Capítulo XVII. Segundo Paso; Despedida

—No... no puede ser...

Mientras Gina ladeaba la cabeza una y otra vez presa del miedo, su tío sonreía satisfecho de volver a verla y por el efecto que aún tenía sobre ella. Era aún más bella de lo que recordaba. La última vez que la vio fue hace años, cuando recibió la carta de admisión a esa academia. Maldecía el día que la dejó marcharse. Ahora no la dejaría escapar.

—He venido para llevarte a casa, mi amor —dijo él extendiendo las manos con los brazos estirados hacia delante mientras empezaba a avanzar hacia ella.

Gina no se lo pensó dos veces a la hora de salir corriendo lejos de él, tirando sus cosas al suelo. Esa reacción hizo que Juan gruñera molesto, pero enseguida volvió a sonreír con diversión. Jugaría un rato con su amada sobrina antes de llevársela consigo y así pondría a prueba sus nuevos dones.

—Corre cuanto quieras... vendrás conmigo al final.


* * *


—Ángela... Ángela...

Una voz sumamente conocida y querida hizo que abriera los ojos, irritados de tanto llorar. En ese momento notó el tacto de unos dedos acariciando su cabeza con suavidad y ternura.

Ángela recordaba haberse quedado dormida en su cama, el único mueble que quedaba entero en su habitación ahora destrozada por ella misma. Tras hacerlo y llorar a lágrima viva de dolor y furia finalmente se entregó a los brazos de Morfeo, y a los de Dorian. Hasta ese momento.

Esa voz... esa mano suave... No había duda. Era ella; su madre.

Pudo confirmar que era ella al voltearse y quedar tumbada bocarriba con la cabeza ahora apoyada sobre el regazo de su madre, quien la miraba con su maravillosa sonrisa cálida.

—Hola, mi ángel.

—Madre...

Ambas no dudaron en fundirse en un abrazo lleno de amor y dolor a partes iguales. Ángela no tardo en echarse a llorar sobre el hombro de su madre mientras está frotaba su espalda intentando consolarla. Ya fuera una vampira o humana, mortal o inmortal, el dolor era el mismo tras la pérdida de un ser querido.

A Angelina le dolía ver a su hija así, pero sabía que saldría de esa congoja con el tiempo.

—Madre, por favor... —suplicó Ángela entre lágrimas—. Dime que no es verdad. —se apartó para mirarla a los ojos—. Dime que aún estás viva en alguna parte. ¡Por favor, dímelo!

—Ojalá pudiera, pero no puedo mentirte, mi ángel. —dijo Angelina, triste pero sincera—. Ya no estoy entre los vivos.

Al escuchar aquello Ángela volvió a llorar de dolor y rabia, aferrándose con fuerza a su madre para que no se marchará nunca de su lado. Sabía que cuando abriera los ojos de ese sueño no volvería a verla. Sintió como su madre la acunaba entre sus brazos, consolándola como muchas otras veces en el pasado.

—Por favor... no te vayas. Te necesito a mi lado. Ahora más que nunca.

—Siempre estaré contigo, mi ángel. Nunca dudes de ello. Aunque no me veas.

—Yo siempre podré verte, aunque otros me tomen por loca.

Ángela pudo sentir como su madre se reía por sus palabras, aliviada de que poco a poco recuperará su fortaleza. Entonces, ella apartó a su hija para mirarla cara a cara, acunando su rostro entre las manos.

—No tengo mucho tiempo, y tú debes hacer algo muy importante.

—¿Qué puede ser más importante que tú, madre?

—Tú sabes la respuesta a eso.

De repente, Ángela tuvo un flash de la imagen de Gina con su hermosa sonrisa, y sintió un escalofrío que ya sintió antaño. Miró a su madre y está asintió, confirmando sus peores temores.

—Debes despertar ya, Ángela. El enemigo está cerca y consigue terreno a cada minuto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ángela confundida—. ¿De qué hablas?

—Abre los ojos, Ángela —ordenó su madre—. ¡Abre los ojos!


Cuando Ángela abrió los ojos se encontró en su habitación, tumbada de lado en su cama, el único mueble que quedaba entero. Miró a su alrededor alarmada, viendo que estaba sola. Al incorporarse sobre sus manos su vista dio vueltas, mareándola a tal punto que pudo desmayarse. Ella cerró los ojos con fuerza, intentando calmar su vista frotándose con los dedos índice y pulgar. Poco a poco su vista se aclaró y lo vio todo con más claridad.

Sentía su cuerpo débil, sin fuerzas, como sí se la hubieran quitado del cuerpo. ¿Cómo era posible? Entonces sintió un leve escozor en el cuello, en la curva entre el cuello y el hombro. Extrañada se tocó esa zona y notó una herida abierta que sangraba.

