∆Capítulo Diecisiete∆
Ja.
Mejor me doy de bruces contra las gradas, o mejor no vuelvo a estar presente en un partido.
La mala suerte me perseguía y me perseguirá por los siglos de los siglos.
Nunca se cumplían las cosas que deseaba o pensaba pero todo se estaba volteando en mi vida como una tortilla en un sartén, para mostrar la otra cara.
En estos momentos odio tener la razón, o en este caso: odio que mis pensamientos se hicieran realidad.
El juego terminó en empate; uno a uno. Lo que nadie quería que sucediera, lo que incluso yo no quería que se hiciera realidad.
Ambos equipos tenían diez minutos de descanso para que se preparan mental y nuevamente físicamente para los penales, mientras los organizadores y los árbitros del partido dejaban todo listo.
Ahora la tensión estaba más densa que la lava de un volcán y más sólida que un bendito iceberg.
Todos en las gradas estaban espectantes, con los nervios a flor de piel cuando comenzaron con los penales.
¡Dios! Esto es peor que presenciar los resultados de unas elecciones presidenciales.
Comienzan los penales y la euforia vuelve a desatarse en todo el lugar.
No se como las personas pueden aguantar los momentos de tensión como este; es tan estresante y agotador. Siento como si mi corazón quisiera salir de mi cuerpo para correr hasta el centro de la cancha y patear él mismo todos los goles que harán que la escuela pase a la final.
Llevo el pulgar a mi boca y muerdo mi uña, segundos después la alejo con asco al ver lo que estaba haciendo.
Todo se vuelve un caos imposible de controlar cuando el equipo contrario falla su segundo gol. El marcador indica tres a tres, nuestro equipo falló un solo gol, es la última oportunidad que tienen para ganar, si fallan volverán a dar una ultima ronda de goles, si encestan pasan en seguida a la final.
Ian se posiciona a una distancia de la arquería, acomoda el balón y camina hacía atrás a paso lento hasta detenerse y fijar toda su mirada en el portero del otro equipo.
Los espectadores se ponen en pie, yo incluida; todos guardan silencio, rogandole mentalmente a Dios que Ian no falle este tiro.
Me fijo en la concentración que pone, todo el equipo esta en sus manos, sus compañeros y todas las personas en las gradas confían en él; debe ser horrible estar en su lugar y saber que todo esta quedando en tus manos, o en este caso, en el tiro que puedas dar.
El arbitro suena su silbato e Ian corre un segundo en su sitio antes de abalanzarse al balón y patearlo hacía la arquería. Todo se sintió en cámara lenta para mi, como cuando estas viendo una película y todo sucede con calma, alargando los nervios y la emoción de quién presencia todo.
El estadio completo estalló en gritos de júbilo cuando la pelota entró perfectamente hacía la arquería; ni siquiera el portero pudo lograr comprender la jugada que Ian había hecho.
Grité furica, salté en mi sitio emocionada como nunca lo había hecho, abracé a Lea y luego a Ivy, mi tía se nos unió al abrazo. Gritamos y reímos sin parar.
Todo el equipo de Billbord corrió hacía donde Ian se encontraba, él recorrió su mirada por las gradas, sus ojos encontrándose por un segundo con los míos, levantó su mano y me señaló antes de ver como sus compañeros se lanzaban encima de él.
Él me había dedicado su gol.
¿Lo había hecho?
¿O solo lo había imaginado?
—¡Lex! —las chicas chillaron a mi alrededor.— ¡Ian Cox te acaba de decicar su gol! —Lea volvió a chillar emocionada.
—¡Eso sí que es sexy! —le siguió Ivy.
No pude evitar reír.
—Hay que ir a festejar con ellos.
Antes de que pudiera negarme las chicas comenzaron a jalarme por el brazo, corrimos por entre el césped de la cancha hasta el centro donde todo el equipo de Billbord celebrara.
Ivy y Lea corrieron hacía los brazos de sus chicos cuando ambos la notaron entre las personas que se iban acercando. Me quede de pie sin saber que hacer. Ian no era mi chico o mi novio como para correr de esa manera a sus brazos, sería completamente extraño para mi hacerlo.
—¡Hola, mariposita! —sonrió al estar frente a mí, la sonrisa plasmada en su bello rostro.
