Capítulo 15
...
Se había vestido especialmente para la ocasión, un hermoso vestido de color verde esmeralda que moldeaba sus curvas sutilmente, de falda vaporosa que al caminar dejaba entrever una de sus piernas sin ser vulgar, el escote era decoroso aunque dejaba ver buena parte de su piel en ese momento dorada pues habían estado un fin de semana en la costa, el pelo se lo había recogido en un sencillo moño, había dado énfasis a sus ojos con el maquillaje y el resultado era perfecto. Ella sabía que estaba muy bien pero también sabía que eran la noticia del momento, que todos los observarían y estaba nerviosa. Uno de los solteros de oro por fin había renunciado a la soltería y no por una mujer perteneciente a una rancia aristocracia italiana o europea. Se había casado el gran Máximo Vecchio Salvatore con una chica de la que pocos o casi nadie sabía nada. Él la había sorprendido dándole un precioso juego de gargantilla, pulsera, pendientes y anillo a juego con el vestido, se dio cuenta que eran esmeraldas y sonrió mentalmente pues ella no era precisamente aficionada a las joyas.
Se reunión con su marido en el salón principal y deseó quedarse, estaba arrebatador vestido de etiqueta, que sólo pensó en llevárselo a la cama. Los ojos de él reflejaban lo mismo y la besó sin importarle quitarle la pintura de los labios. Vamonos, antes que no salgamos nunca de aquí le había dicho y entre risas y miradas cargadas de deseo habían logrado salir de la casa.
La confianza de tener a ese hombre para ella sola y de tener su amor le bastaron para controlar sus nervios. No era una novata en eso de las relaciones públicas y tampoco lo era para socializar en el a veces muy intrincado sistema social de los ricos y famosos, de los aristócratas.
Debido a su trabajo y al de sus padres desde pequeña había conocido y tratado a diferentes tipos de personas, funcionarios de gobierno, embajadores, eminencias del arte, aristócratas y en general gente de la alta sociedad. Pero aun así sabía que si pudieran la diseccionarían viva, sobre todo si se encontraban en esa fiesta con antiguas "amiguitas" de su marido, cosa que así sería, mujeres nacidas en cunas de oro, que conseguían lo que querían. Bueno, Máximo era suyo así que estaba preparada se había dicho con convicción.
La mansión de los Rossi, los anfitriones de esa noche era una de las más hermosas de Florencia. Francesco Rossi y su linda esposa Gina eran encantadores, los conocía de cuando era novia de Máximo y había congeniado enseguida sobre todo con Gina, ella trabajaba como restauradora de piezas antiguas y tenían muchos temas en común, le gustaba de ella el que a pesar de ser una mujer que no necesitaba trabajar para nada, se dedicara alegremente a su profesión. Francesco era hombre de negocios al igual que Máximo y se veía que además de socios en algunos negocios, eran buenos amigos.
Esa fiesta y lo sabía muy bien era para introducirla en el selecto círculo de su esposo. Gina había sido muy amable en prepararlo todo.
Al llegar a la casa unos alegres y amables anfitriones los recibieron. El lugar ya estaba lleno a pesar de que no llegaban tarde. Si que eran la noticia del momento, pensó con ironía. Los murmullos de las conversaciones pararon y todos se los quedaron viendo, unos con interés, otros con admiración y las miradas femeninas iban desde la curiosidad, el desprecio, envidia y hasta abierta hostilidad. Sonrió por que a pesar de la situación le resultaba divertido. Iba tomada de la mano de Máximo, él se la apretó y le sonrió con picardía. Por esa sonrisa ella se enfrentaría al mundo entero.
Varios se acercaron inmediatamente y de pronto se vio presentada a tanta gente que no recordaba con claridad mucho de lo que había dicho. El que supiera italiano casi como un florentino y se desenvolviera a la perfección en distintos temas sumó puntos a su favor con rapidez. Cosa que le daba igual. Ella sólo quería agradar a su esposo.
Había soportado las miradas de arriba abajo que le hacían con disimulo varias de las mujeres presentes. Le hubiera encantado sacar su carácter con toda su intensidad y hacerlas morder el polvo, pero no, al menos en esa ocasión no debía, sin embargo algo le decía que tendría que soportar la hipocresía de lo que ahora le rodeaba no solo esos momentos si no, muchos mas.
La bella devoradora de hombres de Isabella Tonini no había ocultado para nada la atracción que tenía por su esposo. Sin embargo él había rechazado educada y firmemente sus atenciones al igual que de otras mujeres presentes e igualmente descaradas.
