Capitulo 4

Karen




—¿Y qué tal te fue hija?—quiso saber Inés una vez llegue a su casa. Estaba procesando las palabras en mi interior antes de contestar. Me senté en uno de los sillones del sofá, al menos aquí me siento en confianza al sentarme en unos de ellos a diferencia de esos imbeciles que no quieren que ni siquiera toquen su estupido sofá.

—Todo iba bien hasta que unos de ellos ensucio el piso que ya estaba limpio. Pero eso no es lo que importa porque ya tengo el trabajo.—le anuncié mientras agarro de los cachetes a Luis de manera tierna. Su sonrisa se amplió cautivándome por completo. Sus ojos y de la forma que me mira, todo sus gestos son los que me alientan a seguir adelante y no fallecer.

A no sentirme miserable cada día más, a no desear la muerte cada vez que pasamos por situaciones críticas. La vida en cierto modo me impide hasta incluso de respirar. Aveces me cuesta soñar de manera alta porque sé cuál es mi categoría, ser una pobre que ni siquiera tiene una idea de cómo es la vida siendo una menor de edad ante la ley, la cual me prohíbe disfrutar de ciertas cosas de las que yo quisiera. El querer salir adelante para que no nos falte nada, el querer vivir en situaciones mejores; el querer, incluso de respirar en un ambiente mejor.

Lejos de las personas tan venenosas de las que me rodeo. Créanme, no es grato ser presente de una cruel realidad en el que quieres escapar y no puedes. Sentir que sería mejor tu destino en otro ambiente, en otra familia. Pero la vida es así, algunos nos tocan las peores adversidades. Yo soy un ejemplo vivo. O quizás estoy pagando lo que en otra vida hice, me mando a una madre desnaturalizada que solamente le preocupa una botella de licor y el crack. Los grandes misterios de la vida nunca lo sabremos, ahí está la muestra del por qué las personas padecemos de tan grandes penalidades.

Una vez la señora Inés me contó que estamos pagando el precio que Adam y Eva cometieron por morder del fruto que Dios les prohibió, si no lo hubieran hecho todo esto no estuviera ocurriendo. Las personas serían inmortales, no habría dolor, ni rencor. Solo paz y amor. ¿Cómo me siento?
Ni yo misma sé responder pregunta cómo esa. Yo siento miles de cosas, hasta odio por mí misma, odio por ella. Odio por mi vida, odio hasta el hecho de poder respirar. Hablo enserio. Me da rabia cuando se hacen injusticias,también odio eso. Y más en este país, las injusticias las ves a dos manos, por ejemplo: el hecho de que nuestro presidente, Danilo Medina, incremente los precios de productos necesarios en nuestro hogar. El que no haya seguridad en puentes y carreteras de los que muchos atracadores roban sin ninguna piedad. Y muchas cosas más.

El disque honorable presidente de mi país hace lo que le venga en gana, ahí está la muestra de una patrulla policial que merodea la carretera mella en la que está el centro comercial más visitado. Si no hay seguridad las personas tienen miedo a que los asalte los ladrones y no visitará el centro comercial. Si eso pasa los precios decaen y habrá bancarrota. Y por supuesto que eso no les conviene.

—Y pasaras por cosas peores Karen, hoy es tu primer día e imagínate los siguientes.—trato de advertirme que no trabajará para ellos, pero no me quedaba de otra, tenía que hacerlo por Luis y poder darle una mejor vida.

—No me haga sentir peor señora Inés, por favor.

—Disculpa hija, es que no quiero que trabajes en esa casa. Se lo que te esperará allá.

—No te preocupes, estaré bien. Muchas gracias por todo señora.—y dicho esto nos fuimos para la casa.

*

—Ganarás siete mil pesos mensualmente.—me comunica la señora Cristo. ¿Habla enserio? ¿¡Ganare tanto dinero!? Eso solo hace que mi propia saliva me atragante.

