Sueño Lúcido
Mi mejilla ya se sentía fría por el largo contacto con el cristal sintético de la ventana. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba ahí sentada. Literalmente. No me refiero a que la clase que estaba tomando fuera aburrida y diera la sensación de ser larga. Literalmente llevaba tanto tiempo en ese salón de clases que había perdido la cuenta. Pero no recordaba ni un sólo segundo de esas infinitas horas, hasta ese momento en el que sentí el frío de la ventana.
Giré la cabeza, mirando mi alrededor. Sentí los huesos del cuello crujir levemente. De pronto, me dio la sensación de que aquello que estaba viendo acababa de surgir en la existencia. Como si antes hubiera estado en un vacío y el ambiente recién se hubiera generado, como en un videojuego.
El colosal salón de clases estaba desierto. Los pupitres idénticos entre sí estaban acomodados a la perfección, y parecían estar anclados al suelo. El lúgubre silencio se hizo presente en ese instante. Tuve que tomarme un segundo para acostumbrarme a él, pues unos momentos antes creía escuchar el bullicio usual de alumnos yendo de una sesión a otra.
Miré la puerta. Estaba entreabierta, y el exterior parecía estar oscuro. ¿Había anochecido? Me levanté de la silla del pupitre, sintiendo cada una de mis extremidades entumecidas. Miré hacia el suelo, en un instinto estudiantil por buscar mi mochila y quizá una sudadera que llevara puesta por la mañana. Pero no había nada. Dudosa, caminé hacia la puerta. Como una cámara que le toma un instante adaptarse a un cambio de luz, al salir del aula, mis ojos fueron identificando poco a poco lo que había alrededor. No estaba completamente oscuro, sino que apenas atardecía, y aunque en unos minutos sería de noche, todavía se podía andar con las últimas luces del día.
Pero tras echar un vistazo a lo que ahora eran pasillos y puertas inaccesibles a otras aulas, mis recuerdos de este instante dejan de existir. Como si alguien hubiera tomado un corto periodo de tiempo en mi memoria y lo hubiera eliminado. Lo siguiente que recuerdo es estar en un parque, uno al que solía ir mucho de niña. Estaba consciente de que no había pasado mucho desde que salí del misterioso salón de clases, aunque ahora era de día, quizá las tres o cuatro de la tarde. El parque también estaba desierto, detalle algo extraño, pues a esa hora los parque suelen estar muy concurridos. Pero en aquel momento no noté la anomalía.
Y entonces una voz masculina diciendo mi nombre irrumpió en la escena. Me volví a ver al dueño de la voz.
El chico me sonreía cálidamente. Y aunque sabía que jamás lo había visto, la manera en la que me miraba me hacía sentirme completamente cómoda con él. Como si de algún modo supiera todo sobre mí, y aún así estuviera dispuesto a regalarme esa expresión acogedora todos los días. Le devolví la sonrisa sin darme cuenta.
—Hola.— respondí. De repente, me percaté de que nos habíamos sentado en un banco, uno muy cerca del otro. Se recargó suavemente en mi hombro. La puntas de su liso cabello café claro me hicieron cosquillas en el cuello. Una sensación de paz me llenó. Miré hacia el cielo, directo hacia el sol ocultándose en el horizonte. Por algún motivo no me lastimaba. Nos quedamos en silencio. Y como por intervención divina, un pensamiento sin origen, sin control, invadió mi mente. Era la primera vez que me sentía tan libre de amar, de lo que parecía serlo, sin temor al rechazo, sin cuidar cada palabra por miedo a un momento incómodo y una mirada de lástima.
—Oye. Encontré una canción que me gustó mucho. Me recuerda a ti.— su voz rompió el silencio. Lo miré con la misma sonrisa de antes. No se había borrado. Sacó su celular, y me mostró la pantalla. "Let me love you" era el título de la melodía. Mi sonrisa se amplió y desvié mis ojos nuevamente hacia él. La canción aún no empezaba. Volví mi mirada hacia la pantalla y acerqué mi dedo índice para pulsar el botón de reproducir. Pero antes de tocar el teléfono, me detuve. Las letras del título habían cambiado, ahora eran inconsistentes, vocales y consonantes aleatorias, errantes. La paleta de colores de la portada álbum de la canción también habían cambiado. Habían pasado de ser verdes y amarillos alegres a ser rojizos y violetas.
Y entonces caí en cuenta. "Un texto no se puede leer dos veces de la misma manera en un sueño." Un sueño. Estaba soñando. No recordaría los minutos que estuve en el aula vacía hasta despertar.
Pero no desperté, no aún. Había estado aquí antes. Había tenido sueños lúcidos antes. Esos que parecen leyendas, donde uno puede hacer lo que quiera, imaginar lo que sea.
Por una fracción de segundo, el chico, el atardecer, el sentimiento de ser libre de amar, todo pareció desvanecerse al empezar a cruzar el umbral hacia la vigilia. Pero había tenido suficientes sueños lúcidos como para ya no despertarme sobresaltada.
La voz del chico, cuyo nombre de repente cayó en mi mente como un rayo, me devolvió a la escena onírica. Arno tenía una voz ligeramente grave, que irradiaba calma en cada sílaba.
—Me recuerda a lo que te prometí la primera vez que te dije lo que sentía.— desvió la mirada hacia el imaginario atardecer. —Voy a amarte, hasta que aprendas a amarte a ti misma.
Siempre es decepcionante al inicio. Saber que esas palabras venían del fondo del subconsciente, y no de una persona real que sentía lo que escuchaba. El parque entonces se llenó de gente de un instante a otro. El viento comenzó a soplar más fuerte, y tomé a Arno de la mano, deseando volar, alto. Y flotar lejos de todo.
Sólo él y yo, en un cielo despejado, infinito, mirando sus ojos que decían todo. Y queriendo estar ahí para siempre. Al final no había reglas en la imaginación.
Quizá se convertiría en una pesadilla.
Quizá despertaría.
Pero ahora sólo quería dejarlo amarme, como me prometía la canción.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top