Capítulo VII
¡Mal! ¡Mal! ¡Mal! ¡Lo hiciste mal, Golzy! ¡¿Cómo te atreviste a besarle después del sexo?! Ahora sí que no querrá saber nada de mí después de eso. Pero yo era muy cariñosa y no lo podía remediar. Ojalá viajar en el tiempo existiera realmente y no estaría preocupada. ¿Y sabéis? Llevó una semana sin saber nada de él y me estaba desesperando. No me atreví a mandarle un mensaje por miedo a un rechazo. Golzy ¿por qué piensas en esas cosas? No era tu novio y no lo será nunca. Hemos dicho que seremos amigos con derecho a roce y yo lo respetaré. Pero también quisiera tener algo de cariño con él. Te estás metiendo en un lío tú sola, Golzy.
Encima hoy tenía que ir al prostíbulo por orden de ese pajarraco. Ese hombre no me dejará tranquila. Tenía que decirle que me iba de la empresa, pero él me atrapaba con sus hilos, convenciéndome de que no encontraré a alguien que me satisfaga que no sea él. Sí, me acostaba con él. Él sabía perfectamente que era lo que quería y no me defraudaba, pero esa vez era vez distinto. ¿No me jodas que me he enamorado de ese leopardo frío? Me gustaba su forma de ser y su físico, pero ¿llegar a tanto? No era una cursilera. Era Golzy, por el amor de Satanás. Estaba confusa. No sabía qué hacer. No obstante, ya estaba enfrente del prostíbulo. No tenía escapatoria ante esos hilos del pajarraco, me tenía atrapada como una mosca en una telaraña.
El guardaespaldas me abrió la puerta para que entrase y me dijo que me reuniera con él. Me estaba esperando, como solía hacer. Caminé en dirección a su despacho, pasando por las puertas donde se escuchaban los gemidos de mis compañeras y de sus clientes. Yo me metí en este mundo para complacerme y no para acostarme con mi jefe; aunque sea un hombre apuesto y arrogante en todos los sentidos. Mi cabeza me decía una y otra vez que huyera. Que fuera a buscar a Lucci y que me sacara de este sitio infernal porque encontré a mi verdadero demonio. Un ser de otro mundo que lo fastidié diciendo esas cosas absurdas y de besarle como una adolescente enamorada.
¿Qué estabas haciendo conmigo? Oh, Lucci, si supiera en que estarías pensando ahora. En muchas cosas, supongo. Ya estaba enfrente de la dichosa puerta. El pajarraco debía de molestarse porque ese portón estaba bien decorado con plumas y cualquiera sospecharía. Rocksy Golzy era hora a qué te enfrentaras a tu jefe y decirle que dejas este trabajo por obvias razones, que no deberías explicarle. Encontré a la persona adecuada y si tenía que luchar por ello, lo haré perfectamente. Coloqué mi mano en el pomo para adentrarme en la habitación.
Ahí estaba.
Su gran figura esbeltica con un gran abrigo de plumas de flamenco. Siempre me he preguntado si eran de verdad o artificial. Sí fuera así, pobres animales. Mis pies se movieron solos con un mal presagio en todo mi cuerpo. Una pequeña risa casi malvada escuché. Se estaba riendo de mí el condenado y encima no daba la cara para verme. ¡Era un sinvergüenza!
—Mi pequeña Golzy, me alegro de verte por aquí. Hacía tiempo que ya no te veía —me saludó, girando la silla completamente.
—Al grano, pajarraco. ¿Qué es lo que quieres?
—Que antipática viniste hoy. —Una cosa que debía tener claro Donquixote Doflamingo era que no me gustaban los juegos y que sea directo—. ¿Hay que darte una buena ración de sexo para que estés de buen humor? —Su lengua viperina se paseaba por su labio inferior. Ese desgraciado. ¿Por qué tuve que acostarme con él?
—Déjate de rodeos he dicho.
—¿Qué es lo que te pasa? —Su expresión risueña cambió a una de molestia—. No pareces la misma.
—Las personas a veces suelen cambiar, pajarraco. Si has venido a que te satisfaga, estás equivocado. —Dilo Golzy—. Por eso, he decidido que me iré de este antro de mierda.
Sabía que no se lo iba a tomar bien porque ese hombre se levantó de su asiento con una mala hostia en su cara. Oh, ¿no te sentó bien? Me da igual realmente. Deseaba con todas mis fuerzas la libertad, sentir mis alas de murciélago revolotear. Caminó hacia mí rodeando la mesa hasta ponerse detrás de mí. No sé qué pretendía, pero era una persona que a la larga te convencía.
—Si tú te vas, las ganancias se irán al garete.
—Ya estoy cansada de ser tu marioneta, pajarraco.