Pero Isabella era una maestra en el arte de la seducción, pensaba Allyson con ganas de sacarle los ojos. Su mirada era de las que te decían que no pararía hasta conseguir su propósito delante de ella o no.
- No permitas que te afecte. – le había susurrado Máximo.
- Claro que no. – se había obligado a contestarle. Ella le había sonreído y besado brevemente para dejar en claro que era su marido, suyo y eso no cambiaría.
- Ya quiero llegar a casa – dijo Máximo y la hizo reír disipando la tensión de momentos antes, cuando Isabella había posado no solo sus ojos sino sus manos en el brazo de Máximo con actitud descarada. Con elegancia él la había ignorado por completo para regocijo de Allyson.
Momentos después se vio separada de Máximo cuando algunas personas reclamaron su atención pidiéndole su opinión en relación a negocios. Le dijo que no tardaría mucho y la dejó con Gina. Ella la dejó poco después pues reclamaban su atención por detalles de la velada.
Un joven apuesto que de una u otra manera no se había alejado mucho de ella, le hizo plática. Era Aldo Bianchi un conocido playboy que gustaba de la vida alegre con mujeres, vino, autos deportivos y de gastar la fortuna de sus padres. Era divertido y logró hacerla reír con sus comentarios acerca de las víboras presentes. Sabía que la miraba con admiración pero no creía se atreviera a nada más. A lo largo de la noche había recibido miradas de varios de los hombres presentes de admiración y algunas abiertamente de lujuria. Su mirada helada había puesto en su lugar sin palabras a más de uno.
Aunque no era necesario que ella hiciera nada, el sólo hecho de que supieran que era la esposa de Máximo Vecchio era más que suficiente para alejar al más osado. El brazo posesivo de su marido no se había apartado de su cintura toda la noche, a todas luces la reclamaba como suya.
No se consideraba fea pero tampoco bella, no entendía por que a veces provocaba ese efecto en los hombres. Si fuera Jaquie lo entendería, su amiga era hermosa y batallaba con ello siempre. Un objeto de placer es lo que ven solía decir ella furiosa. Sin embargo era su amiga la que le decía con frecuencia que era una ciega por que era normal que provocara con su aspecto, le decía que era hermosa. Pero claro, Jaquie exageraba.
En sueños sonrió al recordar los comentarios de su amiga. Casi sentía el brazo de Máximo alrededor de su cintura y las miradas llenas de amor que le dedicaba. Se revolvió inquieta, provocando que Máximo se diera cuenta que se había quedado realmente dormida. Pensaba que solo fingía y seguía en su plan de princesa de hielo. Se levantó y fue hacia ella, por su rostro dormido cruzaban distintas emociones. Ella estaba soñando o estaba recordando pensó con tensión. La tomó en sus brazos y la llevó al pequeño dormitorio del avión, ella se acomodó en sus brazos con una naturalidad que le provocó deseos de estrecharla más fuertemente.
La depositó en la cama y se quedó absorto observando la belleza de sus rasgos. Esa mujer lo volvía loco, pero no solo por lo que era por fuera, si no por lo que era por dentro, aunque todo había sido fingido ¿se podía fingir con tanta perfección el amor que pensaba que ella le profesaba? Al parecer si, se dijo con amargura y regresó a su asiento.
En posición más cómoda y sin riesgo de despertar de momento, el cerebro de Allyson le brindó más y más información.
..
- Máximo siempre elige lo mejor, pero contigo se ha superado a si mismo – le decía meloso Aldo.
- ¿Tú crees? Así que él me ha elegido a mí ¿no podría ser al revés? – dijo Allyson cansada de sus miradas apreciativas. Pero sin deseos de enfrascarse en una conversación intrascendente con alguna de las mujeres presentes sobre ropa y zapatos.
- Eres modelo ¿verdad?
- Claro que no – y se echó a reír suavemente.
La suave risa cantarina de Allyson había llegado a los oídos de su esposo, quien se le había quedado petrificada la sonrisa al ver a Aldo Bianchi mirando a su esposa con cara de lobo a punto de lanzarse sobre su presa. El verla a ella tan contenta no minó en nada sus deseos inmediatos de arrancarle la cabeza a ese tipo. Jamás se hubiera dicho que Máximo Vecchio era un hombre celoso. Jamás. Había estado con mujeres hermosas que atraían a los hombres por montones y a él no le había importado absolutamente nada.
Pero con ella todo siempre había sido diferente. Afloraba su instinto posesivo y los malditos celos era peores sabiendo que ella no los provocaba adrede. Era una inocente en cuanto al potencial de su belleza, sumándole su inteligencia y encanto el resultado era fulminante para cualquiera.