—¡Hola, Ian! —dije un poco alto para que pudiera escucharme entre tanto alboroto.— ¡Felicidades por el gol! —no sabía que otra decirle. Era un desastre para estos momentos.
—¡Gracias! —sus ojos brillaron de felicidad. Una emoción recorrió por todo mi pecho, hormigueando ese lugar— Aunque en realidad todo fue gracias a ti.
—¿A mi? —pregunté, confundida.
Ian se acercó y rodeó mi cintura con sus brazos, colocando su rostro entre mi cuello al mismo tiempo que aspiraba mi aroma.
¿Acaba de verdad olerme?
Eso hizo que una corriente se extendiera desde los vellos de mi cabeza hasta la punta de los dedos de mi pie.
—Fuiste mi motivación. —susurró en mi oído con voz ronca.
Él me apretó más a su cuerpo y subí instintivamente mis brazos hasta su cuello, devolviéndole su abrazo.
—¿Tu inspiración? —pregunté en un susurro de vuelta.
No sabía exactamente que decir o que hacer frente a él, algo nuevo en mí, su cercanía me producía cierto nervio pero también cierta satisfacción.
—Sí, sabía que estabas en las gradas. Antes de hacer el gol te busqué entre las personas y cuando te vi solo pude obligarme a mi mismo a no fallar porque ese gol sería dedicado exclusivamente para ti.
Entonces... Sí, lo hizo. No fue mi imaginación. Él de verdad me dedicó el gol.
—¡Gracias! —murmuré, aún sin despegarme de él.
Él me abrazo aún más, como queriendo eliminar toda posible distancia que pudiera separarnos.
—Los chicos y yo iremos a cambiarnos pero más tarde estaremos en casa de uno de los chicos del equipo festejando, ¿quisieras ir? —me preguntó alejándose solo un poco para mirarme.
Sus ojos se achinaron, pasó el dorso de su mano por mi mejilla mientras un pequeño mohín apareció en su labio inferior. No pude evitar reírme al ver el gesto que hacía para intentar convencerme.
—No lo sé, Ian. —su mohín se hizo más pronunciado.
—¡Anda, maripositaa! —alargó la “a” de manera dulce. ¡Dios! ¿Cómo podía decirle que no a este chico?— Solo será un rato, si te aburres prometo que te llevaré personalmente a tu casa. —aún seguía con duda, no quería que su noche se arruinara por mi culpa— ¡Vamos, Lex! No me hagas arrodillarme para convencerte. Además Ivy y Lea irán eso es seguro, no estarás sola.
¡Dios santo!
¿Y ahora? ¿Cómo le decía que no?
Quizás no todo iría tan mal.
Los chicos estarían ahí y sé que no me dejarían sola ni por un momento, no tengo porque tener miedo, nadie me atacará, no cuando hay muchas personas alrededor.
—¡Ok! —cedí, sin mucho entusiasmo— Pero solo por un rato.
—¡Esta bien! Ahora iré con mis compañeros pero nos vemos en una hora, ¿te parece? —asentí mientras mordía mi labio ligeramente sin estar segura aún de mi decisión.
Ian acercó su rostro al mío y presionó un casto pero dulce beso en mi frente antes de alejarse.
Un hormigueo recorrió de manera imprevista todo mi cuerpo, haciéndome sentir extraña y a la vez complacida por tener esos raros sentimientos vagando por mi interior, como si ya estuviese preparada para sentirlos. Algo realmente confuso para mi.
Caminé con dirección a las gradas donde mi tía aún seguía esperándonos, viendo todo de lejos con una sonrisa de satisfacción en todo su rostro. La conocía y sabía que alguna de sus ideas locas estaban surgiendo en esa cabecita suya.
—Irás a la fiesta, ¿cierto? —mi boca se abrió con sorpresa, sin duda alguna no me esperaba esta pregunta de ella— Por tu rostro puedo decir que sí. —su sonrisa se ensanchó aún más, y un brillo especial bailó en sus ojos.
—¿Cómo lo supiste? —me sentí realmente tonta al hacerle la pregunta.
—Es normal que luego de un partido ganado haya una fiesta de celebración. Fui joven al igual que tú, Lex. Y sé lo que todos los jóvenes hacen a tu edad.
¡No, no, no! Que mi tía no me venga con una de esas incómodas charlas de que siempre tienes que usar protección.
