REFLEXIONES Y LIMOSNAS
Este jersey pica, no entiendo por qué me lo he puesto. Sí, claro que lo sé. Fue una sugerencia de mi madre, por lo visto, es mejor dar pena que tener razón, su experiencia trabajando en un bufete de abogados como recepcionista durante cuarenta y cinco años siempre lo recomienda, a mí solo me ha provocado una urticaria.
Debo de dar tanta lástima sin necesidad de subterfugios adicionales, que el juez lo ha considerado excesivo y no se lo ha creído.
Tampoco el buen señor, precisaba de meditaciones en profundidad, no estamos al nivel de las películas conmovedoras de ardores ciegos enardecidos y traicionados, en donde un divorcio consigue llenar noventa minutos de cinta acompañada de su banda sonora, asesinatos pasionales, amantes despechados y cuentas corrientes cargadas de ceros. No, yo solo le he puesto una chispa de drama con tal de conseguir que me otorgara una pensión compensatoria por mendrugo, pero no he llegado a tocar la fibra al magistrado. Ha repartido salomónicamente el patrimonio a partes desiguales, ochenta para ella, cinco para mí y quince para el abogado y las costas de juicio. Abreviando, ella se queda todo lo que aportó, yo me quedo con lo que aporté —nada— y un donativo.
Según la justa determinación adoptada por el juez, un 5% de un buen montante, da como resultado una pequeña fortuna... basándonos en eso, le podría haber sugerido el intercambio entre su quince y mi cinco. Aunque, he preferido mostrarme digno y orgulloso; pura fachada, me atenazaba el miedo a acabar con un dos.
Tendría que comenzar a pasar de los consejos de mamá, no da una en cuanto a maridos y divorcios.
Lo primero que voy a hacer es entrar a tomarme un «algo», y con esa excusa, despojarme del jersey de lana sin cardar con las pulgas que parasitaban a la oveja antes de trasquilarla; hacerlo un fardo, depositarlo en la primera papelera que encuentre a mi derecha, y no le doy candela, por no volver de nuevo a los juzgados y quedarme sin el miserable 5% que me han concedido a modo de migajas para alimentar a los patos del parque.
Ahora que la picazón ya remite, me concentraré en la espiral que dibujo con parsimonia al remover el café, siempre en el mismo sentido; no conseguiré el efecto Coriolis por cambiarlo.
Y, ahora que el café se ha impuesto sobre la nata, resumamos la mañana...
¡Valiente estúpida!
¿Pues no se ha justificado diciendo que no la he hecho feliz? Que yo recuerde, no había ninguna cláusula en el contrato matrimonial que especificara «Garin, consiente hacer feliz a Vania todos los días de su vida».
Vale, admito que, de existir, tampoco la hubiera impugnado, cuando uno se casa se presupone que los cónyuges, mutuamente, obtendrán y regalarán felicidad. A mí, durante un breve espacio de tiempo, me aportó relativa dicha su dinero, su posición y sus modales... la rutina es el mal de esta sociedad, lo oxida todo.
«¡Menudo braguetazo!» Exclamaron algunos... otros no fueron ni la mitad de correctos.
Me duró la suerte tres años, cuatro meses, doce días, diez horas y treinta y seis minutos, sin contar este último año que hemos estado peleando por los bienes y tirándonos la caballería en cada reunión, discutiendo para que «...la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte».
Siguiendo, una vez más las recomendaciones maternas, he sacado a relucir mis cuernos consentidos, bruñéndolos para que tuvieran más brillo, y solo han servido para parecer más imbécil de lo que me he mostrado.
Me casé con ella escapando de mí mismo y vuelvo a encontrarme a mí mismo con más remordimientos de los que huía, viviendo en una ciudad muy cara en un país ajeno, lleno de oportunidades, si es que eres capaz de encontrarlas.
Está visto que cuando la llama se apaga, lo que antes era «sí, cariño», se convierte en «jódete», antesala del «te dejo». Aunque, si no hubiera cometido el sincericidio confesando lo indiferente que fueron para mí las fotos, de David y ella, en su despacho «amorradita al pilón», estoy convencido de que insistiríamos con el beso obligado de buenas noches y, seguidamente, espalda contra espalda, sin rozarnos en una cama demasiado grande, continuaríamos durmiendo unidamente alejados.
