Capitulo 13
—Señor, Saúl, creo que hable cla..—intento decir Inés cuando fue interrumpida por él. Lucia desencajado, preocupado y cierta palidez absorbía en ella. Creo que nunca lo había visto de esa manera, aquello provocó que cierto escalofríos recorriera en mi ser.
—Solo vengo para decirle algo a Karen.—confesó inmediatamente. Yo palidecí automáticamente por el simple hecho de que me llamó por mi nombre y no "Karina" como siempre suele hacerlo. Allí supe que se trataba de algo serio.
—¿pasó algo malo?
—Si, mi padre ha tenido un infarto. Ahora mismo una emergencia se lo llevó a la clínica integral.—dijo faltándole el aire, no tardó mucho para que me faltara a mí también y comencé a temblar. Nunca pensé que esa noticia provocara tanto temor como lo sentí en ese instante.
—Karen creo que mi abuelo morirá.—y sin más se acercó a mí y me abrazó fuerte. Por un momento no supe qué hacer, solo mantenía lejos mis brazos de su cuerpo, hasta que Inés asintió comprendiendo incitándome a que hiciera lo mismo. Y así lo hice, también lo hice y se sintió tan placentero. Solo sentía la humedad de sus lágrimas en mi cuello y su angustia envolvió mi cuerpo formándose en uno solo.
Todo lo que sentía Saúl en ese momento se transmitía en mi en carne viva, arrasando en mi interior. Yo no supe qué decir, ni cómo actuar hasta que el lentamente se alejó de mí cobrando la compostura.
—Perdón, solo vine para que lo supieras, tú más supiste cuidar a ese viejito como ninguna niñera lo ha cuidado.—yo asentí entristecida.
—El no puede morir. No ahora ¿te importaría si me llevas a la clínica?—pregunte en un hilo de voz. El Asintió asombrado y nervioso.
—Siento mucha pena, lo que le ha pasado al Señor De Los Cristo, Señor, Saúl.—dijo Inés con semblante apenado.
Pronto nos dirigimos hacia a la clínica en un silencio aplastante. Todavía no podía procesar la noticia de saber a Don Rafael en aquella condición. Él siempre se mostró fuerte, que todo lo tenía bajo su dominio y control. Lucía siempre lleno de vida a pesar de que dependía de sus medicamentos. Miré por el retrovisor a Saúl, no se veía nada bien y eso me partía el alma.
Saúl nunca mostraba sus sentimientos, mejor dicho le preocupaba más estar encerrado en su mundo que en la realidad, desconectándose completamente de lo que emergía en la realidad. Era aquel muchacho obstinado, pesado y malcriado de la familia, y con todo eso, el más mimado por sus padres.
—En verdad te importa mucho tu abuelo.—confesé de golpe. El me miró por uno segundos y yo abrí mis ojos por el atrevimiento. Mis ideas al parecer volaron demasiado y sin querer las palabras salieron de mi boca sin analizarlas primero en la mente. Él sonrió irónicamente.
—Lo que más me duele a decir verdad es que no supe aprovechar nada de lo que me obsequió el abuelo.—yo lo miré confusa, sin entender a qué se había referido. ¿De qué obsequio hablaba? Nunca había visto a Don Rafael compartir momentos con Saúl. Es más, Saúl nunca miro a su abuelo, nunca lo visitó a su recámara mientras lo cuidaba.
—¿cuál obsequio?
—El que él siempre me ha dado y no supe aprovechar. Fue el tiempo, el tiempo que desaproveche en ignorarlo. En las veces que él me hablaba y me aconsejaba. En las veces que él siempre me obsequiaba sus sabias palabras, las veces que él siempre me mostró que más que su abuelo podría ser un amigo para mi. Yo siempre odie al abuelo por poner en contra a mis padres sobre mi. Sin saber que él solo me estaba haciendo un favor a que recapacitara. Ellos siempre fueron permisivos, suaves conmigo, y por eso me convertí en lo que soy ahora. El solo quería que me convirtiera en un hombre de bien, no sumergido en los problemas, en las parrandas tarde de la madrugada. En las diversiones de las mujeres, él siempre quiso verme en una relación con una linda mujer, una linda mujer como tú.—confesó. Mi corazón palpitaba fuerte por sus palabras llenas de sentimientos. ¿A qué se habría referido con que una linda mujer como yo?