¡Por Dios! ¡No! Eso no va conmigo.
—Espero que no haya ningún problema en que las chicas y yo estemos un rato en la celebración.
Nunca le había pedido permiso antes a mi tía para hacer estas cosas, porque claramente nunca lo había hecho.
El día en que por primera vez me emborraché no cuenta porque básicamente ese día me escapé. Sí, esa fue la única vez que entré en una etapa de rebeldía donde hice lo que que me apetecía, tan solo me duró un par de horas; ni siquiera un día completo, soy patética para estas cosas.
—No, no lo hay. Espero que se diviertan, pero no tanto ¿eh?
—No, por favor. No me vengas con una de tus charlas. —le rogué. Ella sabía que detestaba eso.
—¿Qué? Es normal recordarle a mis sobrinas que si quieren disfrutar lo hagan con precaución. Aún no estoy lista para tener que ayudarlas a traer al mundo a una pequeña criatura.
Sí, definitivamente iba a comenzar a hablar de lo que no quería.
—¡Tía! —chillé— Me conoces perfectamente, sabes que no soy esa clase de chica. Si voy a la fiesta será simplemente por apoyar a los chicos es todo.
—¡Lo sé, cariño! —respondió, con dulzura— Pero no está demás recordarte ese hecho, mira que a tu edad las hormonas a veces suelen ser muy liberales y más cuando aún no has vívido tus propias experiencias.
¡Oh, no! Ya no quiero escuchar más de esto.
—¡Esta bien, tía! Tengo que irme o probablemente termine cortandome las orejas para no escuchar más de tus consejos.
Terminé por decir y bajé con rapidez las gradas a donde aún se encontraban Lea e Ivy hablando con los chicos.
Definitivamente esta noche prometía ser realmente larga.
•••
Me sentía muy incómoda.
Demasiado para mi gusto.
Sabia de sobra que no era buena idea venir desde un principio, pero mi lado terco y con ganas de cambiar y hacer cosas diferentes me obligó a venir. Y todo fue una mala y pésima idea.
La fiesta había comenzando hace ya un par de horas, el volumen de la música penetraba de manera ruidosa mis tímpanos, casi al punto de hacerlos explotar. La mayoría de los estudiantes estaban a punto de entrar en un estado de embriagadez total por todo el alcohol que habían ingerido en tan poco tiempo.
Ivy y Lea estaban con los chicos en el centro de la sala que ahora era una improvisada pista de baile, mientras movían sus cuerpos al son de la música. Yo solo podía verlos sentada en el sofá desde mi lugar en la esquina más alejada de todos, parecía una completa nerd solitaria en un lugar al que no estaba acostumbrada a frecuentar, así me sentía, realmente fuera de lugar.
Ian había desaparecido hace unos largos minutos atrás, iba a hacer un par de llamadas o algo parecido y hasta el momento de ahora no había ningún rastro de él. Sentía muchas ganas de golpearlo por haberme dejado sola en este lugar. Él sabía perfectamente lo incómoda que estaba y lo mal que me sentía aquí con mi soledad.
Podía simplemente levantarme e irme sin ningún problema pero aunque odiaba admitirlo, no quería tener que irme sola por las solitarias calles del pueblo, era tarde y prefería tener que soportar estar en este lugar a que salir y probablemente poner mi vida en riesgo.
El asesino seguía detrás de mi, eso era algo que no podía olvidar y no era tan tonta como para darle el fácil acceso hacía mí. Pensar eso hizo simplemente que los nervios y el miedo se acrecentaran en mi. Las palabras que estaban escritas como garabatos en las notas aún seguían claras y demasiado frescas en mi memoria como para poder olvidarlas sin más.
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y me abracé rápidamente intentando que desapareciera. Quizás estaba siendo demasiado paranoica pero pude notar como los cabellos de mi nuca se erizaban violentamente, como si presenciaran que algo malo fuera a suceder, o como si alguien en específico me observara desde la lejanía. Pasé mi vista por todo el lugar, pero todos los estudiantes estaban concentrados cada uno en sus cosas o en su ya existente borrachera como para prestarme atención más de lo debido. Me quedé observando la ventana a mi derecha, algunos jóvenes pasaban frente a ella con sus vasos llenos de alcohol, nada extraño; pero más allá, en la oscuridad, se extendía un profundo, silencioso y oscuro bosque, la inmensidad de los árboles te producía cierta desconfianza, como en una película de terror donde la protagonista se adentraba a un tenebroso bosque y todo a su alrededor era muy espeluznante.
