Capitulo 11
Después de aquel beso agridulce, nos habíamos quedado embelesado mirando las olas brumosas del oscuro mar. Mi corazón palpitaba fuerte, como las olas. La mente se me había bloqueado por completo y por ende no podía articular ni una sola palabra.
La arena era sumamente limpia, a lo lejos se podía ver una bodega con sus luces incesantes de color amarillo. Solo estábamos Saúl y yo solos...
La luna se encontraba llena haciendo un precioso contraste en las olas del mar, podía estar contemplándolo toda la noche, luego recordé a Inés, lo decepcionada que estaría si supiera lo que Saúl y yo hicimos; estaría súper decepcionada... Y yo, yo me sentiría la mujer más traicionera del planeta.
No podía hacerlo eso a mí gente, ya que por ello estábamos sufriendo una situación grave por culpa de él y su familia, ¿Qué me estaba pasando? ¿por qué me tuvo que interesar precisamente él, y no otra persona?
La rabia corría por mis venas haciendo que en fracción de segundos me parara de la arena. Me sacudí el pantalón sin ni siquiera mirarlo y sé que en ese preciso momento estaba confuso por mi reacción tan repentina.
Ya debería saber que esto no puede volver a pasar, nunca, jamás.
—Debemos irnos.—le dije girándome, sentí sus pasos estar a unos centímetros de donde estaba mientras miraba unos arbustos en las aceras que divisaba la arena.
—¿Por qué? Apenas llegamos.—dijo dándose la vuelta para mirarme ceñudo, su cara era de asombro como también de tristeza. Pero ¿triste por qué?
—La señora Inés me dijo que no demorara demasiado...y... Supongo que ya lo hemos hecho.—aclaré con la voz rasposa, me estaba conteniendo a esa tentación de lazarme entre sus brazos. La verdad se sentía bien, placentero. —Te espero en el auto.—y sin más comencé a caminar.
La arena se metía dentro de mis zapatos color crema impidiéndome caminar más deprisa. Quería voltearme para volver a verlo, ¿estaría en el mismo lugar o me estaría siguiendo? La verdad es que no sentía sus pasos detrás de mí.
Él estacionamiento estaba antes de cruzar la carretera, permitiéndome ver a los autos cruzar a gran velocidad. Me volteé apoyando la espalda en los cristales del auto quedando así de frente nuevamente del mar.
Saúl parecía enojado, era increíble como su cara había cambiado, así ceñudo todo el tiempo y con la quijada desencajada. Una sensación de miedo se instaló en mi pecho al tenerlo solos a unos centímetros, pero no se paró frente a mí, sino que se dirigió hacia la puerta del piloto sin ni siquiera mirarme; lo que me dio cierto alivio verdadero.
***
Sentí una voz hermosa llamar mi nombre a lo lejos, era una voz melodiosa y masculina. Quería saber quién me llamaba pero era imposible; todo estaba oscuro. Cuando abrí los ojos después de una sacudida leve en mis hombros: era él, su rostro estaba muy pegado al mío permitiéndome una vez más sus lindos ojos. ¡Ya era la segunda vez que me dormía! Resoplé ahogada, seguramente la voz que me llamaba era él, con razón se sintió tan familiar.
—Ya llegamos.—afirmó. Su aliento rozó mi cara ligeramente. Yo miré hacia alrededor, si habíamos llegado.
¿Acaso existirá otro barrio más ruidoso que este?
Imposible.
Me bajé del auto y él se quedó mirándome fijamente, ahora parecía más relajado y su rostro estaba más pacífico. Recordé entonces nuestra conversación en aquella playa, y mi cara cambió en fracción de segundos. Estábamos uno frente del otro, y solo falto eso para que todas esas sensaciones ebullicientes recorriera mi cuerpo hasta mis entrañas.
—Gracias por traerme..Amm.. Hasta luego.—y sin más comencé a subir varios peldaños de la entrada del departamento de Inés cuando su voz volvió a detenerme. La respiración era dificultosa, los latidos del corazón era más lentos, más agónicos.
—¿Te vas a ir sin decirme el "Por qué" de tu comportamiento.
—Mejor dejémoslos ahí ¿quieres?—le contesté a piensas girarme. Su mirada tenía un brillo, sentía el nerviosismo en su cuerpo y la confusión en su cara. Tenía miedo, miedo de cómo iba a parar las cosas.
—Ok.—contestó asombrado recobrando la compostura al enterarse de lo preocupado que se sentía <seguramente>.—Te comportas como una niña de siete años, Karina. ¿Por qué simplemente no puedes hablarme con sinceridad?—soltó. Ahora si se veía furioso, era asombroso cómo se transformaba. Me abracé a mí misma llevando la vista por todas partes menos a él.
