Capítulo XV. Temor y Desesperación

Los celos se nutren de dudas y la verdad los deshace o los colma.

François de La Rochefoucauld.


Un mes después...

Tras las vacaciones de Navidad, la nieve blanca dio paso a las lluvias intensas y copiosas. Eso sumado al comienzo de las clases y poco a poco a la acumulación de deberes y trabajo por entregar antes de los exámenes trimestrales, hacía que los estudiantes estuvieran quejicosos y desanimados, o al menos la mayoría.

Los más estudiosos les apasionaba estudiar todo aquello que caía a sus manos, y Gina era uno de ellos. O al menos solía serlo. Pero este trimestre no. Y por muchos motivos.

Aquella mañana amaneció lluviosa como las anteriores ese último mes. Gina iba de camino a la primera clase del día con los libros de Ciencia e Historia apretados contra el pecho con los dos brazos abrazándolos, la mirada perdida y pensativa. Llevaba desde el comienzo de las clases así.

—¡Eh, Gina Lara!

Ella dio un brinco al escuchar su nombre. Al alzar la cabeza se encontró de frente con un grupo numeroso de estudiantes que la miraban entre burlones y divertidos. Ella tragó saliva.

—Oh... buenos días.

—¿Hoy tampoco te acompaña Ángela? —preguntó una chica que no dudo en posar la mano sobre su hombro, como si de buenas amigas se tratasen—. ¿Qué pasa? ¿Está demasiado ocupada para estar a tu lado de buena mañana?

Otra vez lo mismo, pensó Gina con cansancio. Esas era unas de las muchas preguntas que le hacían desde que Ángela hizo público a través de los suyos su relación con ella, y desde entonces muchos estudiantes que admiraban a Ángela Martínez desde lejos se le acercaban para hacerle todo tipo de preguntas, algunas más escandalosas que otras. Algunos dudaban de que ella realmente estuviera con Ángela ya que desde que acabaron las vacaciones se las veía juntas, y de ahí esas preguntas malintencionadas.

A Gina nunca le gustó llamar la atención, y menos ahora. Le halagaba que Ángela hubiese querido dejar claro que estaba con ella y con nadie más, pero el resultado no era de su agrado. No la dejaban en paz nunca, y por ello no podía disfrutar de las clases como le gustaría.

—No. No ha podido. Está ocupada. —respondió ella sin mirar a nadie en concreto. Intentó abrirse paso, pero uno le bloqueó el paso. Se puso más nerviosa—. Dejarme pasar, por favor.

—¿O qué? —encaró este, provocativo—. ¿Irás llorando a su querida Ángela para que te proteja?

Algunos se rieron burlones y Gina miró de un lado sintiéndose atrapada. No debía dejar que se burlasen así de ella, pero nunca había sido valiente para estas cosas. Por ello siempre evitar llamar la atención, pero esta vez no podría hacerlo; era el precio de salir con alguien tan popular.

—Por favor, no quiero problemas...

—¡¿Qué?! —exclamó el chico delante de ella en voz alta—. ¿Has dicho algo? ¡Habla claro!

—No quiero problemas —repitió ella alzando más la voz.

—Pues no deberías haberte acercado a la Reina Carmesí, para empezar.

De repente alguien la empujó con fuerza haciéndola caer al suelo, desperdigando los libros que acabaron pisoteados por algunos adrede. Gina se quejó del golpe en la cadera y tembló postrada en el suelo, asustada por lo que iban a hacerle.

—¡Eh! ¡Dejadla en paz!

Gina vio como los gemelos Sebastián y Eduardo la rodeaban para protegerla de esos abusones, y estuvo aún más sorprendida cuando vio a su lado a Sarah, protegiéndola también.

—Sarah...

—Tranquila, estamos contigo. —dijo la chica ayudándola a ponerse en pie y recogiendo sus libros.

Gina no supo que decir ante eso. Le dolió un poco que no la mirara a la cara, pero no era el momento ni el lugar para hablar de ello. Inquieta miró a su alrededor, viendo que estaban rodeado de estudiantes que claramente buscaban pelea, y sus amigos no pensaban permitirlo.

—¡Largo de aquí! —exclamó el antes, claramente el líder—. ¡Esto no es asunto vuestro!

—¡Corta el rollo! —dijo Sebastián petando los dedos entre las manos—. Te has metido con nuestra amiga a la vista de todos.

—Solo queremos que nos confirme si realmente es la amante de Ángela, nada más. Algo que... la verdad, empiezo a dudar.

Todos los que estaban de su parte empezaron a reír de nuevo, pero las risas cesaron igual que aparecieron. El chico miró a sus lados y vio que sus amigos miraban algo asustados detrás de él. Cuando se dio la vuelta alguien lo agarro de la corbata del uniforme y lo alzó, dejándolo de puntillas en el suelo.

Gina se sorprendió de ver de nuevo a Jack, y esta vez no atacándola a ella, sino al revés.

—¿Acaso estás dudando de la palabra de la Reina Carmesí? ¿Huh?

El chico asustado como nunca ladeo la cabeza de un lado a otro, y eso le sirvió a Jack. Lo soltó asqueado y este al ser libre se marchó corriendo seguido de sus amigos. El resto no tardo en marcharse con la cabeza más y en silencio, dejando a al grupo de Gina y al de Jack solos.

