Capítulo I. Una Pesadilla y Un Reencuentro

Gina... Gina...

Al escuchar una voz que la llamaba a lo lejos, Gina intentó abrir los ojos, pero los sentía muy pesados al igual que todo su cuerpo. Sentía como si estuviera flotando en el agua, pero sin sentir que tuviera que aguantar el aire. Se sentía... relajada. No recordaba haberse sentido así nunca.

Poco a poco, los recueros de la noche anterior le vinieron a la mente, y se sintió como si estuviera en el cielo, y más cuando por fin pudo abrir sus ojos y ver, flotando hacia ella, a la mujer que amaba con todo su ser; Ángela Martínez.

Te amo, Gina. Te amo...

Gina vio como Ángela, igual de desnuda que ella en aquel lugar tan tranquilo y lleno de paz, se iba acercando con los brazos extendidos hacia ella, a punto de rodearla con sus brazos.

«Ángela...»

Gina quiso acortar más la distancia que aún las separadas y estiró la mano, pero de repente, algo, o alguien, la agarró fuertemente por detrás, alejándola velozmente de Ángela, quién fue incapaz de alcanzarla de lo rápido que se iban.

¡Gina!

«¡Ángela!»

Confusa, Gina intentó mirar detrás suyo, y lo que vio la dejó petrificada de terror.

«No puede ser...»

Mi amor, dijo el ser que la empezó a tocar por todo el cuerpo, serás mía...

«No quiero... ¡NOOO!»

Gina abrió los ojos de golpe, espantada y con el corazón disparado. Vio que estaba no en su habitación en los dormitorios de la academia, sino en la habitación de Ángela en su casa particular, tumbada de lado, algo adolorida en el cuello, y sintió algo seco en sus labios. Entonces lo recordó:

«Déjame estar siempre a tu lado, por favor. Conviérteme.

No voy a convertirte ahora, pero si darte la recompensa que te prometí antes. Puedes beber mi sangre, si quieres. Seremos una. Podré sentirte a todas horas.

Unidas. Para siempre.

Ya eres completamente mía, Gina Lara.

Y tú eres completamente mía también, Ángela Martínez».

Gina se tocó con los dedos la marca que tenía en el cuello y después sus labios, donde pudo notar el rastro de la sangre de Ángela que ella no dudo en tomar para quedar unida a su amor. Ese recuerdo tan íntimo y personal la hizo ruborizarse de vergüenza y alegría a partes iguales, haciendo que olvidara lo sufrido en aquella terrible pesadilla.

—¿Gina?

Junto a aquella maravillosa voz angelical notó que acariciaba levemente su piel sobre la ceja, apartando un mechón de su cabello rubio. Gina sonrió encantada con ese gesto tierno antes de girar la cabeza. Allí la tenía, sentada junto a ella en la cama, en la cabecera. La morena estaba con camisa negra abierta en par y sostén negro.

—Buenos días —saludó Ángela con una sonrisa radiante, con su melena negra algo alborotada—. ¿Has dormido bien? —Gina asintió algo cansada—. ¿Cómo te encuentras?

—No puedo... mover el cuerpo —acabó confesando Gina—. Nunca me ha pasado.

—Siempre hay una primera vez, mi amor. —Ángela acarició la melena larga y dorada que tanto le gustaba, y miró a Gina a los ojos—. ¿Seguro que solo es eso? He notado un instante de angustia en tu cuando has despertado.

Gina recordó lo que Ángela le dijo anoche, que cuando tomará su sangre sentiría todo de ella, sus emociones, ante todo. Entendió que a partir de ese momento no podría ocultarle nada.

—He tenido... una pesadilla horrible. Pero no te preocupes, ya está olvidada.

—¿Seguro? —preguntó Ángela aún preocupada—. Puedes contarme lo que sea, ¿recuerdas?

Gina asintió, pero no se vio capaz de contarle quién era el ser que en la pesadilla la alejaba de ella, reclamándola como su propiedad. No se sentía preparada aún para contar esa parte.

Al ver su cara Ángela supo que Gina aún se guardaba algo de su pasado para sí, pero no se lo tuvo en cuenta. Esperaría a que su amada estuviera preparada. Queriendo calmarla le dio un beso casto en los labios antes de ponerse en pie.

—Descansa todo lo que quieras. Lo necesitas.

Gina vio que Ángela estaba a medio vestir. Eso le indicó que se marchaba. —¿Y tú?

—Tengo que bajar al salón un momento. No tardaré en volver.

Al escuchar eso Gina se alzó y cubrió su pecho con la sabana. La miró preocupada.

—¿A ocurrido algo?

—Nada que deba preocuparte —aseguró Ángela, se volvió a acercar y acarició su cabeza—. Parece que Lisa llegó anoche. Tengo que ir a verla.

Esa noticia sorprendió a Gina. —Vaya, que rápido. ¿Esperabas que llegará tan pronto?

—En absoluto. Estaba... ocupada en otro asunto igual de importante para mí. —dijo con voz seductora y maliciosa. Gina se sonrojo de nuevo hasta las orejas. A Ángela le encantaba verla así—. Bajaré a saludarla y enseguida vuelvo contigo.

