Capítulo VII. Ser Egoísta

Todo quedo en silencio. Cuando Lisa se apartó vio que Gina estaba petrificada de asombro.

—Vaya, lo siento mucho —se disculpó la niña, claramente culpable—. Puede que me haya pasado.

Gina volvió en sí y se ruborizó por el inocente beso que Lisa le dio. Ninguna de las dos se había percatado aún de la presencia de Ángela, quien lo veía todo desde la puerta, en silencio.

—No... no te preocupes —dijo Gina, mirando a otro lado con el dorso de la mano sobre sus labios—. Me has sorprendido, sí.

—No esperabas algo así por mi parte, ¿verdad? Lo entiendo. Seguro que aún estás sorprendida de que sea una vampira con el aspecto inocente que tengo.

—Pues... ahora que lo dices, sí —admitió Gina con cierta curiosidad—. ¿Siempre has tenido este aspecto?

—Sí, así tal y como me ves. Por siempre jamás. —dijo Lisa, dando una vuelta sobre su eje. Gina se mostró enormemente sorprendido. ¿Eternamente joven con el aspecto de una niña? ¿Cómo sería existir así?—. Y no solo porque a algunos nos quedemos congelados en determinada edad, sino por una enfermedad que he heredado.

Gina recordó que Ángela le había contado que Lisa sufría una enfermedad que ha obligaba a no moverse demasiado y a no estar nunca bajo el sol, pero que ahora estaba mejor gracias a su estancia en las montañas y el tratamiento recibido recientemente.

—¿Qué tipo de enfermedad es? —preguntó Gina de golpe, entonces se dio cuenta de su grosería—. Perdona, no es asunto mío.

—No te preocupes. No es ningún secreto —tranquilizó Lisa, que se sentó en su butaca delante de Gina—. Algunos vampiros, por desgracia, nacen con alguna debilidad casi incurable. Yo nací con un cuerpo débil, por ello acabé quedándome congelada a esta edad tan joven. —Lisa vio la tristeza reflejada en la cara de Gina—. Pero no me importa. Me gusta ser así. Me hace como soy. Y lo mejor es que ahora ya estoy curada, ya no estoy tan débil y puedo moverme con normalidad y estar bajo el sol de la academia sin problema.

—Me alegra mucho oír eso, Lisa.

A Lisa le sorprendió ver que a la humana realmente le alegraba su buena salud. Pocas veces tuvo ocasión de ver a su humano tan simpatizante de los vampiros. Y al ver fijamente ese rostro radiante y sonriente, la vampira sintió un poco de sed.

—Realmente... te ves deliciosa ahora —murmuró Lisa, disimulando su sed con un dedo en los labios.

—¿Eh?

—Lisa, por favor... evita esos comentarios ¿quieres?

Escuchar a Ángela tan de repente sorprendió a ambas, aunque Lisa ya había sentido su presencia antes, justo antes de besar a Gina intencionadamente. Estaba claro que Ángela no se veía ofendida. Tal vez debería haber ido más lejos, pero habría sido demasiado extraño por su parte.

—¡Ángela! —Gina se puso en pie y se reunió con Ángela para abrazarla.

—Siento haber tardado, Gina.

Gina no le dio importancia, y antes de poder reaccionar la vampira le dio un beso apasionado delante de Lisa, quien disimulo lo mal que le sentó aquello. Ahora vio que el beso de ante sí que le sentó mal, o simplemente estaba marcando territorio.

Cuando dejo de besarla, Ángela se giró hacia Lisa.

—Intenta no soltar esos comentarios, amiga mía.

—Que cruel eres —se quejó Lisa con pucheros, disimulando enojo—. Se de sobra que ese tipo de comentarios son un tabú aquí, pero estoy en tu casa y con Gina, no hay problema, ¿no?

—Aun así, vigila. —insistió Ángela.

Lisa infló sus mejillas, enojada, como la niña que era. —¿Y bien? ¿Ya está ese asunto resuelto? —preguntó ella, cambiando de tema.

—Lo está.

En ese momento Lisa pudo notar que Ángela se guardaba algo relacionado con ese asunto. Sonrió disimuladamente, ya que para gracia suya pudo ver que Gina también lo había notado, pero ninguna de las dos dijo nada.

Durante la siguiente hora y media, las tres estuvieron en el salón principal contando historias pasadas. A Gina le gustaba escuchar viejas aventuras de Ángela por parte de esta o de Lisa, quien conocía casi todas, de esa forma la conocía un poco más que antes. A Ángela le gusto ver a Gina contenta y feliz, sin rastro de lo que había pasado antes con Sarah, y todo gracias a Lisa.

—Tendréis que disculparme —dijo Lisa de repente, poniéndose en pie—. Me gustaría retirarme a descansar un poco.

—¿De verdad? —preguntó Gina desolada—. ¿No puedes quedarte un poco más? Me gustaría escuchar más historias.

Lisa sonrió. —Y yo te las contaré todas, descuida. Pero en otro momento, ¿sí?

Gina no quiso se descortés y dejo de insistir.

—Vale, hecho —aceptó Gina—. Que descanses.

—No dudes en pedirle a Jon lo que necesites —le dijo Ángela.

Lisa asintió conforme y se retiró, dejándolas solas. Al poco ambas también se marcharon del salón para ir a la habitación de Ángela, que ya era oficialmente la habitación de ambas.

—Espero que Lisa no te haya agobiado con tanta historia —comentó Ángela mientras iban por el pasillo.

—En absoluto. ¡Todo lo contrario! ¡Me ha encantado! —Gina sonaba gratamente feliz—. ¡Lisa es maravillosa! Cuesta creer que sea una vampiresa.