La gente iba y venía, como siempre. El mismo polvo airaba en el ambiente al cruzar los carros, la gente no cesaba nunca, esta hora, en otro lugar la gente dormía. De pronto sentí la necesidad de marcharme sin contestarle, pero tenía que dejarle todo claro como me aconsejó Inés.
—Saúl, debemos parar lo que está... Tú sabe', lo mejor es que cada cual siga por su lado como si nada. Si me ves en tu casa, no quiero que te aproximes a mi, yo también haré lo mismo. Olvídate de mi... Gracias por traerme.—esas palabras habían costado mucho decirlas. El se quedaba mirándome trémulo, sin ninguna expresión. Un escalofrío recorrió mi nuca poniéndome los vellos de punta y, una punzada dolorosa se instaló en mi pecho.
Sentí los ojos ardientes y sabía qué significaba aquello, me sentía perdida una vez más. Me sentía una pequeña perdida naufragando por el ancho mar, desolada, con el temor acumulada en el corazón, ráfagas de añoranzas, de lo que pudo haber sido. Me sentí tan pequeña, tan desamparada frente a él, su cara me destrozó aún más, lo que quería era abrazarlo, pero era lo mejor.
Al quedarse quieto tras unos segundos me volteé retomando mi camino, hasta que sentí el carraspeo, quería hablar, ¿qué quería decir? Mi corazón latía fuerte, tan fuerte que sentía que el barrio entero podía escucharlo. Inmovilizada, preparé mis oídos para escuchar con atención sus palabras.
—Claro que me olvidaré de ti, ¿quién te crees, para no hacerlo? ¿Crees que eres diferente? No, Karina, eres igual que todas, solo con una diferencia... Eres una pobretona... Solo mírate, mírate de arriba hacia abajo y verás, aunque te vistas así sigues siendo la pobretona de siempre.—al escuchar eso y su cara transformada maquiavélicamente mis lagrimas arrasaron escandalosamente por mis mejillas como cascadas.
Sentí la miseria, la pequeña niña que estaba sola en medio del mar murió, se arrojó al profundo mar y un tiburón blanco se la comió en fracciones de segundos. Su alma fue condenada por no haber encontrado la forma de escapar, por... Haberse quedado añorando su pasado en vez de mover el bote hasta la orilla.
—Eso solo confirma el imbecil que eres. No sabes cuánto te odio en estos momentos, Saúl.—le confesé sollozando. No me importó llorar frente de él, por primera vez no me importaba que alguien me viera llorar. Con el, todo era completamente distinto.
Subí los escalones corriendo, con el corazón destrozando y una lluvia de lágrimas nublando mi visión y, me caí, dándome duro contra unos de los peldaños. Mi rodilla dolía en gran cantidad, privándome continuar, pero no le di importancia al dolor físico, más bien el dolor interno agónico que sentí en ese momento.
Me quedé un largo rato allí, sentada en las escaleras. Tenía que recuperarme para que Inés no notara lo cuanto que había llorado. No sabía cuánto tiempo duré allí, pero en cuanto me recompuse continúe subiendo las escaleras de mármol. Una ves parada en la puerta del apartamento toqué el timbre tratando de parecer lo más bien posible antes de que ella abriera la puerta.
Froté mi cara desesperada, arreglé de mi cabello y aclaré mi garganta. Un minuto después abrió la puerta, llevando su vista en mi cuerpo, luego en mi cara con rostro expectante.
—Duraste mucho, eh.—soltó. Suspiré levemente agradeciendo que no se había dando cuenta de mis ojos... Me imagino que... hinchados.
Al adentrarme en la casa, y tras mirarme en el espejo de la repisa ¡estaban hinchados! Cualquiera lo percibiera, no sé cómo ella no se dio cuenta.
—Supongo que las cosas no terminaron bien, ¿pensaste que no me iba dar cuenta de que estuviste llorando, Karen?—¡mierda! Se me había olvidado de que Inés siempre encontraba el momento más prudente para zafar informaciones.
—Señora Inés, yo...—¿Qué iba decir? Me sentí muy nerviosa. Mis manos sudaban.
—Karen, quiero que me confíes las cosas solamente, no te pediré que me cuentes porque se lo incómodo que es para ti... Pero solo quiero que vayas con cuidado con ese señor. Te lleva demasiada edad por lo tanto demasiadas experiencias y sin olvidar lo que nos ha hecho a todos, aquí en este barrio. Sabes el infierno que esto se convirtió cuando su familia comenzó a trabajar para el estado.—yo la miré asintiendo entristecida, con el alma hecha añicos.
Cada vez más Karen se adentrará a la Amarga Vida en la que está sometida. Sus sentimientos se acrecentarán y las vidas de ambos continuarán en un largo proceso en que sentirán las ganas de volver a tocarse.
Espero que le haya gustado este capítulo, lo hice con mucha dedicación. Nos vemos en el próximo capítulo.
Gracias por sus votos y comentarios.
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