —Tus palabras fueron simples, pero lo que decían era más profundo, una inseguridad que no te solía mostrar.
Me quedé en silencio por un instante, y aunque la ansiedad seguía pesando sobre mí, entendí que, tal vez, lo que necesitabas era algo más que un amigo a tu lado. Necesitabas sentirte fuerte, sentir que todo iría bien. Y esa era la única forma de calmarme también.
Me acerqué un poco más a ti, poniéndome a tu lado. En lugar de darme el lujo de dejarme arrastrar por mis propios temores, decidí ser el apoyo que tanto necesitabas en ese momento.
—Tú puedes hacerlo —dije con firmeza, aunque mi voz no estuviera completamente libre de mi ansiedad. Te miré directamente a los ojos—. Yo te tengo aquí, no estás solo en esto. Todos te esperamos, y sé que esto es lo que deseas más que nada. Estás listo, lo sé, incluso si ahora te cuesta verlo.
Hubo una pausa, en la que tu mirada pareció perderse un poco, pero luego asimilaste mis palabras. Fue como si en ese instante, aunque todavía dudaras, encontraras algo de calma en mi voz. Tu respiración se fue serenando, y aunque no fue un cambio instantáneo, vi cómo te aferrabas más a esa idea.
—Gracias, Yugi —me dijiste finalmente, sonriendo con una leve expresión de alivio, como si esas palabras hubieran aligerado un poco la carga.
Vi cómo tu sonrisa, aunque tímida, era suficiente para hacer que el nudo en mi estómago se aflojara. Ya no se trataba solo de que yo estuviera aquí para ti. Ahora, sentía que ambos estábamos aquí, juntos, enfrentando algo grande.
A pesar de todo, la realidad era que ese momento había llegado. Y mientras te veía más tranquilo, algo dentro de mí me decía que, por fin, todo encajaba en su lugar. El amor no siempre es fácil, pero este paso era uno que ambos debíamos dar, de una u otra forma.
La música comenzó a sonar suavemente, como una brisa que acaricia el alma. Los murmullos de los invitados fueron apagándose a medida que cada uno se levantaba, y la atmósfera en la capilla se transformó, cargada de una anticipación palpable. Fue entonces cuando, entre las puertas, apareció la silueta de la novia. Mana, con su figura delicada y el brillo en sus ojos, empezó a caminar lentamente hacia el altar. El tiempo pareció detenerse, y todo lo que podía escuchar era el latido acelerado de mi corazón, el ruido sordo de mi respiración.
Mis nervios, que habían estado latentes todo el tiempo, ahora me consumían por completo. El peso de todo lo que estaba por suceder, el final de mis propios deseos, la culminación de un amor que jamás sería correspondido... todo eso me invadió con una fuerza casi insoportable. Sentía mi estómago apretado, como si mi cuerpo intentara escapar de la situación que estaba viviendo.
Pero, en medio de ese torbellino, mi mirada se desvió hacia ti, buscando algo, una señal, un poco de calma. Y ahí estabas, observando a Mana avanzar, caminando hacia ti con una seguridad inquebrantable. Lo que me detuvo no fue solo la forma en que la mirabas, sino la expresión de tu rostro. Había algo en tus ojos que me detuvo en seco, algo que, aunque sabía perfectamente, nunca antes había notado con tanta claridad. El anhelo. Ese deseo profundo, tan visible, tan puro. Era como si el mundo alrededor se desvaneciera y todo lo que existiera en ese instante fuera el camino hacia el altar y tú allí, esperando.
Un golpe de realidad me atravesó en ese preciso momento. Fue como si todo lo que había estado ignorando, todo lo que me había mantenido atrapado en mi propio dolor, de repente cobrara sentido. Vi en tus ojos lo que realmente importaba, y me di cuenta de que esta no era una cuestión de mis sentimientos o de lo que yo quería. Este momento, tu decisión, era lo mejor para todos, incluso si eso significaba que yo debía dejar ir mis propios deseos. Viéndote a ti allí, con todo ese amor tan real, entendí que el verdadero amor no siempre es un camino fácil, pero es el más puro cuando es compartido sin restricciones.
Esa revelación me golpeó, y con ella, una extraña paz se instaló en mí. Ya no importaba lo que había perdido o lo que jamás tendría. Porque, al fin y al cabo, tu felicidad era lo que más deseaba. Y eso, por encima de todo, me daba la tranquilidad que tanto necesitaba. Sabía que esto era lo correcto. Lo mejor para ti, para ella, y para todos los que estábamos aquí.
Mientras la música continuaba y la figura de Mana se acercaba más y más, sentí una paz inexplicable llenar mi pecho, una calma que se instalaba en mis entrañas. Tal vez, por fin, después de tanto tiempo, comenzaba a comprender lo que significaba dejar ir, aceptar y ver el amor en su forma más pura.
Mana llegó finalmente a tu lado, y sin pensarlo, tomaste su mano. Era como si ese simple gesto lo dijera todo, como si la seguridad en tu acción, en tu contacto, pudiera borrar las dudas que ambos llevaban consigo.