—Te preguntarás por qué tanto dinero. Y es porque te convertirás en la niñera de mi padre. Siempre y cuando quieras, si no, entonces te dedicaras en la limpieza de la casa y para eso ganaras un sueldo mínimo de tres mil peso. Tú decides.—Espera, espera. Déjame procesar eso en mi mente ¿niñera de un anciano? Vaya, eso sí me tomo de sorpresa.

—Trato hecho, seré niñera de su padre, señora.—y eso hace que ella sonría satisfecha. No podría ganar tan poco dinero, tres mil pesos no alcanzaría para un mes entero más que le tengo que comprar las vitaminas que Luis necesita, ya no me quedaría de otra.

—Bien sígame por aquí.

Le seguí los pasos cautelosa con las manos detrás de mi espalda con esos nervios que me invadían, ¿haría bien el papel de niñera? Era lo que me preguntaba en mi mente. La casa era asombrosamente grande, con pasillos largos y estrechos en los que daba las habitaciones y los baños. Por lo que me di cuenta el día anterior, hay dos pasillos en los que fácilmente me perdería si no lo pusiera en práctica desde ya.

Ya que se arremolina dando con la ante sala y al revés con el otro pasillo, en fin, un total enredo. Las decoraciones era muy bellas, los pisos de cerámica blanca y las paredes de un dorado luminoso que me enamoró a primera vista. Entramos a un cuarto con varios sillones, un estante grande del cual descansa docenas de libros y un enorme cuadro en medio de el escritorio. Un despacho, supe.

Mis ojos no podían estar más maravillados como lo están ahora, todo era perfecto. Veo a la señora sentarse en el escritorio y me hace un ademán para que me acomode en uno de los sillones que están a su frente. Le hago caso tras tragar saliva. Un silencio incómodo se presenció cuando escogió un bolígrafo y comenzó a escribir sobre un papel, no sé que, pero comencé a sentirme incómoda. Observe al señor que estaba en el cuadro, un señor con un traje de vestir negro; con cara de perro. Así le dicen en mi país cuando una persona tiene cara dura. De seguro esa foto es antigua porque no se le ve arrugas ni nada.

—Aquí están anotadas las medicinas que mi padre debe tomar, al lado está la hora que debe tomárselas.—anuncia extendiéndome el papel.

—¿Usted tiene las medicinas?

—No, tú misma te encargarás de comprarlas en la farmacia. Ah y otra cosa, debe de dormirse a las ocho de la noche lo más tardar.—yo asiento tratando de memorizar todo lo que dijo.—Cuando vuelvas de la farmacia te lo presentaré, puedes retirarte.

En el camino me había chocado con él canalla de la otra vez, por el pasillo. Salía con una muchacha que se bajaba su mini falda de manera rápida, y me imagino que había ocurrido allí dentro.

Cuando nota mi presencia su rostro palidece ¿qué le ocurre a este sujeto? Siento su mano fría tomarme de mi antebrazo fuertemente. Las nauseas se apoderaron de mí al pensar dónde la había puesto.

—Tu no viste nada, me oíste.—me zafo de su agarre furiosa. Ese tipo ya se había pasado de la raya y no lo permitiré más.

—No vi nada, y por favor ahórrese la molestia de hablar conmigo si no quiere problemas serios.—la chica que lo acompaña abre los ojos sorprendida y los entorna mirándome con desprecio.

—Pero que atrevida eres mustia insolente. Al parecer no quieres tu trabajo que está diciéndole eso a uno de los dueños de esta casa.

—Y usted al parecer no quiere su dentadura que está buscando que le rompa un diente.—lo desafío con voz cruda.—con permiso, Señor.

