Amantes nocturnos
Los dos jóvenes entran tropezando en el baño de la discoteca, ella echa un vistazo rápido y al ver que no hay nadie más conduce al chico a uno de los reservados. Allí siguen besándose, quitándose la ropa torpe y apresuradamente, mientras se escucha el sonido amortiguado de la música.
El joven sonríe mientras la chica recorre su cuello con la lengua y va bajando poco a poco. A veces le resulta tan fácil con las humanas que es casi insultante, es uno de los muchos dones que adquirió al convertirse en vampiro. Muchas veces se ha preguntado por qué será, seguramente esa atracción que sienten hacia los suyos sea para facilitarles la caza y que su presa no huya despavorida, quien sabe.
Antes de atacar se toma un momento para observar a la chica. Su pelo corto teñido de rubio platino hace que resalten más esos ojazos verdes, que le miran con picardía. Podría pasarse horas contemplándolos. La verdad es que es una chica realmente hermosa, es una pena que todo tenga que acabar en un sangriento final, pero así es la vida, o la no vida en su caso.
Después de disfrutar de sus caricias toma la cara de la chica entre las manos y la besa con dulzura en los labios, sigue besándole la mejilla hasta la oreja y lentamente baja hasta su cuello. Ha realizado tantas veces esa operación a lo largo de los siglos que ya le resulta frustrantemente mecánico, pero a pesar de todo es de lo más efectivo.
Primero le da un beso suavemente en el cuello, después la muerde con dulzura con sus incisivos haciendo que suelte un suave gemido, acto seguido abre la boca clavando sus pronunciados caninos y empieza a saborear el néctar rojizo que sale de su carótida.
Pero algo no va bien, su sangre sabe raro. No es el sabor al que está acostumbrado. Es un sabor más fuerte, más penetrante, como el de un vino añejo y no como el de un zumo de frutas, que sería el de la sangre humana normal.
Él deja de chupar sorprendido y ella le aparta de un empujón, reculando hasta que la espalda le toca con la puerta del reservado.
Los dos se miran con los ojos como platos. Mientras, un pequeño reguero de sangre cae por el cuello de la chica antes de que esta lo detenga con su pulgar, después mira su propia sangre en el dedo y se lo acerca a la boca para lamérselo sonriéndole, dejando entrever unos caninos blancos, finos y puntiagudos, tan perfectos como sus dos ojos verdes.
Después se lanzan uno sobre el otro para lamerse, besarse y morderse, esta vez con pasión real y propia de los de su especie.
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