—¿Concentrada? —pegué un brinco por el susto, coloqué mi mano en el pecho intentando contener el acelerado ritmo de mi corazón.
—¡Me vas a matar de un susto! —le grité a la persona que hizo alertar mi cuerpo.
—¡Hey! ¡Lo siento! No fue mi intención. —giré mis rostro y mis mejillas se calentaron enormemente por la vergüenza. No había detallado en su voz y mucho menos en su rostro hasta ahora.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté. No sabía que otra cosa podía decir.
Él se encogió de hombros y tomó asiento de manera relajada en el posa brazos del sofá donde estaba.
—Conocí a un par de chicos que me invitaron a esta celebración. No estaba seguro de venir pero supuse que quizás estarías aquí y no me equivoqué en lo absoluto.
Arrugue mi frente confundida.
¿Eso que se suponía? ¿Qué quería decir realmente con eso?
—¡Oh! —mi boca se abrió y cerró como un pez, intentando buscar que otra cosa decir.
—Lamento haberte asustado. No fue mi intención. —volvió a disculparse.
Negué restándole importancia.
—No te preocupes. Lamento también haberte gritado, no debí hacerlo. —esto de las disculpas también estaba formando parte de mi nueva personalidad.
—Sí, debiste. —rió— Al menos no me golpeaste.
Asenti estando de acuerdo.
—¿Y qué haces por aquí, Lex Baker? —me preguntó luego de largos segundos en silencio, la musica seguía alta pero su cercanía me permitía escuchar claramente lo que me decía.
—También vengo a celebrar, como todos los demás. —me encogi de hombros con naturalidad.
En realidad no tenía nada que celebrar. Sí, los chicos habían ganado pero aún así yo no era parte de ellos o de su equipo en general, y no era parte de este tipo de celebración. Aún seguía preguntándome internamente que hacia aquí.
—¿Segura? No pareces ser la clase de chica a la que le gusta este tipo de celebraciones. —mencionó señalando frente a él, a todos los estudiantes que seguían bailando frente a nosotros.
Él tenía más razón de lo que creía.
—¿Y que clase de chica crees que soy? —pregunté enarcando mi ceja. Esperé paciente a su respuesta.
—Pues... —se agachó un poco para quedar a la altura de mi rostro— Creo que eres la clase de chica que por fuera es solitaria y odiosa con las personas pero que por dentro solo tiene miedo de confiar. —¿Podía ser tan fácil de leer para los demás?— Sé que eres la clase de chica que prefiere estar en otros lugares más simples y silenciosos que una fiesta.
Escuché atentamente cada una de sus palabras, complacida y a la vez confundida por lo que decía.
Creía que era buena ocultando cosas de mí, pero al parecer no es así; cuando alguien de verdad me pone la mínima muestra de atención se da cuenta de como soy realmente aunque de todo de mí para ocultarlo.
—Quizás no vas tan mal si quieres realmente descifrarme.
—Y quizás tú intentas ocultarte pero cuando alguien se da la molestia de hablar así sea un segundo contigo o pone atención a las pequeñas cosas que dices y los simples gestos que haces, pueden darse realmente cuenta de que ocultas cosas que pueden ser interesantes de descubrir.
Perpleja.
Esa era la palabra que me definía en estos momentos. Estaba completamente asombrada, él y yo solo habíamos intercalado palabras en dos ocasiones y aún así pudo leerme fácilmente, como si yo era un libro abierto frente a él.
—¿Tienes maestría en psicología y en leer fácilmente a las personas? —pregunté observándolo aún con asombro.
Él se echó a reír y se acercó un poco más para susurrar:
—Puede o quizás solo es porque se trata de ti.
—¿De mi?
Ahora sí que estaba más confundida que nunca.
—Me pareces una chica interesante, Lex Baker. Y sé que apenas nos conocemos pero me agradas.
Él también me agradaba, aunque sonara un poco loco.
—Tú también me agradas, Iker Wells.
Su sonrisa se ensanchó mostrando esos dos perfectos hoyuelos que se formaban en su rostro.
