Capítulo VIII. Solo Para Mí
Ángela pudo ver que Gina no entendía lo que intentaba decirle, eso le hizo gracia, la verdad. Sin dejar de agarrarla, la giró y la hizo retroceder hasta tenerla contra la pared, sorprendiéndola con ese acto repentino. Totalmente confundida, Gina la miró, algo nerviosa.
—¿A-Ángela?
—Hay muchas cosas que adoro de ti, que amo con locura... pero también sé que hay una parte de ti que me ocultas por temor a que no me guste. ¿Me equivocó?
Al escuchar aquello, Gina se puso roja como un tomate, y dicho rubor subió hasta sus orejas y bajo hasta su pecho. No tuvo evitar apartar la mirada de lo avergonzada que estaba, e incluso tuvo deseos de salir corriendo. Ángela estaba en lo cierto; Gina deseaba tener a Ángela para sí sola, y que ella se centrara solamente en ella y en nadie más. Ese era su deseo más oscuro y egoísta. Pero no lo expresaba en voz alta porque no quería ser egoísta. Ella no era así, o al menos no quería serlo.
Ángela la miró en silencio esperando alguna respuesta, pero esta no llegaba. Entendió que Gina no pensaba confesarle algo tan impropio de ella, así que no dudó en seguir insistiendo.
—Gina, deja de contenerte.
Al mismo tiempo Ángela rodeó a Gina con los brazos, abrazándola con fuerza contra la pared, sin dejar espacio entre ellas. Ese acto dejó muda a Gina, quien no pudo contener las lágrimas.
—Desde que te conozco he sido la más pura de las egoístas con tal de tenerte para mí, para que fueras mía. Y ahora que te tengo, ese deseo se ha hecho más fuerte, y debido a ello ya no quiero compartirte con nadie, ni siquiera con mi hermano Dorian. Ya no.
Al escuchar aquello último Gina se sorprendió enormemente. No esperaba que Ángela dejara de querer compartirla con Dorian, pero una parte muy remota en su interior se alegró de oírlo. En algún momento, ella corresponde al abrazo de Ángela rodeando su espalda con ambos brazos.
—Ángela...
—Si yo soy egoísta, tú puedes serlo también, Gina. Por favor, no te contengas más.
Gina lloró con más intensidad, llena de amor y felicidad. Ambas se abrazaron con fuerza unos instantes más, hasta que Ángela se apartó un poco para mirarla a los ojos y acariciar su rostro antes de besarla con pasión, siendo correspondida por su amada.
El beso poco a poco se fue volviendo más apasionado e intenso. Los gemidos de Gina se oían por todo el pasillo y cualquiera que pasara por allí las vería. A Ángela no le importaba, pero no quería avergonzar de esa forma a Gina, por eso, y con mucha fuerza de voluntad, se apartó jadeante de los labios de Gina, quien la miró con los ojos empachados y con los labios hinchados.
—Vamos a la habitación.
Por suerte la habitación estaba a pocos pasos, y al momento de entrar y cerrar la puerta, Gina se lanzó sobre Ángela para devorar su boca mientras la abrazaba por el cuello, sorprendiéndola.
Y eso no fue todo.
Sin dejar de besarla, Gina la hizo retroceder hasta tropezar con la cama y caer las dos en ella. Ángela estuvo tumbada en la cama con Gina sobre ella sin dejar de besarla y abrazarla.
—Quédate conmigo, por favor... —suplicó Gina entre besos—. Te quiero solo para mí. No quiero que nadie más te toque. No quiero... estar con nadie más que contigo... ¡Por favor...!
Al oír eso, Ángela no dudó en sonreír con triunfo por su éxito. Por ello beso a Gina mientras se volteaba hasta quedar encima de ella apartando sus brazos y sujetándolos contra la cama por encima de sus cabezas.
—Tus deseos son órdenes para mí, mi amor.
* * *
—Maldita mocosa... Debí matarla cuando tuve ocasión.
—Por favor, no se altere.
Lisa miró mosqueada a Nathan, quien estaba de pie a un lado de la butaca donde estaba sentada.