Me marcho dejándolo con la palabra en la boca. Sabía que estaba poniendo en peligro mi trabajo, pero lo que no permitiré es que me humillen, ya no más. Nadie va a hacer culpable de mis lágrimas. Al finalizar la acera de la casa, se encontraba una farmacia. Pude visualizar desde afuera su letrero de cruz roja y "Farmacia" en grande. Al llegar le paso el papel que me había entregado la señora Cristo al encargado. Por lo que había leído eran pastillas para dormir, presión arterial y tranquilizantes. Cuando me lo da, le extiendo el dinero y regreso nuevamente. La chica con la que encontré al imbecil aquel, cruza a la otra acera. Qué pena siento por ella.

Sé que son ese tipo de mujeres que se dejan seducir por hombres tan cavernícolas como él. Se ilusionan tan rápido que en un pestañear se encuentran envueltas en su teatro malo de que las quieren, después que logran obtener lo que quieren, las manda a volar. Es igual que tener un juguete del cual te diviertes, pero cuando te compran uno más nuevo, hechas el otro al abandono. Sin importar los buenos momentos que disfrutaste y el valor que significó.

Cuando llegue a la puerta principal recorro nuevamente el pasillo hasta llegar por el despacho cuando una pequeña se atraviesa en mi camino.

—Disculpa.—vaya, el sujeto aquel que todavía no se su nombre debería de aprender de esa pequeña que por lo menos pide disculpas. Todo sería distinto si me hubiera pedido disculpas el día que embarro de lodo el piso del que limpie con tanto afano. Ahora sé que esa palabra no está dentro de su vocabulario, o al menos, no para mí.

—No te preocupes chiquita,¿eres hija de la señora Leonilda?

—No, ella es la madre de mi padre mejor dicho. Soy hija de Román, si quieres te lo presento.—esta niña en ese mismo instante me cayó bien, la única de todos ellos. No tiene la culpa de todo lo que su familia hace para obtener riquezas. Los demás estaban de viaje, y se que casi todos se comportan de igual.

—En otra ocasión chiquita hermosa, tu abuela me está esperando dentro del despacho.—y le toco su nariz de manera tierna con una sutil sonrisa.

—Me llamo Yara ¿ y tú cómo te llamas?

—Karen.—en ese momento una tercera voz nos interrumpió. Era Guillermina.

—La señora tuvo que salir, yo te llevaré a la habitación de Don Rafael, sígame.

Y no me quedo más remedio que seguir sus pasos. Llegamos a la última habitación del pasillo a mano derecha. ¿Por qué tan lejos? Su habitación debería ser la principal para así tenerlo más de cerca, eso es lo que pienso yo, pero ahora sé que todos no son más que unos egoístas.

A penas entrar el anciano estaba en frente del televisor muy entretenido viendo el noticiero. Este era calvo, con algunas canas esparcidas. Encima de una mesa de la cual se encontraba sentado había una cantina de sopa y la tira bruscamente contra el suelo. Ese acto me asusto.

—Sabes que no me gustan las sopas, me tratan como si fuera un enfermo.—vocifera haciendo que yo me estremezca. ¿Me tocaba un anciano amargado? Eso sí sería difícil de lidiar.

—Esta bien Guillermina, yo lo limpiaré.—en ese instante supe que no se había percatado de mi presencia por lo que se sobresalta.

—¿Y tú quién eres?

—Soy la que te cuidara de ahora en adelante.

—Pero ni siquiera sabes cuidarte a ti misma y sabrás cuidarme a mi. Ahora sí que Leonilda está loca.—y ladea la cabeza riendo como loco. ¡Me trato como si fuera niña de diez años!

— Se que no será difícil si pones de tu parte, señor.—le hago saber.—me llamo Karen.—y le tiendo mi mano en forma de cortesía, pero tras segundo quedo como una ridícula porque me rechaza. Bufo hastiada.

—No quiero que toques mis cosas, ni la muevas de lugar. Tampoco quiero que hables mucho, hazte de cuenta de que eres muda, ¿ok?—y yo levanto el dedo pulgar asintiendo.

