Capítulo I
Qué mierda de día. Y pensaba que todo iba de lujo hasta que un gilipollas me entrega una colección de la saga Crepúsculo, ¿y sabéis que? ¡Los discos estaban rayados! Ese descarado no tiene ni siquiera cuidado con las cosas. Tuve que pedirle a que pagase por ello y el muy hijo de puta me hizo un corte de manga. ¡Pero ¿de qué va?! Me enfureció tanto que le hice un muñeco vudú para pincharlo con un alfiler. ¿Cómo conseguí su pelo? Hago maravillas, no le cuento mis secretos a nadie. Sí mi abuela se enterara de que le estoy contando a alguien que vengo de una descendencia de bruja, ella no dudaría en echarme un mal de ojo.
¡Soy Rocksy Golzy, pendejo! Me dieron ganas de decírselo a la cara. Ah sí, trabajar en la tienda donde venden películas y discos era una de las cosas que más me gustaba. Suelo recomendar a los novatos emos que escuchen canciones reales de heavy metal. Al cabo de unas semanas vuelven con una gran sonrisa de oreja a oreja. Me lamí el piercing que tengo en la comisura de mis labios; siempre he tenido esa manía desde que me lo pusieron. Soy una gótica de la mar tranquila, pero si me tocabas la moral, prepárate para ser castigado por la hija del demonio. Esas criaturas existen, yo lo sé. Me gustaba leer libros en relación con eso porque eran bestias capaces de manipular tu corazón en un santiamén.
¿Eso es lo que creo? Mis ojos han visualizado un zorro volador gigante surcar delante de mis narices por la ventana de la tienda. He de reconocer que eran criaturas hermosas y fascinantes. Ojalá tuviera una en casa. Pero ¿sabéis lo que hecho de menos? La compañía de un hombre de verdad que sepa follarme como era debido. Sí, lo reconozco, soy una puta ninfómana. Me gusta probar cosas nuevas, pero los chicos no se atrevía hacerlo; solo se limitaban a lo típico y listo. ¡Yo no sé para qué cojones existen si no experimentan con el cuerpo humano! No tenía puto sentido. Me tranquilicé en ese mismo momento porque no me iba a pelear internamente.
—¡Por los cuernos de Satanás! —grité exageradamente cuando alguien se atrevió a tocarme por detrás.
—No hacía falta que gritaras de esa manera —habló mi amiga Perona. Ella y yo trabajamos en esta tienda que habíamos montado.
—Y no me des esos sustos, Lolita. —Tenía la manía de llamar a mis amigas por un nombre específico que les pegaba.
¿Y por qué la llamé así? Digamos que ella se vestía a lo “Gothic Lolita”: trajes largos y algún que otro muñeco en que llevar. Yo solo soy una gótica normal y corriente, una chica mala en todos los sentidos. La canción de Billie Eilish resonaba una y otra vez en mi cabeza. Me identificaba, soy una bad guy, como diría ella. Oh, no suelo asustarme con facilidad, pero si me cogías desprevenida prepárate para sufrir porque soy muy vengativa. Ahora estaba colocando la colección de la saga de Crepúsculo. Maldigo al hijo de puta que le ha hecho esto. Mira que soy fan de los vampiros, pero estas películas me aborrecían.
Por los cuernos de Satanás, recordaba los momentos en que todas las crías gritaban por Robert Pattinson creyendo que en algún momento de sus vidas se casarían con él. Puaj, qué asco. Yo preferiría casarme con Drácula, ese sí que es un verdadero demonio vampírico. Trabajar aquí no era de lo mejor, pero al menos disfrutaba coleccionando películas y discos, y luego venderlos por si algún cliente lo necesitaba. Perona y yo nos conocíamos desde hace mucho tiempo, fue en un bar dedicado para los góticos. Recordaba que ella estaba siendo acosada por unos estúpidos y aparecí yo con unos muñecos de vudú en mis manos y grité a los cuatro vientos: «¡Soy la hija del demonio! ¡Iros si no queréis sufrir mi ira!». Ah, que buenos recuerdos. Ver sus caras atemorizantes era lo mejor del mundo.
Las dos compartimos momentos juntas que ya éramos inseparables e incluso me pidió de vivir con ella. ¿Y dejar mi apartamento? ¡Jamás! Era lo más barato que había encontrado en mucho tiempo, aunque la casamentera siempre estaba detrás de mí para que la pagase. No soy como esa vecina mía que tengo. El primer día del mes siempre iba hacia donde está la señora mayor para pagarle. Esa chica era de curvas proporcionadas y de pechos grandes, era rellenita. Por esas ropas holgadas que llevaba era difícil averiguarlo. Parecía amable y tímida al mismo tiempo. Bueno, tampoco quisiera averiguarlo ya que no me interesa. A ella le vendría bien una buena follada.