—Cierra el pico, Nathan —gruñó ella ignorándolo de nuevo—. Nunca hubiera imaginado que una simple humana asustadiza como ella pudiera hacerme sombra. Me da asco. Pero... —su rostro enfadado cambio a uno pensativo y calculador—, es también interesante. —Ella se puso en pie y paseo por la habitación bajo la atenta mirada de su siervo—. La Reina Carmesí está volviendo a ser la que era antes de aquella noche... y todo por esa humana.
—¿Qué tiene pensado hacer? —preguntó Nathan, estoico, pero por dentro inquieto.
—Nada, por ahora —respondió ella sin mirarlo—. Solo las observaré y seguiré actuando con ese molesto disfraz.
Nathan se sintió aliviado por esa información.
—Tengo el presentimiento de que muy pronto pasarán cosas interesantes. Debo estar preparada si eso es así. —Ella se volvió hacia Nathan—. Tú tampoco pierdas detalles de lo que hagan, Nathan. Que Ángela no sospeche nada, que solo crea que estás alerta por mi seguridad.
—Entendido —acató él haciendo una reverencia caballeresca—. Haré lo que ordenas.
—Bien —dijo Lisa conforme—. Puedes retirarte.
Nathan se esfumo, aunque no quiso hacerlo. Cuando estuvo a solas, Lisa se acercó a la ventana por el cual pudo observar la luna llena, que esta noche brillaba más que nunca.
—No pienso dejar que la tenga una simple humana —susurró ella para sí, con sus ojos volviéndose rojos—. La única con derecho a tener a la Reina Carmesí, la futura Reina de los vampiros... soy yo. —Plantó la palma de la mano contra el cristal, y haciendo presión con los dedos dicho cristal se resquebrajo—. Ella es la única que las puede ver. Solo ella.
Ella no supo que Nathan no se había retirado aún y la escucho en silencio antes de finalmente retirarse. O al menos él creyó que ella no había notado su presencia, pero en realidad sí que lo hizo. Cuando noto que él se marchó por fin, se rio una vez, divertida.
Luego miró su vestimenta, elegante pero muy clásica y anticuada para la época que ahora vivían. —Tendré que cambiar mi vestuario para no llamar la atención, aunque las ropas de ahora sean tan vulgares y poco elegantes. —se quejó ella, luego suspiró—. Lo que una tiene que aguantar.
* * *
En la oscuridad, Sarah estaba sentada sobre la cama de su antigua habitación compartida, envuelta entera por la colcha, temblando de miedo.
«Solo te lo diré una vez, Sarah Sánchez: Mantente alejada de Gina. Deja de hacerle daño... o haré algo peor que matarte. Te daré lo único que puedes recibir de Gina; lo que ella siente cuando la toco en la intimidad. ¿Entiendes eso? Para mí sería terriblemente doloroso saber lo que siente la persona que amo cuando la toca otra persona que no sea yo. El placer que siente en su cuerpo cuando llega al éxtasis en los brazos de la persona que más odio. ¿Tú no?».
Las directas y escalofriantes palabras de Ángela seguían resonando en sus oídos incluso horas después de que se marchara y la dejara sola en la habitación. Sarah no quería creerla, pero algo en cómo lo dijo y en cómo la miró hizo mella en ella a tal punto que ahora se veía incapaz de salir de debajo de la colcha, temerosa de que la vampira, por el simple hecho de que se moviera, apareciera de la nada y cumpliera su amenaza.
Sarah se odiaba en ese momento al verse tan asustada por el monstruo que había seducido vilmente a Gina, pero no sabía cómo enfrentarlo. Estaba perdida dentro de ese pozo de miedo.
—Maldita seas...
—Parece que necesitas de nuevo mi ayuda, ¿no crees?
Sarah dio un respingo al oír otra voz aparte de la suya, después se sorprendió cuando la reconoció. Asomándose por los bordes de la colcha, pudo ver para su asombro que en efecto se trataba de él; James Martínez, el hermano menor de Ángela... y su amante hasta hacia pocas horas.
—¿Me echabas de menor, amor? —preguntó él con su maliciosa y perversa sonrisa.
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