Gina quiso decirle que no tenía por qué apresurarse en volver, pero Ángela no le dio ocasión de decir nada al volver a besarla, esta vez con profundidad y ternura. Ese beso dejó a Gina de nuevo fuera de combate y se tumbó relajada en la cama mientras veía a Ángela salir por la puerta.

—Descansa bien. Enseguida vuelvo.

Gina se puso en posición fetal cuando Ángela la dejo sola. Se sentía intranquila cuando no tenía a la vampira a su lado, y más ahora que había tomado su sangre, vinculándose a ella. Tenía el presentimiento de que algo malo iba pasar, y la pesadilla que tuvo antes aumentaba ese temor.

En ese momento lamento no haberle contado a Ángela lo que había soñado antes.

—Por favor... Vuelve pronto. —rogó ella contra la almohada.

* * *

Ángela no tardó en llegar al salón donde pudo sentir la presencia de su querida amiga Lisa, quien la esperaba junto a su hermano mayor Dorian.

Durante el corto trayecto Ángela pudo sentir en su interior que Gina estaba intranquila, incluso algo asustada por algo que la vampira desconocía. Esa sensación la empujaba a volver a su habitación y consolarla como fuera, pero no podía dejar plantada a su amiga Lisa, y menos después de tanto tiempo sin verla y tras el largo y duro viaje que ella había hecho para venir.

Tomó aire para serenarse antes de abrir la puerta y entrar en el salón. Cuando abrió, vio que Dorian la recibía con una sonrisa, y entonces puso su atención la hermosa niña de pelo rubio rizado y ojos azules que a todas luces parecía una muñeca de porcelana. Cuando esta vio a Ángela, saltó del sillón y corrió a recibirla.

—¡Ángela, por fin te veo! —exclamó la niña al chocar con su cuerpo y abrazarla.

—Lisa. —saludó Ángela, correspondiendo a su abrazo—. Te echaba de menos...

Las dos amigas se abrazaron con fuerza durante un rato, bajo la atenta mirada de Dorian, quien estaba sentado cómodamente en el sillón, sonriendo contento por ambas. Unos minutos después, Lisa se separó para mirarla a su amiga Ángela a la cara.

—Siento haber venido justo anoche. Es que... tenía muchas ganas de verte.

—No pasa nada. —aseguró Ángela quitándole importancia a eso—. Mi casa... es tu casa.

Lisa sonrió de oreja a oreja y volvió a abrazarla, oliendo su aroma tan añorado. Ángela también la olió, pero por otro motivo. Lo que olio la alivió profundamente.

—Ya estás mejor, por lo que noto.

—Así es ¿No es increíble? —la pequeña se separó de nuevo y dio vuelta sobre los pies, a la vista de Ángela—. Varios años en las montañas, y como si mi condición hubiera sido un sueño.

Ángela sonrió contenta por su amiga. Nunca le gustó verla tan frágil y vulnerable, y menos alguien tan dulce y bueno como Lisa. Entonces se percató del joven y misterioso vampiro que vestía de azul oscuro con una máscara de Venecia negra, apoyado en la pared, aislado.

—¿Y él? —preguntó, curiosa—. ¿Es nuevo?

—Oh, es verdad. —se percató Lisa, descuidada—. No lo conoces aún. Él es Nathan. —el vampiro hizo una reverencia caballerosa ante Ángela. Ella le corresponde el saludo con una inclinación de cabeza—. Me ha demostrado total lealtad, por ello lo he traído conmigo. No te importa, ¿no?

—En absoluto —aseguro ella, entonces miró de arriba abajo al vampiro—. Lo de la máscara...

—Es un juego mío —respondió Lisa riendo con humor—. Pero ante los humanos se lo quita. —Ángela estuvo conforme con eso, entonces Lisa volvió a centrarse en ella—. ¿Y tú? ¿Tienes algo que contarme?

Ángela miró extrañada a su amiga, quien la miraba con una mirada picarona.

—¿Por qué lo preguntas?

—Oh vamos... No disimules conmigo. —dijo Lisa con humor, entonces miró a Dorian—. Anoche, cuando llegué, Dorian me insinuó que estabas muy ocupada para recibirle en su momento. Que estabas... durmiendo.

—¿Ah sí? —Ángela miró de reojo a su hermano, quien a su vez disimulo no saber nada.

—¿Y bien? —preguntó Lisa con insistencia—. ¿Me vas a contar o no?

Ángela conocía muy bien a Lisa, y sabía que no dejaría de insistir hasta saberlo. Así pues, se acercó a las butacas y animó a su amiga a sentarse con ella.

—Siéntate, por favor. Tenemos que ponernos al día, ¿no es así?

Ángela no quería dejar sola a Gina demasiado tiempo, pero pudo notar para su tranquilidad que Gina había vuelto a quedarse dormida. Dando por hecho que no volvería a su lado tan pronto como quería, le ordenó a Jon que le subiera el desayuno a Gina en unas horas.

Una vez hecho eso Ángela se centró en su amiga, quien le contaba maravillas de la montaña donde estuvo instalada para su recuperación. Escuchando, de repente, tuvo un escalofrío.

—¿Ángela? —preguntó Lisa al ver aquello—. ¿Ocurre algo?

—Tranquila, no es nada. —aseguró Ángela, disimulando una sonrisa.

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