Puede que haya pecado de ingenuo, pensé que resarciría su sentimiento de culpa entregándome las escrituras de uno de sus apartamentos, y no, al contrario, me deja en la puñetera calle. Sumado a que nadie de nuestros comunes conocidos, recuerdan conocerme ahora... ¡Efímera es la memoria!
De ahí que, la opción más inteligente ha sido buscar un barrio a la altura de mis posibilidades, por lo menos he avanzado en cuanto al posicionamiento social, ya no soy invisible, me he convertido en algo peor incluso, soy incómodo.
Cada mirada reprobatoria de los inquilinos del mohoso apartamento que hasta hoy he podido pagar, en uno de los peores distritos, manifestaban lo molesta que les resulta mi insignificante presencia. Si bien nunca esperé una aromática «appel pie» a modo de bienvenida vecinal, sí, que respetaran el cerrojo de la puerta. Ingenuidad tras ingenuidad, voy aprendiendo a llevar todos mis enseres conmigo, básicamente por si hubiera de mercadear con ellos tras pulir mis paupérrimos ahorros.
Me siento un lilipupiense en Brobdingnag, los edificios me observan desafiantes y podría jurar que oscilan. Aquí, si te caes, la marabunta pasa por encima hacia su destino programado desde sus móviles inteligentes sin mirar qué pisan. Recordar una cara es un esfuerzo vano, los establecimientos abren 24 horas, los dependientes rotan como el cilindro de un revólver jugando a la ruleta rusa; son rostros similares e igual de apáticos... hasta los turistas se contagian de las urgencias y el frenesí de la fauna autóctona, sin embargo, con tal de ser envidiados por sus congéneres, cambiarán la percepción de caos y estrés que han experimentado a su regreso, relatando las mismas fotos desde los mismos ángulos, hacia los mismos emblemas publicitarios que se visitan en los viajes de placer.
A mí ya no se me permite disfrutar de todo esto, he estado luchando por mantenerme erguido y, sinceramente, ni me acompaña el ánimo ni la disposición.
Cómo puede cambiar la vida un arranque de honestidad, de vivir a costa de una mujer madura, a yacer noche tras noche, en un camastro desvencijado, sobre un colchón comprado en una subasta, arropado por la nueve milímetros que el anterior inquilino dejó descuidada en la cisterna, arrullado por las intermitencias de los neones del club de alterne, que renta los apartamentos del inmueble, a tipas desdentadas que venden sus orificios con tal de continuar con sus vicios y dependencias.
Es triste, y, cuando estás rodeado de tanta sordidez el espíritu se ensombrece.
Sin embargo, y a pesar de lo deprimente de esta situación, he mantenido el ánimo con tal de no tocar fondo, es preferible empezar desde un escalón, a andar buscando un promontorio desde donde impulsarte.
Esa postura desafiante es la que atrajo una partícula de fortuna y sumado a mi grado de psicología, han sido fundamentales para conseguir un empleo limpiando las oficinas de una multinacional cinco días a la semana en horario nocturno. Por lo visto, un psicoanalista con un Master y una especialidad, dispone de las habilidades imprescindibles para localizar la porquería y los desechos del resto de la humanidad fácilmente.
No puedo quejarme, podía haberme aprovechado de la situación, si le hubiera pedido a Vania que me montara una consulta y ejercer, lo hubiera hecho; el primer año de matrimonio me concedía cualquier capricho; conozco todos los paraísos terrenales gracias a su obsesión por complacerme. Lamentarme, ya no tiene caso.
A fin de cuentas, su generosidad impuesta judicialmente, me posibilitará el cambio a un onceavo con ascensor, cuarto de colada y cerradura útil en la puerta, antes de lo previsto.
De ahí a vivir en un edificio con bedel, no mediarán más de unos cinco años trabajando en tres sitios a la vez y otros cinco emprendiendo sueños.
Decidido.
Hoy, aquí, en un Starbucks, removiendo un café frío, da comienzo mi nueva vida. Veremos qué consigo hacer con ella.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top