Abandonó la conversación que mantenía sin una sola palabra y se dirigió hacia su esposa. Dispuesto a borrarle la sonrisa a ese idiota.
Allyson percibió que su esposo se acercaba, sin verlo lo sentía, el aroma de su colonia mezclado con el suyo propio llenaba sus sentidos, su presencia aun sin verlo la anticipaba.
Hastiada de Aldo, deseó que la sacara cuanto antes de allí, se giró un poco para verlo y lo que vio la dejó paralizada de incredulidad, Máximo se acercaba hecho una furia, incluso quién no lo conociera sabría que lo más sensato era alejarse de su camino. Avanzaba como un tigre embravecido. Ella le preguntó con la mirada y él la ignoró por completo por primera vez. El joven Bianchi no era tonto y ya había percibido que si no se iba inmediatamente sería probablemente masacrado por Máximo Vecchio de quién nadie diría que era un hombre celoso. Allyson se dio cuenta que el asunto era contra Aldo ¿por estarle haciendo compañía? ¿Desde cuando su marido era un hombre tan primitivo? Se preguntó sin podérselo creer y un tanto molesta por el espectáculo que se avecinaba. Él era muy celoso de su intimidad, odiaba que le dieran atenciones innecesarias, que la gente estuviera tan al pendiente de su vida intima, odiaba los escándalos, cuidaba su privacidad de manera férrea ¿y ahora pasaba esto? No lo entendía. Se puso tensa y de pronto se fijó como Francesco interceptaba a Máximo. Seguramente se había percatado de la situación, no había ni pista de Aldo y ella respiró pues había estado conteniendo la respiración. Lo que sea que le haya dicho Francesco pareció detener un poco a su marido, afortunadamente Aldo había desaparecido en fracción de segundos.
Máximo siguió avanzando hacia ella y con él Francesco, que sonreía divertido y con cara de haber presenciando algo único.
- ¿Qué le has dado a este hombre? – le preguntó sin dejar de sonreír Francesco. – Seguro que lo mismo que me dio Gina – dijo y se fue dejándolos en un incomodo silencio.
- ¿Qué hacías tan divertida con ese gigoló de Bianchi? – preguntó Máximo con el enojo aun en la mirada.
- ¿Gigoló? – repitió asombrada.
- Nos vamos.
- De eso nada, estoy disfrutando de la velada. Sería una grosería para Gina y Francesco el irnos ahora – sentía que se avecinaba la primer pelea de su matrimonio y quería retrasarla lo más posible, aunque ella estaba igualmente furiosa. Algunos se habían dado cuenta pensaba y odió el hecho de que Máximo no confiara en que podía manejar la situación, en realidad no había pasado absolutamente nada.
- He dicho que nos vamos.
- Como tú digas mi señor – respondió desdeñosa y con la mirada llena de coraje advirtiéndole que esto no hacía más que empezar.
Fueron a despedirse de Gina y Franco quienes les invitaron a cenar la siguiente semana. En el camino a la salida fueron detenidos en numerosas ocasiones e invitados a un sin fin de actividades. Máximo no aceptó ni rechazó ninguna. En el auto guardaron un silencio sepulcral. Llegaron a casa y ella salió rápidamente.
Enfadada, al entrar ella siguió directa a las escaleras. Seguida de cerca por él, entró a la habitación con ganas de azotarle la puerta en la cara. Se volvió furiosa y le dijo:
- ¿Se puede saber a que viene esa actitud de macho posesivo?
- Ese estúpido estaba encima de ti y tú estabas de lo más encantada – gruñó él.
Allyson se quedó boquiabierta.
- Sabes bien que no es así ¿Por qué reaccionaste como si se estuviera propasando conmigo? ¿Crees que yo lo hubiera permitido? ¿Qué no hubiera hecho nada? ¿Es que no me conoces? – gritó.
- No te quitaba la vista de encima como si fuera a devorarte, lo miré y después de eso no pensé nada más que arrancarle la cabeza.
- ¡Dios! ¿desde cuando actúas así?
- Desde que te conocí. No soporto que te miren con deseo, con lujuria. No lo soporto. Y lo admito, me has embrujado por completo y no me había pasado jamás.
- ¿Qué se supone que harás? ¿Golpear a todo aquel que me mire de esa manera?
- Créeme lo haría encantado – y trató de tomarla en sus brazos. Ella intentó impedirlo pero no lo consiguió – Sacas lo peor de mí.
- Eso que dices es horrible.
