Horca del 2099
—¡Hereje...! ¡A la horca...! ¡A la hoguera...! ¡Servidor de Lucifer...!— los gritos de la furiosa e ignorante multitud te abrumaban.
Tu cerebro daba vueltas y vueltas, las palabras que oías habían perdido su significado, y tu cuerpo te dolía por todas partes. Sin embargo, aún no asimilabas lo que estaba pasando. El espectáculo de magia que planeabas desde hacía meses como regalo a la familia real acababa de terminar en desastre. El gentío te había estado observando atentamente, tus manos temblaban por los nervios, y sentías tus sienes sudar. Era un espectáculo ambicioso pero todo estaba saliendo bien.
Sabías que no había ninguna magia detrás de lo que ibas a hacer, no había magia en nada de lo que decías investigar. Sólo mucha paciencia, dedicación y los conocimientos adecuados. Le habías dicho al rey y a su pueblo que harías que el cielo se oscurecería por unos minutos. Te miró escéptico la primera vez que se lo dijiste. Pero no había errores en los cálculos. Habría un eclipse total el día y hora que indicaban las matemáticas. Tras dudar unos segundos, accedió. Le debías dinero por aquellos trucos experimentales tuyos, y te había dejado pagarle con este espectáculo.
Entonces, cuando estabas parado frente a la aglomeración, cerraste los ojos y pronunciaste palabras en un idioma desconocido que no tenían ningún significado real. Pocos segundos después, el eclipse comenzó a suceder. Esperabas que la gente aplaudiera y te alabara como a un ser superior. Pero eso no ocurrió. El rey sintió que tú tenías más poder que él y su autoridad se resquebrajó un poco. Ahora tenías que pagar eso con tu vida.
Te arrojaron en una celda sucia y apestosa tras tu gran demostración. No pasó mucho tiempo hasta tu castigo. El verdugo te esperaba, con los ojos impasibles y amenazadores de una serpiente. Ibas encadenado, hacia tu muerte, hacia aquello que siempre quisiste conocer por medio de los experimentos. La diferencia estaba en que ahora era real, muy real. La horca fue tu destino, lo que agradecías de cierto modo, pues la idea de quemarse vivo sonaba terriblemente aterradora.
La angustia recorría tus venas como sustituyendo a tu sangre, el miedo se había apoderado de tu existir. Tu corazón se te salía del pecho, al igual que las lágrimas, al pensar en la ignorancia arraigada en la humanidad que nunca solucionaste, que era tu principal objetivo. No fuiste aquel mentor que siempre soñaste, no hiciste nada con tu vida. Ahora nunca podrías terminar.
La textura rugosa de la cuerda alrededor de tu cuello triplicó esas sensaciones. Era el fin.
—El rey te concede una última oportunidad de hablar antes de morir. Agradece su generosidad y pronuncia tus últimas palabras.— dijo el verdugo, como líneas memorizadas que nunca comprendió realmente.
Lo pensaste unos segundos. Un odio profundo hacia la especie que debías guiar surgió de tu interior. Todo ese mal causado por su ignorancia y estupidez... lo merecían. Nadie podía cambiarlos. Estabas a punto de negar con la cabeza cuando algo sucedió.
De un segundo a otro, una luz aún más potente que el sol de medio día intervino, originándose justo detrás del verdugo. Y al otro instante, ya no estaba. Ni la luz ni el verdugo. Sólo una brisa de cenizas grisáceas flotando frente a ti. Los gritos emergieron de la multitud, pero tú no escuchaste nada. Sentiste un frío glaciar que hizo entumecer tus extremidades, y luego, tu visión se ennegreció hasta desvanecerse en la inexistencia.
Entonces así se veía la muerte.
O tal vez no.
Cuando despertaste de nuevo, oíste un pitido intermitente. Apenas comenzabas a sentir un esbozo de confusión cuando una voz femenina que no parecía humana resonó en tus oídos. —El sujeto ha despertado.
Otra voz, humana y masculina, se unió —Gracias, Layla.
La imagen iba aclarándose a medida que despertabas. Estabas en un lugar atiborrado de artilugios que no podrías reconocer. Nada de lo que percibían tus ojos era parecido a lo que habías visto antes.
—Hola, Merlín.— se dirigió a ti la otra voz. —No te preocupes, a mí sí me gustó tu espectáculo. Es por eso que te traje aquí.— rió suavemente. —Bienvenido al 2099.
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