No puede ser, pensó ella al ver sus dedos manchados de sangre. Alguien la había mordido. Al oler los restos de sangre pudo sentir el olor de Dorian. Él la había mordido y bebido su sangre.

¿Cómo pudo hacerlo ahora con la muerte de su madre? ¿Por qué la dejó tan débil?

Le pediría explicaciones en cuanto lo viera, pero ahora debía coger fuerzas como fuera. Su el sueño con su madre era real, el enemigo estaba cerca y no debía estar débil en ningún momento.

"Ángela..."

La dulce voz de Gina sonó en su cuerpo, como sí estuviera en su interior. Era por el vínculo que compartían por sangre. Quedó petrificada al notar en dicha voz que había miedo y temor. Algo le pasaba a Gina. Algo terrible.

"Ángela, ayuda... ¡Ayúdame!"

Ángela pudo sentir un miedo atroz en Gina que la hacía huir desesperada. La sentía huyendo de algo... o de alguien. Pero ¿de quién? Iba a buscarla, protegerla y eliminar cualquier amenaza contra ella. Pero para ello necesitaba alimentarse como fuera.

—Jon —llamó ella— ¡Jon!

El mayordomo apareció por la puerta de su habitación en el acto.

—¿Sí, mi señora?

—Trae bolsas de sangre. ¡Deprisa! Todas las que haya.

Jon hizo una reverencia y se retiró a traer lo mandado. Segundos después la puerta volvió abrirse, pero no era Jon. Eran Lizzy y Dorian que habían escuchado los gritos de la vampira.

Ángela al ver a su hermano lo miró fijamente con enfado, pidiendo explicaciones.

—¿Qué ocurre, Ángela? —preguntó Lizzy, acercándose hasta sentarse en la cama a su lado—. ¿No te encuentras bien?

—Estoy bien —dijo ella sin apartar la mirada de Dorian—. Aunque algo... cansada.

—Ya lo veo. Estás muy pálida —Lizzy le tocó la frente con el dorso de la mano—. ¿No te has alimentado aún?

—Estoy en ello.

—Deberías descansar —sugirió Dorian—. Ha sido un duro golpe la muerte de madre.

—¿Tanto que has tenido que dejarme casi seca, hermano?

La acusación de Ángela dejó mudos a ambos vampiros, que se miraron mutuamente antes de volver a mirar a la morena. Lizzy sonrió con el objetivo de bajar la tensión de su amiga.

—Ángela, no te pongas así. Sí Dorian se ha alimentado de ti, pues...

—Él ya no tiene derecho a hacerlo cuando quiera.

Ángela se puso en pie a pesar de sus pocas fuerzas y encaro a su hermano, que la miró humillado.

—Soy tu hermano y prometido.

—Ya no. Lo hablamos y estuviste de acuerdo con romper ese compromiso.

A Dorian no le gustó como le hablaba Ángela y no dudó en agarrar sus manos y apresarla contra la pared con las manos en alto, mirándola con furia y ella con sorpresa, luego con firmeza. Lizzy actuó de inmediato e intentó mediar.

—¡Dorian! Suéltala por favor. Está débil.

—Suéltame, Dorian —ordenó Ángela directa y firme.

Dorian la siguió mirando con furia y humillación hacia ella. Quería castigarla por hablarle así y negarle lo que era suyo por derecho. ¿Suyo por derecho? ¿Desde cuanto pensaba así? Sus dudas hicieron que se apartará de Ángela, la soltara y retrocediera tambaleándose, confuso y dubitativo.

—¿Dorian?

La voz de Ángela la oyó lejana. Su cabeza le dolía más y más, como si fuera a estallar. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué actuaba así contra su hermana, la persona que más quería a pesar de que ella ya no le amará como antaño?

—Ángela, creo que Dorian no se encuentra muy bien. Le llevaré a su habitación para que descanse.

Ángela estaba preocupada por su hermano, pero ahora no podía ocuparse de él. Debía alimentarse y buscar a Gina. Confió a su hermano a Lizzy con total tranquilidad. Confiaba en ella.

—Te lo encargo. Por favor, cuida de él.

Lizzy asintió y ayudó a Dorian a ir a su habitación. Cuando salió por la puerta Jon llegaba con las bolsas de sangre. Mientras ayudaba a Dorian, Lizzy gruñó en voz baja, frustrada por la estupidez de su padre que poseía el cuerpo de Dorian.

Al beber de Ángela había fortalecido la voluntad de Dorian y hay que intentara recuperar el control de su mente y cuerpo. Debía evitar que volviera a hacer tonterías impulsivas.

—Eres idiota, padre —murmuró Karmila a través de Lizzy—. Te has precipitado.

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