4
Amarillo no se apareció al día siguiente.
Cuando fui a casa de los Cortez me recibió Terry con una cara cansada y ojeras del tamaño de América. Se veía como si no hubiese dormido en tres años y temblaba de pies a cabeza como un chihuahua. No le pregunté que le pasaba, el vaso de Starbucks con pajita lleno brandy (que no podía dejar de sorber) lo decía todo.
—Está en el hospital —me dijo, antes de que yo preguntase nada—. A esta hora no reciben visitas.
—No voy a avisar que voy.
—Por eso te quiero mi rey. Mándale mis saludos a Amarillito.
—Cuenta con ello Terrícola.
Le pedí un aventón a mi mamá, omitiendo la parte en la que iba a entrar de contrabando al St. Charles y llegamos a las puertas del hospital en menos de un minuto. Le planté un beso en la mejilla a la señora Nancy y le dije que llegaría solo a casa. Honestamente no sé como me dejó bajarme. Debería haber sabido que no planeaba volver a casa en ningún momento.
Honestamente, no sé como lo hice. Le pregunté a la enfermera por Amarillo y me dijo que estaba en el 214 del segundo piso. El St. Charles no era un edificio muy alto, y estaba rodeado por enredaderas en un costado. Les dejo la ecuación a ustedes.
Sí, me colé trepando la enredadera y entrando por la ventana de uno de los cuartos. En mi defensa, el viejito estaba durmiendo, y para empezar, si no querían que uno se trepase no deberían haber hecho su edificio con:
a) Ladrillos demasiado texturados.
b) Cornisas demasiado agarrables.
Punto. No era mi culpa. La culpa era del St. Charles, y de quien sea que haya sido su arquitecto.
Llegué a la habitación de Amarillo todo sucio y me sacudí la tierra del pelo y la ropa antes de entrar. Ella estaba ahí, mirando apacible por la ventana con la tele prendida de fondo como ruido blanco. Cuando me vio se le iluminó el rostro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin ocultar la emoción en su voz.
—Vine a visitarte, obvio. Terry te manda saludos.
Ella rió suavemente.
—¿Cómo estas?
—Estoy genial. La comida del hospital es genial. Deliciosa. Me recuerda a la que hacía la abuela que nunca tuve. ¿Y tú?
—¿Ahora? Mejor imposible.
Hubo un extraño silencio, y Amarillo volvió a sonreír.
—Dentro de poco volverá la enfermera para el siguiente tratamiento. ¿No quieres irte antes de que... bueno, ya sabes?
—Si quieren que me vaya tendrán que echarme a patadas —aseguré, tomando su mano—. No pienso dejarte, Amarillo. Es mi turno de cuidarte.
Me abstuve de contarle que me había cortado un poquito la pierna. Se volvería loca, y no necesitaba de su complejo de mamá ahora.
Si alguien iba a cuidar a alguien ese día era yo. No ella.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top