Esto cada vez se está poniendo más difícil de conllevar. Tendré que hacerme la muda todo el tiempo, el primer día de trabajo. Hay muchas cosas que no se todavía y que debería de saber. Por ejemplo, saber a que hora puedo tener mis ratos libres sin que le moleste. Aunque ahora sé que lo que quiere es que me vaya, así que ya no importa.

Al pasar las horas me percaté que era hora de darle la pastilla de la hipertensión arterial. Me levanto de la silla y sirvo agua en un vaso del jarrón situado en su mesa de noche. Suspiro y me dirigí hasta donde el.

—No seas tonta, lo de ahorita fue broma.—confesó estallando en carcajadas. Sí que era tonta.—puedes hablar cuando quieras, pero no parlanchina. Y lo de no tocar mis cosas es enserio.—por favor podrías buscarme mi gorra, quiero que me saques al jardín, estoy cansado de estar aquí todo el tiempo, me quieren volver loco de verdad.

—¿Y cómo es su gorra,señor?

—Crema. Ya sabes para evitar que los pájaros caguen sobre mi cabeza.—no pude evitar reírme ante su comentario. Me imaginaba aquello, y su cabeza calva ensuciada de caca de pájaros. Contengo internamente que una carcajada se escapara de mi boca y comienzo a buscar la gorra por toda la habitación.

Pase dos minutos buscándola hasta que por fin la encontré.

—Aquí está.—y se la paso para segundo después se la pusiera para ir al jardín.

El resto del día fue calmado, bueno dentro de lo cabe porque mientras el anciano estaba disfrutando del aire libre en el jardín me puse a ayudar a Guillermina en la cocina, ya que no me gustaba estar sin hacer nada.

—Que raro que Saúl no ha llegado.—la escucho decir. Mi entrecejo se frunce queriendo saber de quién habla. Solo dos de los hijos de Doña Leonilda está en casa y no se sus nombres. Pongo los trastes que enjuague en la vasija de agua y lo colocó en la meseta para que se escurran.

—¿Quién es Saúl?

—Es el hijo menor de Leonilda, ¿no sabes quién es, pensé que sabías?—y friega más trastes para que yo siga enjuagando, odio fregar loza. Eso lo único que me acuerda son los malos ratos que pase cuando trabajaba en la fritura.

—Si, ya sé quién es. El maleducado ese del que me topé.—y viro los ojos en blanco.

—Shh! Habla bajo, no quiero tener problemas con nadie por tu culpa.

—Ya estuvo bueno, llevaré a Don Rafael a su habitación para que duerma, mi día aquí termino. Buenas noches.

—¡Pero si son las seis y media.—me recordó mientras tomo me quito el delantal.

—Y pronto serán las siete, y la señora me dijo que no pase de las ocho y media para dormirlo. Así que nos vemos mañana.

Y sin más me dirigí hacia el jardín para buscar a Don Rafael, darle su ultima pastilla del día y que se acueste a dormir que ya estuvo bueno para poder irme a casa. Allí estaba él, haciendo que una extraña sensación recorriera mi cuerpo. Sentado en unos de los taburetes de la ante sala y de la entrada del patio trasero en donde está el señor Cristo. Lo ignoro y trato de seguir caminando hasta que dejó caer una copa de cristal ¿a propósito? "¡Pero qué carajos pasaba con el!"

—Lo siento,¿podrías recogerlo?—¿Pero qué se estaba creyendo este cretino? ¿Se estaba burlando de mí?

—No soy tu sirvienta para hacerlo. Soy la cuidadora de tu abuelo y si no le molesta me está esperando.—y sigo con mi camino cuando corre tras de mí y me agarra fuerte del ante brazo otra vez. De verdad que no entiendo a este tipo, sin más le pegue una cachetada Sonora sobre su mejilla en mi defensa. Ya estuvo bueno.

—¡¿Cómo te atreves?! —y sentí cuando mi piel se erizo tras el impacto de empujarme a su cuerpo para que nuestros labios se sellaran.


Espero que les haya gustado. La muchacha de la imagen es Karen.
Besos.

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