—¿Acaso alguien captó tu atención? —preguntó, mientras sus dedos pasean por mis cabellos—. Tú y yo sabemos lo que ocurrirá luego. Esa persona te dejará y tú estarás en la miseria, como siempre pasa.
—Esta vez ha cambiado. —Le devolví la mirada. Mi determinación subía con creces. No le tenía miedo—. Tú no puedes forzar a alguien a ser lo que tú quieres. Sí yo he tomado esta decisión, tú debes aceptarla.
—Eres muy valiosa como para irte. ¿Tengo que recordarte nuestro contrato? —Con eso dicho, volvió al escritorio para sacar unos papeles y ponerlos en la mesa—. Ahí dice claramente, en letra pequeña, que “eres de suma importancia para el jefe y que sólo podrás irte hasta que el dueño de la empresa vaya a la cárcel o muera”. —Espera, ¡¿qué?!
—Eso no tiene puto sentido —contesté con repugnancia a lo que tomé los papeles de mi contrato. ¿Letra pequeña? ¡Hijo de la gran puta!—. Eres un…
—Yo siempre digo de que lean la letra pequeña, querida Rocksy. —Esa su sonrisa perversa me daban ganas de rajarla con un cuchillo. Iba a protestar, pero tomó mi cuello con su gran mano casi ahogándome—. Eres mía hasta al final. Ahora ve al trabajo y sé la putita que eres.
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Nunca seré libre. Tuve que quedarme ahí porque hubieron guardaespaldas en mi puerta hasta las tres de la mañana. Lo hizo para que no huyera y mi cuarto digamos que no había salida. Estaba molida. Necesitaba un descanso urgente. Menos mal que cogí un taxi porque a estas horas no solían poner autobuses por la noche. Muchos hombres, invitados por Doflamingo, venían a mi estancia solo para que yo les complazca, sin necesidad de saber mis gustos. Y solo porque ese pajarraco les recomendó utilizar la fuerza bruta. Si lo demandaba, era posible que fuera a la cárcel por prostituirme. Los policías eran todos iguales. Nunca han pensado en las víctimas, sólo en sí mismos y en su estúpida justicia.
Unas cuantas escaleras más y por fin llegaré a mi casa. Quisiera bañarme y quitarme los putos restos que me dejaron esos condenados. Me daban ganas de lanzarles una gran piedra y que se jodieran un buen rato. Cuando llegué casi a la puerta, me encontré algo inesperado. Un hombre vestido con ropa informal y con una mirada penetrante hacia mi puerta, como si me estuviera esperando. Hasta que me miró fijamente. Reconocí esa figura y ese rostro felino que solo uno demonio podía tener. ¡Era Rob Lucci! ¿Qué hacía a estas horas de la noche?
—¿No deberías estar durmiendo?
—¿Ni un hola?
—No estoy de humor para saludos. —Y era la verdad. Voy buscando las llaves de mi casa en mi bolso—. ¿Qué quieres, felino?
—Me gustaría hablar contigo —respondió. Oh, joder, tan serio y provocativo.
—¿A estas horas de la madrugada? ¿No es mejor que me lo digas por WhatsApp?
—A lo mejor preferías oír mi voz.
Y no se equivocaba. Echaba de menos esa voz tan varonil y áspera que tenía. Lo estaba admitiendo. De mi garganta salió un gran suspiro de rendición a la hora de abrir la puerta. Entré dejando que él hiciese lo mismo. No supe por qué, pero sentía una gran incomodidad por toda mi casa. ¿Será por su presencia? ¿A lo mejor querrá hablar de lo ocurrido de hace una semana? Sí era así, estaba lista en aceptar su rechazo y cortar este rollo. Estaba destinada a estar sola y no tener pareja ninguna. Golzy… estabas aceptando que te gustaba ese chico. Ese hombre de figura atlética y con marcas de guerra en su cuerpo que sabe el diablo como se las hizo. Ojalá pueda ir al infierno con él.
Cuando giré sobre mis talones para verle, Lucci ya estaba a escasos centímetros de mí. Nuestros ojos conectaron. Negro y gris, una combinación perfecta. Tocó un poco mi labio sacando de mis entrañas un leve suspiro, pero escuché un sonido insatisfactorio. Oh, mierda. Se ha dado cuenta que tenía una herida provocada por ese pajarraco. Un pequeño corte nada más.
—¿Quién te hizo eso? —¿Soy yo o me pareció a mí ver el lado celoso de Lucci?
—Me lo hice yo. Me mordí el labio hasta provocarme un corte —mentí. No quería discutir con él. No era suya, era propiedad de Donquixote Doflamingo. Me daba asco pensar en ello.
—No soy tan estúpido como para no darme cuenta de que esa herida te lo hizo un hombre posesivo.
—Ahí viene el inspector.