—¿A qué te refieres?—pregunte avergonzada.
—El quería que tú fueras esa persona, él quería que tú fueras mi novia, él quería verme a tu lado. Yo nunca quise darme cuenta de lo que tú me hacías sentir. Mientras más sentía, más quería olvidarte, borrar tu cara de mi memoria, por eso siempre te trate tan mal, pues yo solo soy un perro. Me acostaba con muchas mujeres para quitarte de mis pensamientos y no lo logré porque solo mi cuerpo y mi corazón te pertenece a ti.—dijo mientras seguía manejando. Yo quede pasmada por sus palabras, nunca pensé que Saúl me diría esas cosas, nunca lo vi como un romántico, sino más bien por un ser frío sin corazón ni sentimientos.
Estaciono el auto al darse cuenta que no dije absolutamente nada y yo agaché la cabeza mirando fijamente mis sandalias.
—Por favor di algo.
—No pares, Saúl, debemos llegar pronto a la clínica.—el asintió y lo puse en marcha nuevamente. No le diría tan fácilmente lo que siento, es más creo que mi orgullo no dejaría.
Llegamos alrededor de las ocho de la noche, la clínica estaba repleta de paz, y como no; en ellas siempre hay menos pacientes que un hospital. El trato es mucho más diferente que un hospital, hay más atenciones, todo es exclusivo. Las salas son grandes y espaciosas con decoraciones simples.
Recorrimos los pasillos y nos encontramos con la Señora Leonilda con el semblante desaliñado. También a Mía, la adorada hija que nunca está en casa debido a que está envuelta en la política día y noche, más bien porque su padre lo ordeno para sustentar más el patrimonio y por ende, demostrar ante todos que su familia si es "Honrada".
Saúl adelantó los pasos y se sentó junto a ambas para que le dieran los detalles. Ahí estaba yo, con las orejas bien paradas para ver si lograba a escuchar algo sobre el estado de Don Rafael. Me abrace a mí misma observando la escena preocupante. Era una distancia de unos diez metros y solo pude escuchar los cuchicheos.
La señora Leonilda levantó la cara y me vio e inmediatamente se acercó a mí decidida.
—Mi papá ha pedido verte.—dijo en un hilo de voz. Su camisa de lino estaba toda estrujada, ahí deduje que todo pasó muy rápido como para no fijarse bien en su vestimenta. Ellos siempre estaban pendientes de lo que dirían los demás, en lo que podría decirse de la familia.—Quiere decirte algo.—yo asentí.
Poco después sentí la fría mano de Saúl quien me pedía que caminara de su mano hacia la habitación donde él estaba. Nos paramos frente a una puerta de caoba que tenía la placa del número 133 y nos adentramos.
Todo estaba escalofriante, el aire se encontró espeso de pronto y una sensación extraña arropó mi cuerpo. Todo estaba en penumbras y olía a puro medicamentos, olía a muerte. Lo supe en cuanto lo vi conectado a esa máquina, Don Rafael, iba a morir. Lo presentía dentro de mi.
Había una mesilla rústica de ruedas donde se posaba los medicamentos, un envase de agua y una cantina de sopa intacta, precisamente lo que más odia; la sopa. Me acerqué a él lentamente con Saúl detrás de mí. La piel se me puso de gallina cuando tosió varias veces.
Un calor abrumador entró en mi sistema, lo que me causó miedo porque la habitación estaba ventilando frío puro. Saúl me agarro de las manos nuevamente mirándonos unos segundos con tristeza para luego mirarlos el postrado en aquella cama.
Abrió los ojos lentamente. Y comenzó a forzarse para hablar, quizás demasiado. Mire detenidamente su bata sumamente blanca, el nunca permitiría que le cambiaran de ropa, nunca se dejaría controlar de esa manera, entonces ahí supe que se encontraba en una crítica situación. Las lágrimas se desbordaron por mis mejillas sin parar.