Las horas pasaban y ya se estaba haciendo tarde por lo que tenía que volver al piso para arreglarme. Sí, tengo una segunda vida y realmente no me disgusta. Lo único que odiaba es que los hombres que venían ahí, no me complacían para nada. Y cuando encontraba a uno, le daba mi número para quedar e ir a su casa o al mío; sin embargo, no todo acaba bien. Efectivamente, mi segundo trabajo era en el prostíbulo, pero solamente estaba los viernes. Era la más carera para el dueño del sitio porque pedía cosas en específico y si no las acataba, el que sufriría sería él. Porque soy una mujer que le gusta el sexo y no soy nadie como para vender mi cuerpo sino me complacen bien.
Me despedí de Perona antes de cerrar la tienda e irme al piso. La desventaja que tenía es que no tengo vehículo para dirigirme allí, ya que no había sitio para aparcar; pero estaba acostumbrada a coger un autobús o un taxi. Lo más gracioso era que cuando me ven, piensan que les voy a robar el dinero. ¡Por favor! He sido criada para no hacer cosas crueles sin que haya un motivo. Recibí un mensaje por parte de mi jefe, diciéndome que vaya cuanto antes al trabajo. ¿Qué se creía que era? ¿El súper héroe Flash que corre como el rayo? Quería refrescarme primero, antes de ir allí. Pues nada, tendré que tomar un taxi si este tipo tenía prisa.
Toqué el tatuaje que tengo en mi muñeca. La palabra “death” recorría por todo mi cuerpo. Era una palabra muy bonita que me representaba en todos los sentidos. Pelo negro como la noche con un mechón de color rosa y ojos grises que mostraban lo neutra que era. Era larga mi melena y sedosa, cualquiera que la tocaba y la agarraba lo disfrutaba como una condenada. Qué ninfómana que soy. Tomé un taxi y el conductor me llevó a mi piso con toda la tranquilidad posible. Yo no tengo prisa, total, no habrá nadie hoy que me satisficiera. Minutos pasaron para llegar al piso y subí con prisa a mi casa para darme un buen baño, ponerme otra ropa y coger mis cosas.
¡Mierda! Tenía que ir a la otra punta de la calle para coger el autobús o tendría que volver a coger un taxi. ¡Vaya faena más grande! Pues nada, a coger otro se ha dicho. Ese puto flamenco no me dejará en paz ni estando muerta. Ojalá pudiera echarle una maldición o algo parecido. Ya desconocí cuánto dinero he gastado, pero me daba igual. Ya quería estar ahí y hacer callar a ese pajarraco de una vez por todas. Abrí un momento la mochila para coger la máscara que solía ponerme para ocultar mi verdadero rostro. Era una norma que tenía Donquixote Doflamingo en ese prostíbulo.
Ya quedó poco para llegar allí y todas mis compañeros me estaban esperando fuera. Parecía la reina de ese lugar. Todos estaban atentos a mí por si necesitaba algo o me surgía algo. Suspiré sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer. Tuve que ir un momento a mi camerino para cambiarme de forma más sexy posible y no olvidándome de la máscara. Tanto empleadas como clientes debían llevarla para no mostrar su identidad. Lo veía bien porque conocí algunas que mandaban fotos de famosos que se acostaban con ellas y ahí creaba mala fama realmente. Yo no era esas, prefería follar antes de arruinar la vida a un hijo de puta; aunque eso último día no estaría nada mal.
Menos mal que Doflamingo no estaba por aquí, seguramente se habrá ido a una reunión con un supuesto amigo. Me daba asco cada vez que lo veía. Oí rumores que era muy bueno follando, pero preferiría entregarme al demonio antes que a él. Salí del camerino para dirigirme a mi habitación. Era grande en comparación de mis otras compañeras. Lo dicho, ese pajarraco me tenía mimada hasta los topes. Cama grande, sofá grande… ¡Y todo de color negro! Así doy pinta de que soy una chica mala. No me disgustaba los otros colores, pero el negro me representaba. Era un alma endemoniada encerrada de un cuerpo humano.