—No se te puede dejar sola, eh —se quejó Jack con las manos metidas en los bolsillos del pantalón—. Debes ser más cuidadosa, y valiente también.

—¡Oye tú! —exclamó Eduardo al escucharle hablarle así a su amiga—. ¿Quién te crees que eres?

—Déjalo, Edu —la detuvo Gina. Este la miró—. Él tiene razón. —Paso de mirar a Edu a Jack—. Muchas gracias por ayudar.

Jack chasqueó la lengua y se dispuso a irse pasando por su lado. Sin que nadie salvo Gina le oyera, susurró:

—Ten mucho cuidado. Algunos acechan en las sombras.

Gina miró como el vampiro y su grupo se marchaba por los pasillos cubiertos exteriores. Le inquietaba la advertencia que le había dado, pero no le extraño. Cuando se dio la vuelta buscando a Sarah, vio que esta también se había marchado sin decir nada. Lamentó no haber podido hablar con ella, como antaño.

Sebastián y Eduardo no dudaron en acompañarla hasta su clase que por suerte estaba al lado de la suya. Aunque algo les decía que a partir de ahora nadie se atrevería a incordiarla de nuevo.

No muy lejos, Ángela observaba como Gina se marchaba con sus amigos, a salvo con ellos. A su lado pasaba Jack, quien se detuvo tras ella y le hizo una reverencia.

—Buen trabajo.

—Me alegra haberos complacido, mi señora.

—Sigue así y te perdonaré el agravio que le hiciste a Gina. De esta forma la compensarás.

—Entendido.

Con eso dicho, tanto Ángela como Jack se marcharon a sus respectivas clases.


* * *


Sarah entró corriendo al primer baño de chicas que se encontró en su huida. En el momento en que vio a ese chico supo quién era... lo que era en realidad. Lo había visto en otras ocasiones con Ángela o alguno de sus hermanos en la mansión.

Jadeando alterada y miraron de un lado a otro entró en el primer cubículo libre y cerró la puerta de un portazo y paso el pestillo, entonces retrocedió hasta chocar con la pared junto al retrete y deslizarse hasta quedar sentada en el suelo con las piernas encogidas y abrazándolas con los brazos, temblando de miedo.

No estaba asustada por los vampiros o por la propia Ángela. Temía de sí misma. De sus emociones. De sus sentimientos.

Desde la última vez que se enfrentó a Ángela por Gina y la vampira manifestó lo que se negaba a confesarse a sí misma ya no estaba nada segura de lo que sentía. Ya no sabía que estaba bien o que no. Ya no se veía capaz de distinguir que era amor y que lujuria.

Dudaba de sus sentimientos por Gina y por Ángela. Dudaba de todo.

Su mente era un remolino descontrolado de pensamientos encontrados, y eso hacía que sus emociones estuvieran en un caos tremendo, y al final acabo llorando encogida en ese lugar.

De repente alguien picó a la puerta con suavidad, aunque Sarah dio un brinco igualmente.

—¿Quién es? —preguntó aterrada, temiendo que fuera Ángela o James—. ¡Fuera! ¡Largo!

—No soy una amenaza para ti, Sarah Sánchez.

Al escucharla, Sarah frunció el ceño. La voz sonaba como la de una niña pequeña, pero hablaba con la madurez de alguien muy mayor. Eso la hizo desconfiar.

—¿Quién eres? —preguntó con dureza—. ¿Te envía Ángela a atormentarme?

—¿Por qué iba ella a hacer eso? —preguntó la chica desde el otro lado—. De eso ya te encargas tu solas con tus actos.

Sarah gruño entre dientes. Mal le pesase, tenía razón. Sus actos la habían llevado a esa situación. No había logrado nada de provecho. Quiso liberar a Gina del influjo de Ángela pensando que así la salvaba, pero en realidad se había movido por puro celos al no formar parte de su relación amorosa. Creía odiar a Ángela por llevarse a Gina de su lado, pero la cruda realidad era que ansiaba a Ángela tanto como a Gina. Las quería a las dos. Y ese deseo le daba mucho miedo.

—¿Por qué estás aquí entonces? —preguntó ella.

—Por tu grito de socorro, Sarah —dijo la chica con voz dulce y amable.

—¿Grito? Yo no he gritado nunca.

—Tal vez no físicamente, pero si espiritualmente. Yo percibo esas cosas.

—¿Por qué debería confiar en ti? No te conozco.

—Eso tiene fácil solución. Sal y deja que nos veamos cara a cara. Quiero ser tu amiga.

Sarah dudo, pero estaba desesperada por librarse de ese pesar que llevaba encima desde que llevó a la Academia Carmesí junto a Gina desde su tierra natal y conoció a Ángela Martínez. Quería que alguien la ayudará de verdad sin trucos truculentos; sin segundas intenciones.

En algún momento ella se puso en pie y abrió la puerta de cubículo. Ante ella vio a una hermosa niña vestida con el uniforme de la academia, sonriéndole de oreja a oreja. Al verla Sarah la reconoció y abrió los ojos al máximo, sorprendida de ver quién era.

—Tu eres...

—Encantada de conocerte, Sarah Sánchez. Soy Elizabeth Concordinus. Pero... tú puedes llamarme Lisa.

En el momento en que Sarah miró fijamente a Lisa a los ojos, supo que estaba perdida.

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