—Hija. Te... Te...—nuevamente tosió.
—No se esfuerce Don Rafael, eso le hará daño.—le dije mientras lloraba.
—No importa, como quiera me queda poco tiempo de vida. Qué bueno verlos unidos, por fin se cumplió uno de mis sueños, ver a mi nieto rebelde con una mujer buena como tú, con una morena linda como tú.—su voz se distorsionaba cada vez que hablaba, era una voz ronca, que te provocaba escalofríos, que provocaba miedo.
—Gracias........ Gracias por soportar a este viejo estupido durante cuatro meses....
—Lo haría nuevamente, para mí fue todo un honor, te había tomado tanto cariño.—le confesé entre lágrimas.
—Pero no quiero que lloren por mi, odio los lloriqueos, yo quiero que mi funeral sea lleno de alegría, con ese son que tanto me gusta. Quiero que me recuerden con alegría aunque se.... Que nunca fui una persona.... Alegre.... Siempre le traje problemas...
—Eso no es cierto abuelo. Tú siempre fuiste un ejemplo a seguir en nuestra familia, siempre fuiste un guerrero a pesa de tu condición de vida.—dijo Saúl desbordándose en lágrimas. Verlo así fue desastroso.
—Ya cállete Saúl, sabes que eso no fue cierto. Pero lo que sí te diré es que trates de conquistar a esta señorita tan hermosa, que la cuides cada día de tu vida. Dale una patada por el culo a la Melanie esa que no se asemeja ni en los talones a Karen. Si no lo haces puedes estar por seguro que en donde sea que me encuentre vendré y te jalaré los pies mientras duermes.—Saúl y yo reímos unos segundos. Don Rafael nunca se le quitaba lo chistoso. Saber que en cualquier momento sería tu último soplo de vida, y tomarla en la ligera era algo de personas valientes.
Minutos después, el silencio se instauró en el cuarto. La señora Leonilda entró junto a su hija y Guillermina. Todos entraban por turnos ya que no se podía entrar todos a la vez. Alrededor de las once Saúl dijo que me llevaría a casa a descansar, y no era de menos, sentía la pesadez en los párpados. La verdad no quería irme, quería quedarme con él para reconfortarlo.
—Luces muy cansada, Karina. Vámonos necesitas dormir.—me despedí de los demás y ambos salimos dela clínica, la cual estaba solitaria y prácticamente vacía.
El transcurso del viaje a casa fue un total silencio, ninguno de los dos se atrevió a hablar de nada. Y no es de menos; todo había sido tan abrumador. También sentía el cansancio en su mirada, aquella que tanto me enloquece. Sus manos agarraban el volante con experiencia total y yo me deleitaba solo a mirarlo por el espejo.
Ganas de abrazarlo no me faltaban. Ganas de estar con él tan siquiera un momento pero no fue así al pasar los días. El jueves pronto se acercó y se había vuelto una costumbre llamar a Guillermina para saber del estado de salud de Don Rafael. Todo seguía igual. El sábado a las 6:30 de la tarde me dieron la noticia más brutal que me habían dado en mi larga existencia, todas mis esperanzas se derrumbaron a su paso y sentí los nervios dispararse por mi sistema.
Don Rafael había fallecido. Inés me miró triste y me abrazó. Luis también lo hizo y preocupado estuvo preguntando por qué lloraba. No quería decirle algo semejante, solo es un niño muy pequeño para entender cosas como esas, así que le invente una mentirilla. Como lo esperaba, su muerte fue todo un escándalo por todo el barrio. Ya todo se sabía, también tuve que soportar algunas críticas que las mujeres más chismosas del barrio.
Esas que solo están pendiente de la vida de los demás. Me contuve con todas la fuerzas porque lo que quería era decirles "Viejas entrometidas" pero me contuve. Me acusaron de traidora, que era una muchachita sucia por estar con Saúl, por ser su amante en secretos. Mi cara de distorsionó inmediatamente al escucharlo. Pero me fui de la bodega y encamine mis pasos nuevamente hacia el departamento.