—Yo analizo de pies a cabeza a las víctimas. —Yo estuve a punto de irme a la cocina, pero él me lo impidió sujetándome el brazo. Juré por mi vida que nunca he visto sus ojos oscurecerse mucho—. Y puedo ver perfectamente que han abusado de ti.
—Te estás yendo de las ramas, querido felino.
—Ni siquiera me llamas por mi nombre.
—Yo digo tu nombre cuando me dé la gana.
Hice el esfuerzo para que me soltara y no lo ha hecho. El siguiente movimiento fue atraerme hasta tal punto que casi estuvimos a punto de besarnos. Me inspeccionó con más profundidad. Por primera vez desde que le conocí, aparté la mirada estando incómoda de esa mirada felina que estaba analizando a su presa más débil. Sus manos recorrían con mucha sutileza mi cuerpo y, como no, me quejé por lo bajo. Las ropas impedían ver más allá de lo que tenía escondido. Lucci tomó mis manos para llevarme al sillón, haciendo que me sentase.
—Quítate la camisa —me ordenó.
—No pienso hacerlo.
—No me gusta repetir las cosas, Rocksy Golzy. —Su voz ha cambiado a una impostada. No estaba vacilando en ningún momento, se estaba tomando la situación en serio.
Suspiré a modo de rendición quitándome la parte de arriba. Sí, estaba llena de moretones a causa de esos estúpidos y del pajarraco. Me sentía débil y asqueada por dejarme coger, pero mis fuerzas fallaban cada vez que me follaban duramente. Grité al cielo y al infierno que me sacara de ahí y nadie vino. Ni siquiera él vino.
—¿Quién te hizo eso? —Volvió a preguntar, pero esa vez fue calmada, teniendo cuidado en no presionar los moratones.
—Por favor, Lucci —le supliqué que no siguiera. Sentía que estaba a punto de tirarme por la borda y llorar con todas mis fuerzas, y no quería hacerlo delante de él.
—Golzy. —¿Por qué su voz ahora era tan agradable?—. Debo llevarte al hospital y llamar a los científicos de la comisaría a que te examinen.
—No me sacarás pruebas.
—Has sido abusada y, lo más probable, sexualmente. Mi labor es averiguar quién te lo hizo. Lo que más odio de este mundo es ver a los cobardes hacer daño a una persona débil que en realidad no lo es. Déjame investigarlo y lo llevaré a la justicia.
¿Justicia de un demonio como Lucci? Es inspector del Gobierno Mundial. Sacará todas sus artimañas para hundir a los criminales. ¿Y si dejase que capturara a Donquixote Doflamingo y lo encarcelara cómo era debido? Era la primera vez que alguien se preocupara por mí. Alguien a quien le importo mucho. Asentí levemente, accediendo a colaborar y que cogiera a ese cabrón malnacido. Me levanté en dirección a la puerta, pero antes me volví a poner la camisa ante la atenta mirada de Lucci. Seguramente que, desde el fondo de su ser, estaba maldiciendo al culpable por dejarme en ese estado. Se veía apuesto con ese rostro duro y que le daban ganas de matar a alguien.
No se separó de mí, ni tenía intención de hacerlo. Se aseguraba en todo momento por si me tropezaba por la escalera. Me estaba dando cuenta que Lucci sacaba un lado que yo desconocía, era un gato grande que protegía a su pareja en todos los sentidos. Detallista vamos a decirlo así. Vaya, ni me di cuenta que el coche lo tenía ahí. Como se notaba que estaba echa mierda por lo sucedido de esta noche. Me dijo: «Ten cuidado con la cabeza». Era la voz de mi conciencia que me indicaba que debía hacer. Comencé a recordar esos momentos en que mi abuela me decía una y otra vez que llegará el momento de encontrar a alguien. Una persona con escrúpulos que sepa defender mis derechos.
No. Estos deseos de llorar me invadían. No podía ser que haya encontrado a la persona que realmente le importaba. Como dijo él, odiaba a los débiles y no quería sentirme uno. Antes de arrancar e ir directos al hospital, dijo:
—No quiero que finjas que no has sufrido. Prefiero que saques todo ese remordimiento en tu interior.
Esas palabras me llenaron por completo. Lágrimas salieron con fuerza, liberando todo ese sufrimiento que he pasado hoy. Guie mis manos a mi rostro ocultando esas gotas de remordimiento que me estaban matando dentro. Nunca me he sentido así, débil e indefensa que no ha luchado para que la respetasen como mujer. Y una mano sentí en mi pierna. Era la de él, me estaba reconfortando. Y se lo agradecí eternamente porque, creedme, estaba destrozada por dentro. Ya no me sentía segura de mí misma, pero con él era distinto.
Rob Lucci no era mi ángel de la guarda. Era mi parca de la muerte que se vengará de Donquixote Doflamingo.
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