Eran las 22:00 p.m. y nadie pasaba por mi cuarto. Normal, casi todos los clientes que había conocido lo han intentado y no hubo éxito. Por ello, preferirían estar con las otras que conmigo. Mejor para mí, así no tengo que estar soportándolos. Puse música para mejorar un poco el ambiente porque, de verdad, me estaba aburriendo como una pasa. Estaba acostada en el sofá mirando las revistas que solían ponerme los guardaespaldas para estar entretenida. Revistas para góticos. Estos tipos lo sabían a la perfección. De pronto, alguien tocó la puerta por lo que me acomodé en mi sitio para dar la bienvenida al cliente.
Le dije que pasara sin miedo, sin titubeos. La puerta se abrió y mis ojos se asombraban al ver a un hombre un poco más alto que yo. Vestía con un traje blanco, lo contrario a mí. El ying y el yang. Una pena que portara la mascara, así podría ver cómo era su rostro realmente. Tenía un aire misterioso que me encantaba y la forma que tenía la barba me daban ganas de morderla y jugar. Debía ser nuevo porque nunca lo he visto por aquí.
—Bienvenido a mi guarida —le saludé con educación. Mi voz se volvía sexy cada vez que tenía enfrente a una nueva presa—. Seguramente que mis compañeras le habrán contado cosas de mí. Soy una mujer complicada porque me gusta que los hombres me complazcan de una manera diferente, pero ninguno quiere experimentar algo nuevo —le comenté y él ni siquiera se ha inmutado.
Tenía la sensación de que me estaba analizando de pies a cabeza. Bien, yo le daré la oportunidad de ver cada esplendor de mí. Me levanté caminando hacia él de forma lenta y tortuosa. Parecía una estatua en vez de un hombre. ¿Por qué demonios me excitaba su forma de ser? Ni siquiera le conocía y ni ha empezado la sesión.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —pregunté de forma sexy. Tomé sus manos, eran suaves y bien cuidadas. Vi que una sonrisa se formó en sus labios, pareció gustarle esa pregunta.
—No soy de hablar mucho —respondió. Su voz hizo que mis bragas se mojaran de tal manera que ni yo misma podría controlar. Quería que empezara ya.
—¿Qué te parece si nos sentamos?
Lo invité a sentarse conmigo en el sofá. Este hombre tenía algo que me cautivaba, algo diferente en los otros hombres que conocí. Nuestros dedos se rozaban sin descanso creando un momento íntimo entre ambos. En ningún momento, habíamos apartado la mirada. Me gustaría saber de qué color serán sus ojos. Su melena era de color negro profundo como el mío. Sin pudor alguno, cogí un mechón acariciándolo con sutileza. Era suave para tenerlo ondulado. Me encantaba que lo tuviera denso, parecía un león con una gran melena.
Él me imitó cogiendo el mechón rosa. Qué sensación más extraña estaba sintiendo en esos mismos momentos. Los dos tocándonos, pero no de forma excitante. ¿Y si tal vez haya encontrado a la persona indicada? Yo di el primer paso en implantarle un beso en sus labios finos como la arena fina. Besarlos fue gratificante para mi gusto y él correspondió, donde su mano descansaba en mi pómulo. Pero poco a poco, el beso ha ido intensificando aún más, donde nuestras lenguas se rozaban a cada momento. Ahí noté que estábamos necesitados, que incluso él me tomó de las caderas e hizo que me sentase a horcajadas sobre él.
Dominante, me gustó. Pero yo también lo era. Cuando me mordió el labio de forma pasional, yo tomé con fuerza su melena y lo tiré hacia atrás. Vi como su nuez vibró formando un sonido gutural, un gruñido dando señal que le gustó. Otra sonrisa se formó en sus labios que hasta se los lamió, sediento. Oh, por los cuernos de Satanás, que las bragas se desintegrasen y me follara como un animal. Un azote recibí de ese leopardo en celo que un grito sale de mi garganta. Clavó sus dientes ahí provocando un nivel de éxtasis por todo mi cuerpo. Solo era el comienzo y me estaba gustando mucho.
Sus manos me exploraban con ansías, casi sus yemas quemaban por cada poro de mi piel. Tenía los pezones duros como diamantes en bruto y mi clítoris llamaba por algo de atención. Noté un bulto chocando contra mi entrepierna. Me da que el amigo tiene muchas ganas de jugar. Apoyé mis manos en sus hombros haciendo una simulación de embestidas, fingiendo que me estaba follando. Gruñidos escuché y vuelta azotarme y, esta vez, en las dos nalgas. Me mordí el labio muy excitada y él volvió a sonreír. Sus manos descansaban en mis pechos, tentado en tocarlos. Eran como dos montes.