—Puedo ir contigo hacia el funeral.—me dijo la señora Inés. Yo asentí tragando saliva a penas con la impotencia corriendo por mis venas.
—Ya me gané el odio de todos aquí. Sabía que tarde o temprano eso sucedería.
—Por lo menos estabas consciente, porque es mejor una mente preparada, sino tuvieras ahora mismo llorando por la humillación. Pero no le des importancia a las habladurías de la gente, hasta siendo el más noble y el más santo de todos los santos, hablan y divulgan.—comentó mientas cambiaba los canales de la televisión.
Al día siguiente allí estuvimos. Inés, Luis y yo. A lo lejos estaba Saúl con su madre y su hermana; lucían destrozados. Todos allí estaban vestidos de negros, y solo pensé que en cualquier lugar donde estuviera Don Rafael, estaría molesto. El quería que lo recordaran con alegría como nos comentó a Saúl y a mí. Es algo inevitable, lloras como alma en pena cuando se te va un ser querido, cuando abandona nuestro entorno.
El padre de Saúl, estaba allí con su traje negro bien planchado. El hombre que está podrido por dentro. El hombre más hipócrita que había conocido, es él. Toda la atención se pudo en el cuando Comenzó a hablar con un micrófono. Esa era otra cosa que a Don Rafael no le hubiera gustado, que hablaran de lo que antes fue.
Su vida fue resumida en fotografía en una gran pantalla. Y me da cierta pena darme cuenta de que en esa casa nadie lo conoció tan profundamente como yo. Mi estado cambio de dolor a ira y quise marcharme. Inés asintió y nos encaminamos poco después de despedirme de algunos cercanos. Entre ellos: Guillermina y el resto de la servidumbre de la casa.
Una voz hizo detenerme; Saúl corriendo con la respiración agitada.
—Karen, espera, no te vayas.—dijo en un hilo de voz. Estaba más que descompuesto, herido y su mirada estaba pálida. Me sentí muy preocupada por él, quería absorber todo su dolor al mío y transformarlo en uno solo, así yo asumiría esa carga. El amor es raro, pero a la vez; lo más hermoso que pudiera existir. Si no fuera así, yo lo admitía jamás cosas como estas.
—¿Qué pasa?
—Los dejaré para que hablen. Creo que ambos se necesitan.—dijo Inés de golpe agarrando a Luis de su mano. Yo quede asombrada, ya que Inés sería la última en dejarme en las manos de Saúl, pero al parecer hasta ella se había percatado de lo arrepentido que estaba. No me había equivocado y estaba ansiosa por escuchar lo que quería decirme.
—¿Estás segura, señora Inés?
—Si, despreocúpate, sabes que Osvaldo nos llevará sanos y salvo hasta la casa.—y me guiñó un ojo con picardía. Yo sonreí ante eso.
Nos detuvimos a mirar el auto de Inés marcharse lentamente. Se veía una tensión alrededor de ambos que nos hacía sentir nerviosos.
—Pensé que no vendrías.
—Creo que fue lo mejor. No podía estar tranquila sabiendo que me necesitaban.—confesé escogiéndome de hombros.
—Yo te necesito.......y mucho.—dijo acercándose hacia mi. La respiración comenzó a fallarme. Su cercanía provocaba temblores en todo mi ser, algo que era más que mágico, apabullante, algo magistral. Se sentía partículas indagar en todo mi cuerpo.
—Ah si, yo pensé todo lo contrario, que necesitabas a Melanie.—el arrugo la frente por mis palabras.
—Sabes que Melanie no significa nada para mí, ella quedó en el pasado.
—¿Entonces qué hace ella aquí?—el giro a verla caminar hacia nosotros. Su cara se transformó automáticamente al verla y yo me hice a un lado.
—¿Qué coño haces aquí?—le gritó fuertemente.
¡Uyyy¡ qué fuerte se está poniendo las cosas, cada vez más interesante. Espero que este capítulo le haya gustado, nos leemos pronto, besos. 📝
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