Jamás había sentido cierta fascinación por los hoyuelos hasta ahora. Era como una decoración que fue puesta para darle más hermosura a todo ese conjunto de partes que formaban el rostro.
—Es bueno saberlo.
Sonreí. —¿Te han dicho que tus hoyuelos son hipnotizantes?
Él se carcajeó con ganas, era la primera vez que se reía de esa manera frente a mí, y era agradable oír el sonido que producía su risa.
—Me han dicho cosas como que es perfecto y atrayente, pero nunca hipnotizante. Es la primera vez. —admite sin dejar de sonreír— Y siendo sincero es muy halagador.
Sentí como el rubor cubrió de manera rápida mis mejillas y cuello. Nunca suelo decir estas cosas en voz alta, mucho menos decirse las a un chico como él.
—Sí, es hinoptizante. —confieso, apenada— Atrae todo la atención hacia tu sonrisa.
—Eso esta bien, ¿no? —asentí, sonriendo— ¡Bien! Entonces no debo preocuparme por no obtener tu atención porque ya se que al menos mi sonrisa y mis hoyuelos se llevan todo el crédito.
Iba a responderle pero alguien más llegó a nuestro frente, impidiendo que cualquier palabra saliera de mi boca.
Giré mi vista hacía el intruso y los elefantes volvieron a surgir en mi interior, pisando y pisando sin compasión.
Su rostro estaba impasible. Esos ojos azules que poco a poco se habían vuelto mi delirio estaban mirándome fijamente sin ninguna emoción recorriendo su interior. Ian me observó, luego dirigió su mirada al chico a mi lado y viceversa; sus ojos posándose en mi brazo que sin darme cuenta estaba apoyado en la pierna de Iker, descansando totalmente en él, se fijo también en la mano de mi acompañante que estaba presionada en el respaldo del sofá, y en la cercanía que había entre los dos, todo sin perderse ningún detalle.
Un incómodo silencio se formó en los tres, aún cuando la música seguía resonando a nuestro alrededor. Se sintió como si lo único que pudiéramos escuchar eran nuestras respiraciones y como podíamos palpar fácilmente la incomodidad que se formó a nuestro alrededor.
Alejé mi brazo de la pierna de Iker y apretuje mis manos en mi regazo sin saber que hacer o que decir intentando buscar mentalmente una escapatoria a todo esto.
—¿Estas bien? —Ian levanta el tono de su voz cuando habla para poderlo escuchar por encima de la música.
Fijo mi mirada de nuevo en él sin saber realmente el por qué de su pregunta. Sus ojos viajan un segundo a Iker para escanearlo nuevamente antes de volver a mirarme. Por su escrutinio pude por fin entender a que se debía la pregunta.
Asiento sin decir nada.
—No quiero ser grosero pero... ¿Tú eres? —volvió a hablar con voz dura, dirigiendose esta vez al chico a mi lado.
—Soy Iker, un digamos que amigo de Lex. —dijo mientras extendía su mano.— ¿Y tú?
Ian la observó por largos segundos, cuando creí que iba a rechazarla él extendió la suya y se dieron un para nada suave apretón de manos.
—Yo soy Ian, un efectivamente amigo de Lex.
Ambos se miraron sin decir ni una sola palabra y eso solo me colocó más incómoda de lo que ya estaba.
¿Dónde me oculto?
¿A dónde voy?
¿Qué se hace en estos casos?
¿Qué se dice?
¿Sé siquiera hablar?
¡Dios! Soy tan patética.
Ian resuelve todas mis preguntas porque deja de mirar a Iker como un perro rabioso frente a un contrincante, y dirige esta vez toda su atención hacía mi.
—¿Quieres irte? —me preguntó ignorando completamente al chico, como si segundos atrás no hubiese intercambiado un duelo de miradas.
Pienso mi respuesta. Si me hubiese hecho esa pregunta hace un par de minutos atrás rápidamente le contestaría que sí, pero ahora, Iker estaba junto a mí, había hecho que el aburrimiento que sentía fuera reemplazada y ahora me sentiría completamente desagradable si lo dejaba solo, así él no haya venido conmigo.
Suspire y sin pensarlo más respondí:
—Sí. —no quería dejar a Iker pero las ganas que sentía por largarme de este lugar era mucho mayor que mi cordialidad.
