A LOS PIES DE LOS CABALLOS





Ha sido cambiar de piso y ya me siento un señor. Mis vecinos no son muy comunicativos, no obstante, son tolerantes, cuando nos cruzamos en el vestíbulo levantan el mentón a modo de saludo, incluso alguna vez me ha parecido escuchar un gruñido cuya fonética podría interpretarse con un, «hi!».

También estoy recuperando las horas de sueño que perdí durante un año abrazado a la pistola, que limpié minuciosamente y devolví al lugar donde la hallé.

He de buscar otra ocupación y cambiar esta rutina a la que yo me he adaptado maravillosamente, pero que no es sana. No sé, podría salir a correr... lo meditaré más tarde, si logro levantarme con tiempo mañana.

Alguien dijo que la basura de unos, es el tesoro de otro. Imagino que peor debe de ser el que tiene que dedicarse a los lavabos; que no me tocaran fue otro golpe de fortuna, no se gana más por meter la mano en un inodoro, aquí la paga aumenta si tienes los cataplines de limpiar las ventanas a lo Spiderman.

Yo y mi vértigo —que no acrofobia—, nos mantendremos dentro del edificio, pasando la bayeta a los cubículos impersonales y deprimentes de los comerciales telefónicos y vaciando sus papeleras.

Desde mi segundo día empleado aquí, subo a la azotea a fumarme un cigarro. He creado un hábito que raya la compulsión, no me siento humano si no veo amanecer desde las alturas, y eso que en otoño el viento podría alzarte como Mary Poppins, en invierno se atasca en nieve, en primavera la lluvia atiza hasta doblarte las varillas del paraguas y en verano acumula el calor de la jornada y te deshace la suela de las deportivas. Da lo mismo, el espectáculo de ver salir el sol es revitalizador, incluso cuando está nublado.

¿Pero? ¿Qué coño?

¡Mierda!

De todos los edificios de esta santísima ciudad ¿por qué escoge este para suicidarse?

¿Y qué hago? ¿Qué le pregunto?

¿La empujo?

—Hola —nunca has de parecer interesado, has de mostrarte indiferente y amable... a no ser que sea un esquizoide en plena crisis psicótica, entonces lo más seguro es que se lance al vacío sin contestar—, ¿qué haces ahí sentada? ¿es un poco peligroso, no crees?

—¿Te envía la policía para que no me tire? —¿Qué motivos puede tener una mujer tan bonita para querer acabar con su vida en mi turno?

—Desde aquí, a estas horas tan intempestivas, nadie mira hacia la cornisa del edificio, esquivan las farolas por el halo del suelo. —No son unas palabras muy disuasorias, tengo poca experiencia en el campo de los suicidios, nunca me lo he propuesto.

—Puedes irte, lo voy a hacer... no vas a convencerme de lo contrario.

—Bueno, yo no he subido hasta aquí para convencerte de nada, solo pretendo echar un pitillo.

—¿Nadie te ha dicho que fumar mata? —¿Me está vacilando?

—Más lentamente que saltar desde un ático... —¿Qué hago? ¿Me acerco? ¿Me espero a que salte? Lo que no voy a hacer es sentarme a su lado con los pies colgando por fuera.

—Cada uno decide cómo morirse. —Cuánta chulería para estar sentada al borde del tejado.

—No, ahí no tienes razón. Aunque, no seré yo quién te convenza de lo contrario.

—¿Piensas qué voy de farol? Nadie me toma nunca en serio. —Supongo que, de haber informado a la familia, alguien preguntaría el motivo, digo yo... qué no sé nada de ella.

—¿Vas a suicidarte con las zapatillas y las gafas puestas?

—¡Menuda pregunta más estúpida! ¿Qué más dará eso?

—Generalmente, un suicida de verdad prepara el momento.

—¡¿Y qué piensas que estoy haciendo?!

—No lo sé, yo no me he planteado saltar nunca desde tan alto.

—Tengo miedo. —Eso es una buena señal.

—¿De qué? Sabes lo que te espera ahí abajo.

—Me asusta el más allá.

—Por lo poco qué sé de religión, contada a través de los ministros del Señor... —nótese la ironía—, a Dios no le gusta demasiado que uno tome determinaciones que le corresponden a Él. Imagina por un momento que tuviera previsto matarte con un cáncer para que, al estudiar las mutaciones de tus células, lograran descubrir cómo salvar a miles de enfermos con la misma patología... si yo fuera Él, no te dejaría entrar en el Reino de los Cielos, ¡menuda mierda! ¿Verdad?