- También sacas lo mejor, me haces sentir cosas que antes no sabía ni que existían. Estoy loco por ti. Completamente.
- No creas que voy a justificar tu comportamiento ¿es que no confías en mí?
- En ti si, pero no en los demás.
- Puedo defenderme sola ¿lo sabes verdad?
- Lo sé. Pero no siempre podrás. Olvidemos esto ¿quieres?
- No. Dime que no volverá a ocurrir
- Haré lo sumo posible por controlarme ¿contenta?
- No me has pedido disculpas por tu deplorable actuación de esta noche.
- Jamás he pedido disculpas en mi vida – le dijo con el ceño fruncido y teniéndola aún en sus brazos.
- Como quieras. – se soltó de su abrazo, recogió sus cosas lista para trasladarse a otra habitación. No permitiría que lo que había pasado se repitiera por nada del mundo.
- ¿A dónde vas? – dijo sorprendido.
- Dormiré en otra habitación.
- Por supuesto que no.
- Si esto vuelve a ocurrir, si actuarás así cada vez que pienses que alguien me mira con malas intenciones esto no va a funcionar y la próxima vez dormiré no solamente en otra habitación si no que en otra casa. – ni loca podría abandonarlo, se moriría si lo hiciera. Pero tenía que dejar en claro su postura.
- No me amenaces – furioso replicó - No permito que...
- La que no permitirá esto de nuevo soy yo – le interrumpió Allyson que ya estaba por abrir la puerta.
- No vas a ningún lado.
- Aún espero...
- ¿Qué cosa?
- Tus disculpas.
El emitió un sonido de derrota. Fue a ella y le quitó lo que llevaba en las manos, la besó y muy a su pesar ella no solo no pudo impedirlo sino que respondió gustosa.
- Mis más sinceras disculpas – le había susurrado al oído.
- Disculpas aceptadas. – esa noche había sido una de las mas bellas a su lado.
Allyson parpadeó para alejar las lágrimas pero era demasiado tarde, tenía el rostro mojado debido a ellas. Se limpió la cara con las manos y se incorporó de la cama. Seguramente Máximo la había llevado hasta allí, deseoso de librarse de su presencia.
Así que ella había pensado que jamás lo dejaría, que se moriría si lo hacía ¡pero eso es lo que había hecho! ¡Lo había dejado! ¿Por qué? ¿Por qué? Se preguntó rogándole a su mente que se lo hiciera saber. Rato después volvía a estar sentada viendo por la ventanilla, cuando había salido no había visto rastro de él. Una amable azafata le había dicho donde estaba, él pilotaba el avión en esos momentos ¿querría acabar con ella de esa manera? ¿Estrellando el avión? Se preguntó con acidez. Por supuesto que no, pero solo por que él iba en el mismo avión que ella, si no quizás tomara en cuenta la idea, pensó con ironía y sarcasmo.
Lo que ya había recordado hacía que se le encogiera el corazón de desdicha y de incertidumbre ¿sería posible que ella hubiera hecho algo horrible como para que él la odiase?
¿O era él el que tenía toda la culpa de que lo hubiese dejado?
¿O era culpa de ambos?
Hubo una ligera turbulencia haciendo que ella contuviera el aliento y nuevamente su mente le brindó un poco más de lo olvidado.
Era ella, en ese mismo avión luchando por controlar las lágrimas mientras él estaba enfrascado en su trabajo. Su corazón estaba igual de desconsolado que en ese momento pero por razones diferentes. Había escuchado una conversación entre Máximo y su abuelo cuando habían ido a visitarlo. Ella había contestado una llamada de Gabriela y se había retirado unos momentos, al volver al salón donde estaban se quedó de piedra sin moverse por lo que Fabricio acababa de decirle a su nieto.
- Por favor hijo, dime que no te has casado con ella sólo por que te he dicho que no quiero morirme sin haberte visto sentar cabeza o por que me haría sumamente feliz tener un bisnieto, ella no se lo merece.
Máximo se había sentado frente a su abuelo y le había sonreído.
- Soy capaz de hacer cualquier cosa por ti abuelo – había dicho simplemente, así de fácil y de sencillo a ella no la amaba.
- Entonces ¿no la amas?
- Es hora de tu medicamento ¿verdad? – dijo por toda respuesta.
Yo no le miento a mi abuelo, no puedo hacerlo. Le había dicho él a Allyson en una ocasión ¿entonces solo estaba con ella por complacer a su abuelo? ¿Sus palabras de amor eran una vil mentira? La respuesta a su abuelo había sido un tanto ambigua, pero ella estaba destrozada.
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