6

Para el siguiente fin de semana ya no tenía moretones. Lo sé porque fui a visitarla, a pesar de seguir enojado.

No sabía si estaba listo para disculparla por ocultarme su estado. No creí poder hacerlo, pero después de días acostado en la cama sin mover ni un músculo mi mamá finalmente subió a mi habitación a decirme que si quería que siguiésemos siendo amigos (¿Cómo iba yo a decirle a mi mamá que en realidad no quería ser su amigo?) tenía que ponerme los pantalones e ir a hablar con ella. Así que eso hice, literalmente: me puse los pantalones y crucé la calle.

Cuando toqué el timbre, Azul me abrió la puerta y salió al porche.

—¿No vas a dejarme entrar? —pregunté, tratando de pasar por ella. Azul se plantó como una estatua frente a la puerta y me dedicó su mirada más gélida.

—Vamos a tener una charla primero —dijo, sentándose en el piso de concreto de la entrada, indicándome que hiciera lo mismo—. Sabes, tú y yo nos parecemos demasiado.

Yo fruncí el ceño, negando.

—Sí, lo hacemos —aseguró Azul—. Yo también quiero arreglarlo todo a los golpes y a los gritos. Yo tampoco sé controlar mis emociones, y cuando algo me abruma lo único que puedo sentir es enojo, y a mí tampoco me agrada mucha gente. Tú, por ejemplo.

—¿Cómo? —chillé, 100% indignado—. ¿No te agrado?

Azul enarcó las cejas como si mi pregunta fuese demasiado obvia.

—Obviamente no. Piénsalo, aparecías cada tres días en mi casa todo golpeado. ¿Cómo iba a agradarme alguien así? Pareces futuro ex-convicto —sacudió la cabeza—. En fin, el punto es que a mí nadie me agrada, pero amo a Amarillo. Y si a ella le agradas, pues bueno, lo acepto. Amarillo es muy especial, y no lo digo solo porque sea mi hermana, o porque esté enferma. Simplemente lo es. Ella brilla con otra luz, y sé que lo sabes. También sé que es jodidamente frustrante saber que no puedes hacer nada para ayudarla, y que es jodidamente frustrante que ella sea quien tenga que enfrentar estas cosas, porque después de todo... ¿Quién lo decidió? ¿Quién decidió que sería ella en vez de mí, que soy un témpano de hielo o de ti, que ya ahora pareces más muerto que vivo? Son preguntas que no tienen respuesta, porque esta es la vida. No podemos evitarlo. Lo sé, duele. A mí me costó entender que lo único que podemos hacer por ella es darle los mejores momentos de su vida. El tiempo con Amarillo es oro, y tenemos muy poco. No dejes que el enojo te saque lo poco que tienes, no cometas el mismo error que yo.

Asentí, con un nudo en la garganta. Azul sonrió y se puso de pie, dirigiéndose hacia la calle.

—¿No vas a entrar? —pregunté, antes de asir el pomo de la puerta.

—Iré por un helado —respondió sin dejar de caminar—. Amarillo está en la cocina, creo.

Cuando entré, un olor a galletitas inundó mis fosas nasales. Fui hasta la cocina y la encontré con dos gigantescas manoplas para horno. La temperatura rozaba los 30°. Amarillo vestía un enorme abrigo.

—Hola —dije, y Amarillo pegó un salto que casi le hizo tumbar la asadera que estaba dejando sobre la mesada.

—¡Ay Dios, Samuel! —chilló, quitándose las manoplas—. ¿Qué haces aquí?

—Quiero escuchar la verdad de ti.

Amarillo asintió, con semblante serio.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cuánto? —dije. No podía decirlo por completo.

—¿Qué?

Apreté los puños con fuerza.

—¿Cuánto tiempo te queda?

—Dos... tres semanas. Quizá un mes —Amarillo sacudió la cabeza e hizo una mueca de resignación—. No lo sé, no puedo saberlo.

Pocas veces uno tiene la oportunidad de demostrar cuan fuerte es realmente. Y no me refiero a levantar un montón de peso o a aguantar una inmensa cantidad de dolor físico. Me refiero a aguantar el peor tipo de dolor, el intangible. El que quiebra el alma y rompe el espíritu. Cuando oí que a Amarillo le quedaban dos a tres semanas de vida supe que ese era uno de esos momentos. Podía haber hecho lo de siempre: enojarme y luego salir corriendo. Pero no lo hice. Me tragué la sensación de tener mil astillas de vidrio cortando mi garganta y esbocé mi mejor sonrisa. A Amarillo se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Haremos que cuenten —dije.

Hoy en día miro atrás y no entiendo como pude hacer para aguantarlo. No creo olvidar el día en que finalmente entendí que iba a perder a Amarillo.

El día que me prometí que haría lo que estuviese en mis manos para aprovechar cada segundo con ella.

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