Mientras te acercabas a ella, yo observaba en silencio, sintiendo cómo las palabras se me atascaban en la garganta. La serenidad que proyectabas en ese momento contrastaba con el torbellino de pensamientos que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Tú, sin duda, sabías lo que querías. Y ella, aunque parecía algo nerviosa, encontraba consuelo en la forma en que la guiabas.
Las damas de honor tomaron su lugar a la izquierda de Mana, mientras yo, Kaiba y Joey nos quedábamos junto a ti. Y todo a mi alrededor parecía desvanecerse un poco. Nadie decía nada, pero el aire estaba cargado de una energía palpable. La ceremonia estaba a punto de comenzar, y mi corazón seguía golpeando con fuerza, una mezcla de emociones que no lograba ordenar.
Cuando te posicionaste frente al sacerdote, lo único que me importaba en ese instante era verte a ti, sereno y firme, y saber que lo que pasaba frente a nosotros, lo que estaba a punto de suceder, era el inicio de algo nuevo para todos. Aunque mi corazón todavía luchaba con el dolor, con el vacío que sentía al ver cómo todo lo que había soñado se desvanecía, sabía, al fin, que esto era lo mejor para ti, para Mana, para ambos.
A pesar de mi propio dolor, a pesar de la angustia que aún me oprimía el pecho, vi con claridad que este momento, esta decisión, era lo que más necesitaban. Y mientras Mana y Atem se posicionaban frente al sacerdote, con la ceremonia a punto de comenzar, algo dentro de mí se tranquilizó, aunque de manera frágil.
De alguna forma, en ese instante, entendí que había algo más grande que mi propio sufrimiento. Algo más allá del amor no correspondido y las promesas rotas. Era el amor en su forma más pura, el amor que ahora ambos compartían, que no dependía de mi presencia ni de mis sentimientos.
------------------Pov Narradora------------------
En el instante en que Mana llega al altar, Atem se queda mirándola con una mezcla de emoción y asombro. La novia, radiante como siempre, lleva algo más que un simple vestido de bodas; en su cabeza, delicadamente colocado, está un velo de novia de una belleza inigualable. Pero lo que más llama la atención a Atem no es la elegancia de las telas ni la perfección de los adornos. Es el significado detrás de ese velo.
Atem, aunque perfectamente consciente de lo que ve, no puede evitar mirar con más detenimiento. Ese velo es el mismo que su madre usó en su boda con su padre, cuando él tenía apenas cinco años. Recuerda a la perfección las historias de su madre, las fotos de aquel día, los recuerdos que su padre le había contado. La tela era fina, casi etérea, con bordados sutiles que representaban el lazo entre las dos familias. Era un símbolo de unión, de amor eterno, pero también de los sacrificios que los padres de Atem hicieron por él y por su futuro.
Este velo, que había sido guardado como un tesoro por años, era un legado de la madre de Atem. Y ahora, lo llevaba Mana. Un peso inesperado cae sobre Atem: Mana ha sido aceptada, no solo por él, sino por la familia Halackty, y lo que es aún más importante, ha recibido la bendición de su madre, a través de este pequeño pero significativo gesto.
Cuando finalmente Atem se atreve a romper el silencio, su voz es suave, pero se nota la emoción que lleva dentro.
—Es... el velo. —Atem lo dice casi en un susurro, sus ojos fijos en el delicado velo que cubre la cabeza de Mana. La sorpresa y la gratitud son claras en su rostro. —Es el velo de mi madre. El que ella usó el día de su boda.
Mana, al escuchar sus palabras, lo mira con una ligera sonrisa, casi como si entendiera lo que esto significa para él. Después, sin perder la sonrisa, le responde con suavidad, como si intentara suavizar su propio nerviosismo.
—Sí... —dice, mirando el velo con una dulzura que transmite calma—. Es lo que Mai llevaba en la caja hace rato. El señor Halackty me lo dio. Dijo que era el regalo especial, y que lo llevaría a cabo como símbolo de aceptación, de unión con ustedes.
Atem siente una oleada de emociones: gratitud, tristeza, amor. Todo se mezcla en su pecho, como un río que, finalmente, se calma tras un torrente de agua. Al ver el velo de su madre, sobre la cabeza de Mana, no puede evitar sentir que, de alguna forma, su madre está allí con ellos, dándoles su bendición.
Atem da un paso más cerca de Mana, y por primera vez en la ceremonia, parece que el peso de las expectativas, de la historia que lleva consigo, se disuelve un poco.
A lo lejos, Yugi observa todo con atención, comprendiendo el significado de ese gesto. La conexión entre Atem y Mana, más allá de los rituales y las palabras, está escrita en ese velo, y en ese momento, el sacrificio de las generaciones pasadas se une con la promesa del futuro.
Continuará...
------------------------------
Nos hacercamos al final!!
¿Están listos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top