Ian asintió y se alejó a la salida. Me giré hacía mi compañero antes de también irme.
—¡Lo siento! —dije, apenada— Estoy cansada y de verdad quiero irme.
Él sonrió nuevamente, haciendo que mis ojos no pudieran despegarse de esos lindos hoyuelos.
—¡Tranquila, Lex! No tienes porque darme explicaciones. Nos vemos luego por ahí. —asentí porque la verdad si me gustaría volver a hablar con él. Iker terminó de acortar las distancias y me rodeó con sus brazos. La sorpresa me invadió, y aún así ninguna muestra de repulsión floreció en mí.
—¡Buenas noches, Iker! —susurré soltándome de su agarre.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo antes de que me alejara, la duda brillando en su mirada. Asenti para que él continuara con su pregunta— ¿Él es tu novio? —señaló el lugar por el que Ian salió segundos antes.
Había algo en mi interior que me hizo prepararme para esta pregunta, sabía que en algún momento la haría. La curiosidad sería muy difícil de ocultar.
—No, como él dijo, solo somos amigos.
—¡Bien! Me alegra saber eso.
No respondí. Solo sonreí y me alejé.
Últimamente mi cerebro estaba en un estado de shock total donde se le dificultaba procesar cada cosa que me decían y era imposible poder decir una frase coherente. Esto se sentía realmente estúpido.
Alcancé a Ian afuera de la fiesta, cerca de su auto. Ambos nos montamos sin decir ni una palabra y él arrancó, alejándonos del bullicio de las personas.
—Así que... Un amigo, ¿eh? —Sí, él tampoco pudo aguantar su curiosidad.
—Sí, un amigo. —respondí, obvia.
—Creí que tus únicos amigos eramos los chicos y yo.
Sí, tenía razón, pero al parecer las cosas en mi vida estaban cambiado drásticamente sin que yo pudiera hacer algo al respecto.
—Sí, pero él es un nuevo amigo.
—Mmm. —no supe como tomar el silencio que vino después de ese sonido— Ten cuidado, ¿vale? —volvió a hablar unos segundos después— No confío en él.
Yo no confío en las personas en general.
No confiaba en ti y sin embargo te di una oportunidad. Evité decirle. Al contrario solo asenti y me dispuse a mirar por la ventana.
No quería hablar de estas cosas con él, Iker es solo un chico que acabo de conocer y con el que sé que debo tener mucho cuidado. Definitivamente Ian no tiene porque recordarmelo.
•••
La brisa azotó violentamente la venta de mi habitación abriéndola de par en par. El sonido que produjo la madera al chocar contra la pared colocó mis vellos de punta, haciendo que entrara en alerta.
Me levanté a cerrarla justo cuando mis pies tocaron algo líquido, frío y muy espeso; bajé mi vista hacía el suelo y todo lo que podía ver era un color rojo carmesí inundando cada vez mi habitación. Intenté moverme pero mis pies quedaron sujetos al suelo. Intenté con más fuerza, jalando mis piernas con mis manos pero no logré moverme ni siquiera un milímetro, el líquido rojo seguía subiendo, llegando a cubrir hasta lo alto de mis rodillas. Necesitaba moverme o acabaría ahogada.
—¡Corre! —escuché un susurró a mi lado— ¡Lex, corre! Estas en peligro.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al sentir la familiaridad de esa dulce voz.
—¡Mamá! —balbucee mirando a ambos lados. La habitación estaba vacía.
—¡Hija, corre! —la voz de mi padre logró hacer que las lágrimas agrupadas en mis ojos cayeran como un torrente por mis mejillas— Tú y tu hermana están en peligro.
—¡Mamá! ¡Papá! —hipé, con las lágrimas rodando sin control por mi rostro, mis manos temblorosas y mis piernas atascadas— ¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Ayudenme! —les rogué. Rogué verlos nuevamente, rogué que ellos me pudieran sacar de esto porque no podía, yo sola no podía.
—¡Huye! —gritaron los dos— ¡Huye! Están en peligro.
Cubrí mis oídos por el grito desgarrador de ambos, cerré mis ojos y lloré hasta que mi cuerpo no pudo más.
Cuando los abrí todo era silencio y oscuridad profunda.
—¿Mamá? ¿Papá? —volví a mirar a mi alrededor pero esta vez ninguna voz me respondió.
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