Me observa confundida, hay algo extraño en el brillo de sus ojos, también podría ser cosa de alguna droga permitida socialmente, marihuana... cocaína. Aunque ahora que sonríe, es posible que esté puesta hasta las cejas de...

¡No!

¡Dios! ¡Ha saltado!

¡Menudo psicólogo de mierda! ¡Pensé que no lo haría!

¿Pero?

—¡¿Te parecerá gracioso?! —Sí, le parece tronchante, se está riendo de mi cara espantada. La muy descerebrada ha saltado a una terraza y se descojona de mi pánico.

—Es que me has pillado con las manos en la masa... ¿Saltas? —Asomado, acabo de recordar que me marean las alturas.

—No. Me has jodido el cigarro y el amanecer.

—¡Espera!, vuelvo a subir, no quiero que te lleves una impresión de mí equivocada. —¿En serio?

—Eres una desequilibrada mental, yo no juzgo a la primera. —Está como un cencerro, qué duda cabe.

—Anda, no seas rancio. Aparta, que he de lanzar el rezón para poder subir —el gancho se ancla en la arista desde donde hacía un instante estaba sopesando matarse... ficticiamente. No es la primera vez que lo hace, reseño la evidencia, tiene la elegancia de los felinos trepando a los árboles—. Disculpa mi comportamiento.

Estira su mano. Yo, después del sobresalto, rehuso estrechársela. Necesito sentarme apoyando la espalda en algún sitio que no se mueva y fumarme entre veinte y treinta y seis cigarros.

Se sienta a mi lado.

—Me llamo Eileen y no estoy loca, o eso pienso yo, aunque, un loco ¿sabe qué está loco? —buena reflexión—, tampoco soy una suicida a tiempo parcial, vivo en el hueco de máquinas del ascensor, se está calentito y es más seguro que la calle.

—No pareces indigente.

—Me quedé sin trabajo hace relativamente poco y no te alquilan un apartamento si no tienes empleo.

—Y hasta llegar a vivir en una junta de dilatación, ¿qué hacías?

—Tenía novio, su casa era mi casa, hasta que dejó de serlo.

—Me has asustado, no debería dirigirte la palabra.

—Parecías un tío muy seguro tratando de que me lanzara al vacío.

—¿Te piensas graciosa? —¿Por qué la habrá dejado su chico? Es bellísima... ¡ahhh, claro! ¡Está tarada!

—No fumes, acabará por matarte... ¿no querrás fastidiar al Don Dios? —¿Acaba de arrancarme el cigarrillo de entre los dedos? El Don Dios, esta madrugada, está poniendo a prueba mi paciencia— ¿Cómo te llamas?

—Garin.

—Bueno, Garin... —¿a dónde va? —vuelvo a mi nido de golondrina.

—Si te encuentran ahí dentro te formarán un consejo de guerra. —Es de los pocos países en donde la propiedad privada es sagrada.

—Si tú no dices nada..., qué no lo harás... nadie ha de enterarse.

—Vente a mi casa —¿cómo? ¿A razón de qué se me ocurre semejante majadería? —, es un apartamento con cocina y calefacción, a unas manzanas de aquí, podrás dormir en el sofá.

Me hago cruces, no creo que mi córtex esté intercambiando información correctamente ¡imposible!

—¿Estás seguro? —arruga la barbilla perpleja, yo frunzo el ceño confuso... pestañeamos ambos desconcertados. Necesito un cigarro..., es una gran hazaña psíquica, pensar estar negando con rotundidad y afirmar con gestos vehementes—, vale acepto tu ofrecimiento siempre que en casa no fumes, todo toma olor a tabaco y amarillea las cosas blancas.

—¿No tendría que ser yo quién asentara las normas de convivencia?

—Hombre, tus manías no tienen por qué gustarme.

—¿Te ofrezco caridad y tú me sales con exigencias...?, eres muy altiva para no tener en donde caerte muerta.

—Hace un rato creíste que esa avenida me abriría los brazos... uno cambia para mejorar. Dame unos minutos, recogeré un par de bolsas.

Salta de nuevo, si vuelve a hacer eso se me detendrán los latidos.

Aquí, disimulando un tembleque molesto en las rodillas, observo sus movimientos gráciles sin acercarme a la cornisa.

La he tachado de chiflada y el único que da muestras de no regir con fluidez soy yo.

Debe de ser el frío, que congela la mielina que recubre los axones de las neuronas. Necesito calor y dormir..., espero no echar en falta una pistola en mi cisterna.

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