Tortura

No tengo pasado.

No tengo recuerdos.

Sólo tengo presente, que empieza justo ahora. No sé cómo llegué aquí, ni la razón, ni quienes son aquellas personas que forman una fila detrás de mí. En este momento, ni siquiera tiene sentido preguntarse qué pasó antes de este instante. No se me cruza por la cabeza.

Estoy en una sala sin ventanas, sin decoración, sin ningún otro elemento más que las paredes tornasoladas, que brillan ante una luz desconocida, que parece no venir de ninguna parte. Soy la primera en una fila que no parece tener fin, que se pierde entre la oscuridad de aquello que no puedo ver. No conozco a nadie, pues ello implicaría recordar. Frente a mí, hay un hombre, de traje, que sostiene una cadena ligera que divide la sala en la que estoy de un pasillo oscuro y angosto. No estoy segura si el hombre trae una máscara, pero mi cerebro no se molesta en registrar sus rasgos faciales. Nunca lo ha hecho.

Y de repente, emerge a la existencia una voz, etérea, omnipresente, pero como si sólo yo pudiera escucharla.

—Las personas valientes no sienten miedo porque creen que tienen una oportunidad de sobrevivir.— no estoy segura si tiene algún tono, si es femenina, masculina o andrógina. —Pero, ¿qué pasa cuando sabes que perdiste, y ya no puedes ser valiente?

Aquellas palabras tendrían que tener sentido, haciendo referencia a algún pasado que desconozco. Pero no lo sabré hasta que regrese al plano de la existencia que guarda mi pasado.

Y como si mis alrededores hubieran estado congelados en el tiempo hasta aquel momento sin que yo lo percibiera, el hombre de la cadena la retira, y sé que tengo que entrar en el pasillo. De un segundo a otro, intuyo sin querer que esto se trata de una prueba. De sobrevivir a lo que hay después de la muerte antes de morir. De resistir a lo que hay tras la derrota, para saber si soy digna de ser derrotada.

Doy unos pocos pasos hacia la oscuridad del pasillo, internándome en él sin ninguna clase de emoción, excepto con una ligera expectativa. Sólo tengo una fracción de segundo para procesar lo que hay a mi alrededor. Y sólo una cosa se queda en mi mente: al fondo, no muy lejos de mí, hay una ventana, limpia, clara, por la que asoma un paisaje vagamente familiar. Es de noche, puedo ver que el cielo está despejado. En la parte inferior, se dibujan las copas de unos árboles y me parece ver edificios.

Es lo último que alcanzo a ver antes de que, desde la oscuridad, un ente emerja a toda velocidad hacia mí. Cubre todo mi campo de visión de inmediato, y sólo puedo percibir que es una silueta humanoide. Me sobresalto por instinto ante el movimiento brusco, pero no siento ningún miedo. De alguna forma, me aprisiona, aunque no siento nada haciendo contacto físico con mi cuerpo. A su lado, hay un perro, que tiene la misma naturaleza fantasmal que su aparente dueño. Está embravecido, me ladra con toda su furia a pocos centímetros de mis ojos, lanzando chorros de saliva que no llegan a tocarme. Siento que me desplazo con ellos a través del pasillo, hasta llegar a la ventana que había visto antes. El paisaje que estaba tras ella se ha esfumado, y esta vez mi cerebro no se molesta en registrar lo que ve.

Ahora estoy en un lugar que identifico como una sala de hospital, atada a una cama, de mis cuatro extremidades, del torso, y la cabeza, completamente limitada de movimiento. Sigo sin sentir miedo. Sé que la sombra me va a torturar. Pero sigo sin sentir ningún temor. Lo único que pasa por mi mente es mi anterior realización. Aquello era una prueba. Tenía que haber un modo de superarla.

Veo a la sombra tomar un trozo de alambre oxidado, cuya punta está al rojo vivo. Justo después, mi mente parece percibir momentos futuros, en los que mi torturador tiene una sierra de motor y la acerca lentamente a uno de mis muslos, destrozando mi carne y mis huesos en un segundo. La ventana ahora está cubierta de mi sangre. Y como si fuera un mecanismo de defensa, cierro los ojos. Al abrirlos, estoy detrás de él. Veo la camilla metálica, con una chica joven atada a ella. No puedo saber si soy yo, pues nunca he sabido cómo me veo. La sombra rodea la pantorrilla descubierta de la chica con el alambre, y antes de ver como quema su piel, el cuerpo de la sombra cubre la escena. No escucho gritos, no veo expresiones de dolor en su rostro. Sólo veo sus pupilas desviarse hacia su herida, con total indiferencia.

Como siguiendo un guión escrito, la sombra saca la motosierra, y la introduce en uno de los muslos de la chica. No recuerdo haber escuchado nada. Ella parece no sentir nada. La sangre comienza a cubrir las paredes, el suelo... y la ventana. Mira lo que parece ser la cara de su verdugo, expectante. Los movimientos de él se entorpecen ligeramente, como si estuviera sorprendido de lo que ve.

Del interior de sí mismo, saca objetos que se asemejan a cuchillos, y desesperado, los encaja en las entrañas de la chica, en sus brazos, y en su pecho, intentando desgarrar sus órganos. La escena está empapada de sangre, pero ella no ha quitado su expresión indiferente. Yo no me he movido. La sombra se vuelve hacia mí en el instante siguiente, como si se diera cuenta de que ha torturado un cuerpo vacío, y a quien tiene que destrozar realmente es a mí.

Una de mis manos de repente se siente más pesada, he estado sosteniendo algo. Levanto el objeto hacia mis ojos. Es un martillo.

Y entonces, por primera vez desde que comencé a percibir mi alrededor, siento algo. Una furia me invade a la velocidad de un rayo. Una ira que parece salir de las profundidades de un abismo que no sabía que existía. Pero no una ira enloquecida, descontrolada y errática. Sino una que parece haberse preparado por años en la soledad hasta haberse convertido en una singularidad, y con un objetivo claro: destruir a la sombra.

Lo siguiente que veo es a mis manos con el martillo, azotándolo repetidamente en el cuerpo de la sombra, que se desmorona en pocos segundos. Su cuerpo parece estar hecho de un material blando, frágil, gelatinoso. Pero yo no me detengo. Trituro cada una de sus extremidades hasta que la sangre del suelo está revuelta con los restos de mi verdugo. Hasta que resquebrajo los azulejos del suelo.

No sé que sucede inmediatamente después; de nuevo, mi cerebro no lo registra. Pero tras un breve momento de oscuridad, estoy en la sala del inicio, en el mismo escenario: formada detrás de la cadenilla en una fila infinita. Confundida, me vuelvo hacia atrás y entonces reconozco el rostro de todas esas personas. Son iguales a la chica que vi ser torturada. Soy yo en infinitas iteraciones. Y entonces, pocos segundos antes de perder la memoria de nuevo llego a la conclusión a la que siempre he llegado. Otra vez no he pasado la prueba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top