—Pues lo es. Lisa no lo admite abiertamente, pero se siente orgullosa de ser vampira. Aunque su estado de salud la haya mantenido aislada del mundo hasta ahora.

Gina la escuchó y más o menos lo entendió.

Poco a poco Gina iba conociendo el mundo de Ángela; el de los vampiros.

Las dos pasearon por el pasillo de camino a la habitación, contemplando los cuadros que veían al pasar. Ninguna de las dos decía nada. Estaban cómodas en ese silencio tranquilo y sereno. De repente, Gina se agarró al brazo de Ángela mientras se apoyaba en su hombro sin dejar de caminar. A Ángela le sorprendió ese gesto, pero no le desagrado. Todo lo contrario.

—¿Estás bien? ¿Estás cansada?

—No. —Gina se frotó la mejilla contra el brazo de Ángela—. Pero me gusta estar así.

A Ángela también le gustaba tenerla así de pegada a su lado, entrelazando sus manos. Pero entonces recordó lo que había pasado con Dorian antes, y se sintió despreciable.

—¿No vas a preguntarme por mi ausencia? —preguntó de golpe, seria—. ¿Por el motivo?

Gina se apartó y la miró con el ceño fruncido, extrañada. —¿Por qué debería? Confío en ti.

La sinceridad de aquellas palabras y de la mirada de su amada fue como un puñal al pecho para Ángela. No era justo ocultarle nada a Gina, aunque aquello costará su relación.

Ángela se detuvo, en medio del pasillo apenas iluminado por un par de luces a pocos metros de distancia. Gina también se detuvo y la miró a la cara.

—Gina, —empezó Ángela, dubitativa y cabizbaja, entonces alzó la cabeza y la miró directa a los ojos—. He estado con Dorian. Desde el mediodía hasta la noche, justo antes de reunirme con vosotras en el salón. Y no hemos estado charlando precisamente.

Ángela se detuvo y bajo la mirada, dejando que Gina digiriera todo lo confesado. Espero a los gritos, los lloros, las suplicas... pero no oyó nada. Confundida alzó la mirada y vio que Gina la miraba sorprendida, pero en absoluto asqueada, traicionada o dolida. Solo sorprendida.

Aquello desconcertó a Ángela. Temía que aquella expresión fuera un presagio de algo malo.

—¿No me vas a decir nada? ¿No te molesta? —preguntó la vampira—. Sé que aceptaste tener una relación abierta junto a Dorian por mí, pero... las cosas han cambiado. Sabes por qué, ¿verdad?

Gina no dijo nada. Solo asintió.

Entendía muy bien lo que Ángela intentaba decir. Ahora ambas estaban vinculadas. Una podía sentir lo que la otra sentía o pensaba. No había barreras entre ellas. Por eso Gina podía entender que Ángela estuviera rencorosa con Sarah y con sus intentos de intentar separarlas. Y no era lo único.

Ahora, con el vínculo, el deseo de una por la otra era más fuerte. Y dicho deseo hacía que una deseará ser exclusiva para la otra. La relación compartida con Dorian ya no tenía sentido si Gina ahora deseaba tener a Ángela solamente para ella, y lo mismo sentía Ángela por Gina.

Por ello Gina podía entender que Ángela se sintiera culpable por haber tenido sexo con Dorian, aunque en su momento no hubiera dudado en entregarse a él. Podía verlo como si estuviera en su mente y en su corazón. La entendía, y que se lo hubiera confesado abiertamente hacía que la amara aún más.

—Sí. Lo sé.

Ángela no soportó estar apartada de Gina, y sujetó su rostro con ambas manos, apoyando su frente contra la de ella.

—Lo siento mucho, de verdad. —se disculpó—. No quería hacerlo. Él solo quería tomar un poco de mi sangre, como hacíamos antaño. Entonces todo se descontrolo y...

—No tienes que darme explicaciones, Ángela —detuvo Gina, posando una mano sobre la de Ángela—. Ya te lo he dicho; confío en ti.

—Eres demasiado buena conmigo.

Gina sonrió. —¿Por qué fuiste a verle?

—Quería pedirle un favor. Uno que lo mantendrá alejado un tiempo de aquí.

—¿Marcharse? —preguntó Gina—. ¿A dónde?

—Eso no importa. Lo que importa es que acepto mi petición a cambio de acostarnos como antes hacíamos. —Ángela dejó de apoyar la frente en la de Gina y descendió hasta apoyar la cabeza en el pecho de Gina. Está la miró preocupada—. Juré no separarme de ti cuando tuviste esa misteriosa crisis por culpa de Sarah, pero aun así...

—Ángela...

De repente, Ángela dejó de coger su rostro para agarrarla firmemente, pero sin demasiada fuerza por los brazos, haciéndola callar.

—Antes de reunirme con Dorian, el verdadero motivo por lo que marche de tu lado y deje a Lisa para que te cuidara fue porque... fui a encararme con Sarah. —confesó Ángela. Gina abrió los ojos por la sorpresa—. Quería respuestas a tu reacción a sus palabras. Quería saber el motivo de tu miedo a volver a casa. A qué le tienes tanto miedo. Le exigí respuestas, la amenacé, Gina... —alzó la cabeza y la miró a los ojos, unos ojos azules con leves destellos de rojo—. Hice todo eso porque soy egoísta. Enormemente egoísta cuando se trata de ti.

Gina la miró callada, sin saber qué decir o hacer. Veía que Ángela realmente se sentía mal por sus acciones. Y temió entender lo que Ángela intentaba decirle.

—Sé que tú no eres así, pero por favor... te lo suplico... sé egoísta conmigo.

Gina la miró petrificada de asombro. —¿Qué?

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