Ronroneos oí por su parte cuando comencé a acariciar su barbilla. Quería me follases ahora. Quería sentir a la bestia dentro de mí. Desenganchó el sujetador liberándolos por completo para luego devorarlos con ansias. ¡Mierda! No podía aguantarlo. Qué desaparezcan las bragas y que se bajara la cremallera para liberar su miembro.
—¡Fóllame, joder! —le ordené, pero él seguía manteniendo esa jodida sonrisa que me encantaba.
—Debes pedirlo amablemente. —¡Mierda!
—¡No tengo tiempo para pedírtelo!
—Pues entonces te torturaré hasta que me lo pidas bien.
¿Torturarme? Gemí cuando su lengua jugueteó con mi pezón casi dejándome sin aliento. Más azotes, más juegos… ¡Me estaba volviendo loca! ¿El demonio lo envió como una forma de compensarme? Sí es así, quería que no parara nunca y que me follara todos los días. Otro gemido se escapó de mis labios cuando sus dedos tocaban por encima de mis bragas húmedas, pellizcando mi clítoris. No podía más, iba a explotar.
—¡Por favor, fóllame! No aguanto más, te lo suplico.
—Si insistes.
Estaba tan necesitada que no me di cuenta que me colocó en el sofá estando a cuatro patas, con el trasero elevado. ¿Me follará como un verdadero animal? No hizo falta hacer esa pregunta porque él no dudó en penetrarme con todas sus fuerzas, casi tocando mi cérvix. Oh, por los cuernos de Satanás, era enorme y grueso. Sujetó con una mano mis caderas y con la otra mis cabellos. Sus embestidas eran fuertes y bien marcadas, y yo no dejaba de gemir y gritar como una perra en celo. Azotes, mordidas, lamidas acompañaban por esos movimientos bruscos. ¡Creo que encontré al hombre de mis sueños! Joder, esto era mejor que ver porno en directo.
El sofá se movía por cada embestida brusca que empleaba este hombre, importándole poco si lo rompe. Y a mí tampoco. Lo estaba gozándolo como una condenada. Se cansó de mantener las manos ahí y las colocó en mi cuello, simulando que me estaba asfixiando. No lo apretaba, no quería que me ahogara; pero esa sensación que sientes que estabas a punto de tener un gran orgasmo era espectacular. Me quemaba el sexo. Esto era la sensación que yo estaba esperando. Estuve a punto de correrme, pero él no me dejó porque se separó. ¡Mierda! ¡Será hijo de la gran puta!
—La gata no debe correrse sin el permiso del leopardo. —¿Qué? ¿Y por qué cojones me mojé ante ese comentario?—. Si quieres más, muévete.
¿Qué me mueva? Nadie me había pedido algo así. Metió nuevamente su miembro sintiéndome llena. Joder, dejaría que follara todos los días. Cómo él me ordenó, me moví intentando imitar sus movimientos, pero estaba un tanto adolorida que me era imposible; sin embargo, él no parecía inmutarse. Su miembro palpitaba dentro mío y yo, como reacción, lo apreté con mis paredes vaginales. Gruñido salió de su garganta y volvió a la carga. Ah, así que te gustó, ¿eh? Tenía la lengua fuera y con los ojos en blanco, ya importándome poco si me iba a dar algo. Este hombre era un puto demonio en el sexo.
¿Será él? ¿Será Satanás? No obtuve respuesta, porque se corrió tan fuerte dentro de mí que yo también lo tuve. ¡Dios, que orgasmo más grande! Era tan caliente su semen y parecía que no terminaba. Me da que este hombre no ha tenido sexo en mucho tiempo. Casi mi máscara se levantó debido a los duros movimientos de él. Nuestras miradas se volvían a encontrar, jadeando cómo perros después de hacer ejercicio.
—Ha sido… increíble —confesé asombrada. Repito: era un demonio.
—Deberíamos a volver a repetirlo, ¿no le parece? —Oh, era una forma de decirme que deseaba volver a ver. Un brillo se apoderó en mis ojos con ilusión.
—¿Le volveré a ver el viernes que viene?
—¿Solo está ese día de la semana? —preguntó con un toque de desilusión.
—Me temo que sí, cariño. Soy muy carera para los hombres. —Al decir eso, me tomó de las caderas para apegarme a él.
—Entonces la volveré a ver el viernes que viene; aunque si la reconozco por la calle —paró un segundo. Se acercó a mi rostro para lamer mis labios dejándome extasiada—, no dudaré en llevarla a un callejón.
Oh, por los cuernos de Satanás, que el diablo lo haya escuchado y que ese deseo se haga realidad.
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